22 En Scitia, se encontraba un hermano muy probado por las tentaciones. El enemigo le traía la memoria de una hermosa mujer y le atormentaba mucho. Y sucedió, por disposición divina, que otro hermano bajó de Egipto a Scitia. Y hablando entre ellos le comunicó la muerte de cierta persona. Era precisamente aquella mujer que turbaba al hermano.
Al oírlo, tomó su manto y de noche acudió al lugar donde la habían enterrado. Cavó la tumba, limpió con su manto la sangre putrefacta de ella, y se volvió a su celda con ella. El olor era intolerable, pero él ponía ante sí aquella podredumbre y combatía sus pensamientos, diciendo: «Mira lo que tanto deseabas. Ya lo tienes, sáciate con ello».
Y se impuso el tormento de ese hedor hasta que cesó dentro de su alma aquella lucha.
23 Una persona vino un día a Scitia para hacerse monje. Traía con él a su hijo que acababa de ser destetado. Cuando el niño se hizo adulto, los demonios empezaron a atacarle y a tentarle. Y dijo a su padre:
«Voy a volver al mundo; pues no puedo dominar mis pasiones carnales».
Su padre le animaba, pero él volvió a la carga: «No puedo aguantar más; padre, déjame marchar».
Su padre le insistió: «Hijo, escúchame una vez más. Toma cuarenta panes y hojas de palma para cuarenta días de trabajo. Vete al interior del desierto, estate allí cuarenta días y que se cumpla la voluntad de Dios».
Obediente a su padre se fue al desierto, y permaneció allí, trabajando y tejiendo palmas secas y comiendo pan seco. Después de veinte días de hesyquia vio una aparición diabólica. Se puso en pie delante de él una especie de mujer etíope, de aspecto repugnante y fétido. Su hedor era tan insoportable que no lo podía aguantar y la arrojó lejos de si.
Y ella le dijo entonces: «Soy la que aparezco dulce en el corazón de los hombres. Pero por tu obediencia y perseverante ascesis, Dios no me ha permitido seducirte, sino que te di a conocer mi hedor».
Él se levantó y, dando gracias a Dios, volvió a su padre y le dijo: «No quiero volver al mundo, padre. He visto la obra del diablo y he sentido su hedor».
Su padre, que había sabido lo ocurrido por una revelación, le dijo: «Si te hubieras quedado allí cuarenta días y hubieras guardado mi mandato hasta el final, hubieras visto cosas más extraordinarias».
24 Un anciano moraba muy dentro del desierto. Tenía una pariente que hacía muchos años deseaba verle. Ella se enteró del lugar donde moraba, y se puso en camino hacia el desierto. Encontró a unos camelleros, se unió a ellos y con ellos se adentró en el desierto. Era llevada por el diablo.
Llegando a la puerta del anciano se dio a conocer, diciendo: «Soy yo, tu pariente» y se quedó con él.
Otro monje que moraba en la parte inferior del desierto, llenaba su jarra de agua a la hora de la comida; y de pronto se cayó la jarra y se derramó el agua. Y por inspiración de Dios, se dijo: «Iré al desierto y contaré a los ancianos esto que me ha sucedido con el agua».
Se puso en marcha y como se hiciese tarde durmió en un templo pagano que había junto al camino.
Y durante la noche oyó a los demonios que decían: «Esta noche haremos caer a aquel monje en la impureza».
Al oírlo, se afligió mucho y llegándose al anciano lo encontró triste.
Y le dijo: «¿Qué he de hacer, Padre? Lleno mi jarra de agua y a la hora de la comida se derrama toda».
El anciano le respondió: «Vienes a preguntarme por qué se te cae la jarra. Y yo ¿qué debo hacer, pues esta noche he caído en la fornicación?».
«Lo sabía», le respondió el otro. «¿Tú, cómo lo sabes?», le dijo el anciano.
«Dormía en un templo y oí a los demonios hablar de ti», le contestó.
Y el anciano dijo: «Me vuelvo al mundo».
Pero el hermano le suplicaba: «No, Padre, quédate aquí; despide a esa mujer. Lo que te ha ocurrido ha sido obra del enemigo».
El anciano le escuchó y se animó. Redobló su penitencia con muchas lágrimas, hasta que recobró su estado anterior.
25 Un anciano dijo: «El desprendimiento, el silencio y la meditación en secreto, engendran pureza».
26 Un hermano preguntó a un anciano: «Si alguno cae en tentación, ¿qué pasa con el escándalo de los demás?». Y el anciano le contó esta historia:
«Había un diácono muy conocido en un monasterio de Egipto. Un magistrado, perseguido por el gobernador, vino con toda su familia al monasterio. Bajo la acción del maligno el diácono pecó con la mujer del magistrado y todos los hermanos se llenaron de vergüenza.
El diácono fue a ver a un anciano y le contó lo sucedido. El anciano tenía una celda interior oculta. Cuando la vio el diácono le dijo: "Entiérrame aquí mismo vivo y no se lo digas a nadie".
Y entró en aquella celda obscura e hizo allí verdadera penitencia. Mucho tiempo después aconteció que no se produjo la crecida del Nilo.
Y mientras todos rezaban las letanías, le fue revelado a uno de los ancianos, que el agua del río no subiría, si no venía a rezar con ellos el diácono que estaba escondido en la celda de uno de los ancianos.
Al oírlo, se admiraron mucho y fueron a sacarle del lugar donde estaba.
Oró y subió el agua. Y los que se habían escandalizado de él, quedaron después edificados de su penitencia, y glorificaron a Dios».
27 Dos hermanos fueron a la ciudad para vender lo que habían fabricado. En la ciudad se separaron y uno de ellos cayó en la fornicación.
Poco después llegó el otro hermano y le dijo: «Hermano, regresemos a nuestra celda».
«No voy», respondió el otro.
«¿Por qué no, hermano?».
«Porque cuando me dejaste, dijo el otro, me vi tentado y pequé de impureza».
Pero su hermano, queriéndoselo ganar, se puso a decirle: «También a mí me ha sucedido lo mismo, y después de dejarte he fornicado también. Pero volvamos y hagamos juntos penitencia con toda nuestra fuerza, y Dios nos perdonará aunque seamos pecadores».
Al volver a su celda, contaron a los ancianos lo que les había ocurrido, y éstos les señalaron la penitencia que debían cumplir.
Uno de ellos, sin embargo, no hacia penitencia por sí, sino por el otro hermano, como si también él hubiera pecado.
Viendo Dios su penitencia y su caridad, a los pocos días descubrió a uno de los ancianos que por la gran caridad de aquel hermano, que no había pecado, había perdonado al que había fornicado. Esto en verdad es dar su vida por el hermano.
28 Un hermano fue un día a decir a un anciano: «Padre, mi hermano me abandona para ir no sé dónde y sufro por ello».
El anciano le animaba: «Hermano, llévalo con paz, y Dios viendo tu sufrimiento y tu paciencia, lo traerá de nuevo junto a ti. Sabes que la severidad y la dureza no valen para hacer cambiar de idea a nadie.
Pues el demonio no arroja al demonio. Más bien será con benignidad como conseguirás atraerlo. Dios mismo atrae a sí a los hombres por la persuasión». Y le contó lo que sigue:
«Dos hermanos vivían en la Tebaida y habiendo uno de ellos pecado de impureza dijo al otro: "Voy a regresar al mundo".
El otro llorando le dijo: "No permito, hermano, que te vayas, pierdas el fruto de tu trabajo y de tu virginidad".
Pero el primero no lo aceptó: "No me quedaré, me iré. O vienes conmigo y de nuevo volveré contigo o déjame marchar y me quedaré en el mundo".
El hermano fue a contar lo que le ocurría a un anciano venerable.
"Vete con él, le dijo el anciano, y Dios por causa de tus sufrimientos no permitirá que sucumba".
Y los dos hermanos volvieron al mundo. Llegaron a una aldea y viendo Dios la pena de aquel que por caridad y afecto acompañaba a su hermano, arrancó del otro su mal deseo. "Hermano, le dijo, volvamos al desierto. Supongamos que hubiese pecado con una mujer, ¿qué hubiera sacado de ello?". Y volvieron indemnes a su celda».
29 Un hermano tentado por el demonio fue a decir a un anciano: «Estos dos hermanos viven juntos y se portan mal». El anciano se dio cuenta que el demonio le engañaba y mandó llamar a los dos hermanos. Al llegar la noche, les preparó una esteta y los cubrió con una manta, diciendo: «Los hijos de Dios tienen el alma grande y santa». Luego dijo a su discípulo: «Encierra a este hermano solo en una celda, pues tiene el vicio del que acusa a los otros».
30 Un hermano dijo a un anciano: «¿Qué debo hacer, pues me mata un pensamiento vergonzoso?».
El anciano le respondió: «Cuando una mujer quiere destetar a su hijo se frota los senos con algo amargo, y cuando el niño viene a mamar, como de costumbre, siente ese gusto amargo y se va. Tú también, pon algo amargo en tus pensamientos».
Y el hermano le preguntó: «¿Cuál es esa cosa amarga que debo poner?».
«La meditación de la muerte y de los tormentos preparados para los pecadores en el siglo venidero», dijo el anciano.