21 Preguntado el abad Pastor acerca de las faltas, respondió: «Si practicas una ascesis enérgica en el temor de Dios y eres vigilante, no encontrarás en ti faltas».
22 Cuando el abad Pastor se preparaba para el Oficio, se sentaba antes durante una hora, para aclarar sus pensamientos. Y luego salía.
23 El abad Pastor contaba que un hermano fue a preguntar al abad Paisio: «¿Qué debo hacer por mi alma que se ha vuelto insensible y no teme a Dios?».
Y el anciano le dijo: «Vete, únete a un hombre temeroso de Dios, y su compañía te enseñará a temer a Dios».
24 Dijo también: «El temor de Dios es principio y fin. Está escrito: "Principio del saber el temor de Yahvé" (Sal 110,10).
Y cuando Abraham terminó su altar, le dijo el Señor: "Ahora ya sé que eres temeroso de Dios"». (Gén 22,12).
25 Decía también el abad Pastor: «Huye del hombre que en la conversación no cesa de discutir».
26 Dijo también: «En cierta ocasión, conté al abad Pedro, discípulo del abad Lot: "Cuando estoy en la celda mi alma está en paz. Viene un hermano, me cuenta lo que sucede fuera y se turba mi alma".
Y el abad Pedro me dijo que el abad Lot, a esa misma pregunta le había respondido: "Tu llave es la que abre mi puerta". Y que él le había preguntado: "¿Qué significan estas palabras?". Y él contestó: "Si viene a verte un hermano y tú le preguntas: ¿Cómo estás, a dónde vienes, qué tal estos y aquellos hermanos, te han recibido bien o no?', entonces abres la puerta de la boca de tu hermano y escuchas lo que no quieres".
"Así es, le dije yo, pero ¿qué tengo que hacer cuando venga a mi celda un hermano?". Y me dijo el anciano: "El penthos es una doctrina universal. Donde no existe el penthos es imposible guardar el alma". Y yo le dije entonces: "Cuando estoy en mi celda el penthos está conmigo, pero sí viene a yerme alguno o salgo de mi celda, ya no lo encuentro".
Y el anciano contestó: "Todavía no tienes dominio sobre el penthos, sino que dispones de él en algunas ocasiones". Y le pregunté: "¿Qué significa eso?". Y me dijo el abad Lot: "Si el hombre lucha con todas sus fuerzas para lograr una cosa, si la busca, a cualquier hora que la necesite la encontrará"».
27 Un hermano dijo al abad Sisoés: «Quiero guardar mi corazón». Y él le respondió: «¿Cómo podremos guardar nuestro corazón, si nuestra lengua encuentra la puerta abierta?».
28 El abad Silvano moraba en el monte Sinaí. Un día, su discípulo, que quería ausentarse para cierto negocio suyo, le dijo: «Deja correr el agua y riega el huerto».
El abad Silvano salió para dar suelta al agua, y cubriéndose el rostro con su capucha, por lo que no veía más allá de sus pies. Un hombre le vio de lejos y se dio cuenta de lo que hacía. Se le acercó y le preguntó: «Dime, Padre, ¿por qué te cubres el rostro con el capuchón para regar el huerto?». Y el anciano le dijo: «Para que mis ojos no vean los árboles, y así mi mente no se distraiga al mirarlos y descuide mi trabajo».
29 Preguntó el abad Moisés al abad Silvano: «¿Puede el hombre, todos los días, iniciar su conversión?». El abad Silvano le respondió: «Si el hombre es laborioso, cada día y a cada hora, puede iniciar su conversión».
30 Los hermanos preguntaron un día al abad Silvano qué método había seguido para alcanzar una tal prudencia. Y respondió: «Nunca permití entrar en mi corazón un pensamiento que me irritase».
31 El abad Serapión decía: «Los soldados que están delante del emperador no pueden mirar ni a derecha ni a izquierda. Lo mismo el monje cuando está en presencia de Dios y se aplica continuamente en su temor, ninguna amenaza del enemigo le podrá asustar».
32 Santa Sinclética decía: «Seamos vigilantes. Los ladrones penetran por los sentidos de nuestro cuerpo, aunque nosotros no queramos. ¿Cómo dejará de ennegrecerse la casa, si el humo exterior encuentra las ventanas abiertas?».
33 Dijo también: «Hay que estar armado por todas partes contra los demonios. Porque entran desde fuera, se mueven dentro y nuestra alma lo tiene que sufrir todo. Lo mismo que un barco se ve, a veces, sacudido por la enorme masa de las olas, desde el exterior, y otras veces se ve arrastrado al fondo por el peso del agua que se mete en su interior, también nosotros nos perdemos por nuestras malas obras externas unas veces y otras nos vemos arruinados por la malicia de nuestros pensamientos. Conviene, por tanto, que vigilemos no sólo los ataques exteriores de los espíritus inmundos, sino que arrojemos también la inmundicia de nuestros pensamientos interiores».
34 Decía también: «No tenemos seguridad en este mundo. El apóstol nos dice: "Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga". (1 Co 10, 12). Navegamos en la incertidumbre, porque como dice el Salmista: en el mar hay sitios llenos de peligros y sitios tranquilos. Nosotras, parece ser que navegamos por zonas tranquilas y los del mundo por zonas peligrosas. Además, nosotras caminamos de día guiadas por el sol de justicia, mientras ellos navegan en la noche de la ignorancia. Sin embargo, ocurre a menudo que la gente del mundo, que navega en la tempestad y en la oscuridad, salva su nave gritando a Dios y vigilando, por temor al peligro. Y nosotras, instaladas en la tranquilidad, nos hundimos por nuestra negligencia abandonando el timón de la justicia».
35 El abad Hiperequios dijo: «Piensa siempre en el Reino de los Cielos, y pronto lo tendrás en heredad».
36 Dijo también: «Que la vida del monje sea imitación de los ángeles, es decir, que queme y consuma los pecados».
37 Decía el abad Orsisio: «Pienso que si el hombre no guarda su corazón, se olvidará de lo que oye y ve, y se descuidará. Y finalmente el enemigo, encontrando sitio dentro de su alma, le suplantará. Una lámpara en la que se ha preparado aceite y una mecha, dará luz. Pero si por negligencia no se puso aceite, poco a poco se apagará y las tinieblas podrán más que ella. Si llega un ratón y quiere roer la mecha, mientras no esté completamente apagada no lo puede hacer a causa del calor del fuego. Pero si ve que la mecha se ha apagado y ya no conserva el calor del fuego, al querer llevarse la mecha, tirará al suelo también la lámpara. Si la lámpara es de barro se romperá, pero si es de bronce su dueño puede repararla. Lo mismo ocurre con el alma negligente. Poco a poco el Espíritu Santo se aparta de ella, hasta que se apaga del todo su fervor. Entonces el enemigo consume y devora los buenos deseos del alma y arruina ese cuerpo de pecado. Pero si el hombre, por el amor que tiene a Dios, es bueno y sencillamente se ha visto arrastrado por la negligencia, Dios, que es infinitamente misericordioso, aviva en él su espíritu y el recuerdo de las penas preparadas para los pecadores en el siglo venidero y cuida de que sea vigilante y en adelante preceda con suma cautela, hasta el día de su venida».
38 Un anciano vino a ver a otro anciano y mientras hablaban, uno de ellos dijo: «Yo estoy muerto al mundo». Y el otro le contestó: «No te fíes de ti hasta que hayas salido de este cuerpo, pues aunque tú digas de ti que estás muerto, Satanás no está muerto».
39 Decía un anciano: «El monje debe, cada día, por la mañana y por la tarde, pensar qué ha hecho y qué no ha hecho de lo que Dios quiere. Así debe examinar el monje toda su vida y hacer penitencia. Así vivió el abad Arsenio».
40 Dijo un anciano: «El que pierde oro o plata, puede recuperarlo. Pero el que desaprovecha una ocasión, no la volverá a encontrar».