Cap XIX De los santos ancianos que hacían milagros



1 El abad Dulas, discípulo del abad Besarión, contó: «Caminábamos junto a la orilla del mar. Yo tenía sed y dije al abad Besarión: "Padre, tengo mucha sed". El anciano, después de hacer oración, me dijo: "Bebe agua del mar". El agua se convirtió en dulce y bebí. Luego puse un poco en un vaso por si volvía a tener sed. Al ver el anciano lo que había hecho, me dijo: "¿Para qué llevas ese vaso?". Y le contesté: "Perdona Padre, es por si vuelvo a sentir sed". Y dijo el anciano: "Dios que está aquí, está en todas partes"».

2 En otra ocasión, obligado a atravesar el río Crisoroan, Besarión hizo oración y lo pasó a pie enjuto. Yo, lleno de admiración, me postré ante él y le pregunté: «¿Qué sentías en tus pies cuando andabas sobre las aguas?». Y el anciano respondió: «Sentía el agua hasta los talones, el resto era sólido debajo de mis pies».

3 En otra ocasión, íbamos de camino para visitar a un anciano cuando se puso el sol. Y el anciano oró diciendo: «Te pido, Señor, que se detenga el sol hasta que llegue donde tu siervo». Y así sucedió.

4 Un día, vino un poseso a Scitia y se hizo por él oración en la Iglesia. Pero el demonio no salía porque era duro. Los clérigos del lugar se dijeron unos a otros: «¿Qué hacemos contra este demonio? Nadie puede echarlo más que el abad Besarión, pero si le hablamos de ello no querrá venir a la iglesia. Vamos a hacer lo siguiente: mañana vendrá Besarión a la iglesia y antes de que entre nadie, sentaremos aquí al poseso. Cuando entre el anciano nos levantaremos para rezar y le diremos: "Padre, despierta a este hermano"». Lo hicieron así.
Por la mañana, después de la llegada del anciano, los clérigos se pusieron en pie para la oración y dijeron a Besarión: «Padre, despiértale». El abad Besarión le dijo: «Levántate y sal fuera». El demonio salió enseguida del hombre y éste quedó instantáneamente curado.

5 Un día, en Egipto, los ancianos hablaron al abad Elías del abad Agatón: «Es un buen hermano», le decían. «Si, es bueno para su generación», replicó el anciano. E insistieron los ancianos: «Y en relación con los antiguos, ¿qué?». Y respondió el abad Elías: «Ya os he dicho que para su generación era un buen monje. Pero entre nuestros antepasados, he visto en Scitia un hombre que podía detener el sol en el cielo como Josué, el hijo de Nun». Al oír esto los hermanos se quedaron admirados y dieron gloria a Dios.

6 El abad Macario, el Grande, venia de Scitia con un cargamento de cestas. Cansado del camino, se sentó y oró diciendo: «¡Oh Dios!, tú sabes que no puedo más». Y al punto se sintió levantado en el aire y se encontró junto al río.

7 En Egipto, había uno que tenía un hijo paralítico. Lo llevó a la celda del bienaventurado Macario y lo dejó a su puerta llorando. El anciano miró y vio al muchacho llorando. «¿Quién te ha traído hasta aquí?», preguntó. «Mi padre me ha arrojado aquí, y se ha marchado», contestó el muchacho. Y el anciano le dijo: «Levántate y vete a unirte con él». Al punto, el muchacho se levantó curado y se unió a su padre. Y juntos volvieron a su casa.

8 Contó el abad Sisoés que mientras estaba en Scitia con el abad Macario, fueron a la recolección con él siete hermanos. Una viuda recogía espigas detrás de nosotros y no dejaba de llorar.
El anciano llamó al dueño del campo y le preguntó: «¿Qué le pasa a esta mujer? No deja de llorar». El hacendado le dijo: «Su marido recibió en depósito una cierta cantidad, y ha muerto sin decirle dónde la había colocado. Y el dueño del dinero quiere reducir a la esclavitud a ella y a sus hijos».
El anciano le dijo: «Dile que venga a vernos en el momento de más calor, al lugar donde tenemos la siesta». Vino, y el anciano le preguntó: «¿Por qué lloras sin parar?». «Mi marido ha muerto, dijo ella.
Había recibido una cierta cantidad en depósito y no me ha dicho, en el momento de su muerte, donde lo había escondido». El anciano le dijo: «Ven, enséñame la tumba de tu marido». Tomó consigo a los hermanos y la siguió.

Cuando llegaron al sitio donde habían enterrado el cuerpo, el anciano dijo a la mujer: «Puedes volver a tu casa». Mientras los hermanos oraban, el anciano llamó al muerto: «¿Dónde has colocado el dinero que habías recibido?». «Lo he escondido en casa, al pie de la cama», respondió. «Duerme de nuevo hasta el día de la resurrección», le ordenó el anciano. Al ver esto, los hermanos se echaron a sus pies, pero él les dijo: «Esto no ha sucedido por causa mía, sino por la de esa viuda y sus huérfanos. 

Lo verdaderamente grande es que si un alma está sin pecado, como Dios quiere, puede pedir todo lo que desea y lo conseguirá». Luego fue en busca de la viuda y le dijo dónde se encontraba el depósito. Ella lo tomó para devolverlo a su dueño y liberar a sus hijos. Y todos los que tuvieron conocimiento de este milagro dieron gloria a Dios.

9 El abad Milesio pasaba un día por un lugar donde se encontraba un monje al que habían detenido como homicida. El anciano habló con el hermano, cayó en la cuenta de que era víctima de una calumnia y dijo a los que le habían detenido: «¿Dónde se encuentra el muerto?», y se lo enseñaron. Se acercó al cadáver y dijo a los asistentes: «Orad». Luego levantó las manos al cielo y el difunto resucitó. Y delante de toda la gente, el anciano le preguntó: «Dinos quién es el que te ha asesinado». «Entré en la iglesia para encomendar un dinero al sacerdote, se levantó y me mató. Luego se echó al hombro mi cuerpo y me arrojó en la celda de ese Padre. Por favor, quítale el dinero y dáselo a mis hijos». Entonces el anciano le dijo: «Vete, y duerme de nuevo hasta que el Señor venga a despertarte». Y al punto volvió a descansar en el Señor.

10 Un grupo de hermanos vino a ver al abad Pastor. Y uno de los parientes del anciano tenía un hijo a quien el demonio había vuelto la cabeza del revés. Cuando el padre vio la afluencia de monjes, tomó a su hijo, pero se quedó fuera llorando. Uno de los ancianos salió casualmente fuera y le preguntó: «¿Por qué lloras, buen hombre?».
«Soy pariente del abad Pastor, contestó. Mi hijo acaba de sufrir esta desgracia. Quisiera enseñárselo al anciano para que lo cure, pero no quiere recibirnos. Si se entera de que estoy aquí enviará a alguien para que nos despida. Pero al veros llegar me he atrevido a venir. Ten compasión de mi, Padre, y haz lo que creas conveniente. Haz entrar al niño y orad por él».

El anciano le hizo entrar con él y usó de esta artimaña: en vez de llevarle directamente al abad Pastor, se dirigió primero a los hermanos más jóvenes y les dijo: «Haced la señal de la cruz sobre este niño». Luego, después de haber conseguido que todos los monjes, por su orden, hiciesen sobre él la señal de la cruz, se lo presentó, en último lugar, al abad Pastor, que no quiso tocarlo. «Tú, también, Padre, haz lo que hemos hecho todos», le suplicaban los hermanos. El anciano se levantó gimiendo, y oró así: «Dios mío, salvad a esta criatura; que no la domine el enemigo».
Luego hizo sobre el niño la señal de la cruz, y lo devolvió sano a su padre.

11 Uno de los Padres contó, que un abad de nombre Pablo, natural del Bajo Egipto, pero que moraba en la Tebaida, tomaba en sus manos los áspides, culebras, serpientes y escorpiones y los partía por la mitad. Al ver esto algunos hermanos, hicieron que les hiciese una metanía, y le preguntaron: «Dinos, ¿qué has hecho para merecer esta gracia?». El les respondió: «Perdonadme, hermanos, pero si uno es puro, todas las criaturas se le someten, como le sucedía a Adán en el Paraíso, antes de desobedecer el mandato de Dios».

12 Cuando Juliano el Apóstata dirigía su expedición a Persia, envió un demonio a Occidente para que lo antes posible le trajese una cierta respuesta. Pero cuando el demonio llegó cerca de la celda de cierto monje se quedó diez días inmóvil. No podía seguir adelante, porque aquel monje no cesaba de orar ni de día ni de noche. Y volvió con las manos vacías a quien le había enviado. «¿Por qué has tardado tanto?», le preguntó Juliano. «He tardado tanto y he vuelto sin haber logrado nada, porque durante diez días he esperado que el monje Publio dejara de orar, para que yo pudiese pasar. Pero no cesó de orar y no he podido pasar y he tenido que volverme sin hacer nada».

Entonces el impío Juliano montó en cólera, y gritó: «A mi vuelta me vengaré». Pero pocos días después, por providencia divina, pereció y enseguida uno de los generales que le acompañaban vendió todos sus bienes y los repartió entre los pobres. Luego fue a ver al anciano Publio y llegó a ser un monje famoso, perseverando así hasta el fin de su vida.

13 Un hombre vino un día con su hijo a ver al abad Sisoés, que vivía en el monte del abad Antonio. Pero el niño murió en el camino. Sin turbarse en absoluto, con una gran confianza, el padre se lo llevó al anciano. Se postró con su hijo ante el anciano como para hacer una metanía y pedirle su bendición. Luego el padre se levantó dejando al niño a los pies del anciano y salió fuera de la celda. El anciano, que no sabia que el niño estaba muerto, pensó que continuaba haciendo su metanía, y le dijo: «¡Levántate y sal fuera!». Al punto el niño se levantó y salió. Al verlo su padre se quedó estupefacto y entró para echarse a los pies del anciano y explicarle lo sucedido.

Al saberlo el anciano se puso muy triste pues no quería haberlo hecho, y el discípulo del anciano rogó al padre que no lo contara a nadie, antes de que el anciano hubiese muerto.

14 En cierta ocasión, Abraham, el discípulo del abad Sisoés, fue tentado por el demonio. El anciano, al verlo caído, se levantó y elevando las manos al cielo dijo: «Dios mío, quieras o no, no te dejaré hasta que lo hayas curado». Y se curó el hermano.

15 Un anciano que vivía en una ermita próxima al Jordán, tuvo que refugiarse en una gruta a causa del excesivo calor. Encontró en ella un león que empezó a rugir y rechinar los dientes. Pero el anciano le dijo: «¿Por qué te pones así? Aquí hay sitio para los dos. Si no quieres que estemos juntos, no tienes más que salir». Esto no agradó león y se fue.

16 Un anciano subió de Scitia a Terenut y se detuvo allí algún tiempo. Al ver la severidad de su ayuno le ofrecieron un poco de vino.
Otros, al conocer su género de vida le presentaron un poseso. Pero éste se puso a gritar y a maldecir al anciano, diciendo: «¿Me traéis a este bebedor de vino?». El anciano, por humildad, rehusaba expulsar al demonio, sin embargo, para avergonzarle, dijo: «Creo en Cristo que antes de que termine de beber mi vaso de vino saldrás de él». Y en cuanto el anciano empezó a beber, el demonio aulló: «¡Me quemas!». Y antes de que el anciano apurase su vaso de vino, salió el demonio del poseso por la gracia de Cristo.

17 Uno de los Padres envió a su discípulo a sacar agua. El pozo estaba muy lejos de la celda y el discípulo se olvidó de llevar consigo una cuerda. Al llegar al pozo, y caer en la cuenta de que no tenía cuerda, el hermano se puso en oración y dijo: «¡Oh pozo! ¡Oh pozo! El abad me ha mandado que llene de agua esta jarra». Y enseguida subió el agua hasta el borde del pozo. El hermano llenó su jarra y luego el agua recobró de nuevo su anterior nivel.