Cap XI De la vigilancia 41 -54



41 Decía un anciano: «El soldado y el cazador que salen a su trabajo, no piensan si éste está herido y aquel otro sano. Cada uno lucha por si solo. Así debe proceder el monje».

 42 Un anciano dijo: «Nadie puede herir al que está al lado del emperador. Tampoco Satanás puede hacernos el menor daño si nuestra alma está unida a Dios, pues escrito está: "Volveos a mí y yo me volveré a vosotros (Za 1,3). Pero como con frecuencia nos envanecemos, el enemigo se apodera de nuestra miserable alma y la arroja en el fango de las pasiones».

43 Un hermano dijo a un anciano: «No siento ninguna lucha en mi corazón». Y el anciano le respondió: «Eres como la puerta de una ciudad. Entra todo el que quiere y por donde quiere y sale cuando quiere y como quiere, sin que tú te enteres de nada de lo que hacen. Si tuvieras una puerta bien cerrada y si impidieses la entrada a los malos pensamientos, los verías estar en pie fuera y luchando contra ti». 

44 Se cuenta de un anciano que cuando sus pensamientos le decían: «Descansa hoy, mañana harás penitencia», él les contradecía diciendo: «No, hoy hago penitencia; mañana haré la voluntad de Dios»

45 Un anciano decía: «Si no vigilamos nuestro exterior es imposible guardar nuestro interior».

 46 Dijo un anciano: «Tres son las artimañas de Satanás que preceden a todos los pecados: la primera es el olvido, la segunda la negligencia, la tercera la concupiscencia. Porque si viene el olvido engendra negligencia, de la negligencia nace la concupiscencia y ésta hace caer al hombre. Pero si la mente vigila para no caer en el olvido, no caerá en la negligencia. Si no es negligente, no sentirá la concupiscencia. Si no le domina la concupiscencia, no caerá nunca con la gracia de Dios».

 47 Un anciano decía: «Aplícate al silencio y no pienses cosas vanas. Acostado o levantado date a la meditación, con temor de Dios. Si esto haces no temerás el ataque de los enemigos»

48 Decía un anciano a un hermano: «El diablo es el enemigo y tú eres la casa. El enemigo no cesa de arrojar sobre ti todo lo sucio que encuentra, y de volcar sobre ti todas sus inmundicias. A ti te toca no descuidarte y echar fuera todo lo que él te arroja. Si te descuidas, tu casa se llenará de basura y no podrás entrar en ella. Por eso, desde el principio, elimina, poco a poco, lo que él te arroje, y tu casa estará limpia por la gracia de Cristo».

 49 Uno de los ancianos dijo: «Cuando a un animal se le tapan los ojos, da vueltas alrededor del molino, porque si tuviese los ojos descubiertos no daría vueltas. También el diablo, cuando consigue cegar los ojos del hombre, lo humilla con toda clase de pecados. Pero si no se cierran los ojos, es más fácil escapar de él»

50 Decían los ancianos: «Siete monjes moraban en el monte del abad Antonio. Cuando llegaba el tiempo de los dátiles uno de ellos se encargaba de espantar a los pájaros. Y uno de aquellos ancianos, el día que le tocaba guardar los dátiles, gritaba: "Salid de dentro los pensamientos malos, y pájaros, ¡fuera!"».

 51 Un hermano de las Celdas preparó las palmas, pero al sentarse para hacer las esteras le vino el pensamiento de ir a visitar a un anciano. Y reflexionando interiormente dijo: «Iré dentro de unos días». 
Y de nuevo le insinuaba su pensamiento: «¿Y si muere entre tanto, qué harás?». «Iré ahora a hablar con él, aprovechando el verano». Pero de nuevo pensó: «No es ahora el momento. Cuando hayas cortado los juncos para las esteras, entonces será la ocasión». Y de nuevo se dijo: «Extiendo estas palmas y voy». Y pensó otra vez: «Hoy hace buen día». Se levantó, dejó las palmas en agua, tomó su melota y marchó. Tenía por vecino de celda un anciano que leía los corazones y al verle caminar con tanta prisa le gritó: «¡Prisionero, prisionero!, ¿dónde vas tan corriendo? Ven aquí». Y cuando llegó donde estaba, le dijo el anciano: «Vuelve a tu celda»

El hermano le contó el vaivén de su pensamiento y luego volvió a su celda. Entró en ella, se postró en tierra e hizo una metanía. Hecho esto los demonios empezaron a gritar con grandes voces: «¡Nos has vencido, monje, nos has vencido!». La estera sobre la que se había postrado pareció incendiarse y los demonios desaparecieron como el humo. Así el hermano aprendió sus malas artes. 

52 Un anciano se moría en Scitia y los hermanos rodeaban su lecho. Le vistieron su hábito llorando, pero el abrió los ojos y se echó a reír. Y esto mismo se repitió tres veces. Al verlo los hermanos le preguntaron: «Padre, ¿por qué nosotros lloramos y tú te ríes?». 
El les dijo: «He reído la primera vez porque vosotros tenéis miedo a la muerte. La segunda porque no estáis preparados. La tercera porque paso del trabajo al descanso, y vosotros lloráis»
Dichas estas palabras cerró los ojos y descansó en el Señor. 

53 Un hermano de una de las celdas vino a uno de los Padres y le dijo que sus pensamientos le atormentaban. El anciano le dijo: «Has arrojado por tierra esa herramienta maravillosa que es el temor de Dios y tienes en la mano una vara de caña, que son los malos pensamientos. Toma en ella más bien el fuego del temor de Dios y cuando se te acerque el mal pensamiento, arderá como caña en el fuego del temor de Dios. El mal no tiene ningún poder contra los que temen a Dios»

54 Uno de los Padres decía: «No puedes amar sí antes no has odiado. Porque si no. odias al pecado, no podrás cumplir con la justicia, pues escrito está: "Apártate del mal y obra el bien" (Sal 37,27). 
Porque en todo esto lo que importa es la voluntad del alma. Adán, estando en el paraíso, desobedeció el mandamiento del Señor, mientras que Job, sentado en su estercolero, lo observó. Por eso Dios sólo busca en el hombre su buena voluntad para que le posea siempre»