Del dominio de sí- Gula




31 Le contaban al abad Pastor que había un monje que no bebía vino. Y él les respondió: «El vino no convierte en absoluto a los monjes».

32 Dijo el abad Pastor: «Así como el humo expulsa a las abejas para retirar la dulce miel que han elaborado, así las comodidades corporales arrojan del alma el temor de Dios y le roban toda obra buena».

33 He aquí lo que un anciano contó del abad Pastor y de sus hermanos:
«Vivían en Egipto. Su madre deseaba verlos, pero no podía conseguirlo. Un día se presentó ante ellos, cuando acudían a la iglesia. Al verla, volvieron a sus celdas y le dieron con la puerta en las narices.

Entonces ella, de pie ante la puerta, se puso a gritar y a llorar para moverles a compasión.

Al escucharla, el abad Anub acudió al abad Pastor y le dijo: "¿Qué podemos hacer por esta anciana que llora ante la puerta?".

El abad Pastor acudió a la puerta y desde dentro escuchó sus lamentos, que verdaderamente movían a compasión. Y dijo: "¿Por qué lloras así, anciana?".

Ella, al oír su voz, redobló sus gritos y sus lamentos diciendo: "Deseo veros, hijos míos. ¿Qué puede suceder porque os vea? ¿Acaso no soy vuestra madre? ¿No os amamanté y mis cabellos no están ya completamente blancos?".

Al oír su voz los monjes se conmovieron profundamente. Y el anciano le dijo: "¿Prefieres vernos aquí o en el otro mundo?".

Y ella replicó: "Si no os veo aquí abajo, hijos míos, ¿os veré allí arriba?", y el abad Pastor le contestó: "Si tienes valor para no vernos aquí abajo, nos verás allí arriba".

Y la mujer se marchó alegre diciendo: "Si es seguro que he de veros allá arriba, no quiero veros aquí".

34 Se decía del abad Pior que comía caminando. Y al preguntarle uno por qué comía así, respondió que no comía como el que realiza una ocupación sino como el que realiza una cosa superflua.

A otro que le hizo la misma pregunta le contestó: «Es para que mientras como el alma no experimente ningún placer corporal».

35 Decían del abad Pedro Pionita, que vivía en las Celdas, que no bebía vino. Cuando se hizo viejo, le rogaban que tomase un poco. Como no aceptaba, se lo mezclaron con agua y se lo presentaron. Y dijo:«Creedme, hijos, que lo considero un lujo». Y se condenaba a sí mismo por tomar ese agua teñida de vino.

36 Se celebraron un día misas en el monte del abad Antonio, y se halló allí un poco de vino. Uno de los ancianos llenó una copita y se la llevó al abad Sisoés y éste se la bebió.

Recibió una segunda copa y la bebió también. Pero cuando le trajeron la tercera, la rechazó diciendo: «Alto, hermano, ¿acaso ignoras que existe Satanás?».


37 Un hermano pregunto al abad Sisoés: «¿Qué debo hacer? Porque cuando voy a la iglesia a menudo los hermanos me retienen por caridad para la comida».
Y dijo el anciano: «Es cosa peligrosa».

Y su discípulo Abraham le preguntó entonces: «Si se acude a la iglesia el sábado y el domingo y un hermano bebe tres copas, ¿es demasiado?».

«No lo sería si no existiese Satanás», respondió el anciano.


38 A menudo, su discípulo decía al abad Sisoés: «Padre, vamos a comer». Pero él contestaba: «Pero hijo mío, ¿no hemos comido?». «No, padre», replicaba el discípulo. Entonces, el viejo decía: «Si no hemos comido, trae lo necesario y comamos».


39 Un día el abad Sisoés decía con parrhesia: «Créeme; hace treinta años que no ruego a Dios por mis pecados, sino que le digo en mi oración: "Señor  Jesucristo, defiéndeme de mi lengua". Pero hasta ahora, caigo por causa de ella y cometo pecado».


40 El abad Silvano y su discípulo Zacarías llegaron un día a un monasterio y, antes de despedirse, les hicieron tomar un poco de alimento.

Y en el camino, encontraron agua y el discípulo quiso beber, pero el abad Silvano le dijo: «Zacarías, hoy es ayuno».

«Padre, respondió Zacarías, ¿no hemos comido hoy?», y el anciano le contestó: «Aquella comida la hicimos por caridad, pero ahora, hijo, guardaremos nuestro ayuno».