Cap. X- 21 al 35 De la discresión


 

21 Un día que el abad Efrén pasaba por la ciudad, una prostituta que había sido enviada por alguno, empezó a halagarle, deseando, si fuera posible, arrastrarlo al pecado, y si no lo conseguía, por lo menos  inducirle a la ira, ya que nadie le había visto nunca airado, ni tampoco disputar con otra persona. El le dijo: «Sígueme». Y la llevó a una plaza llena de gente donde le dijo: «Ven aquí para que satisfaga tus deseos».

Ella, al ver tanta gente dijo: «¿Cómo vamos a fornicar aquí, delante de tanta gente? Seria muy vergonzoso». Y el abad le respondió: «Si te da vergüenza delante de los hombres, ¿cuánto más debemos avergonzarnos delante de Dios que "ilumina los secretos de las tinieblas"». (1 Cor 4,5).

La mujer se retiró avergonzada y sin poder lograr sus perversos propósitos.

22 Unos hermanos se acercaron un día al abad Zenón y le preguntaron: «¿Qué significa eso que está escrito en el libro de Job: "Ni los cielos son puros a los ojos de Dios?"». (Job 15,15). El anciano respondió: «Los hombres dejan de contemplar sus pecados para mirar al cielo.
Por tanto, este es el significado de lo que preguntáis: "Sólo Dios es puro, y por eso el cielo no es puro delante de El"».


23 Decía el abad Teodoro de Fermo: «Si un amigo tuyo cae en un pecado de impureza, si puedes dale una mano y levántalo. Pero si cae en un error contra la fe y no te escucha, apártate en seguida, rechaza su amistad, no sea que si te demoras te arrastre con él al abismo».

24 El mismo abad Teodoro fue a ver al abad Juan, que era eunuco de nacimiento. Durante la conversación dijo el abad Teodoro: «Cuando vivía en Scitia nuestra tarea principal era el alma, el trabajo manual era secundario. Mas ahora el trabajo del alma se hace como de pasada».

25 Un padre vino un día al abad Teodoro y le dijo: «Un hermano se ha vuelto al mundo». «No te extrañes de eso, le respondió el abad Teodoro. Admírate si oyes alguna vez que un hermano consiguió huir de las garras del enemigo».

26 El mismo abad Teodoro decía: «Muchos eligen descansar aquí abajo, antes de que Dios le conceda el descanso».

27 Decían del abad Juan, el enano, que dijo un día a su hermano mayor: «Quiero estar seguro y sin preocupaciones como los ángeles, que no trabajan y sirven continuamente a Dios». Se quitó sus vestidos y se fue al desierto. Al cabo de una semana volvió y llamó a la puerta de su hermano. Este, sin abrir, preguntó: «¿Quién eres?».
«Soy yo, Juan» respondió. Y su hermano le contestó: «Juan se ha convertido en ángel y ya no está entre los hombres». Pero él insistía: «Soy yo». Pero no le abrió y le dejó que sufriera un buen raro. Luego le abrió y le dijo: «Si eres hombre, tienes necesidad de trabajar para vivir, pero si eres ángel, ¿por qué tienes necesidad de entrar en la celda?». Juan hizo una metanía diciendo: «Hermano, perdóname porque he pecado».

28 Un día unos ancianos entre los que se encontraba Juan, el enano, vinieron a Scitia. Y mientras comían, un sacerdote muy venerable se levantó para ofrecer a cada uno un vaso de agua. Pero nadie consintió en ello más que Juan el enano. Los otros se extrañaron y le dijeron: «¿Cómo tú, el más pequeño de todos, te has dejado servir por este anciano tan venerable?».

Y Juan le contestó: «Cuando me levanto para ofrecer agua, me alegra que todos beban, pues así recibiré mi recompensa. Por esa misma razón he aceptado, para que el que se levantó a servir recibiera su recompensa y no se sintiera triste porque nadie aceptara». Al oírle todos se admiraron de su discreción.

29 Un día el abad Pastor preguntó al abad José: «¿Qué debo hacer cuando me vienen tentaciones: resisto o las dejo entrar?». El anciano le dijo: «Déjalas entrar y lucha contra ellas».

Pastor volvió a su celda a Scitia. Y llegó allí un monje de la Tebaida que contó a los hermanos que había preguntado al abad José: «¿Cuando me venga la tentación, resisto o la dejo entrar?». Y el abad le había dicho: «De modo alguno las dejes entrar. Arrójalas inmediatamente»

Al oír el abad Pastor la respuesta que el abad José había dado a este monje de la Tebaida, volvió a Panefo y se quejó al abad José: «Padre, yo re abrí mi corazón, y me has dado una respuesta distinta a la que le has dado a ese hermano de la Tebaida».
 Y le preguntó el anciano: «¿Sabes que re amo?».
 «Sí, lo sé», respondió Pastor
. «¿No me pediste que te dijera lo que sentía, como si se tratase de mí mismo? Pues mira: sí vienen las tentaciones y das y recibes golpes en la lucha contra ellas, sales más experimentado. Te he hablado, pues, como yo lo veo. Pero a otros no les conviene que dejen acercarse a las tentaciones, sino que deben rechazarlas inmediatamente».

30 El abad Pastor contó también: «En una ocasión fui a la Baja Heraclea para ver al abad José. Había en su monasterio una higuera espléndida y por la mañana me dijo: "Ve, coge higos y come". Era viernes y no comí por causa del ayuno y le pregunté: "En nombre del Señor: explícame por qué me has dicho: 'Ve y come. No he ido por causa del ayuno, pero estoy avergonzado por no haber cumplido tu orden, pues pienso que no me lo has mandado sin una razón para ello"

El me respondió: "Los Padres más antiguos, al principio, no mandan cosas razonables a sus hijos, sino más bien cosas disparatadas. Si ven que hacen esos disparares, ya sólo les mandan cosas útiles, pues han visto que obedecen en todo"».

31 Un hermano preguntó al abad José: «¿Qué debo hacer? No puedo soportar ninguna cosa penosa, ni trabajar ni dar limosna». 
«Si no puedes hacer nada de eso, guarda tu conciencia de todo mal para con el prójimo, y así te salvarás, pues Dios busca al alma que no tiene pecado».

32 El abad Isaac de Tebas decía a sus hermanos: «No traigáis niños aquí. Por causa de los niños, cuatro iglesias se han quedado vacías».

33 El abad Longinos hizo la siguiente consulta al abad Lucio: «Tengo tres mociones: la primera irme a peregrinar». Y el anciano le contestó: «Si no retienes la lengua, donde quiera que vayas no serás buen peregrino. Pero refrena aquí tu lengua y serás peregrino aquí mismo». «La segunda, dijo el abad Longinos, es romper el ayuno sólo  cada dos días».

Y el abad Lucio le respondió: «El profeta Isaías dice: "Aunque inclines tu cabeza como un junco no por ello será aceptado tu ayuno (Isaías 58,5). Guarda más bien el corazón de los malos pensamientos». Y de nuevo dijo el abad Longinos: «Mi tercer propósito es huir de la vista de los hombres» .Y le conminó el abad Lucio: «Si no enmiendas antes tu vida, viviendo entre los hombres, tampoco viviendo solo conseguirás enmendarte».

34 Decía el abad Macario: «El recordar el mal que nos han hecho los hombres, impide a nuestra mente el acordarnos de Dios. Pero si recordamos los males que nos causan los demonios, seremos invulnerables».

35 El abad Matoés decía: «Satanás ignora qué pasión seducirá más a tu alma. Por eso siembra cizaña sin saber qué cosechará. Arroja unas veces semillas de impureza, otras de maledicencia y de todas las demás pasiones.
Luego infiltra en el alma aquella pasión hacia la cual ve que se inclina más. Pues si supiera las inclinaciones del alma no sembraría en ella pasiones distintas y variadas»
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