Y éste le respondió: «El abad Sisoés y todos los demás vendían su trabajo. No hay ningún mal en ello. Pero cuando vendas, di primero el precio de la mercancía, y si quieres bajarlo un poco, es cosa tuya, pues así encontrarás paz».
Y el hermano repuso: «Si por otros medios consigo lo necesario para vivir, ¿te parece bien que me despreocupe del trabajo manual?».
El anciano le contestó: «Aunque tengas recursos, no descuides el trabajo. Haz todo lo que puedas, pero con paz.
12 Un hermano pidió al abad Serapión: «Dime una palabra». El anciano le dijo: «¿Qué quieres que te diga? Has tomado lo que era de las viudas y los huérfanos, y lo has colocado en tu ventana». En efecto, la había visto llena de libros.
14 El abad Hiperequio dijo: «El tesoro del monje es la pobreza voluntaria. Atesora para ti, hermano, en el cielo. Allí se te concederá un descanso sin fin».
«¡Venid y ved lo que ha hecho este hombre de Dios!». Pero el anciano se escapó a escondidas y salió de la ciudad para que no supiesen lo que había hecho y le honrasen por ello.
17 Uno rogó a un anciano que aceptase dinero para las necesidades que pudieran sobrevenirle. Él no quería pues le bastaba con el producto de su trabajo manual. Pero el otro insistía y le suplicaba que lo aceptase para atender a las necesidades de los pobres. Y el anciano le dijo: «Sería un doble oprobio para mí: recibir sin tener necesidad y recoger vanagloria repartiendo lo que no es mío».
Pero él no quiso recibirlo diciendo: «Tengo unas pocas palmas. Las trenzo y hago esteras y con mi trabajo gano mi pan».
Los llevaron entonces a la celda de una viuda, que vivía con sus hijas. Llamaron a la puerta y acudió una de las hijas que estaba desnuda.
Su madre había salido a trabajar, pues era lavandera. Los griegos ofrecieron a la hija vestidos y dinero, pero ella no lo quería aceptar, pues su madre le acababa de decir: «Ten confianza, que Dios ha querido que encuentre trabajo para hoy y tendremos nuestra comida».
Llegó la madre y le rogaban que aceptase, pero no quiso.
Y dijo: «Tengo a Dios que cuida de mis necesidades, ¿y queréis quitármelo vosotros hoy?».
Ellos al ver su fe, dieron gloria a Dios.
19 Un varón insigne vino de incógnito a Scitia trayendo dinero y pidió a un presbítero que lo repartiese entre los hermanos. El presbítero le dijo: «Los hermanos no lo necesitan». Como su insistencia resultase inútil puso la bolsa con las monedas de oro en la puerta de la iglesia.
Y el presbítero dijo: «El que tenga necesidad que tome lo que estime conveniente». Pero nadie tocó el dinero, y algunos ni siquiera lo miraron.
Y el anciano dijo al donante: «Dios ha aceptado tu ofrenda. Vete y da tu dinero a los pobres».
Y el buen hombre se marchó muy edificado.
20 Uno ofreció dinero a un anciano y le dijo: «Toma esto para tus gastos, eres ya viejo y estás enfermo». En efecto, estaba enfermo de lepra. Pero el anciano respondió: «¿Vienes después de sesenta años a quitarme a mi proveedor? Tanto tiempo como hace que padezco mí enfermedad y nunca me ha faltado nada. Dios me da lo necesario y me alimenta». Y no quiso recibir nada.