Cap VIII No se debe hacer nada para ser visto 1--5



1 El abad Antonio oyó contar que un monje joven había hecho un milagro en el camino. Había visto a unos ancianos que caminaban fatigados y mandó a los onagros que vinieran y los transportasen hasta la morada del abad Antonio.

Los mismos ancianos se lo contaron al abad Antonio y éste replicó: «Creo que ese monje es un navío sobrecargado de riquezas, pero no sé si podrá llegar a puerto».

Poco después el abad Antonio se echó de repente a llorar y lamentarse arrancándose los cabellos. Y al verlo así sus discípulos le dijeron: «¿Por qué lloras, Padre?».

El anciano respondió: «Una gran columna de la Iglesia acaba de caer». Se refería a aquel monje joven.
Y añadió: «Id donde él y ved lo que ha sucedido».

Los discípulos fueron y lo encontraron sentado sobre una estera, llorando su pecado.
Al ver a los discípulos de Antonio, les dijo: «Decid al anciano que pida a Dios que me conceda diez días para reparar mi pecado». Pero murió cinco días después.

2 Unos monjes alabaron a un hermano delante del abad Antonio. Cuando éste fue a visitarle, quiso probarlo viendo si soportaba una injuria.

Y cuando vio que no, le dijo: «Te pareces a una casa con una hermosa fachada, pero que por detrás está desvalijada por los ladrones».

3 Se decía del abad Arsenio y del abad Teodoro de Fermo que por encima de todo aborrecían la vanagloria. El abad Arsenio no acudía fácilmente a las llamadas de sus visitantes. El abad Teodoro sí acudía,pero era como una espada para él.



4 El Padre Eulogio, presbítero, que había sido discípulo del arzobispo Juan, ayunaba dos días seguidos y a veces lo alargaba toda la semana. No comía más que pan y sal y por eso era alabado por los hombres. Se fue a Panefo, donde vivía el abad José, pensando encontrar allí una mayor austeridad. El anciano le recibió con alegría y le preparó lo mejor que tenía para mostrarle su afecto.

Los discípulos de Eulogio le dijeron: «El Padre sólo come pan y sal».

El abad José siguió comiendo sin decir palabra. Eulogio y sus discípulos estuvieron tres días allí y no les oyeron ni orar, ni cantar salmos, pues su trabajo espiritual era secreto, y se marcharon desedificados.

Por disposición divina se echó la niebla, se equivocaron de camino y se encontraron de nuevo sin quererlo en el monasterio del anciano.

Antes de llamar le oyeron cantar la salmodia. Siguieron un rato escuchando y luego llamaron a la puerta. El anciano les recibió de nuevo con gran alegría y los que acompañaban a Eulogio tomaron una jarra, y como hacía mucho calor se la ofrecieron para que bebiera. Era una mezcla de agua de mar y de agua de río y no la pudo beber.

Entrando dentro de sí, Eulogio hizo una metanía y pidió al anciano que le explicase su modo de proceder, diciéndole: «¿Qué significa todo esto, Padre? ¿Por qué antes no cantabas salmos, y empezasteis a hacerlo al marchar nosotros, y cuando quise beber agua la encontré salada?».

El anciano le respondió: «El hermano es algo distraído y por error mezcló agua de mar».

Pero Eulogio rogaba al anciano que le dijese la verdad. Y el abad José le respondió: «Aquel vasito de vino es lo que pide la caridad. Este agua es la bebida ordinaria de los hermanos».

Y con estas palabras le enseñó a tener discreción en sus juicios y apartó su espíritu de las consideraciones humanas. Y empezó a hacer vida común, comiendo de todo lo que le presentaban.

Aprendió también a obrar en secreto y dijo al anciano: «Ciertamente vuestra conducta está lejos de toda hipocresía».

5 El abad Zenón, discípulo del abad Silvano, decía: «No habites en un lugar famoso, ni vivas con un hombre de gran reputación, ni pongas cimientos a la celda que te construyas».