11 Le preguntaron un día al abad Agatón: «¿Qué es mejor, el trabajo corporal o el cuidado interior del alma?». Y respondió el abad: «Los hombres son como los árboles. El trabajo corporal es como el follaje, la guardia interior del alma del fruto.
Por lo tanto, como está escrito: "Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Mt 3,10), conviene, pues, poner todo nuestro empeño en el fruto, es decir, en el cuidado del alma. Pero también tenemos necesidad de la sombra y de la belleza de las hojas, que son el trabajo corporal».
El abad Agatón era muy inteligente y laborioso. El mismo se abastecía de todo y, aunque muy asiduo en el trabajo, se contentaba con muy poco en el comer y en el vestir.
12 Tuvo lugar en Scitia una asamblea para arreglar cierro asunto. Terminada la asamblea, el abad Agatón se presentó a los hermanos y les dijo: «No habéis acertado en el juicio». Ellos le dijeron: «¿Quién eres tú y qué es lo que dices?». Y él respondió: «Soy hijo de hombre; escrito está: "¿De veras pronunciáis justicia, juzgáis según derecho a los hijos de Adán?"». (Sal 58).
13 El abad Agatón dijo: «El hombre irascible, aunque resucite muertos, no agrada a Dios por causa de su ira».
14 Un día vinieron tres ancianos a visitar al abad Aquilas y uno de ellos tenía mala fama. Uno de los hermanos dijo: «Padre, hazme una red para ir a pescar». Y el abad le dijo: «No te la hago». Y el segundo le pidió: «Sí, Padre, háznosla para que tengamos un recuerdo tuyo en nuestro monasterio». Y el abad le respondió: «No tengo tiempo». El tercer anciano, el de mala fama, le pidió: «Hazme una red para que tenga una bendición de tus manos».
Y al punto Aquilas le contestó:«Te haré una». Los dos primeros, que no habían tenido éxito en su petición, le tomaron aparte y le preguntaron: «¿ Por qué cuando nosotros te lo hemos pedido, no has querido hacerlo y en cambio a este otro le has dicho: "Te la haré"».
Y el anciano les respondió: «A vosotros os he dicho que no porque no tengo tiempo y sé que no os vais a enfadar por mi respuesta. Este otro, si le hubiera dicho que no, habría pensado: "El anciano ha sabido mi mala fama y por eso no ha querido hacerme la red"
Y por eso me he puesto enseguida a preparar el hilo necesario. Así he tranquilizado su alma para que no cayese en la tristeza»
12 Tuvo lugar en Scitia una asamblea para arreglar cierro asunto. Terminada la asamblea, el abad Agatón se presentó a los hermanos y les dijo: «No habéis acertado en el juicio». Ellos le dijeron: «¿Quién eres tú y qué es lo que dices?». Y él respondió: «Soy hijo de hombre; escrito está: "¿De veras pronunciáis justicia, juzgáis según derecho a los hijos de Adán?"». (Sal 58).
13 El abad Agatón dijo: «El hombre irascible, aunque resucite muertos, no agrada a Dios por causa de su ira».
14 Un día vinieron tres ancianos a visitar al abad Aquilas y uno de ellos tenía mala fama. Uno de los hermanos dijo: «Padre, hazme una red para ir a pescar». Y el abad le dijo: «No te la hago». Y el segundo le pidió: «Sí, Padre, háznosla para que tengamos un recuerdo tuyo en nuestro monasterio». Y el abad le respondió: «No tengo tiempo». El tercer anciano, el de mala fama, le pidió: «Hazme una red para que tenga una bendición de tus manos».
Y al punto Aquilas le contestó:«Te haré una». Los dos primeros, que no habían tenido éxito en su petición, le tomaron aparte y le preguntaron: «¿ Por qué cuando nosotros te lo hemos pedido, no has querido hacerlo y en cambio a este otro le has dicho: "Te la haré"».
Y el anciano les respondió: «A vosotros os he dicho que no porque no tengo tiempo y sé que no os vais a enfadar por mi respuesta. Este otro, si le hubiera dicho que no, habría pensado: "El anciano ha sabido mi mala fama y por eso no ha querido hacerme la red"
Y por eso me he puesto enseguida a preparar el hilo necesario. Así he tranquilizado su alma para que no cayese en la tristeza»
15 Un anciano había pasado cincuenta años sin comer pan y sin beber apenas agua. Y decía: «He matado la impureza, la avaricia y la vanagloria».
Y habiéndolo sabido el abad Abraham vino a su encuentro y le dijo: «¿Has dicho tú estas palabras?». Y el otro respondió: «Sí».
Y le preguntó el abad Abraham: «Si entras en tu celda y encuentras en tu lecho a una mujer, ¿puedes tú no pensar que se trata de una mujer?». «No, dijo el viejo, pero lucho contra mi pensamiento para no tocarla».
Y le dijo el abad Abraham: «Entonces no has matado la impureza, puesto que la pasión sigue viviendo, tan sólo la has encadenado. Y si vas por el camino y encuentras piedras, trozos de vasijas y entre ellos oro, al verlo ¿puedes tomarlo también por piedras?».
«No, volvió a responder el otro, pero resisto a la tentación de recogerlo».
E insistió Abraham: «La pasión vive, aunque está atada». Y prosiguió: «Si oyes de dos hermanos que uno te estima y habla bien de ti, el otro te odia y te calumnia, silos dos se llegan a ti, ¿recibirás a los dos de la misma manera?». «No; pero me haría violencia para tratar lo mismo al que me odia y al que me ama»
Y el abad Abraham concluyó: «Las pasiones siguen viviendo. Lo único que consiguen los santos varones es encadenarías».
16 Uno de los Padres contó que en las Celdas vivía un anciano vestido de saco y que trabajaba sin descanso. Un día se acercó a ver al abad Amonas, que al verle cubierto de saco le dijo: «Esto no re sirve de nada». Y el anciano le confió: «Me atormentan tres pensamientos: uno me empuja a retirarme a algún lugar del desierto, otro a peregrinar donde no me conozcan, un tercero a encerrarme en una celda sin ver a nadie y comiendo sólo pan cada dos días».
El abad Amonas le respondió: «No te conviene hacer ninguna de esas tres cosas. Al contrario, continúa en tu celda, come un poco todos los días teniendo en tu corazón las palabras de aquel publicano que se lee en el Evangelio (Lc 18,13), y así te podrás salvar».
17 Decía el abad Daniel: «Cuanto más fuerte está el cuerpo, más seca está el alma». Y añadía: «Cuanto más se cuida el cuerpo más frágil se torna el alma. Cuanto más frágil está el cuerpo, más cuidada está el alma».
18 El abad Daniel contó también que cuando estaba en Scitia el abad Arsenio, había allí un monje que robaba lo que tenían los ancianos.
El abad Arsenio, queriendo ganar su alma y asegurar la paz de los hermanos, lo llevó a su celda y le dijo: «Te daré todo lo que quieras, pero no robes», y le dio oro, dinero, muchas chucherías y todo lo que tenía en su cofre.
Pero el otro siguió robando, y los ancianos al ver que no se corregía lo expulsaron diciendo: «Si se encuentra un hermano que tiene una enfermedad corporal, hay que soportarlo, pero si se trata de un ladrón y avisado no se enmienda, hay que expulsarlo, por que no solamente hace daño a su alma sino que perturba a todos los que viven en ese mismo lugar».
19 El abad Evagrio, al comenzar su vida monástica, fue a visitar a un anciano y le dijo: «Padre, dime una palabra para que me salve». El anciano le respondió: «Si quieres salvarte, cuando vayas a ver a alguna persona no hables antes de que él te pregunte». Evagrio, compungido por estas palabras, pidió perdón al anciano y le dijo: «Créeme, he leído muchos libros y en ninguno de ellos encontré tanta sabiduría». Y se marchó muy aprovechado.
20 Decía el abad Evagrio: «La mente inestable y que divaga se consolida por la lectura, las vigilancias y la oración. El fuego de la concupiscencia se apaga con el ayuno, el trabajo y la vigilancia. La cólera, fuente de perturbaciones, se la reprime con salmos, dulzura y misericordia. Pero todos estos remedios deben aplicarse en el tiempo oportuno y en la medida conveniente; porque sí no se aplican oportunamente y con medida aprovechan poco tiempo. Y lo que dura poco, hará mal que bien».
Y habiéndolo sabido el abad Abraham vino a su encuentro y le dijo: «¿Has dicho tú estas palabras?». Y el otro respondió: «Sí».
Y le preguntó el abad Abraham: «Si entras en tu celda y encuentras en tu lecho a una mujer, ¿puedes tú no pensar que se trata de una mujer?». «No, dijo el viejo, pero lucho contra mi pensamiento para no tocarla».
Y le dijo el abad Abraham: «Entonces no has matado la impureza, puesto que la pasión sigue viviendo, tan sólo la has encadenado. Y si vas por el camino y encuentras piedras, trozos de vasijas y entre ellos oro, al verlo ¿puedes tomarlo también por piedras?».
«No, volvió a responder el otro, pero resisto a la tentación de recogerlo».
E insistió Abraham: «La pasión vive, aunque está atada». Y prosiguió: «Si oyes de dos hermanos que uno te estima y habla bien de ti, el otro te odia y te calumnia, silos dos se llegan a ti, ¿recibirás a los dos de la misma manera?». «No; pero me haría violencia para tratar lo mismo al que me odia y al que me ama»
Y el abad Abraham concluyó: «Las pasiones siguen viviendo. Lo único que consiguen los santos varones es encadenarías».
16 Uno de los Padres contó que en las Celdas vivía un anciano vestido de saco y que trabajaba sin descanso. Un día se acercó a ver al abad Amonas, que al verle cubierto de saco le dijo: «Esto no re sirve de nada». Y el anciano le confió: «Me atormentan tres pensamientos: uno me empuja a retirarme a algún lugar del desierto, otro a peregrinar donde no me conozcan, un tercero a encerrarme en una celda sin ver a nadie y comiendo sólo pan cada dos días».
El abad Amonas le respondió: «No te conviene hacer ninguna de esas tres cosas. Al contrario, continúa en tu celda, come un poco todos los días teniendo en tu corazón las palabras de aquel publicano que se lee en el Evangelio (Lc 18,13), y así te podrás salvar».
17 Decía el abad Daniel: «Cuanto más fuerte está el cuerpo, más seca está el alma». Y añadía: «Cuanto más se cuida el cuerpo más frágil se torna el alma. Cuanto más frágil está el cuerpo, más cuidada está el alma».
18 El abad Daniel contó también que cuando estaba en Scitia el abad Arsenio, había allí un monje que robaba lo que tenían los ancianos.
El abad Arsenio, queriendo ganar su alma y asegurar la paz de los hermanos, lo llevó a su celda y le dijo: «Te daré todo lo que quieras, pero no robes», y le dio oro, dinero, muchas chucherías y todo lo que tenía en su cofre.
Pero el otro siguió robando, y los ancianos al ver que no se corregía lo expulsaron diciendo: «Si se encuentra un hermano que tiene una enfermedad corporal, hay que soportarlo, pero si se trata de un ladrón y avisado no se enmienda, hay que expulsarlo, por que no solamente hace daño a su alma sino que perturba a todos los que viven en ese mismo lugar».
19 El abad Evagrio, al comenzar su vida monástica, fue a visitar a un anciano y le dijo: «Padre, dime una palabra para que me salve». El anciano le respondió: «Si quieres salvarte, cuando vayas a ver a alguna persona no hables antes de que él te pregunte». Evagrio, compungido por estas palabras, pidió perdón al anciano y le dijo: «Créeme, he leído muchos libros y en ninguno de ellos encontré tanta sabiduría». Y se marchó muy aprovechado.
20 Decía el abad Evagrio: «La mente inestable y que divaga se consolida por la lectura, las vigilancias y la oración. El fuego de la concupiscencia se apaga con el ayuno, el trabajo y la vigilancia. La cólera, fuente de perturbaciones, se la reprime con salmos, dulzura y misericordia. Pero todos estos remedios deben aplicarse en el tiempo oportuno y en la medida conveniente; porque sí no se aplican oportunamente y con medida aprovechan poco tiempo. Y lo que dura poco, hará mal que bien».