En el pasado había hombres o mujeres que buscaban tener un hijo a cualquier precio. Si “hacía falta”, recurrían a graves injusticias: a la violencia sexual dentro del matrimonio, al adulterio, al divorcio para “probar” con otra pareja. Pero la ética y el derecho nos dicen, con firmeza, que nunca algo bueno (el nacimiento de un hijo) puede permitir el uso de medios injustos.
Hoy existen nuevos procedimientos para que un hijo nazca según los deseos de los adultos. De esos procedimientos, muchos son inmorales, por no respetar la dignidad de los embriones, por poner en grave peligro su existencia.
Un método relativamente nuevo consiste en congelar óvulos para cuando sean deseados por la mujer, casada o soltera, según lo permitan las leyes de los distintos países.
Las mujeres que recurren a estas técnicas saben que a partir de cierta edad es más difícil iniciar un embarazo. Por lo mismo, y con leyes como la vigente en España y otros países, recurren a centros de reproducción asistida para congelar sus óvulos y así tenerlos “como reserva” para el futuro.
A través de la congelación de óvulos, preparados para su “uso” en técnicas de fecundación artificial que “producen” hijos, supuestamente de calidad, se cae en un tipo de imposición sobre esos futuros hijos, que no serán respetados en su dignidad.
Otras mujeres van más allá: no congelan óvulos, sino embriones. De este modo, consiguen tener “guardados” hijos muy pequeños, sometidos a una congelación arbitraria y sumamente peligrosa.
En estos casos, la voluntad de los adultos trata al hijo, a veces sin darse cuenta de ello, como si fuese “algo”, un “material biológico” disponible según los deseos de sus padres. Buscan así una maternidad, una paternidad, “a la carta”.
Someter la llegada del hijo a los deseos de sus padres a través de técnicas tan peligrosas como las de fecundación artificial implica una falta de amor pleno, un modo incorrecto de ver la maternidad y la paternidad.
En cambio, es sumamente hermoso vivir la maternidad en el mejor contexto para el hijo: desde una vida matrimonial madura y llena de cariño, desde la apertura al hijo: alguien que vale sin condiciones de espacio, de tiempo, de cualidades; alguien que empezará a existir no en cuanto sometido a los proyectos de sus padres, sino a partir de una apertura generosa y responsable a su llegada en el seno de una familia que lo ama.
© Fernando Pascual (Autores Católicos)