Perseverancia ante el pecado de impureza

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12 Un hermano fue atacado de impureza y la tentación era como un fuego que ardía, día y noche, en su corazón. Él luchaba sin condescender ni consentir con su pensamiento. Mucho tiempo después, la tentación desapareció sin conseguir nada, gracias a la perseverancia del hermano. Y enseguida una luz apareció en su corazón.

13 Otro hermano fue atacado de impureza. Se levantó de noche y fue a
visitar a un anciano. Le contó sus pensamientos y el anciano le consoló. Confortado en ese consuelo volvió a su celda.

Y de nuevo el espíritu de fornicación volvió al ataque. Y de nuevo acudió al anciano. Y la cosa se repitió muchas veces. El anciano no le desanimaba, sino que le decía lo que le podía ser útil en su situación: «No cedas al diablo ni aflojes en tu lucha. Por el contrario, a cada ataque del demonio, ven a buscarme y el demonio derrotado se alejará. Pues nada alegra más al demonio que el que se oculten sus tentaciones. Y nada le molesta más que el que le descubran sus pensamientos».

Por once veces vino el hermano al anciano acusándose de sus pensamientos. La última vez el hermano dijo al anciano: «Sé caritativo conmigo y dime una palabra».
Entonces el anciano le respondió: «Créeme, hijo, si Dios permitiese que los pensamientos que combaten mi alma pudiesen pasar a la tuya, no podrías soportarlos y caerías muy bajo».
Dichas estas palabras, por la gran humildad del anciano, se apaciguó el espíritu de impureza en el hermano.

14 Otro hermano fue combatido de impureza. Luchó y redobló su abstinencia y durante catorce años se guardó de consentir a sus malos deseos. Luego vino a la asamblea y descubrió delante de todos lo que padecía. Y todos recibieron el mandato de socorrerle. Hicieron penitencia y oraron a Dios por él durante una semana y se apaciguó su tentación.

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15 Un anciano decía de los pensamientos de impureza: «Eremita, ¿quieres salvarte después de tu muerte? Vete, trabaja, vete, mortifícate, busca y encontrarás. Vigila, llama y se te abrirá. En el mundo los atletas son coronados cuando se han curtido en la lucha y han demostrado su fortaleza. A veces, uno lucha contra dos, y estimulado por los golpes logra la victoria. ¿Has visto cuánta fuerza ha conseguido con sus ejercicios físicos en el gimnasio? Pues bien, tú también mantente firme y fuerte y el Señor combatirá contigo contra tu enemigo».

16 Del mismo tema de los pensamientos impuros dijo otro anciano: «Haz
como el que pasa por la calle o por delante de una taberna y percibe el olor de la cocina y de los asados. El que quiere entra y come; el que no quiere sólo huele y se va. Haz tú lo mismo, rechaza ese mal olor, levántate y ora diciendo: "Hijo de Dios, ayúdame". Haz esto mismo para ahuyentar los otros pensamientos. Por otra parte no somos extirpadores de los pensamientos, sino combatientes».

17 Otro anciano decía de los pensamientos de impureza: «Los padecemos por negligencia. Pues si consideramos que Dios habita en nosotros, no dejaríamos entrar nada extraño en nuestra alma. Cristo, que mora en nosotros y vive con nosotros, es testigo de nuestra vida. Por eso nosotros que lo llevamos con nosotros y le contemplamos, no debemos descuidamos, sino santificarnos, como Él es santo. Mantengámonos sobre la piedra, y el maligno se estrellará contra ella. No temas, que no te puede vencer. Canta con valentía: "Los que confían
en Yahveh son como el monte Sión, que es inconmovible, estable
para siempre"». (Sal 124, 1).

18 Un hermano preguntó a un anciano: «Si un monje cae en pecado, se
angustia porque de progresar en la virtud pasa a un estado peor y tiene que trabajar para levantarse. Al contrario, el que viene del mundo, como parte de cero, siempre progresa».

El anciano le respondió: «El monje que sucumbe ante la tentación es
como una casa que se derrumba. Y si reconsidera su vocación, reedifica la casa destruida. Encuentra muchos materiales útiles para el edificio, tiene los cimientos, piedras, arena y todas las otras cosas necesarias para la construcción, y así rápidamente levanta la casa. El que ni ha cavado, ni ha echado los cimientos, ni tiene nada de aquello que es necesario, ha de ponerse a la obra con la esperanza de terminarla un día.

Lo mismo sucede si el monje sucumbe a la tentación. Si se vuelve a Dios, tiene toda la ayuda de la meditación de la ley divina, de la salmodia, del trabajo manual, de la oración y otras muchas cosas que son fundamentales. Al contrario, el novicio, mientras aprende todo esto, continúa en su estado primitivo».

19 Un hermano atormentado por el espíritu impuro, fue a visitar a un anciano muy notable y le rogaba, diciendo: «Hazme la caridad de rogar por mí, pues soy muy tentado de impureza». El anciano oró al Señor.

Pero el hermano volvió por segunda vez repitiendo las mismas palabras. El anciano, por su parte, insistió en la oración al Señor diciendo: «Señor, revélame la causa de la acción del diablo contra este hermano, porque te lo he pedido, y no ha encontrado todavía la paz».

Y el Señor le descubrió lo que le sucedía a aquel hermano. Vio al hermano sentado y a su lado el espíritu de fornicación, y como si jugase con él. Y el ángel enviado en su ayuda estaba en pie indignado contra el hermano, porque no se postraba ante Dios, antes se complacía en sus pensamientos volcando en ellos toda su atención.

El anciano comprendió que la culpa era toda del hermano y le dijo:
«Tú consientes en tus pensamientos». Y le enseñó cómo debía resistir a aquellos pensamientos. E instruido el hermano por la doctrina de aquel anciano y con la ayuda de su oración, encontró descanso para su tentación.

20 En cierta ocasión el discípulo de un anciano notable fue tentado de impureza. El anciano que veía su sufrimiento, le dijo: «¿Quieres que ruegue al Señor para que te libere de esta lucha?».

El discípulo le respondió: «Padre, veo que estoy padeciendo mucho, pero siento también el fruto que saco de esta lucha. Por eso pide al Señor en tus oraciones que me dé la fuerza para resistir».

Y su abad le dijo: «Ahora veo, hijo mío, lo mucho que has adelantado y que me has superado a mí»

21 Se cuenta que un anciano bajó a Scitia, con su hijo que todavía no había sido destetado, el cual, como se crió en el monasterio, no sabía que existieran mujeres.

Cuando se hizo hombre, los demonios le presentaban de noche figuras de mujeres, y él admirado se lo comunicó a su padre. En cierta ocasión subió con su padre a Egipto y al ver mujeres le dijo: «Éstas son las que se me presentaban de noche en Scitia».

Y el anciano le dijo: «Hijo, estos son monjes que viven en el mundo.
Usan un hábito distinto del de los ermitaños».
Y se extrañó el anciano de que los demonios le hubieran presentado imágenes de mujeres en Scitia, y enseguida se volvieron a su celda.