Cap VII De la paciencia y de la fortaleza 24




24 «¿Qué debo hacer?, preguntó un hermano a un anciano, pues mis pensamientos me impiden permanecer una hora seguida en mi celda».
Y el anciano le contestó: «Vuelve a tu celda, hijo mío, trabaja allí con tus manos, ruega a Dios sin cesar, arroja tus preocupaciones en el Señor y que nadie te induzca a salir de allí».

Y añadió: «Un joven del mundo, cuyo padre aún vivía, quería hacerse monje. Se lo pidió insistentemente a su padre pero éste no consintió.
Más tarde, agobiado por unos íntimos amigos, accedió a regañadientes. Partió el joven y entró en un monasterio. Y hecho monje empezó a cumplir con toda perfección todas las obligaciones del monasterio, ayunando todos los días.

Luego empezó a no tomar nada durante dos días y a comer una sola vez por semana. Su abad al verle se maravillaba y bendecía a Dios por esta abstinencia y este fervor.
Poco tiempo después, el hermano empezó a suplicar al abad: "Por favor, Padre, permíteme que vaya al desierto". "No pienses en ello, pues no puedes soportar esa prueba, ni las tentaciones y artimañas
del demonio. Y cuando te acometa la tentación no tendrás allí a nadie para que te ayude en las tribulaciones que descargará contra ti el enemigo". Él insistió en que le dejara marchar.

Viendo el abad que no podía retenerlo, después de hacer oración, le dejó marchar. El hermano le pidió: "Padre, concédeme que me enseñen el camino que debo seguir".

El abad le señaló dos monjes del monasterio y partieron los tres. Caminaron por el desierto un día y luego otro. Agotados por el calor se tumbaron en el suelo. Y mientras dormían un poco, vino un águila que les tocó con sus alas, se les adelantó un poco y luego se posó en tierra. Los monjes se despertaron, y al ver el águila dijeron al hermano: "Es tu ángel. ¡Levántate y síguele!".

El hermano se despidió de ellos y se llegó hasta donde estaba el águila, la cual enseguida reanudó su vuelo para posarse un estadio más allá. Y el hermano volvió a seguirla, y el águila voló de nuevo y se
posó no lejos de allí.Y esto se repitió durante tres horas. El hermano siguió al águila hasta
el momento en que giró a la derecha y desapareció. El hermano, sin embargo, continuó su camino y vio tres palmeras, una fuente y una pequeña gruta. "Éste, exclamó, es el lugar que Dios me ha preparado".

Entró y se acomodó. Comía dátiles y bebía agua de la fuente. Y vivió allí seis años sin ver a nadie. Pero un día, se le presentó el diablo bajo las apariencias de un abad viejo, de terrible aspecto. Al verlo el hermano tuvo miedo y se postró en oración. Cuando se levantó le dijo al diablo: "Oremos otra vez hermano".

Cuando se levantaron preguntó el diablo: "¿Cuánto tiempo llevas aquí?".
"Seis años", le respondió. Y le dijo el demonio: "He sido tu vecino y hasta hace cuatro días no he podido saber que vivías aquí.
Tengo mi celda no muy lejos y hace once años que no salía de ella hasta hoy, que supe que vivías tan cerca. Y me dije: 'Voy a ver a este hombre de Dios y hablemos de lo que toca a la salvación de
nuestras almas'.

Y creo hermano que no ganamos nada quedándonos en nuestras celdas, porque no recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo y temo que nos alejemos de Él si nos apartamos de estos misterios. A tres millas de aquí hay un monasterio con un sacerdote. Vayamos todos los domingos o cada dos semanas, recibamos el cuerpo y la sangre de Cristo y volvamos a nuestras celdas".

Le agradó al hermano esta recomendación diabólica y llegado el domingo vino el diablo y dijo: "Vamos, ya es hora". Y se fueron al citado monasterio donde había un sacerdote, entraron en la iglesia y se pusieron en oración.

Y al levantarse el hermano no vio al que le había traído, y pensó: "¿Dónde se habrá ido? Tal vez se haya ido a hacer sus necesidades".
Esperó un buen rato pero no volvió.
Salió fuera y como no conseguía encontrarlo, preguntó a los hermanos del monasterio: "¿Dónde está el abad que ha entrado conmigo en la iglesia?". Pero ellos le respondieron: "No hemos visto a nadie más que a ti".

Entonces cayó en la cuenta el hermano que era el demonio, y pensó:
"Mira con cuanta astucia me ha sacado el diablo de mi celda. Pero no importa, pues he venido para una buena obra. Recibo el cuerpo y la sangre de Cristo y me vuelvo a mi celda".

Acabada la misa, quiso volver a su ermita, pero el abad del monasterio le retuvo diciendo: "No te dejaremos marchar hasta que hayas comido con nosotros". Y después de comer volvió a su retiro.

De nuevo se le presentó el diablo disfrazado como un joven de mundo que empezó a examinarle de pies a cabeza, mientras decía: "¿Es éste? No, no es". Y el hermano le dijo: "¿Por qué me miras así?".
Y él le contestó: "Ya veo que no me conoces. Después de tanto tiempo, ¿cómo ibas a conocerme? Soy hijo de un vecino de tu padre. ¿Tu padre no es fulano de tal? ¿Y tu madre no se llama mengana? ¿Y tu hermana y tú no tenéis tal y tal nombre? ¿Y los criados no son éste y aquél? Tu madre y tu hermana murieron hace tres años. Tu padre acaba de morir y te ha nombrado heredero diciendo: '¿A quién dejaré mis bienes sino a mi hijo, santo varón, que dejó el mundo para seguir a Dios? Dejo a él toda mi fortuna. Si alguno teme al Señor y sabe donde está, dígale que venga a distribuir mis bienes entre los pobres para la salvación de mi alma y de la suya'. Salió mucha gente a buscarte, pero no te encontraron. Yo he venido aquí para cierto negocio y te he reconocido. No te demores, ve, vende todo y cumple la voluntad de tu padre".

El hermano contestó: "No es necesario que vuelva al mundo".
"Si no vienes, respondió el diablo, y esa fortuna se pierde, tendrás que dar cuenta delante de Dios. ¿Qué hay de malo en que vayas, repartas como buen administrador esos bienes entre los pobres y necesitados para que no se dilapide entre meretrices y gente de mal vivir lo que estaba destinado a los pobres? ¿Qué dificultad hay para que vayas, repartas las limosnas según la voluntad de tu padre y para salvación de tu alma y vuelvas a tu celda?". Y el demonio acabó por persuadir al hermano para que volviese al mundo. Le acompañó hasta la ciudad y luego le abandonó.

El hermano quiso entrar en su casa, creyendo que su padre estaba muerto, pero en aquel momento el padre salía vivo de su casa. Al verlo no le reconoció y le preguntó: "¿Quién eres tú?". El monje se
turbó y no sabía qué responder. Su padre insistía para saber de dónde venia y entonces lleno de confianza le dijo: "Soy tu hijo". Y el padre le preguntó: "¿Para qué has vuelto?".

Le dio vergüenza confesar la razón de su venida y le contestó: "He venido por amor tuyo, porque estaba deseando verte". Y se quedó allí.
Poco tiempo después cayó en la fornicación. Castigado muy duramente por su padre, el infeliz no se arrepintió y se quedó en el mundo.
Por tanto, hermano, esto te digo: el monje nunca debe salir de su celda por instigación de otro y bajo ningún pretexto».