Cap. X- 36 al 59 De la discresión

 


36 El abad Natira, discípulo del abad Silvano, se comportaba con moderación en lo relativo a las necesidades corporales mientras vivió en su celda del monte Sinaí. Pero cuando fue nombrado obispo de Farán se impuso un régimen mucho más austero. Y le dijo su discípulo: «Padre, cuando estábamos en el desierto, no te mortificabas tanto»

Y le contestó el anciano: «Hijo, allí había soledad, quietud, pobreza, y por eso quería gobernar mi cuerpo para que no cayera enfermo y tuviese que buscar lo que no tenía a mano. Pero aquí en el mundo, existen toda clase se recursos, y si cayese enfermo, muchos vendrían a ayudarme para que no pierda mi salud».

37 Dijo un hermano al abad Pastor: «Estoy inquieto aquí y por eso quiero abandonar este lugar». Y le preguntó el anciano: «¿Cuál es el motivo de esa turbación?». Y le respondió el hermano: «He oído algunas cosas de un hermano y me han escandalizado». Y el anciano le dijo: «¿Es que no son verdad esas cosas que oíste?». «Sí Padre, son verdad, pues el hermano que me las ha dicho es fiel».
Y el abad Pastor le dijo: «No es digno de confianza el que te lo dijo, pues si fuese fiel no hubiera hablado así.
Dios oyó el clamor de Sodoma, pero no lo creyó hasta que bajo y lo vio con sus ojos». (Gén 18). Y el hermano respondió: «Yo también lo vi con mis ojos». Al oír estas palabras el anciano miró al suelo, tomó una brizna de hierba y pregunto al hermano: «¿Qué es esto?». «Hierba».

Luego el anciano miró el techo de la celda y le dijo: «¿Qué es aquello?». «Una viga que sostiene el techo de la celda». Y dijo el abad: «Mere en tu corazón que tus pecados son como esa viga y los del hermanos de quien me hablas como esa brizna de hierba».

El abad Sisoés al conocer esta respuesta, se admiró mucho y dijo: «¿Cómo podemos felicitarte, abad Pastor? Eres una piedra preciosa, pues tus palabras están llenas de gracia y de gloria».

38 Los sacerdotes de la región vinieron un día a visitar a los monjes de los monasterios vecinos. En uno de ellos vivía el abad Pastor. Se le presentó el abad Anub y le dijo: «Pidamos a estos sacerdotes que reciban en caridad con nosotros los dones de Dios».
El abad Pastor, que estaba de pie, no le contestó y el abad Anub salió muy triste. Los que estaban sentados junto al abad Pastor le dijeron: «¿Por qué no le has respondido?» y el abad les dijo: «No me toca a mi. Yo ya estoy muerto y los muertos no hablan. No me consideréis como si estuviese entre vosotros».

39 Un hermano salió en peregrinación del monasterio del abad Pastor y llegó a la celda de un anacoreta. Era hombre de gran caridad con todos y venían muchos a verle. El hermano le contó muchas cosas del abad Pastor y al conocer su virtud el eremita quiso visitarle. El hermano llegó a Egipto y algún tiempo después llegó a este país en peregrinación el citado ermitaño y se presentó ante aquel hermano que le había visitado anteriormente, pues éste le había indicado dónde moraba. Al ver al ermitaño, el hermano se extrañó y se llenó de alegría.

El anacoreta le dijo: «Muestra tu caridad para conmigo y llévame al abad Pastor».
El hermano lo llevó a su presencia y lo presentó diciendo: «Un hombre ilustre, de gran caridad y muy honrado en su país ha venido con el deseo de verte».
El anciano Pastor le recibió amablemente y después de saludarle se sentaron. El peregrino empezó a hablar de las Sagradas Escrituras y de cosas espirituales y celestiales, pero el abad Pastor le volvió el rostro y no le respondió palabra. Al ver que no le hablaba, el eremita salió muy triste y dijo al hermano que le había acompañado: «He hecho el viaje en balde.v he venido a ver al anciano y no se digna hablarme».

El hermano entró en la celda del abad Pastor y le dijo: «Padre, este ilustre varón tan célebre en su país, ha venido por ti, ¿por qué no le hablas?».
Y el anciano le contestó: «Es un hombre de arriba y habla de cosas del cielo. Yo soy de abajo y hablo de cosas de la tierra. Si me hubiese hablado de pasiones del alma ciertamente le hubiera respondido, pero si me habla de cosas espirituales, yo no sé de esas cosas».

El hermano salió y dijo al eremita: «El anciano no habla fácilmente de la Escritura, pero si le hablas de las pasiones del alma responderá». El anacoreta, conmovido, entró de nuevo y dijo al abad: «Padre, ¿qué debo hacer, pues me dominan las pasiones?».

El anciano le miró con alegría y le dijo: «Bienvenido seas ahora. Te hablaré de ello y oirás cosas interesantes». El otro, muy edificado, decía: «Éste es el camino de la caridad». Y se volvió a su país dando gracias a Dios por haber merecido ver y conversar con un varón tan santo




40 Un hermano dijo al abad Pastor: «He cometido un gran pecado y quiero hacer penitencia durante tres años». El abad le dijo: «¡Es mucho tiempo!». Y le dijo el hermano: «¿Me aconsejas que haga tan sólo un año?». «Es mucho», fue de nuevo la respuesta del anciano.
Los presentes decían: «¿Acaso bastarán cuarenta días?».

El anciano dijo de nuevo: «Es mucho tiempo». Y añadió: «Creo que cuando un hombre se arrepiente de todo corazón y no vuelve a cometer el pecado del que se arrepiente, Dios se contenta con tres días de penitencia».

41 El abad Amón consultó en cierta ocasión al abad Pastor acerca de los pensamientos impuros y sobre los vanos deseos que nacen en el corazón del hombre. El anciano le respondió: «¿Acaso se jacta el hacha frente al hombre que corta con ella? (Is 10,15). Pues bien, tú no alargues tu mano a ellos y resultarán inofensivos».

42 Sobre el mismo asunto le consultó el abad Isaías, y el abad Pastor le dijo: «Los vestidos encerrados en un baúl durante largo tiempo, se apolillan. Lo mismo ocurre a los pensamientos de nuestro corazón.
Si no los ponemos por obra físicamente, desaparecen o se apolillarán con el tiempo».

43 Sobre el mismo tema le preguntó el abad José, y el abad Pastor le respondió: «Si se encierra en un recipiente una serpiente o un escorpión y se cubre el recipiente, al cabo de cierto tiempo los animales mueren. Lo mismo ocurre con los malos pensamientos que el demonio hace germinar en nosotros; con paciencia, poco a poco, aquel que los padece consigue ahogarlos».

44 El abad José preguntó un día al abad Pastor: «¿Cómo hay que ayunar?». Y le contestó: «Me gusta que el que se alimenta coma con regularidad, pero privándose un poco para no saciarse». Y le dijo el abad José: «Pero cuando eras joven ¿no ayunabas dos días seguidos?». Y le respondió el anciano: «Créeme, he ayunado durante tres días y durante una semana, pero todo esto lo experimentaron los ancianos más notables y descubrieron que es bueno comer todos los días, privándose un poco cada día. Y nos dejaron este camino real, que es más llevadero y más fácil»

45 Dijo el abad Pastor: «No vivas en un lugar donde veas que existen algunos que te tienen envidia. No harás allí ningún progreso en la virtud».

46 Un hermano vino al abad Pastor y le dijo: «Siembro mi campo y reparto mi cosecha». Y el anciano le dijo: «Haces una buena obra». El hermano salió enfervorizado y multiplicó su trabajo y sus limosnas.
Lo oyó el abad Anub y dijo al abad Pastor: «¿No tienes temor de Dios para hablar así a ese hermano?». Y el anciano calló.

Dos días después el abad Pastor mandó llamar al hermano y le dijo en presencia del abad Anub: «¿Qué me preguntaste el otro día?, porque estaba distraído». El hermano replicó: «Te dije que siembro mi campo y reparto lo que recojo».

Y le respondió el abad Pastor: «Creía que se trataba de un hermano tuyo seglar, pero sí se trata de ti, ese no es negocio de un monje». El hermano al oírlo se entristeció mucho y dijo: «No hago, ni sé hacer otra cosa mas que ésta, ¿y no voy a poder sembrar mi campo?».

Cuando marchó el hermano, el abad Anub pidió perdón al abad Pastor, y éste le dijo: «Desde el principio sabia que no era ése negocio de monje, pero de acuerdo con sus disposiciones le animé a crecer en caridad. Pero ahora se va triste, y seguirá haciendo el mismo trabajo porque no sabe hacer otra cosa».

47 Un hermano preguntó al abad Pastor: «¿Qué significa aquella Escritura: "¿Todo aquel que se encolerice contra su hermano sin motivo?"». (Mt 5,22). Y respondió: «En todo aquello con lo que te haya querido ofender tu hermano, mientras no te arranques tu ojo derecho y lo arrojes, sin motivo te enfadas con él. Pero si alguno quisiera apartarte de Dios, entonces enfádate con él».

48 Decía el abad Pastor: «Si un hombre peca y no lo niega, sino que lo reconoce y dice: "He pecado", no le reprendas, pues destruirás su buen propósito. Por el contrario, dile más bien: "No te entristezcas, hermano, ten cuidado en adelante" y anímale a hacer penitencia».

49 El abad Pastor dijo: «La prueba es un bien. Las pruebas hacen a los hombres más experimentados».




50 Dijo también: «El que enseña una cosa y no hace lo que enseña, se parece a un pozo que sacia y limpia a los demás y no puede lavarse a sí mismo. Todas las impurezas e inmundicias se quedan en él». 

51 Decía también: «Es hombre aquel que se conoce a sí mismo». Y añadió: «Hay personas que parecen guardar silencio, pero su corazón condena a los demás. En realidad están hablando sin cesar. Otros hablan desde la mañana hasta la noche y sin embargo guardan silencio». Esto dijo porque él nunca hablaba más que para el provecho de los que oían. 

52 Dijo también: «Supongamos que tres hermanos viven juntos. Uno de ellos practica a la perfección la hesyquia y el recogimiento. El otro está enfermo pero da gracias a Dios. El tercero, con sincero corazón sirve a los otros dos. Pues bien, los tres son semejantes en el premio de su vida, como si los tres hiciesen lo mismo». 

53 Decía también: «El mal nunca ha expulsado al mal. Si alguno te hace algún mal, hazle tú un bien, para destruir su mal con tu buena acción». 

54 Dijo también: «El que se queja, no es monje. Devolver mal por mal no es propio de un monje. El iracundo, no es monje». 

55 Un hermano vino al abad Pastor y le dijo: «Me vienen muchos malos pensamientos y me pongo en peligro». Entonces el anciano le empujó hacia el aire libre y le dijo: «¡Despliega tu vestido y encierra en él el aire!». El hermano respondió: «¡No puedo hacer tal cosa!». Y repuso el anciano: «Pues si no puedes hacer eso, tampoco puedes impedir que te vengan los malos pensamientos, pero lo que si puedes hacer es resistirlos». 

56 Un hermano vino al abad Pastor y le hizo la siguiente consulta: «Me acaban de enviar la parte de la herencia que me corresponde, ¿qué hago con ella?». El abad Pastor le dijo: «Vete y vuelve dentro de tres días y entonces te contestaré». El hermano volvió el día señalado, y el anciano le dijo: «¿Qué quieres que te diga hermano? Si te digo que lo des a una iglesia, los clérigos se lo gastarán en suculentas comidas. Si te aconsejo que se lo des a tus familiares, no tendrás recompensa alguna. Pero si te recomiendo que se lo des a los pobres, te sentirás seguro. Vete y haz lo que quieras, yo no tengo ningún interés en este asunto». 

57 Dijo también: «Si te viene un pensamiento relativo a lo que es necesario para la vida del cuerpo y lo satisfaces una primera vez y más tarde una segunda, ¿qué hay que hacer si vuelve por tercera vez? No le prestes atención pues es un pensamiento vano». 

58 Un hermano preguntó al abad Pastor: «Si veo una cosa, ¿crees que debo decirla?». El anciano le respondió: «Escrito está: "El que responde antes de escuchar se busca necedad y confusión" (Prov 18,13). Habla si te preguntan. Si no te preguntan, calla». 

59 El abad Pastor contó este dicho del abad Amón: «Hay personas que llevan un hacha toda su vida y son incapaces de talar un árbol. Otros saben cortar y con pocos golpes derriban un árbol. Este hacha, añadía, es la discreción».