Cap. X De la discresión-81-95

 


81 Se le preguntó a un anciano: «¿Qué camino es ese que se lee en la Escritura: "¡Qué estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida!"». (Mt 7,14). Y el anciano contestó: «El camino angosto y estrecho es hacerse violencia y quebrantar por amor de Dios su propia voluntad». Es lo que está escrito de los Apóstoles: "Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido"». (Mt 19,27).

 82 Decía un anciano: «Como el estado del monje es superior al del seglar, así también el monje peregrino debe ser en todo un espejo para los monjes sedentarios». 

83 Uno de los Padres decía: «Si un buen obrero se queda en un lugar donde no existen obreros, no puede progresar en su oficio. Lo único que podrá hacer es esforzarse para no olvidar lo que sabe. Pero si un perezoso vive con un buen operario, progresará. Y si no adelanta, por lo menos no va hacia atrás»

84 Dijo un anciano: «El hombre que habla, pero no tiene palabras, se parece a un árbol cubierto de hojas, pero que no tiene frutos. Así como un árbol que está lleno de frutos, también tiene hojas, de igual modo, el hombre que hace obras buenas, hablará en consecuencia».

 85 Contaba un anciano que un hermano cometió un pecado grave. Movido a penitencia fue a contarlo a un anciano, pero no le confesó su falta, sino que le preguntó: «¿Si a uno le vienen tales pensamientos, se salvará?». El anciano, que carecía de discernimiento, le respondió: «Ha perdido su alma». Al oírlo el hermano se dijo: «Si he p erdido mi alma me vuelvo al mundo». Pero en el camino, decidió ir a abrirse con el abad Silvano, que era famoso por su discreción. Fue a verle, pero tampoco le contó su pecado, sino que le dijo lo mismo que al primero, es decir: «¿Si a uno le vienen tales pensamientos, se salvará?». 

 El abad Silvano abrió su boca y, apoyándose en la Escritura, le dijo: «No se trata de juzgar los pensamientos, sino el pecado». Al oír estas palabras el hermano se animó, y recuperada la esperanza le confesó su culpa. Después de escucharle el abad Silvano, como buen médico, le puso en el alma una cataplasma hecha de sentencias de  Sagrada Escritura, que aseguran que la penitencia es posible para aquellos que de verdad se convierten a Dios por un amor verdadero. 

Después de algunos años, el abad Silvano encontró a aquel anciano que había desanimado al hermano. Le contó lo sucedido y añadió: «Aquel hermano, que se desesperó con tu respuesta y se volvía al mundo, es hoy una espléndida estrella en medio de los hermanos». He contado esta historia, para que sepamos el gran peligro que se corre cuando uno manifiesta sus pensamientos, o sus faltas, a uno que carece de discreción.

86 Decía un anciano: «No nos condenamos porque entren en nosotros malos pensamientos, sino porque hacemos mal uso de ellos. Sucede que naufragamos por causa de unos pensamientos, pero también que somos coronados por causa de ellos»

87 Un anciano dijo: «No des ni recibas nada de la gente del mundo. No tengas trato con mujeres ni demasiada familiaridad con los niños»

88 Un hermano preguntó a un anciano: «¿Qué debo hacer, porque me tientan muchos pensamientos y no sé cómo resistirlos?». Y el anciano le dijo:No luches contra todos, sino contra uno solo. Todos los pensamientos del monje tienen una sola cabeza. Es necesario examinar cuál y de qué naturaleza es ese pensamiento, y luchar contra él. De ese modo todos los demás pensamientos pierden su fuerza». 

89 Decía un hermano a propósito de los malos pensamientos: «Por amor de Dios, hermanos, reprimamos los malos pensamientos como reprimimos las malas obras».

90 Un anciano dijo: «El que quiere vivir en el desierto debe ser maestro. El que necesita ser enseñado puede recibir daño en ese género de vida»

91 Un hermano preguntó a un anciano: «¿Cómo puedo encontrar a Dios? ¿En los ayunos, en el trabajo, en las vigilias o en la misericordia?». Y el anciano le contestó: «En todas esas cosas que has enunciado y en la discreción. Porque te digo que muchos castigaron su carne, pero como lo hicieron sin discreción se fueron con las manos vacías. Nuestra boca huele mal a causa del ayuno, sabemos toda la Escritura y recitamos de memoria a David; pero no tenemos lo que Dios busca, es decir, humildad». 

92 Un hermano dijo a un anciano: «Padre, pregunto a los ancianos y me hablan de la salvación de mi alma, pero no retengo nada de sus palabras. ¿Para qué me sirve preguntarles si no saco ningún provecho? ¡Estoy totalmente echado a perder!». Había allí dos vasos vacíos. El anciano le dijo: «Toma uno de estos vasos, llénalo de aceite, quema dentro estopa, vacía el vaso y ponlo en su sitio». Así lo hizo. Y el anciano le dijo: «Haz lo mismo otra vez». Y después de que repitiera la misma operación varias veces, le dijo el anciano: «Trae los dos vasos y mira cuál de los dos está más limpio». Y respondió el hermano: «Aquel en el que he puesto el aceite». «Lo mismo le sucede al alma, dijo el anciano, que pregunta. Aunque no retenga nada de lo que oye, se purifica más que la que no hace preguntas». 

93 Un hermano practicaba la1hesyquia en su celda y los demonios quisieron seducirle «sub especie» de ángeles que le invitaban a acudir a la «synasis», y para ello le enseñaban una luz. Pero el hermano fue a ver a un anciano y le dijo: «Padre, los ángeles vinieron con una luz y me persuaden para que vaya a la synasis». Y el anciano le aconsejó: «No les escuches, hijo mío, que son demonios. Cuando vengan a molestarte, diles: "Yo me levanto cuando quiero, pero a vosotros no os escucho"». 

 Con el consejo del anciano el hermano volvió a su celda. La noche siguiente volvieron los demonios y le seducían según su costumbre. Él, como le habían mandado, respondió diciendo: «Yo voy cuando quiero; a vosotros no os escucho». Ellos le dijeron: «Ese mal viejo, ese mentiroso, te ha seducido. Un hermano vino para que le prestase dinero y le dijo que no tenía y no le dio nada, y era mentira, porque sí tenía dinero. Ya ves que es un mentiroso». Al amanecer el hermano volvió al encuentro del anciano y se lo contó. El anciano le contestó: «Es verdad que tenía dinero, y que vino un hermano para que se lo prestase, y no se lo di porque sabía que si se lo daba dañaría a su alma: preferí faltar a un mandamiento que quebrantar diez. Hubiéramos podido tener muchas molestias por su causa si hubiera recibido dinero de mí. Tú no escuches a los demonios que quieren seducirte». Y muy confortado con las palabras del anciano, el hermano volvió a su celda.

94 Un día, tres hermanos vinieron a ver a un anciano de Scitia. Uno de ellos le dijo: «Padre, he aprendido de memoria el Antiguo y el Nuevo Testamento». El anciano le contestó: «Has llenado el aire de palabras». El segundo le dijo: «He copiado a mano todo el Antiguo y el Nuevo Testamento». Y el anciano le respondió: «Has llenado de papeles tus venas». El tercero dijo: «En mi hogar ha crecido la hierba». Y el anciano contestó: «Has echado de ti la hospitalidad»

95 Contaban los Padres que un anciano muy venerable, si venia alguno a consultarle alguna cosa, le decía con gran seguridad: «Mira que ocupo el lugar de Dios y que actúo como juez, ¿qué quieres que haga por ti? Si vienes a decirme: "Ten piedad de mí", Dios te dice: "Si quieres que yo tenga piedad de ti, ten tú piedad de tus hermanos y yo la tendré de ti. Si quieres que te perdone, perdona tú a tu prójimo". ¿Acaso va a ser Dios quien te ponga pleito? Seguro que no. Si queremos salvamos, la salvación depende de nosotros».