Del dominio de sí- 2

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21 El abad Isaac, presbítero de las Celdas, dijo: «Conozco a un hermano
que, recogiendo la cosecha en un campo, quiso comer una espiga de
trigo. 

Y dijo al dueño del campo: "¿Puedo comer una sola espiga?".

Éste, admirado, le respondió: "Padre, el campo es tuyo ¿y me preguntas?"». Hasta tanto llegaba la delicadeza de este hermano.



22 Un hermano preguntó al abad Isidoro, anciano de Scitia: «¿Por qué te
temen tanto los demonios?».
Y el anciano respondió:
«Desde que soy monje me he esforzado en impedir que la cólera suba a mi garganta».


23 Decía también que durante más de cuarenta años, en los cuales se había sentido interiormente empujado al pecado, nunca había consentido ni a la concupiscencia, ni a la ira.

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24 El abad Casiano contaba que el abad Juan fue a visitar al abad Esio, que vivió durante cuarenta años en la parte más alejada del desierto.

Amaba mucho a Esio y con la confianza que le confería este afecto le preguntó: «Vives hace mucho tiempo retirado y no es fácil que te moleste ningún hombre, dime: ¿qué has conseguido?».

Y él dijo: «Desde que vivo solo, nunca me vio el sol tomar alimento».
Y el abad Juan le contestó: «Ni a mi me ha visto jamás encolerizado».

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25 Dijo también: «El abad Moisés nos contó esta historia que había escuchado al abad Serapión:
"En mi juventud vivía con mi abad Theonas. Comíamos juntos, y al final de la comida, por instigación del diablo, robé un panecillo y lo comí a escondidas, sin que lo supiera mi abad. Como seguí haciendo lo mismo durante algún tiempo, el vicio empezó a dominarme y no tenía fuerzas para contenerme. Tan sólo me condenaba mi conciencia y me daba vergüenza el confesárselo al anciano.

Pero por una disposición de la misericordia de Dios, unos hermanos vinieron a visitar al anciano buscando provecho para sus almas y le preguntaron sobre sus propios pensamientos.

El anciano respondió: "Nada hay tan perjudicial para los monjes y alegra tanto a los demonios como el ocultar sus pensamientos a los Padres espirituales". Luego les habló de la continencia.

Mientras hablaba, yo me puse a pensar que Dios había revelado al anciano lo que yo había hecho. Arrepentido, empecé a llorar, saqué del bolsillo el panecillo que tenía la mala costumbre de robar y arrojándome al suelo pedí perdón por el pasado y su oración para enmendarme en el futuro.

Entonces el anciano me dijo: "Hijo mío, sin que yo haya tenido necesidad de decir una sola palabra, tu confesión te ha liberado de esa esclavitud; y acusándote tú mismo, has vencido al demonio que entenebrecía tu corazón procurando tu silencio. 
Hasta ahora le habías permitido que te dominara sin contradecirle ni resistirle de ninguna manera. En adelante, nunca más tendrá morada en ti, porque ha tenido que salir de tu corazón a plena luz".

Todavía estaba hablando el anciano cuando se hizo realidad lo que decía: salió de mi pecho una especie de llama que llenó toda la casa de un olor fétido, hasta tal punto que los presentes pensaron que se había quemado una buena cantidad de azufre.

Y el anciano dijo entonces: «Hijo mío, con esta señal, el Señor ha querido darnos una prueba de la verdad de mis palabras y de la realidad de tu liberación».

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26 Decían del abad Macario que cuando descansaba con los hermanos se
había fijado esta norma: si había vino, bebía en atención a los hermanos, pero luego por cada vaso de vino pasaba un día sin probar agua.

Y los hermanos, pensando que le daban gusto, le ofrecían vino. Y el
anciano lo tomaba con alegría para mortificarse después.
Pero uno de sus discípulos que conocía su norma, dijo a los hermanos: «Por amor de Dios, no le deis vino, que luego se atormenta en su celda».
Cuando los hermanos lo supieron, nunca más le dieron vino.



27 El abad Macario el mayor, decía en Scitia a los hermanos: «Después de la misa en la iglesia, huid, hermanos».
Y uno de ellos le preguntó: «¿Padre, dónde podremos huir más lejos de este desierto?».
El abad puso su dedo en la boca y dijo: «De esto, os digo, que tenéis que huir».

Y él entraba en su celda y cerrando la celda se quedaba solo.


28 Dijo el abad Macario: «Si queriendo reprender a alguno, te domina la
ira, satisface tu propia pasión. Por salvar a tu prójimo, no debes perderte tu».


29 El abad Pastor dijo: «Si Nabuzardán, el jefe de cocina, no hubiese venido, no se hubiese incendiado el templo del Señor (cf. 2 Re 25,8). Del mismo modo, si la gula y la hartura en el comer no penetran en el alma, nunca sucumbirá el espíritu en su lucha contra el enemigo».


30 Se decía del abad Pastor que cuando le invitaban a comer iba a disgusto y contra su voluntad, para no desobedecer y contristar a sus hermanos.