Martes (Tercer Día)
"Bienaventurados los que lloran porque serán consolados"
(Mt 5, 5).
Esto no significa que hemos de quejarnos continuamente para que nos consuelen. Sin embargo, toda persona experimentará siempre de nuevo momentos cuando el sufrimiento es muy grande, cuando se encuentra desconsolada. Pero también es cierto que existen personas que engrandecen su sufrimiento y hasta disfrutan de ello. No estamos hablando de eso.
El sufrimiento penetra en la profundidad del corazón y no sabemos más que hacer. Parece que no hay solución. Pero aunque uno se ve obligado a decir: "Ya no puedo más", hasta en este momento deberíamos tener la valentía de confesar esto ante Dios. A veces también tenemos que decirle al otro con toda tranquilidad: "Tú me haces sufrir con tu comportamiento, me estás hiriendo". Sin embargo, no giremos alrededor de nosotros mismos. Abramos nuestros ojos para ver el sufrimiento del otro, para ayudarle y decirle una palabra de consuelo. Ahora bien, cuando el sufrimiento es muy profundo, brotan las lágrimas. No tengamos vergüenza de llorar: junto con las lágrimas experimentaremos un alivio.
También de Jesús se cuenta que ha llorado: "Cuando Jesús vio cómo lloraba María y los judíos que habían venido con ella, se conmovió en lo más profundo de su ser… y entonces Jesús lloró… y los judíos hicieron: 'miren, cuánto lo amaba'" (Juan 11, 33. 35. 36).
Justo en el sufrimiento más profundo podemos reconocer la grandeza de Dios porque está muy cercano a las personas y les ayuda como lo vemos en la historia de la resurrección de Lázaro: "Jesús levantó los ojos y dijo: Padre, te doy gracias por qué me has escuchado. Yo sé que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado" (Juan XI.41b. 42).
En el apocalipsis nos aseguran: "Dios enjugará todas las lágrimas" (Apc 7, 17; 21.4) solamente a partir de Dios y en seguimiento a Cristo podemos cargar con el sufrimiento, la tristeza.
Sin embargo, los sabios y los santos nos enseñan que estar de luto, que estar llorando debería revestirse de una dimensión más espiritual. Porque los sufrimientos y hasta la pérdida de un ser querido son designios amorosos de Dios para nuestra vida y la de ellos. No sucede nada sin que Dios lo permita porque nos ama y hasta de nuestros pecados todavía saca bendición. Por eso San Pablo puede afirmar (Rom 8:28): “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman".
¿Qué es lo que nos dicen los sabios y los santos acerca de la dimensión espiritual de la bienaventuranza? Ellos saben que no hay nada más triste ni nada más horroroso que el pecado. Y es el pecador quien realmente debe estar de luto. Dice San Hilario respecto a esta bienaventuranza: "Se llaman los que lloran, no los que se entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino los que lloran sus pecados (San Hilario, in Matthaeum, 4). Y los que lloran sus pecados pueden llamarse en realidad bienaventurados, pero a medias. Más bienaventurados son aquellos que lloran los pecados ajenos, tales conviene que sean todos los maestros y, podríamos añadir, los padres de familia (cfr. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9). Por eso, el luto del que se trata aquí no es por los muertos según la ley común de la naturaleza, sino por los que han muerto a causa del pecado y los vicios. Así lloró Samuel a Saúl (1Sam 16), y San Pablo a aquellos que después de sus actos de impureza necesitaban arrepentirse (2Co 12, 21) (San Jerónimo).
Y entonces el consuelo de los que lloran será el luto y los que lloran sus pecados se consolarán cuando obtengan el perdón (cfr. Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9). Pero la cosa no termina ahí: Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura (cfr. San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,3). Resumiendo: ¿Quiénes son esos que lloran? En un sentido son los que sufren; en otro sentido, son los que lloran sus pecados... Así es que, los verdaderos amigos de Dios lloran por la ceguedad y miseria de los pecados del mundo (Juan Taulero, Sermón 71).
Pienso que no necesitamos hacer un gran esfuerzo para descubrir lo que necesitamos llorar en nuestra propia vida y, por amor a ellos, en la de los demás. Con todo, la Didajé de los Apóstoles a las Naciones quiere ayudarnos en los aspectos de la mentira y de la murmuración: Hijo/a mío/a, no llegues a ser mentiroso ya que la mentira lleva al robo (se refiere al robo sigiloso), ni siquiera seas amante de la plata, ni siquiera orgulloso, es que no hay razón para serlo porque de todas estas cosas se generan los robos. Hijo/a mío/a, no seas murmurador-a (cf. Jn 6, 41; Hech 6,1) porque lleva a la blasfemia, ni siquiera seas arrogante, ni siquiera malpensado, ya que de todas estas cosas se generan blasfemias (La Doctrina de los Apóstoles para las Naciones 3. 5 -6)
¡Descubramos hoy nuestros pecados y carguemos con el pecado de los demás!
E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
Puede ayudarnos también la Reflexión del P. Cantalamessa