1.-NECESIDAD DE LA MISION PARA SALVARSE
2.-LA IGLESIA UNICO CAMINO DE SALVACION
3.-NECESIDAD DE LA IGLESIA PARA SALVARSE
4.-LOS QUE NO PERTENECEN A LA IGLESIA TAMBIEN TIENEN POSIBILIDADES DE SALVACION
I. Doctrina eclesiástica
1. La Iglesia no es una institución salvadora más entre muchas otras, sino la única institución salvadora fundada por Cristo y necesaria para todos. La razón de ello está en que es el Cuerpo de Cristo. Y Cristo es el camino; la verdad y la vida (Jn 14, 6). No hay otro camino de salvación aparte de ella. «En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Act. 4, 12).
Sólo el Evangelio de Cristo tiene la virtud de salvar a los hombres. «Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gal. 1, 8).
Cristo vive y obra en la Iglesia y por la Iglesia. En ella y por ella actualiza el Espíritu Santo la obra de Cristo hasta el fin de los tiempos. En la Iglesia, y sólo en ella, está El presente como Señor crucificado y glorificado que quiere dar parte a todos los hombres en su muerte y resurrección. Si no hay salvación alguna sin Cristo, sin la Iglesia, en la que está actuando Cristo, tampoco hay
salvación. Cristo actúa en la Iglesia como Cabeza, de la que no se puede separar el Cuerpo. Las palabras «sin Cristo no hay salvación» significan, por tanto, que sin la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo- no hay salvación. Si el hombre sólo puede llegar al Padre por Cristo (Jn. l4, 6) y Cristo sólo obra por medio de la Iglesia, a la salvación sólo0 se puede llegar a través de la Iglesia.
2. La Iglesia siempre tuvo el convencimiento de que es el camino de salvación, el único camino salvador para los hombres. Ha expresado muchas veces esa su autocomprensión y la ha expresado por causa de su conciencia de ser responsable de la salvación de los hombres. Todas sus manifestaciones en ese sentido intentan mover al hombre a entrar en la Iglesia. La fórmula más expresiva es la de que fuera de la Iglesia no hay salvación, que ella es la única que da la bienaventuranza. El IV concilio de Letrán, 1215, declara:
«Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, después de transustanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre, a fin de que, para acabar el misterio de la unidad, recibamos nosotros de lo suyo lo que El recibió de lo nuestro. Y este sacramento nadie ciertamente puede realizarlo sino el sacerdote que hubiere sido debidamente ordenado, según las llaves de la Iglesia, que el mismo Jesucristo concedió a los Apóstoles y a sus sucesores.
En cambio, el sacramento del bautismo (que se consagra en el agua por la invocación de Dios y de la indivisa Trinidad, es decir, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo) aprovecha para la salvación, tanto a los niños como a los adultos fuere quienquiera el que lo confiere debidamente en la forma de la Iglesia. Y si alguno, después de recibido el bautismo, hubiere caído en pecado, siempre puede repararse por una verdadera penitencia. Y no sólo los vírgenes y continentes, sino también los casados merecen llegar a la bienaventuranza eterna, agradando a Dios por medio de su recta fe y buenas obras» (D. 430).
En la bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII (1302) se dice:
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares:
«Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Única es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz» (Cant 6, 8). Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» {Eph. 4, 5).
Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el Señor en el Profeta: «Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi única» (Ps. 21, 21).
Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a ese cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor, inconsútil (lo. 19, 23), que no fue rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (lo. 21, 17). Mis ovejas dijo, y de modo general, no estas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las ovejas de
Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor (lo. 10, 16)» (D. 468).
Con más claridad se expresa aún el Concilio de Florencia (1432): «Fielmente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá «al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que solo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica» (D. 714).
El papa Pío IX, en la Singulari quadam contra el racionalismo e indiferentismo o equiparación de todas las formas religiosas, se expresa de la manera siguiente respecto a la necesidad de la Iglesia para salvarse:
«En efecto, por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse; que esta es la única arca de salvación; que quien en ella no hubiere entrado, perecerá en el diluvio. Sin embargo, también hay que tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, si aquélla es invencible, no son ante los ojos del Señor reos por ello de culpa alguna. Ahora bien, ¿quién será tan arrogante que sea capaz de señalar los límites de esta ignorancia, conforme a la razón y variedad de pueblos, regiones, caracteres y de tantas otras y tan numerosas circunstancias? A la verdad, cuando, libres de estos lazos corpóreos, «veamos a Dios tal como es» (I Jo. 3, 2), entenderemos ciertamente con cuán estrecho y bello nexo están unidas la misericordia y la justicia divinas; mas en tanto nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal, que embota el alma, mantengamos firmísimamente según la doctrina católica «que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo» (Eph. 4, 5): Pasar más allá en nuestra inquisición, es ilícito» (D. 1647).
Parecida formulación encontramos en el proyecto que los teólogos prepararon para aconsejar al Concilio Vaticano. El capítulo 6 y 7 del proyecto se ocupan de nuestra cuestión. Dice el texto: «¡Ojalá entiendan todos cuán necesaria es esta sociedad, la Iglesia de Cristo, para conseguir la salvación! Esta necesidad corresponde a la grandeza de la comunidad y a la unión con Cristo, su Cabeza, de su Cuerpo místico. Pues a ninguna otra comunidad alimenta y favorece como a Iglesia suya; sólo a ella a la que ama y por la que se entregó, para santificarla y purificarla en las aguas del bautismo por medio de la palabra de la vida. El quiso hacerla su gloriosa Iglesia sin mancha ni arruga ni otra falta alguna. Debía ser santa e incólume.
Por tanto, enseñamos: La Iglesia no es una comunidad libre, respecto a la que es indiferente conocerla o no, entrar en ella o no entrar. Es absolutamente necesaria, y no sólo a consecuencia del mandato de Nuestro Señor, por el que el Salvador de todos los pueblos mandó entrar en su Iglesia; es también necesaria en cuanto medio, porque en el orden salvífico instituido por la Providencia divina no puede ser conseguida la comunidad con el Espíritu Santo, ni la participación en la verdad y en la vida, si no es en la Iglesia y por la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo.
Además es dogma de fe: fuera de la Iglesia nadie puede ser salvado. Cierto que no todos los que viven en una invencible ignorancia de Cristo y de la Iglesia se condenarán por esa su ignorancia. Pues a los ojos del Señor que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a] conocimiento de la verdad, esa ignorancia no es culpable. Además El regala su gracia a todo el que se esfuerza según sus posibilidades, de forma que ése puede alcanzar la justificación y la vida eterna. Pero no recibe esa gracia nadie, que por propia culpa se haya separado de la unidad de la fe o de la comunidad de la Iglesia por su propia culpa, y haya muerto así. Quien no está en este arca perecerá en el diluvio. Por eso rechazamos y abominamos las ateas doctrinas de la igualdad de las religiones, que contradicen a la razón humana. Así quieren los hijos de este mundo negar la distinción entre lo verdadero y lo falso y decir la puerta para la vida eterna está abierta para todos y es indiferente la religión de que procedan; sobre la verdad de una religión sólo hay mayor o menor probabilidad, pero jamás certeza.
También condenamos la atea opinión de quienes cierran a los hombres el reino de los cielos con la falsa excusa: es inconveniente y en cualquier caso no es necesario para la salvación abandonar la religión en que se ha nacido, y crecido y en la que uno ha sido educado, aunque sea falsa. Hasta acusan a la lglesia, que declara que ella es la única religión verdadera y que condena y rechaza todas las demás religiones y sectas separadas de su comunidad. Piensan que la injusticia puede tener parte en la justicia o la tiniebla en la luz, o que Cristo puede hacer un convenio con Satanás.»
Il. Doctrina de la Escritura y de los Padres
1. Con esta autointerpretación la Iglesia expresa lo que dicen la Escritura y la Tradición. Según el testimonio de la Escritura Cristo encargó a los Apóstoles adoctrinar a todos los pueblos y bautizar a los que crean. La salvación depende de si los hombres dan fe a las palabras de los Apóstoles y se hacen bautizar (Mt. 28 19 y sig.). «Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano» (Mt. 18, 17) «EI que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenara» (Mc. 16, 16). En la predicación de los Apóstoles, la fe en sus palabras y la fe en Cristo coinciden. Sólo en Cristo hay salvación. Pedro declara ante el Sanedrín: «En ningún otro hay salvación» ( c., 2).
2. En los Padres la fe en la necesidad de la Iglesia para salvarse se expresa en la fe en la unidad de la Iglesia. Se manifestó en la Iglesia antigua, aparte de en la lucha contra las herejías, en los esfuerzos por extender la fe en Cristo, y en él están dispuestos a dar la vida por la pertenencia a la Iglesia. La tesis de la necesidad de la Iglesia para salvarse es formalmente expresada en las palabras de San Ireneo, de que nadie puede tener parte en el Espíritu Santo, si no viene a la Iglesia (Contra las herejías III, 24,
1). Con inexorable decisión declara ·Cipriano-san: «Para poder tener a Dios por padre, hay que tener a la Iglesia por madre» (Carta 74, 7). Y en otra ocasión: «Nadie puede ser bienaventurado excepto en la Iglesia» (Carta 4, 4). El año 256 escribe al obispo Jubaianus con la mayor concisión: «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Carta 73, 21). Esta afirmación acuña la fórmula que más claramente expresa la pretensión de la Iglesia de ser la única que da la salvación. Por lo demás también Orígenes dice: «fuera de la Iglesia nadie se salva» (In libr Jesu Nave homil. 3, 5).
Con frecuencia ven los Padres prefigurada la necesidad de la Iglesia para salvarse en el arca de Noé. El arca es un «tipo» de la Iglesia que salva a los hombres del diluvio del pecado. Sin el arca perecerían.
Ill. Interpretación de la doctrina de la Iglesia
La Iglesia es necesaria para la salvación no en razón de un precepto positivo de Cristo, sino en razón de su sentido y esencia. Seria positivismo teológico injustificado ver en la necesidad de la Iglesia para la salvación únicamente una necessitas praecepti El realismo teológico, que entiende a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, ve en su necesidad para la salvación una necessitas medii. De ello no hay dispensa como de una ley positiva. La Iglesia es el medio salvador instituido por Cristo, porque en ella están depositados los bienes de la salvación. La necesidad de la Iglesia para la salvación se funda en la ontología de la Iglesia, instituida por Dios o por Cristo, respectivamente. Cristo no confió sus bienes salvadores a nadie excepto a su Esposa, la Iglesia. Ella los hace accesibles al hombre mediante la palabra y el sacramento.
SCHMAUS - TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA - RIALP. MADRID 1960.Págs. 786-791
2.-LA IGLESIA UNICO CAMINO DE SALVACION
3.-NECESIDAD DE LA IGLESIA PARA SALVARSE
4.-LOS QUE NO PERTENECEN A LA IGLESIA TAMBIEN TIENEN POSIBILIDADES DE SALVACION
I. Doctrina eclesiástica
1. La Iglesia no es una institución salvadora más entre muchas otras, sino la única institución salvadora fundada por Cristo y necesaria para todos. La razón de ello está en que es el Cuerpo de Cristo. Y Cristo es el camino; la verdad y la vida (Jn 14, 6). No hay otro camino de salvación aparte de ella. «En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Act. 4, 12).
Sólo el Evangelio de Cristo tiene la virtud de salvar a los hombres. «Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gal. 1, 8).
Cristo vive y obra en la Iglesia y por la Iglesia. En ella y por ella actualiza el Espíritu Santo la obra de Cristo hasta el fin de los tiempos. En la Iglesia, y sólo en ella, está El presente como Señor crucificado y glorificado que quiere dar parte a todos los hombres en su muerte y resurrección. Si no hay salvación alguna sin Cristo, sin la Iglesia, en la que está actuando Cristo, tampoco hay
salvación. Cristo actúa en la Iglesia como Cabeza, de la que no se puede separar el Cuerpo. Las palabras «sin Cristo no hay salvación» significan, por tanto, que sin la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo- no hay salvación. Si el hombre sólo puede llegar al Padre por Cristo (Jn. l4, 6) y Cristo sólo obra por medio de la Iglesia, a la salvación sólo0 se puede llegar a través de la Iglesia.
2. La Iglesia siempre tuvo el convencimiento de que es el camino de salvación, el único camino salvador para los hombres. Ha expresado muchas veces esa su autocomprensión y la ha expresado por causa de su conciencia de ser responsable de la salvación de los hombres. Todas sus manifestaciones en ese sentido intentan mover al hombre a entrar en la Iglesia. La fórmula más expresiva es la de que fuera de la Iglesia no hay salvación, que ella es la única que da la bienaventuranza. El IV concilio de Letrán, 1215, declara:
«Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, después de transustanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre, a fin de que, para acabar el misterio de la unidad, recibamos nosotros de lo suyo lo que El recibió de lo nuestro. Y este sacramento nadie ciertamente puede realizarlo sino el sacerdote que hubiere sido debidamente ordenado, según las llaves de la Iglesia, que el mismo Jesucristo concedió a los Apóstoles y a sus sucesores.
En cambio, el sacramento del bautismo (que se consagra en el agua por la invocación de Dios y de la indivisa Trinidad, es decir, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo) aprovecha para la salvación, tanto a los niños como a los adultos fuere quienquiera el que lo confiere debidamente en la forma de la Iglesia. Y si alguno, después de recibido el bautismo, hubiere caído en pecado, siempre puede repararse por una verdadera penitencia. Y no sólo los vírgenes y continentes, sino también los casados merecen llegar a la bienaventuranza eterna, agradando a Dios por medio de su recta fe y buenas obras» (D. 430).
En la bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII (1302) se dice:
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares:
«Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Única es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz» (Cant 6, 8). Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» {Eph. 4, 5).
Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el Señor en el Profeta: «Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi única» (Ps. 21, 21).
Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a ese cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor, inconsútil (lo. 19, 23), que no fue rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (lo. 21, 17). Mis ovejas dijo, y de modo general, no estas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las ovejas de
Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor (lo. 10, 16)» (D. 468).
Con más claridad se expresa aún el Concilio de Florencia (1432): «Fielmente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá «al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que solo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica» (D. 714).
El papa Pío IX, en la Singulari quadam contra el racionalismo e indiferentismo o equiparación de todas las formas religiosas, se expresa de la manera siguiente respecto a la necesidad de la Iglesia para salvarse:
«En efecto, por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse; que esta es la única arca de salvación; que quien en ella no hubiere entrado, perecerá en el diluvio. Sin embargo, también hay que tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, si aquélla es invencible, no son ante los ojos del Señor reos por ello de culpa alguna. Ahora bien, ¿quién será tan arrogante que sea capaz de señalar los límites de esta ignorancia, conforme a la razón y variedad de pueblos, regiones, caracteres y de tantas otras y tan numerosas circunstancias? A la verdad, cuando, libres de estos lazos corpóreos, «veamos a Dios tal como es» (I Jo. 3, 2), entenderemos ciertamente con cuán estrecho y bello nexo están unidas la misericordia y la justicia divinas; mas en tanto nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal, que embota el alma, mantengamos firmísimamente según la doctrina católica «que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo» (Eph. 4, 5): Pasar más allá en nuestra inquisición, es ilícito» (D. 1647).
Parecida formulación encontramos en el proyecto que los teólogos prepararon para aconsejar al Concilio Vaticano. El capítulo 6 y 7 del proyecto se ocupan de nuestra cuestión. Dice el texto: «¡Ojalá entiendan todos cuán necesaria es esta sociedad, la Iglesia de Cristo, para conseguir la salvación! Esta necesidad corresponde a la grandeza de la comunidad y a la unión con Cristo, su Cabeza, de su Cuerpo místico. Pues a ninguna otra comunidad alimenta y favorece como a Iglesia suya; sólo a ella a la que ama y por la que se entregó, para santificarla y purificarla en las aguas del bautismo por medio de la palabra de la vida. El quiso hacerla su gloriosa Iglesia sin mancha ni arruga ni otra falta alguna. Debía ser santa e incólume.
Por tanto, enseñamos: La Iglesia no es una comunidad libre, respecto a la que es indiferente conocerla o no, entrar en ella o no entrar. Es absolutamente necesaria, y no sólo a consecuencia del mandato de Nuestro Señor, por el que el Salvador de todos los pueblos mandó entrar en su Iglesia; es también necesaria en cuanto medio, porque en el orden salvífico instituido por la Providencia divina no puede ser conseguida la comunidad con el Espíritu Santo, ni la participación en la verdad y en la vida, si no es en la Iglesia y por la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo.
Además es dogma de fe: fuera de la Iglesia nadie puede ser salvado. Cierto que no todos los que viven en una invencible ignorancia de Cristo y de la Iglesia se condenarán por esa su ignorancia. Pues a los ojos del Señor que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a] conocimiento de la verdad, esa ignorancia no es culpable. Además El regala su gracia a todo el que se esfuerza según sus posibilidades, de forma que ése puede alcanzar la justificación y la vida eterna. Pero no recibe esa gracia nadie, que por propia culpa se haya separado de la unidad de la fe o de la comunidad de la Iglesia por su propia culpa, y haya muerto así. Quien no está en este arca perecerá en el diluvio. Por eso rechazamos y abominamos las ateas doctrinas de la igualdad de las religiones, que contradicen a la razón humana. Así quieren los hijos de este mundo negar la distinción entre lo verdadero y lo falso y decir la puerta para la vida eterna está abierta para todos y es indiferente la religión de que procedan; sobre la verdad de una religión sólo hay mayor o menor probabilidad, pero jamás certeza.
También condenamos la atea opinión de quienes cierran a los hombres el reino de los cielos con la falsa excusa: es inconveniente y en cualquier caso no es necesario para la salvación abandonar la religión en que se ha nacido, y crecido y en la que uno ha sido educado, aunque sea falsa. Hasta acusan a la lglesia, que declara que ella es la única religión verdadera y que condena y rechaza todas las demás religiones y sectas separadas de su comunidad. Piensan que la injusticia puede tener parte en la justicia o la tiniebla en la luz, o que Cristo puede hacer un convenio con Satanás.»
Il. Doctrina de la Escritura y de los Padres
1. Con esta autointerpretación la Iglesia expresa lo que dicen la Escritura y la Tradición. Según el testimonio de la Escritura Cristo encargó a los Apóstoles adoctrinar a todos los pueblos y bautizar a los que crean. La salvación depende de si los hombres dan fe a las palabras de los Apóstoles y se hacen bautizar (Mt. 28 19 y sig.). «Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano» (Mt. 18, 17) «EI que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenara» (Mc. 16, 16). En la predicación de los Apóstoles, la fe en sus palabras y la fe en Cristo coinciden. Sólo en Cristo hay salvación. Pedro declara ante el Sanedrín: «En ningún otro hay salvación» ( c., 2).
2. En los Padres la fe en la necesidad de la Iglesia para salvarse se expresa en la fe en la unidad de la Iglesia. Se manifestó en la Iglesia antigua, aparte de en la lucha contra las herejías, en los esfuerzos por extender la fe en Cristo, y en él están dispuestos a dar la vida por la pertenencia a la Iglesia. La tesis de la necesidad de la Iglesia para salvarse es formalmente expresada en las palabras de San Ireneo, de que nadie puede tener parte en el Espíritu Santo, si no viene a la Iglesia (Contra las herejías III, 24,
1). Con inexorable decisión declara ·Cipriano-san: «Para poder tener a Dios por padre, hay que tener a la Iglesia por madre» (Carta 74, 7). Y en otra ocasión: «Nadie puede ser bienaventurado excepto en la Iglesia» (Carta 4, 4). El año 256 escribe al obispo Jubaianus con la mayor concisión: «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Carta 73, 21). Esta afirmación acuña la fórmula que más claramente expresa la pretensión de la Iglesia de ser la única que da la salvación. Por lo demás también Orígenes dice: «fuera de la Iglesia nadie se salva» (In libr Jesu Nave homil. 3, 5).
Con frecuencia ven los Padres prefigurada la necesidad de la Iglesia para salvarse en el arca de Noé. El arca es un «tipo» de la Iglesia que salva a los hombres del diluvio del pecado. Sin el arca perecerían.
Ill. Interpretación de la doctrina de la Iglesia
La Iglesia es necesaria para la salvación no en razón de un precepto positivo de Cristo, sino en razón de su sentido y esencia. Seria positivismo teológico injustificado ver en la necesidad de la Iglesia para la salvación únicamente una necessitas praecepti El realismo teológico, que entiende a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, ve en su necesidad para la salvación una necessitas medii. De ello no hay dispensa como de una ley positiva. La Iglesia es el medio salvador instituido por Cristo, porque en ella están depositados los bienes de la salvación. La necesidad de la Iglesia para la salvación se funda en la ontología de la Iglesia, instituida por Dios o por Cristo, respectivamente. Cristo no confió sus bienes salvadores a nadie excepto a su Esposa, la Iglesia. Ella los hace accesibles al hombre mediante la palabra y el sacramento.
SCHMAUS - TEOLOGIA DOGMATICA IV
LA IGLESIA - RIALP. MADRID 1960.Págs. 786-791