Miércoles (Cuarto Día)
"Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados"
(Mt 5, 6).
Sentémonos a los pies de los sabios y de los santos para que nos enseñen y nos ilustren respecto a esta bienaventuranza. ¿Por qué tenemos tan poca hambre de la justicia? Te lo explica San Ambrosio: Después de llorar mis pecados empiezo a tener hambre y sed de justicia. Un enfermo cuando padece mucho no tiene hambre, es decir que siguen su pecado no tiene ganas de buscar la justicia de Dios. Por ello sigue: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" (cfr. San Ambrosio, in Lucam, 5,56). No nos es suficiente el querer la justicia si no tenemos hambre de justicia. De modo que nunca nos consideremos bastante justificados con simplemente desearla, sino que entendamos que siempre debemos tener hambre de las obras de justicia. No bastan unos sentimientos bonitos (cfr. San Jerónimo).
Vamos a escuchar también a los demás sabios y santos: Toda obra buena que no hacen los hombres con un fin bueno es desagradable delante de Dios. Tiene hambre de justicia el que desea obrar según la justicia de Dios. Tiene sed de justicia el que desea adquirir su ciencia. Porque si no sabes qué cosa es la justicia de Dios ¿cómo vas a tener hambre y sed de ella? (cfr. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9). ¿Concretamente cómo podemos entender esto? Esta bienaventuranza llama a la justicia, ya universal ya particular, contraria a la avaricia. La justicia de Dios es siempre según su voluntad los designios. Como más adelante hablará de la misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed de lo que no gusta a Dios (cfr. San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 15,4).
¿Pero como seremos saciados? Jesús ofrece la bienaventuranza a los que tienen hambre y sed de justicia, en el sentido que el perfecto conocimiento de Dios es el que constituye la avidez de los santos que no puede saciarse hasta que no habiten en el cielo. “Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros" (Flp 1, 24). Y esto es lo que se expresa con aquellas palabras "porque ellos serán hartos" (cfr. San Hilario, in Matthaeum, 4). Aquí se habla de la prodigalidad del premio de Dios, porque siempre son mayores los premios de Dios que los deseos de los santos (cfr. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9). Serán también saciados en la vida presente de aquella comida de quien dice el Señor: "Mi comida es el hacer la voluntad de mi Padre" (Jn 4, 34), la cual es la justicia, y aquella agua, de la que todo el que bebiere: "se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna" (Jn 4, 14) (cfr. San Agustín, de sermone Domini, 1,2).
La Doctrina de los Apóstoles a las Naciones nos regalan las siguientes sugerencias concretas: "No jurarás en falso (Mt. 5, 33); no darás falso testimonio (Mt. 19, 18; Ex 20, 16), no insultarás, no guardarás rencor; No finjas, ni hables con doblez porque es ‘una trampa de muerte’ (cf. Sal 21, 6) el hablar con engaño; No sea tu manera de hablar mentirosa ni vacía, sino cumplida en la práctica; No seas codicioso, ni tramposo, ni hipócrita, ni malicioso, ni arrogante, ni tengas mala intención contra tu prójimo (otra posible aceptación: no aceptes malos consejos contra tu prójimo); no odies a nadie; sino a los unos los corrijas (cf. Mt 18, 15) y por estos ora, a los otros (demás) los amarás por encima de tu vida…Odiarás toda hipocresía y todo lo que no es agradable al Señor. No abandones los preceptos del Señor, guardarás lo que has recibido ni añadiendo ni quitando (cf. Dt 12, 32). En la asamblea confesarás tus faltas y no acudas a tu oración con conciencia mala" (La Doctrina de los Apóstoles para las Naciones 2. 3 -2. 7 y 4. 12 -14)
¡Tengamos hoy hambre y sed de la justicia de Dios, tengamos hambre y sed de estar en el cielo! E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
Puede ayudar también la Reflexión del P. Cantalamessa