Cap. X De la discresión 60-69

 




 60 Decía también el abad Pastor: «La voluntad del hombre es un muro de bronce y una roca que se interpone entre Dios y él. Si renuncia a ella, podrá decirse a sí mismo lo que está escrito en el Salmo: "Con mi Dios escalo la muralla y Dios es perfecto en sus caminos" (Sal 18.30 y 31). Pero si trata de justificar su voluntad, el hombre está en peligro». 

61 Un hermano hizo al abad Pastor la siguiente pregunta: «El estar con mi abad perjudica mi alma. ¿Qué me aconsejas, sigo con él?». Sabía el abad Pastor que el alma del hermano se estaba deteriorando junto a su abad, y se extrañaba de que el hermano le preguntase si debía quedarse con él. Y le dijo: «Si quieres, quédate». Y el otro volvió para quedarse con su abad. Pero vino de nuevo a ver al abad Pastor y le dijo: «Estoy causando daño a mi alma». Sin embargo el abad Pastor no le dijo: «Aléjate de tu abad». Vino el hermano por tercera vez y dijo: «Creedme, no puedo seguir con él». Y el anciano le dijo entonces: «Ahora acabas de salvarte. Vete y no sigas más con él». Y añadió: «Un hombre al ver que su alma sufre detrimento no tiene necesidad de preguntar. Se consulta sobre los pensamientos ocultos para que los ancianos puedan dar su juicio, pero de los pecados manifiestos no hay necesidad de preguntar. Hay que arrancarlos inmediatamente». 

62 El abad Abraham, discípulo del abad Agatón, preguntó al abad Pastor: «¿Por qué me atacan de esta manera los demonios?». Y le contestó el abad Pastor: «¿Te atacan los demonios? Los demonios no nos atacan cuando hacemos nuestra propia voluntad, porque nuestra voluntad entonces se ha identificado con la de los demonios y ellos nos empujan a cumplirla. ¿Quieres saber con quién luchan los demonios? Con Moisés y los que se parecen a él». 

63 Contaba el abad Pastor que un hermano preguntó al abad Moisés: «¿Cómo un hombre puede morir para su prójimo?». Y el anciano le respondió: «Si el hombre no asienta en el fondo de su corazón que lleva tres años en la sepultura, no lo conseguirá». 

64 Un hermano preguntó al abad Pastor: «¿Cómo debe un monje vivir en su celda?». Y el anciano le dijo: «Vivir en la celda, en lo que toca al exterior, consiste en trabajar con las manos, comer una sola vez al día, guardar silencio y meditar. Pero para progresar interiormente en la celda, hay que despreciarse siempre, donde quiera que uno vaya, observar las horas del servicio divino y no descuidarse en lo tocante a las faltas ocultas.

 Si el monje descansa del trabajo manual, que vaya a cumplir con el servicio divino y que lo termine con paz. Finalmente, busca la compañía de los buenos monjes que viven a tu alrededor y huye la de los malos». 



65 Vinieron dos hermanos al abad Pambo y uno de ellos le preguntó: «Padre, ayuno dos días seguidos y como tan sólo dos panecillos, ¿crees que salvaré mi alma? ¿O es una ilusión?». Y el otro hermano dijo a su vez: «Recojo con mi trabajo dos cargas diarias de legumbres, me quedo con una pequeña parte para comer y el resto lo reparto como limosna, ¿crees que me salvaré o es pura ilusión?». 

Y aunque insistían en sus preguntas no les contestó. Cuatro días más tarde, cuando estaban a punto de partir, los clérigos les dijeron: «No os entristezcáis, hermanos, pues Dios quiere recompensaros. Es costumbre del anciano no contestar inmediatamente, sino esperar a que Dios le inspire lo que debe decir». 

Volvieron de nuevo a la celda del abad y le dijeron: «Padre, ruega por nosotros». Y él les dijo: «¿Os marcháis ya?». «Sí», le respondieron. Y después de mirarles, y como si se atribuyese a sí mismo las obras de ellos, se puso a escribir en el suelo, y decía: «Pambo ayuna dos días y come tan sólo dos panecillos, ¿crees que por eso es monje? ¡No!»
. Y siguió diciendo: «Pambo recoge cada día dos cargas de legumbres y las reparte como limosna, ¿crees que por eso es monje? ¡Tampoco!». Se calló unos instantes y les dijo: «Hacéis una obra buena, pero si guardáis vuestra conciencia ante vuestro prójimo, entonces os salvareis». Y edificados con estas palabras se fueron muy contentos. 

66 Un hermano preguntó al abad Pambo: «¿Por qué los demonios me impiden hacer bien a mi prójimo?». El anciano le dijo: «¡No hables así!, pues harías mentiroso a Dios. Antes di: "No quiero practicar la misericordia" ya que Dios previno tu objeción y dijo: "Os he dado poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre toda potencia enemiga" (Lc 10,19). ¿Por qué no aplastas, tú también, a los espíritus inmundos?». 


 67 Dijo el abad Paladio: «El alma que desea vivir según la voluntad de Cristo, debe aprender con cuidado lo que no sabe y enseñar con claridad lo que sabe. El que no quiere hacer ninguna de estas cosas pudiendo hacerlo, es un insensato. El apartarse de Dios empieza por el hastío de la doctrina, cuando ya no se busca aquello que anhela el alma que ama a Dios». 


68 Un hermano preguntó al abad Sisoés: «¿Por qué no me dejan en paz las pasiones?». Y le contestó el anciano: «Porque sus instrumentos están dentro de ti. Devuélveles sus herramientas y se irán». 


69 Un hermano fue al monte Sinaí para visitar al abad Silvano. Vio allí a unos hermanos que estaban trabajando y dijo al anciano: «Obrad, no por el alimento perecedero». (Jn 6,27). 
«María ha elegido la parte buena». (Lc 10,42). El anciano dijo a su discípulo Zacarías: «Envía a ese hermano a una celda donde no haya nada». Y al llegar la hora de nona, el hermano atisbaba la puerta para ver si venían a llamarle para la comida. Pero como no venía nadie, se levantó, fue a donde estaba el anciano y le dijo: «Padre, ¿no han comido hoy los hermanos? «Sí, ya han comido», contestó el abad. 

«Y, ¿por qué no me has llamado?». El anciano le respondió: «Tú eres un hombre espiritual y no necesitas esta clase de alimentos. Nosotros somos hombres carnales y necesitamos comer; por eso trabajamos con nuestras manos. Tú has elegido la mejor parte, lees todo el día y no quieres tomar alimento material». 

Al oír esto el hermano se echó por tierra y arrepentido dijo: «Perdóname, Padre». El abad añadió: «María tiene necesidad de Marta. Gracias a Marta es alabada María».