Dominio de sí-Hablar mal de otros



41 Santa Sinclética dijo: «El estado que hemos elegido nos obliga a guardar la castidad más perfecta. Porque los seglares piensan que guardan castidad, pero es necedad ya que pecan con los otros sentidos, sus miradas son poco decentes y ríen desordenadamente».

42 Dijo también: «Así como las medicinas amargas alejan a los animales venenosos, el ayuno, con oración, arroja del alma los malos pensamientos».

43 Decía también: «No te dejes seducir por los placeres de los ricos de este mundo, como si estos goces encerraran alguna utilidad. Por ellos dan culto al arte culinario. Pero tú, estima en más las delicias del ayuno y de una comida vulgar. Ni siquiera te sacies de pan, ni desees el vino».

44 El abad Sisoés decía: «Nuestra verdadera vocación es dominar la lengua».

45 El abad Hiperiquio decía: «El león es terrible para los potros salvajes. Lo mismo el monje experimentado para los pensamientos deshonestos».

46 Decía también: «El ayuno es el freno del monje contra el pecado. El que lo abandona es arrastrado por el deseo de la mujer como un fogoso caballo».

47 Decía también: «Por el ayuno, el cuerpo desecado del monje eleva su alma de su bajeza y seca las fuentes de los placeres».

48 Dijo también: «El monje casto será honrado en la tierra y coronado por el Altísimo en el cielo».

49 El mismo dijo: «El monje que no retiene su lengua en los momentos de ira, tampoco dominará las pasiones de la carne cuando llegue el momento».

50 Decía también: «Es mejor comer carne y beber vino que comer la carne de los hermanos murmurando de ellos».

51 Decía también: «Que tu boca no pronuncie palabras malas, pues la viña no tiene espinas».

52 «La serpiente con sus insinuaciones arrojó a Eva del paraíso. Lo mismo ocurre al que habla mal del prójimo: pierde el alma del que le escucha y no salva la suya».

53 Un día de fiesta en Scitia, trajeron a un anciano un vaso de vino. El lo rechazo diciendo: «Aparta de mi esta muerte». Y al ver esto los que comían con él tampoco bebieron.

54 En otra ocasión trajeron un jarro de vino nuevo, para repartir un vaso a cada uno de los hermanos. Y al entrar un hermano y ver que estaban bebiendo vino, huyó a una gruta y la gruta se hundió.
Al oír el ruido, acudieron los demás y encontraron al hermano tendido en tierra medio muerto. Y comenzaron a reprenderle: «Te está bien empleado a causa de tu vanagloria».

Pero el abad le confortó diciendo: «Dejad en paz a mi hijo. Ha hecho una obra buena. Y vive Dios, que mientras yo viva no se reedificará esta gruta para que el mundo sepa que por causa de un vaso de vino se hundió la gruta de Scitia».

55 Un día el presbítero de Scitia acudió a visitar al obispo de Alejandría. Y cuando volvió le preguntaron los hermanos: «¿Qué pasa por la ciudad?».
El respondió: «Creedme hermanos, no he visto allí a nadie más que al obispo».

Al oírle se admiraron y le dijeron: «¿Qué ha sucedido con todo el resto de la población?».
Pero el presbítero les reanimó diciendo: «Me he dominado para no ver ningún rostro de hombre».
Este relato aprovechó a los hermanos y se guardaron de levantar sus ojos.