Recursos de catequésisi de las virtudes cardinales
Las virtudes cardinales
2. La virtud en sentido estricto
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho puede darse todavía un último paso para llegar al sentido más propio y estricto de virtud. En este empeño nos vamos a servir de dos definiciones clásicas. Una es de Aristóteles y dice así: "virtud es lo que hace bueno al que la posee y torna buenas las obras del mismo”. Otra es de San Agustín y reza del siguiente modo: ''virtud es una cualidad buena de la mente por la cual se vive rectamente y de la cual nadie usa mal". Comencemos por la primera.
La virtud hace bueno al que la posee, es decir, lo perfecciona, pues bueno es sinónimo de perfecto. La perfección que la virtud proporciona ya hemos visto que es intermedia entre la propia de la esencia y la propia de la operación: es la perfección de las potencias activas. Pero conviene todavía aclarar un punto. El sujeto de la virtud, es decir, el hombre, puede ser bueno de una doble manera: primera, en un determinado aspecto, secundum quid: por ejemplo, buen médico, o buen orador, o buen matemático; y segunda, de forma absoluta, simpliciter, es decir, buen hombre. Pues bien, la virtud en su sentido más propio hace bueno al hombre de esta manera absoluta, lo hace sencillamente buen hombre. Hacerlo buen arquitecto o buen gramático es propio de la virtud entendida en sentido menos estricto.
Esto es lo que proporciona la base para distinguir entre las virtudes morales, que hacen al hombre bueno en absoluto, y las virtudes intelectuales, que lo hacen bueno en un determinado aspecto.
Además, la virtud torna buenas las obras de quien la posee. Con lo cual se declara que es algo que perfecciona a las facultades o potencias operativas para que lleven a cabo obras buenas. Cualquier obra buena, en efecto, debe proceder de una facultad bien dispuesta, es decir, enriquecida con la virtud. Pero llevar a cabo obras buenas puede tener el doble sentido antes apuntado: en un determinado aspecto (buenas obras de ciencia o de arte) y de un modo absoluto (buenas obras humanas). Las virtudes que dan lugar a estas últimas son las virtudes en el sentido más propio: las virtudes morales.
La segunda definición de virtud es más completa. En primer lugar se dice en ella que la virtud es una cualidad, y aún podría concretarse más diciendo que es un hábito y un hábito operativo. En segundo lugar se dice que es buena, pues los hábitos operativos pueden ser buenos o malos, es decir, que dispongan bien o mal a sus sujetos en orden a sus respectivas y congruentes operaciones. En tercer lugar se señala el sujeto de la virtud, a saber, la mente. Con esta expresión se designa la parte espiritual del hombre, o mejor, aquello por lo que el hombre es hombre, la raíz de su vida racional.
Aquí conviene hacer alguna precisión. El sujeto inmediato de las virtudes es siempre una facultad o potencia operativa y precisamente de índole racional (racional por esencia o racional por participación): pero el sujeto mediato y último es la sustancia humana y precisamente en cuanto humana o racional. La definición de virtud que estamos examinando designa al sujeto radical y último: no al inmediato; pero no está de más que se aclare cuál es ese sujeto inmediato. Hemos dicho que se trata de las potencias operativas del hombre y más concretamente de las racionales. Pero una potencia operativa puede ser racional de dos maneras: por esencia o por participación. Racionales por esencia son el entendimiento y la voluntad, que son facultades de índole espiritual o inorgánica, facultades no del compuesto humano de alma y cuerpo, sino del alma sola. En cambio, son racionales por participación todas aquellas facultades del hombre que obran bajo el influjo de la razón y de la voluntad, como los sentidos internos, los apetitos sensitivos y las potencias motoras. Sin embargo, por las razones que luego veremos, sólo los apetitos sensitivos (el concupiscible y el irascible) pueden ser sujeto de virtudes, juntamente con el entendimiento y la voluntad.
La definición que comentamos continúa diciendo que por la virtud se vive rectamente. La vida recta es la conforme a la razón, la vida honesta o moralmente buena. Con lo cual se ve que esta definición de virtud se refiere exclusivamente a las virtudes morales, que son las virtudes en el sentido más propio, como queda dicho más atrás. Y se confirma esto por lo que se añade en dicha definición, a saber, que de la virtud nadie usa mal. De las virtudes intelectuales se puede usar mal, se puede usar de la ciencia y del arte para hacer el nial moralmente hablando; lo que no es posible tratándose de las virtudes morales: nadie puede usar de la justicia o de la prudencia para hacer el mal moral. Éste es el sentido obvio de la definición de virtud que estamos examinando, y por eso es claro que se refiere a la virtud moral. Pero cabe forzar un tanto ese sentido, y entonces podría también aplicarse a la virtud intelectual. En efecto, vivir rectamente puede entenderse también en un sentido absoluto, simpliciter, que es el que corresponde al vivir moral; pero puede también entenderse en un sentido parcial, secundum quid, y entonces cualquier operación vital realizada de acuerdo con la razón será un vivir recto, por ejemplo, cualquier demostración científica en que se guarden las reglas de la Lógica. Del mismo modo, en algún aspecto, secundum quid, tampoco se puede usar mal de la virtud intelectual, pues el que usa de una ciencia o de un arte, mientras usa de ellas, no yerra en el cometido propio de las mismas: no conoce mal el que conoce científicamente, ni produce mal el que se atiene a las reglas del arte. Obrar bien o mal no tiene aquí un sentido moral, que es un sentido absoluto, sino un sentido parcial, determinado a algunas de las dimensiones de la actividad humana.
También se puede decir que la noción de virtud es análoga, con analogía de atribución intrínseca y de proporcionalidad propia. De atribución intrínseca, con un primer analogado, que son las virtudes morales, y con un analogado secundario, que son las virtudes intelectuales. Y de proporcionalidad propia, porque la relación que hay entre las virtudes morales y el bien moral es semejante a la relación existente entre las virtudes intelectuales y el bien parcial que estas proporcionan: la verdad de ésta o aquella ciencia, o la eficacia en éste o aquel arte.
1. Noción
Como ya hemos dicho más arriba, el nombre de «cardinales» se deriva del latín cardo, cardinis, el quicio o gozne de la puerta; porque, en efecto, sobre ellas, como sobre quicios, gira y descansa toda la vida moral humana y cristiana.
Las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia dirige el entendimiento práctico en sus determinaciones; la justicia perfecciona la voluntad para dar a cada uno lo que le corresponde; la fortaleza refuerza el apetito irascible para tolerar lo desagradable y acometer lo que debe hacerse a pesar de las dificultades, y la templanza pone orden en el recto uso de las cosas placenteras y agradables.
3. El conjunto total de las virtudes infusas teologales y morales podría representarse gráficamente con una imagen astronómica, que estaría formada del siguiente modo:
a) Tres grandes estrellas o soles con luz propia: fe, esperanza y caridad.
b) Cuatro grandes planetas con luz recibida del sol: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
c) Muchas virtudes satélites relacionadas con sus respectivos planetas, como derivadas o anejas.
Estudiadas ya las tres virtudes estrellas o soles, vamos a abordar ahora el estudio de los cuatro planetas, que son las cuatro virtudes cardinales, que, a su vez, nos darán paso al estudio de sus correspondientes satélites o virtudes derivadas que se relacionan en algún aspecto con su virtud cardinal correspondiente.
La prudencia es una gran virtud que tiene por objeto dictarnos lo que tenemos que hacer en cada caso particular. Como virtud natural o adquirida fue definida por Aristóteles: «La recta razón en el obrar», Como virtud sobrenatural o infusa puede definirse: «Una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural».
< Expliquemos un poco los términos de la definición.
a) Una virtud especial; distinta de todas las demás.
b) Infundida por Dios en el entendimiento práctico. Como es sabido, el entendimiento es una de las potencias o facultades del alma (como la memoria y la voluntad). Pero el entendimiento se subdivide en especulativo y práctico. EI especulativo se dedica a La formulación teórica de los principios en que se apoya La prudencia, mientras que el práctico recae sobre los actos particulares o concretos que hay que realizar. La prudencia, como virtud, recae precisamente sobre esos actos concretos que han de realizarse: luego reside en el entendimiento práctico, no en el especulativo.
c) Para el recto gobierno de nuestras acciones particulares. EI acto propio de La virtud de La prudencia es dictar (en sentido perfecto, o sea, intimando o imperando) lo que hay que hacer en concreto en un momento determinado hic et nunc, habida cuenta de todas Las circunstancias y después de madura deliberación y consejo.
d) En orden al fin sobrenatural. Es el objeto formal o motivo próximo, que La distingue radicalmente de La prudencia natural o adquirida, que sólo se fija en Las cosas de este mundo.
2. Importancia
Es La más importante de todas Las virtudes morales, después de La virtud de La religión como veremos en su lugar. Su influencia se extiende a todas Las demás, señalándoles el justo medio en que consisten todas ellas, para que no se desvíen por exceso o por detecto hacia sus extremos desordenados. Incluso Las mismas virtudes teologales necesitan el control de La prudencia, no porque consistan en el medio -como Las morales-, sino por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas Las circunstancias; ya que sería imprudente ilusión vacar todo el día en el ejercicio de Las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los deberes del propio estado. Por eso se llama a La prudencia auriga virtutum, porque Las dirige y Las gobierna todas como el que lleva Las riendas de un carruaje tirado por caballos.
La importancia y necesidad de La prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de La Sagrada Escritura. EI mismo Jesucristo nos advierte que es menester «ser prudentes como Las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt 10,16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta.
Es útil, además, para evitar el pecado, dándonos a conocer –adoctrinada por La experiencia- Las causas y ocasiones del mismo, y señalándonos los remedios oportunos. ¡Cuántos pecados cometeríamos sin ella y cuántos cometeremos de hecho si no seguimos sus dictámenes!
3. Funciones
Según Santo Tomás, los actos o funciones de La prudencia son tres:
a) El consejo, por el que consulta, delibera o indaga los medios y Las circunstancias para obrar honesta y virtuosamente.
b) El juicio o conclusión sobre los medios hallados, dictaminando cuáles deben emplearse u omitir hic et nunc, aquí y en este momento.
c) El imperio u orden de ejecutar el acto, que aplica a La operación los anteriores consejos y juicios. Este último es el acto más propio y principal de 1a prudencia.
4. Medios para adelantar en La prudencia
Aunque Las virtudes son substancialmente Las mismas a todo lo largo de la vida espiritual, adquieren orientaciones y matices distintos según el grado de perfección en que se encuentre un alma en un momento determinado.
Y así:
A) Los principiantes -cuya principal preocupación, como vimos, ha de ser La de conservar La gracia y no volver atrás- procurarán, ante todo, evitar los pecados contrarios a La prudencia:
a) Reflexionando siempre antes de hacer cualquier cosa o de tomar alguna determinación importante, no dejándose llevar del ímpetu de La pasión o del capricho, sino de Las luces serenas de La razón iluminada por La fe.
b) Considerando despacio el pro y el contra, y Las consecuencias buenas o malas que se pueden seguir de tal o cual acción.
c) Perseverando en los buenos propósitos, sin dejarse llevar de La inconstancia o negligencia, a Las que tan inclinada está La naturaleza viciada por el pecado.
d) Vigilando cuidadosamente la prudencia de La carne, que busca pretextos y sutilezas para eximirse del cumplimiento del deber y satisfacer Las pasiones desordenadas.
e) Procediendo siempre con sencillez y transparencia, evitando toda simulación, astucia o engaño, que es indicio seguro de un alma ruin y mezquina.
f) Viviendo el día -como nos aconseja el Señor en el Evangelio (Mt 6,34)-, sin preocuparnos demasiado de un mañana que no sabemos si amanecerá para nosotros, y que, en todo caso, estará regido y controlado por La providencia amorosa de Dios, que viste hermosamente a los lirios del campo y alimenta a Las aves del cielo (Mt 6,25-34).
Pero no se han de contentar los principiantes con este primer aspecto puramente negativo de evitar los pecados. Han de comenzar a orientar positivamente su vida por Las vías de La prudencia, al menos en sus primeras y fundamentales manifestaciones.
Y así:
a) Referirán al último fin todas sus acciones, recordando el principio y fundamento que pone San Ignacio al frente de los Ejercicios: «EI hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y Las otras cosas sobre La haz de La tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden a La prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden».
b) Procurarán plasmar en una máxima importante, de fácil recordación, esta necesidad imprescindible de orientarlo y subordinarlo todo al magno problema de nuestra salvación eterna: « ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26). « ¿De qué me aprovechará esto para La vida eterna?» (San Juan Berchmans), o, como dice el conocido cantarcillo: «La ciencia más encumbrada es que el hombre en gracia acabe, que al final de La jornada, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada».
B) Las almas adelantadas, cuya principal preocupación ha de ser La de adelantar más y más en La virtud, sin abandonar, antes al contrario, intensificando todos los medios anteriores, procurarán elevar de plano los motivos de su prudencia. Más que de su salvación, se preocuparán de La gloria de Dios, y ésta será La finalidad suprema a La que orientarán todos sus esfuerzos. No se contentarán simplemente con evitar Las manifestaciones de La prudencia de La carne, sino que La aplastarán definitivamente practicando con seriedad La verdadera mortificación cristiana, que le es diametralmente contraria. Sobre todo, procurarán secundar con exquisita docilidad las· inspiraciones interiores del Espíritu Santo hacia una vida más perfecta, renunciando en absoluto a todo lo que distraiga o disipe, y entregándose de lleno a la magna empresa de su propia santificación como el medio más apto y oportuno de procurar La gloria de Dios y La salvación de Las almas. Nunca trabajamos tanto para ambas cosas como cuando nos esforzamos en nuestra propia santificación para honra y gloria de Dios.
C) Los perfectos practicarán en grado heroico La virtud de La prudencia movidos por el Espíritu Santo mediante el don de consejo, del que hemos hablado brevemente en su lugar correspondiente.
Noción
Con frecuencia la palabra justicia se emplea en La Sagrada Escritura como sinónima de santidad: los justos son los santos. Y así dice Nuestro Señor en el sermón de La Montaña: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6), es decir, de santidad. Pero en sentido estricto, o sea como virtud especial, La justicia puede definirse así:
«La voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde estrictamente».
Expliquemos un poco los términos de La definición para conocerla mejor.
a) La voluntad, entendiendo por tal no La potencia o facultad misma (donde reside el hábito de La justicia) sino su acto, o sea, La determinación de La voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde.
b) Constante y perpetua, porque, como explica Santo Tomás, «no basta para La razón de justicia que alguno quiera observarla esporádicamente en algún determinado negocio, porque apenas habrá quien quiera obrar en todo injustamente, sino que es menester que el hombre tenga voluntad de conservarla siempre y en todas Las cosas». La palabra constante designa La perseverancia firme en el propósito; y La expresión perpetua, La intención de guardarla siempre.
c) De dar a cada uno, o sea, a nuestros prójimos. La justicia requiere siempre alteridad, ya que nadie puede propiamente cometer injusticias contra sí mismo.
d) Lo que le corresponde, o sea, lo que se le debe. No se trata de una limosna o regalo, sino de lo debido al prójimo porque tiene derecho a ello.
e) Estrictamente, o sea, ni más ni menos de lo que se le debe. Si nos quedamos por debajo de lo debido estrictamente (v. gr. pagando sólo mil pesetas al que le debemos mil doscientas) cometemos una injusticia.
Pero si sobrepasamos lo debido (v. gr. dándole dos mil al que le debíamos sólo mil) no hemos quebrantado La justicia (porque La hemos rebasado por arriba) pero hemos practicado, en realidad, La liberalidad o La limosna, no La justicia estricta.
Notas características
De La definición que acabamos de exponer se desprenden con toda claridad Las tres notas típicas o condiciones de La justicia propiamente dicha:
a) Alteridad: se refiere siempre a otra persona, no a sí mismo.
b) Derecho estricto: no es un regalo, sino algo debido estrictamente.
c) Adecuación exacta: ni más ni menos de lo debido.
Aunque Las tres notas son esenciales a La justicia propiamente dicha, La más importante es La segunda, o sea, lo debido estrictamente a otro.
Importancia y necesidad
La justicia es una de Las cuatro grandes virtudes morales que ostentan el rango de cardinales, porque alrededor de ellas -como sobre el quicio de La puerta- gira toda La vida moral.
Después de La prudencia, La justicia es La más excelente de Las virtudes cardinales, aunque es inferior a Las teologales e incluso a alguna de sus derivadas, La religión, que tiene un objeto inmediato más noble: el culto a Dios, lo que La acerca a Las teologales ocupando el cuarto lugar en el conjunto total de Las virtudes infusas.
La justicia tiene una gran importancia y es de absoluta necesidad, tanto en el orden individual como en el social. Pone orden y perfección en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; hace que nos respetemos mutuamente nuestros derechos; prohíbe el fraude y el engaño; practica La sencillez; veracidad y mutua gratitud (virtudes satélites de La justicia), regula Las relaciones de los individuos particulares entre sí, Las de cada uno con La sociedad y de La sociedad con los individuos (justicia social). AI poner orden en todas
Las cosas trae consigo La paz y el bienestar de todos, ya que La paz no es otra cosa que la tranquilidad del orden, según La magnífica definición de San Agustín. Por eso dice La Sagrada Escritura que La paz es obra de La justicia: opus iustitiae, pax (Isa 32,17); si bien, como explica Santo Tomás, La paz es obra de La justicia indirectamente, o sea, en cuanto que remueve los obstáculos que a ella se oponen (ut removens prohibens), pero propia y directamente La paz proviene de La caridad, que es La virtud que realiza por excelencia La unión de todos los corazones.
En su lugar, examinaremos brevemente el magnífico conjunto de Las partes potenciales o virtudes derivadas o satélites de La justicia, lo que aumentará nuestra estima de esta gran virtud cardinal.
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Algunas formas de practicar la justicia
Hemos de limitamos a ligeras indicaciones por no permitir otra cosa el marco de nuestra obra:
a) Evitar cualquier pequeña injusticia, por insignificante que sea.
b) Tratar Las cosas ajenas con mayor cuidado que si fueran nuestras.
c) No perjudicar jamás en lo más mínimo el buen nombre o La fama del prójimo.
d) No contraer deudas que no podamos pagar a su debido tiempo.
e) Dar a su debido tiempo el salario justo al que lo ha merecido con su trabajo.
j) Por justicia social, pagar exactamente los tributos o impuestos justos establecidos por La autoridad legítima.
g) Evitar a todo trance La acepción de personas (v. gr. concediendo un buen empleo a un amigo con perjuicio de otro más digno que él).
Noción
La palabra fortaleza puede tomarse en dos sentidos principales:
a) En cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición general que acompaña a toda virtud, que, para ser verdaderamente tal, ha de ser practicada con firmeza y energía.
b) Para designar La tercera de Las virtudes cardinales, y en este sentido puede definirse:
«Una virtud cardinal, infundida con La gracia santificante, que enardece el apetito irascible y La voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de La vida corporal».
Expliquemos un poco La definición:
a) Una virtud cardinal... puesto que vindica para sí, de manera especial, una de Las condiciones comunes a todas Las demás virtudes, que es La firmeza en el obrar.
b) Infundida con La gracia santificante... para distinguirla de La fortaleza natural o adquirida.
c) Que enardece el apetito irascible y La voluntad. .. La fortaleza reside, como en su sujeto propio, en el apetito irascible, porque se ejercita sobre el temor y La audacia, que en él residen. Pero influye también, por redundancia, sobre La voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo Las pasiones.
d) Para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil... Como es sabido, el bien arduo constituye el objeto del apetito irascible. Ahora bien: La fortaleza tiene por objeto robustecer el apetito irascible para que no desista de conseguir ese bien difícil por grandes que sean Las dificultades o peligros que se presenten.
e) Ni siquiera por el máximo peligro de La vida corporal. Por encima de todos Las bienes corporales hay que buscar siempre el bien de La razón y de La virtud, que es inmensamente superior al corporal; pero como entre los peligros y temores corporales el más terrible de todos es La muerte, La fortaleza robustece principalmente contra esos temores, como aparece claro en La vida de los mártires que no vacilan en dar su vida por conservar o confesar La fe u otra virtud sobrenatural. Por eso el martirio es el acto principal de La virtud de La fortaleza.
Actos
La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. La vida del hombre sobre La tierra es una milicia (Job 7,1). Y a semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar para La defensa del bien, reprimiendo o exterminando a Las impugnadores, y otras veces hay que resistir con firmeza los asaltos del enemigo para no retroceder un solo paso en el camino emprendido.
De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree), porque es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos La iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros. Por eso el acto del martirio, que consiste en resistir o soportar La muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de La virtud de La fortaleza.
La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión.
EI fuerte puede usar de La ira como instrumento para un acto de fortaleza en atacar; pero no de cualquier ira, sino únicamente de La controlada y rectificada por La razón, pues de lo contrario constituye un verdadero pecado capital.
Importancia y necesidad
La fortaleza es una virtud muy importante y excelente, aunque no sea La máxima entre todas Las cardinales. Porque el bien de La razón -que es el objeto de toda virtud- pertenece esencialmente a La prudencia; de manera efectiva, a La justicia; y sólo conservativamente (o sea, removiendo los impedimentos) a La fortaleza y la templanza. Y entre estas dos últimas prevalece La fortaleza, porque es más difícil superar en el camino del bien los peligros de La muerte que los que proceden de Las delectaciones del tacto regulados por La templanza. Por donde se ve que el orden de perfección entre Las virtudes cardinales es el siguiente: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
En La vida espiritual y en el camino hacia La perfección, La fortaleza, en su doble acto de atacar y resistir, es muy importante y necesaria.
Hay en el camino de La virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta Las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de La perfección cueste lo que costare; mucho valor para no asustarse ante La presencia del enemigo; mucho coraje para atacarle y vencerle, y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar Las armas en medio del combate. Toda esta firmeza y energía tiene que proporcionada La virtud de La fortaleza, robustecida, a su vez, por el don del Espíritu Santo de su mismo nombre: el don de La fortaleza, del que hemos hablado brevemente en otro lugar de esta obra.
Pecados opuestos
A La fortaleza se oponen tres vicios o pecados: uno por defecto, el temor o La cobardía, por el que se rehúye soportar Las molestias necesarias para conseguir el bien arduo o difícil; y dos por exceso: La impasibilidad o indiferencia, que no teme suficientemente los peligros que podría y debería temer, y La audacia o temeridad, que desprecia los dictámenes de La prudencia saliendo al encuentro del peligro.
Noción
La palabra templanza puede emplearse en dos sentidos:
a) Para significar La moderación que impone La razón en toda acción y pasión (sentido lato), en cuyo caso no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe acompañar a todas Las virtudes morales.
b) Para designar una virtud especial que constituye una de Las cuatro virtudes morales principales, que se llaman cardinales (sentido estricto).
En este sentido puede definirse:
«Una virtud sobrenatural que modera La inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de La razón iluminada por La fe».
Expliquemos un poco La definición:
a) Una virtud sobrenatural. (Infusa), para distinguirla de la templanza natural o adquirida.
b) Que modera La inclinación a los placeres sensibles... Lo propio de La templanza es refrenar Las movimientos del apetito concupiscible -donde reside-, a diferencia de La fortaleza, que tiene por misión excitar el apetito irascible en La prosecución del bien honesto.
c) Especialmente del tacto y del gusto... Aunque La templanza debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible, recae de una manera especial sobre Las propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente) que llevan consigo máxima delectación -como necesarios para La conservación de La especie o del individuo- y son, por lo mismo, más aptos para arrastrar el apetito si no se les refrena con una virtud especial que es La templanza estrictamente dicha. Principalmente recae sobre Las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre Las de los demás sentidos.
d) Conteniéndola dentro de los límites de La razón iluminada por La fe. La templanza natural o adquirida se rige únicamente por Las luces de La razón natural, y contiene el apetito concupiscible dentro de sus límites racionales y humanos; La templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a Las luces de La simple razón natural añade Las luces de La fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.
Importancia y necesidad
La templanza es una virtud cardinal que tiene varias otras derivadas o satélites, y en este sentido es una virtud excelente; pero teniendo por objeto La moderación de los actos del propio individuo, sin ninguna relación a los demás, ocupa el último lugar entre Las virtudes cardinales.
Sin embargo, con ser La última de Las cardinales, La templanza es una de Las virtudes más importantes y necesarias en La vida del cristiano. La razón es porque ha de moderar, sosteniéndolos dentro de La razón y de La fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de La naturaleza humana, que fácilmente se extraviarían sin una virtud moderativa de Las mismos. La Divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para La conservación del individuo o de La especie; de ahí La vehemente inclinación del hombre a Las placeres del gusto y de La generación, que tienen aquella finalidad alta, querida e intentada por el Autor mismo de La naturaleza. Pero precisamente por eso, por brotar con vehemencia de La misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de Las límites de lo justo y razonable -lo que sea menester para la conservación del individuo y de La especie en La forma y circunstancias señaladas por Dios y no más-, arrastrando consigo al hombre a La zona de lo ilícito Y pecaminoso. Ésta es La razón de La necesidad de una virtud infusa moderativa de Los apetitos naturales y de La singular importancia de esta virtud en La vida cristiana o simplemente humana.
Tal es el papel de La templanza infusa. Ella es La que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en La forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de Las justos límites, La templanza infusa inclina a La mortificación incluso de muchas cosas lícitas, para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida La vida pasional.
Vicios opuestos
Los principales son dos: uno por exceso, La intemperancia, y otro por defecto, La insensibilidad excesiva.
A) La intemperancia -que se manifiesta de muchas maneras, como veremos al estudiar Las pecados opuestos a Las virtudes derivadas o satélites- desborda los límites de La razón y de La fe en el uso de Las placeres del gusto (gula) y del tacto (lujuria). Sin ser el máximo pecado posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos; puesto que rebaja al hombre al nivel de Las bestias o animales, y porque ofusca como ningún otro Las luces de La inteligencia humana.
B) La insensibilidad excesiva, que huye incluso de Las placeres necesarios para La conservación del individuo o de La especie que pide el recto orden de La razón. Únicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (recuperar La salud, aumentar Las fuerzas corporales, etc.), o por un bien más alto, como es el bien sobrenatural (penitencia, virginidad, contemplación, consagración a Dios, etc.), porque esto es altamente conforme con La razón y con La fe.
El crecimiento en La templanza
Lo veremos en sus matices más importantes al estudiar Las virtudes derivadas o satélites y La definitiva influencia del don de temor de Dios, que es el encargado de perfeccionar al máximo La virtud de La templanza.
(Tomado de "Ser o no ser santo, esa es la cuestión", de Royo Marín)
Las virtudes cardinales
¿Qué es la virtud?
2. La virtud en sentido estricto
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho puede darse todavía un último paso para llegar al sentido más propio y estricto de virtud. En este empeño nos vamos a servir de dos definiciones clásicas. Una es de Aristóteles y dice así: "virtud es lo que hace bueno al que la posee y torna buenas las obras del mismo”. Otra es de San Agustín y reza del siguiente modo: ''virtud es una cualidad buena de la mente por la cual se vive rectamente y de la cual nadie usa mal". Comencemos por la primera.
La virtud hace bueno al que la posee, es decir, lo perfecciona, pues bueno es sinónimo de perfecto. La perfección que la virtud proporciona ya hemos visto que es intermedia entre la propia de la esencia y la propia de la operación: es la perfección de las potencias activas. Pero conviene todavía aclarar un punto. El sujeto de la virtud, es decir, el hombre, puede ser bueno de una doble manera: primera, en un determinado aspecto, secundum quid: por ejemplo, buen médico, o buen orador, o buen matemático; y segunda, de forma absoluta, simpliciter, es decir, buen hombre. Pues bien, la virtud en su sentido más propio hace bueno al hombre de esta manera absoluta, lo hace sencillamente buen hombre. Hacerlo buen arquitecto o buen gramático es propio de la virtud entendida en sentido menos estricto.
Esto es lo que proporciona la base para distinguir entre las virtudes morales, que hacen al hombre bueno en absoluto, y las virtudes intelectuales, que lo hacen bueno en un determinado aspecto.
Además, la virtud torna buenas las obras de quien la posee. Con lo cual se declara que es algo que perfecciona a las facultades o potencias operativas para que lleven a cabo obras buenas. Cualquier obra buena, en efecto, debe proceder de una facultad bien dispuesta, es decir, enriquecida con la virtud. Pero llevar a cabo obras buenas puede tener el doble sentido antes apuntado: en un determinado aspecto (buenas obras de ciencia o de arte) y de un modo absoluto (buenas obras humanas). Las virtudes que dan lugar a estas últimas son las virtudes en el sentido más propio: las virtudes morales.
La segunda definición de virtud es más completa. En primer lugar se dice en ella que la virtud es una cualidad, y aún podría concretarse más diciendo que es un hábito y un hábito operativo. En segundo lugar se dice que es buena, pues los hábitos operativos pueden ser buenos o malos, es decir, que dispongan bien o mal a sus sujetos en orden a sus respectivas y congruentes operaciones. En tercer lugar se señala el sujeto de la virtud, a saber, la mente. Con esta expresión se designa la parte espiritual del hombre, o mejor, aquello por lo que el hombre es hombre, la raíz de su vida racional.
Aquí conviene hacer alguna precisión. El sujeto inmediato de las virtudes es siempre una facultad o potencia operativa y precisamente de índole racional (racional por esencia o racional por participación): pero el sujeto mediato y último es la sustancia humana y precisamente en cuanto humana o racional. La definición de virtud que estamos examinando designa al sujeto radical y último: no al inmediato; pero no está de más que se aclare cuál es ese sujeto inmediato. Hemos dicho que se trata de las potencias operativas del hombre y más concretamente de las racionales. Pero una potencia operativa puede ser racional de dos maneras: por esencia o por participación. Racionales por esencia son el entendimiento y la voluntad, que son facultades de índole espiritual o inorgánica, facultades no del compuesto humano de alma y cuerpo, sino del alma sola. En cambio, son racionales por participación todas aquellas facultades del hombre que obran bajo el influjo de la razón y de la voluntad, como los sentidos internos, los apetitos sensitivos y las potencias motoras. Sin embargo, por las razones que luego veremos, sólo los apetitos sensitivos (el concupiscible y el irascible) pueden ser sujeto de virtudes, juntamente con el entendimiento y la voluntad.
La definición que comentamos continúa diciendo que por la virtud se vive rectamente. La vida recta es la conforme a la razón, la vida honesta o moralmente buena. Con lo cual se ve que esta definición de virtud se refiere exclusivamente a las virtudes morales, que son las virtudes en el sentido más propio, como queda dicho más atrás. Y se confirma esto por lo que se añade en dicha definición, a saber, que de la virtud nadie usa mal. De las virtudes intelectuales se puede usar mal, se puede usar de la ciencia y del arte para hacer el nial moralmente hablando; lo que no es posible tratándose de las virtudes morales: nadie puede usar de la justicia o de la prudencia para hacer el mal moral. Éste es el sentido obvio de la definición de virtud que estamos examinando, y por eso es claro que se refiere a la virtud moral. Pero cabe forzar un tanto ese sentido, y entonces podría también aplicarse a la virtud intelectual. En efecto, vivir rectamente puede entenderse también en un sentido absoluto, simpliciter, que es el que corresponde al vivir moral; pero puede también entenderse en un sentido parcial, secundum quid, y entonces cualquier operación vital realizada de acuerdo con la razón será un vivir recto, por ejemplo, cualquier demostración científica en que se guarden las reglas de la Lógica. Del mismo modo, en algún aspecto, secundum quid, tampoco se puede usar mal de la virtud intelectual, pues el que usa de una ciencia o de un arte, mientras usa de ellas, no yerra en el cometido propio de las mismas: no conoce mal el que conoce científicamente, ni produce mal el que se atiene a las reglas del arte. Obrar bien o mal no tiene aquí un sentido moral, que es un sentido absoluto, sino un sentido parcial, determinado a algunas de las dimensiones de la actividad humana.
También se puede decir que la noción de virtud es análoga, con analogía de atribución intrínseca y de proporcionalidad propia. De atribución intrínseca, con un primer analogado, que son las virtudes morales, y con un analogado secundario, que son las virtudes intelectuales. Y de proporcionalidad propia, porque la relación que hay entre las virtudes morales y el bien moral es semejante a la relación existente entre las virtudes intelectuales y el bien parcial que estas proporcionan: la verdad de ésta o aquella ciencia, o la eficacia en éste o aquel arte.
1. Noción
Como ya hemos dicho más arriba, el nombre de «cardinales» se deriva del latín cardo, cardinis, el quicio o gozne de la puerta; porque, en efecto, sobre ellas, como sobre quicios, gira y descansa toda la vida moral humana y cristiana.
Las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia dirige el entendimiento práctico en sus determinaciones; la justicia perfecciona la voluntad para dar a cada uno lo que le corresponde; la fortaleza refuerza el apetito irascible para tolerar lo desagradable y acometer lo que debe hacerse a pesar de las dificultades, y la templanza pone orden en el recto uso de las cosas placenteras y agradables.
3. El conjunto total de las virtudes infusas teologales y morales podría representarse gráficamente con una imagen astronómica, que estaría formada del siguiente modo:
a) Tres grandes estrellas o soles con luz propia: fe, esperanza y caridad.
b) Cuatro grandes planetas con luz recibida del sol: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
c) Muchas virtudes satélites relacionadas con sus respectivos planetas, como derivadas o anejas.
Estudiadas ya las tres virtudes estrellas o soles, vamos a abordar ahora el estudio de los cuatro planetas, que son las cuatro virtudes cardinales, que, a su vez, nos darán paso al estudio de sus correspondientes satélites o virtudes derivadas que se relacionan en algún aspecto con su virtud cardinal correspondiente.
LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA
La prudencia es una gran virtud que tiene por objeto dictarnos lo que tenemos que hacer en cada caso particular. Como virtud natural o adquirida fue definida por Aristóteles: «La recta razón en el obrar», Como virtud sobrenatural o infusa puede definirse: «Una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural».
< Expliquemos un poco los términos de la definición.
a) Una virtud especial; distinta de todas las demás.
b) Infundida por Dios en el entendimiento práctico. Como es sabido, el entendimiento es una de las potencias o facultades del alma (como la memoria y la voluntad). Pero el entendimiento se subdivide en especulativo y práctico. EI especulativo se dedica a La formulación teórica de los principios en que se apoya La prudencia, mientras que el práctico recae sobre los actos particulares o concretos que hay que realizar. La prudencia, como virtud, recae precisamente sobre esos actos concretos que han de realizarse: luego reside en el entendimiento práctico, no en el especulativo.
c) Para el recto gobierno de nuestras acciones particulares. EI acto propio de La virtud de La prudencia es dictar (en sentido perfecto, o sea, intimando o imperando) lo que hay que hacer en concreto en un momento determinado hic et nunc, habida cuenta de todas Las circunstancias y después de madura deliberación y consejo.
d) En orden al fin sobrenatural. Es el objeto formal o motivo próximo, que La distingue radicalmente de La prudencia natural o adquirida, que sólo se fija en Las cosas de este mundo.
2. Importancia
Es La más importante de todas Las virtudes morales, después de La virtud de La religión como veremos en su lugar. Su influencia se extiende a todas Las demás, señalándoles el justo medio en que consisten todas ellas, para que no se desvíen por exceso o por detecto hacia sus extremos desordenados. Incluso Las mismas virtudes teologales necesitan el control de La prudencia, no porque consistan en el medio -como Las morales-, sino por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas Las circunstancias; ya que sería imprudente ilusión vacar todo el día en el ejercicio de Las virtudes teologales, descuidando el cumplimiento de los deberes del propio estado. Por eso se llama a La prudencia auriga virtutum, porque Las dirige y Las gobierna todas como el que lleva Las riendas de un carruaje tirado por caballos.
La importancia y necesidad de La prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de La Sagrada Escritura. EI mismo Jesucristo nos advierte que es menester «ser prudentes como Las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt 10,16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta.
Es útil, además, para evitar el pecado, dándonos a conocer –adoctrinada por La experiencia- Las causas y ocasiones del mismo, y señalándonos los remedios oportunos. ¡Cuántos pecados cometeríamos sin ella y cuántos cometeremos de hecho si no seguimos sus dictámenes!
3. Funciones
Según Santo Tomás, los actos o funciones de La prudencia son tres:
a) El consejo, por el que consulta, delibera o indaga los medios y Las circunstancias para obrar honesta y virtuosamente.
b) El juicio o conclusión sobre los medios hallados, dictaminando cuáles deben emplearse u omitir hic et nunc, aquí y en este momento.
c) El imperio u orden de ejecutar el acto, que aplica a La operación los anteriores consejos y juicios. Este último es el acto más propio y principal de 1a prudencia.
4. Medios para adelantar en La prudencia
Aunque Las virtudes son substancialmente Las mismas a todo lo largo de la vida espiritual, adquieren orientaciones y matices distintos según el grado de perfección en que se encuentre un alma en un momento determinado.
Y así:
A) Los principiantes -cuya principal preocupación, como vimos, ha de ser La de conservar La gracia y no volver atrás- procurarán, ante todo, evitar los pecados contrarios a La prudencia:
a) Reflexionando siempre antes de hacer cualquier cosa o de tomar alguna determinación importante, no dejándose llevar del ímpetu de La pasión o del capricho, sino de Las luces serenas de La razón iluminada por La fe.
b) Considerando despacio el pro y el contra, y Las consecuencias buenas o malas que se pueden seguir de tal o cual acción.
c) Perseverando en los buenos propósitos, sin dejarse llevar de La inconstancia o negligencia, a Las que tan inclinada está La naturaleza viciada por el pecado.
d) Vigilando cuidadosamente la prudencia de La carne, que busca pretextos y sutilezas para eximirse del cumplimiento del deber y satisfacer Las pasiones desordenadas.
e) Procediendo siempre con sencillez y transparencia, evitando toda simulación, astucia o engaño, que es indicio seguro de un alma ruin y mezquina.
f) Viviendo el día -como nos aconseja el Señor en el Evangelio (Mt 6,34)-, sin preocuparnos demasiado de un mañana que no sabemos si amanecerá para nosotros, y que, en todo caso, estará regido y controlado por La providencia amorosa de Dios, que viste hermosamente a los lirios del campo y alimenta a Las aves del cielo (Mt 6,25-34).
Pero no se han de contentar los principiantes con este primer aspecto puramente negativo de evitar los pecados. Han de comenzar a orientar positivamente su vida por Las vías de La prudencia, al menos en sus primeras y fundamentales manifestaciones.
Y así:
a) Referirán al último fin todas sus acciones, recordando el principio y fundamento que pone San Ignacio al frente de los Ejercicios: «EI hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y Las otras cosas sobre La haz de La tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden a La prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden».
b) Procurarán plasmar en una máxima importante, de fácil recordación, esta necesidad imprescindible de orientarlo y subordinarlo todo al magno problema de nuestra salvación eterna: « ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26). « ¿De qué me aprovechará esto para La vida eterna?» (San Juan Berchmans), o, como dice el conocido cantarcillo: «La ciencia más encumbrada es que el hombre en gracia acabe, que al final de La jornada, el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada».
B) Las almas adelantadas, cuya principal preocupación ha de ser La de adelantar más y más en La virtud, sin abandonar, antes al contrario, intensificando todos los medios anteriores, procurarán elevar de plano los motivos de su prudencia. Más que de su salvación, se preocuparán de La gloria de Dios, y ésta será La finalidad suprema a La que orientarán todos sus esfuerzos. No se contentarán simplemente con evitar Las manifestaciones de La prudencia de La carne, sino que La aplastarán definitivamente practicando con seriedad La verdadera mortificación cristiana, que le es diametralmente contraria. Sobre todo, procurarán secundar con exquisita docilidad las· inspiraciones interiores del Espíritu Santo hacia una vida más perfecta, renunciando en absoluto a todo lo que distraiga o disipe, y entregándose de lleno a la magna empresa de su propia santificación como el medio más apto y oportuno de procurar La gloria de Dios y La salvación de Las almas. Nunca trabajamos tanto para ambas cosas como cuando nos esforzamos en nuestra propia santificación para honra y gloria de Dios.
C) Los perfectos practicarán en grado heroico La virtud de La prudencia movidos por el Espíritu Santo mediante el don de consejo, del que hemos hablado brevemente en su lugar correspondiente.
LA VIRTUD DE LA JUSTICIA
Con frecuencia la palabra justicia se emplea en La Sagrada Escritura como sinónima de santidad: los justos son los santos. Y así dice Nuestro Señor en el sermón de La Montaña: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6), es decir, de santidad. Pero en sentido estricto, o sea como virtud especial, La justicia puede definirse así:
«La voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde estrictamente».
Expliquemos un poco los términos de La definición para conocerla mejor.
a) La voluntad, entendiendo por tal no La potencia o facultad misma (donde reside el hábito de La justicia) sino su acto, o sea, La determinación de La voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde.
b) Constante y perpetua, porque, como explica Santo Tomás, «no basta para La razón de justicia que alguno quiera observarla esporádicamente en algún determinado negocio, porque apenas habrá quien quiera obrar en todo injustamente, sino que es menester que el hombre tenga voluntad de conservarla siempre y en todas Las cosas». La palabra constante designa La perseverancia firme en el propósito; y La expresión perpetua, La intención de guardarla siempre.
c) De dar a cada uno, o sea, a nuestros prójimos. La justicia requiere siempre alteridad, ya que nadie puede propiamente cometer injusticias contra sí mismo.
d) Lo que le corresponde, o sea, lo que se le debe. No se trata de una limosna o regalo, sino de lo debido al prójimo porque tiene derecho a ello.
e) Estrictamente, o sea, ni más ni menos de lo que se le debe. Si nos quedamos por debajo de lo debido estrictamente (v. gr. pagando sólo mil pesetas al que le debemos mil doscientas) cometemos una injusticia.
Pero si sobrepasamos lo debido (v. gr. dándole dos mil al que le debíamos sólo mil) no hemos quebrantado La justicia (porque La hemos rebasado por arriba) pero hemos practicado, en realidad, La liberalidad o La limosna, no La justicia estricta.
Notas características
De La definición que acabamos de exponer se desprenden con toda claridad Las tres notas típicas o condiciones de La justicia propiamente dicha:
a) Alteridad: se refiere siempre a otra persona, no a sí mismo.
b) Derecho estricto: no es un regalo, sino algo debido estrictamente.
c) Adecuación exacta: ni más ni menos de lo debido.
Aunque Las tres notas son esenciales a La justicia propiamente dicha, La más importante es La segunda, o sea, lo debido estrictamente a otro.
Importancia y necesidad
La justicia es una de Las cuatro grandes virtudes morales que ostentan el rango de cardinales, porque alrededor de ellas -como sobre el quicio de La puerta- gira toda La vida moral.
Después de La prudencia, La justicia es La más excelente de Las virtudes cardinales, aunque es inferior a Las teologales e incluso a alguna de sus derivadas, La religión, que tiene un objeto inmediato más noble: el culto a Dios, lo que La acerca a Las teologales ocupando el cuarto lugar en el conjunto total de Las virtudes infusas.
La justicia tiene una gran importancia y es de absoluta necesidad, tanto en el orden individual como en el social. Pone orden y perfección en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; hace que nos respetemos mutuamente nuestros derechos; prohíbe el fraude y el engaño; practica La sencillez; veracidad y mutua gratitud (virtudes satélites de La justicia), regula Las relaciones de los individuos particulares entre sí, Las de cada uno con La sociedad y de La sociedad con los individuos (justicia social). AI poner orden en todas
Las cosas trae consigo La paz y el bienestar de todos, ya que La paz no es otra cosa que la tranquilidad del orden, según La magnífica definición de San Agustín. Por eso dice La Sagrada Escritura que La paz es obra de La justicia: opus iustitiae, pax (Isa 32,17); si bien, como explica Santo Tomás, La paz es obra de La justicia indirectamente, o sea, en cuanto que remueve los obstáculos que a ella se oponen (ut removens prohibens), pero propia y directamente La paz proviene de La caridad, que es La virtud que realiza por excelencia La unión de todos los corazones.
En su lugar, examinaremos brevemente el magnífico conjunto de Las partes potenciales o virtudes derivadas o satélites de La justicia, lo que aumentará nuestra estima de esta gran virtud cardinal.
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Algunas formas de practicar la justicia
Hemos de limitamos a ligeras indicaciones por no permitir otra cosa el marco de nuestra obra:
a) Evitar cualquier pequeña injusticia, por insignificante que sea.
b) Tratar Las cosas ajenas con mayor cuidado que si fueran nuestras.
c) No perjudicar jamás en lo más mínimo el buen nombre o La fama del prójimo.
d) No contraer deudas que no podamos pagar a su debido tiempo.
e) Dar a su debido tiempo el salario justo al que lo ha merecido con su trabajo.
j) Por justicia social, pagar exactamente los tributos o impuestos justos establecidos por La autoridad legítima.
g) Evitar a todo trance La acepción de personas (v. gr. concediendo un buen empleo a un amigo con perjuicio de otro más digno que él).
LA VIRTUD DE LA FORTALEZA
La palabra fortaleza puede tomarse en dos sentidos principales:
a) En cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición general que acompaña a toda virtud, que, para ser verdaderamente tal, ha de ser practicada con firmeza y energía.
b) Para designar La tercera de Las virtudes cardinales, y en este sentido puede definirse:
«Una virtud cardinal, infundida con La gracia santificante, que enardece el apetito irascible y La voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de La vida corporal».
Expliquemos un poco La definición:
a) Una virtud cardinal... puesto que vindica para sí, de manera especial, una de Las condiciones comunes a todas Las demás virtudes, que es La firmeza en el obrar.
b) Infundida con La gracia santificante... para distinguirla de La fortaleza natural o adquirida.
c) Que enardece el apetito irascible y La voluntad. .. La fortaleza reside, como en su sujeto propio, en el apetito irascible, porque se ejercita sobre el temor y La audacia, que en él residen. Pero influye también, por redundancia, sobre La voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo Las pasiones.
d) Para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil... Como es sabido, el bien arduo constituye el objeto del apetito irascible. Ahora bien: La fortaleza tiene por objeto robustecer el apetito irascible para que no desista de conseguir ese bien difícil por grandes que sean Las dificultades o peligros que se presenten.
e) Ni siquiera por el máximo peligro de La vida corporal. Por encima de todos Las bienes corporales hay que buscar siempre el bien de La razón y de La virtud, que es inmensamente superior al corporal; pero como entre los peligros y temores corporales el más terrible de todos es La muerte, La fortaleza robustece principalmente contra esos temores, como aparece claro en La vida de los mártires que no vacilan en dar su vida por conservar o confesar La fe u otra virtud sobrenatural. Por eso el martirio es el acto principal de La virtud de La fortaleza.
Actos
La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. La vida del hombre sobre La tierra es una milicia (Job 7,1). Y a semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar para La defensa del bien, reprimiendo o exterminando a Las impugnadores, y otras veces hay que resistir con firmeza los asaltos del enemigo para no retroceder un solo paso en el camino emprendido.
De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree), porque es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos La iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros. Por eso el acto del martirio, que consiste en resistir o soportar La muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de La virtud de La fortaleza.
La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión.
EI fuerte puede usar de La ira como instrumento para un acto de fortaleza en atacar; pero no de cualquier ira, sino únicamente de La controlada y rectificada por La razón, pues de lo contrario constituye un verdadero pecado capital.
La fortaleza es una virtud muy importante y excelente, aunque no sea La máxima entre todas Las cardinales. Porque el bien de La razón -que es el objeto de toda virtud- pertenece esencialmente a La prudencia; de manera efectiva, a La justicia; y sólo conservativamente (o sea, removiendo los impedimentos) a La fortaleza y la templanza. Y entre estas dos últimas prevalece La fortaleza, porque es más difícil superar en el camino del bien los peligros de La muerte que los que proceden de Las delectaciones del tacto regulados por La templanza. Por donde se ve que el orden de perfección entre Las virtudes cardinales es el siguiente: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
En La vida espiritual y en el camino hacia La perfección, La fortaleza, en su doble acto de atacar y resistir, es muy importante y necesaria.
Hay en el camino de La virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta Las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de La perfección cueste lo que costare; mucho valor para no asustarse ante La presencia del enemigo; mucho coraje para atacarle y vencerle, y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar Las armas en medio del combate. Toda esta firmeza y energía tiene que proporcionada La virtud de La fortaleza, robustecida, a su vez, por el don del Espíritu Santo de su mismo nombre: el don de La fortaleza, del que hemos hablado brevemente en otro lugar de esta obra.
Pecados opuestos
A La fortaleza se oponen tres vicios o pecados: uno por defecto, el temor o La cobardía, por el que se rehúye soportar Las molestias necesarias para conseguir el bien arduo o difícil; y dos por exceso: La impasibilidad o indiferencia, que no teme suficientemente los peligros que podría y debería temer, y La audacia o temeridad, que desprecia los dictámenes de La prudencia saliendo al encuentro del peligro.
LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA
Noción
La palabra templanza puede emplearse en dos sentidos:
a) Para significar La moderación que impone La razón en toda acción y pasión (sentido lato), en cuyo caso no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe acompañar a todas Las virtudes morales.
b) Para designar una virtud especial que constituye una de Las cuatro virtudes morales principales, que se llaman cardinales (sentido estricto).
En este sentido puede definirse:
«Una virtud sobrenatural que modera La inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de La razón iluminada por La fe».
Expliquemos un poco La definición:
a) Una virtud sobrenatural. (Infusa), para distinguirla de la templanza natural o adquirida.
b) Que modera La inclinación a los placeres sensibles... Lo propio de La templanza es refrenar Las movimientos del apetito concupiscible -donde reside-, a diferencia de La fortaleza, que tiene por misión excitar el apetito irascible en La prosecución del bien honesto.
c) Especialmente del tacto y del gusto... Aunque La templanza debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible, recae de una manera especial sobre Las propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente) que llevan consigo máxima delectación -como necesarios para La conservación de La especie o del individuo- y son, por lo mismo, más aptos para arrastrar el apetito si no se les refrena con una virtud especial que es La templanza estrictamente dicha. Principalmente recae sobre Las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre Las de los demás sentidos.
d) Conteniéndola dentro de los límites de La razón iluminada por La fe. La templanza natural o adquirida se rige únicamente por Las luces de La razón natural, y contiene el apetito concupiscible dentro de sus límites racionales y humanos; La templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a Las luces de La simple razón natural añade Las luces de La fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.
Importancia y necesidad
La templanza es una virtud cardinal que tiene varias otras derivadas o satélites, y en este sentido es una virtud excelente; pero teniendo por objeto La moderación de los actos del propio individuo, sin ninguna relación a los demás, ocupa el último lugar entre Las virtudes cardinales.
Sin embargo, con ser La última de Las cardinales, La templanza es una de Las virtudes más importantes y necesarias en La vida del cristiano. La razón es porque ha de moderar, sosteniéndolos dentro de La razón y de La fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de La naturaleza humana, que fácilmente se extraviarían sin una virtud moderativa de Las mismos. La Divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para La conservación del individuo o de La especie; de ahí La vehemente inclinación del hombre a Las placeres del gusto y de La generación, que tienen aquella finalidad alta, querida e intentada por el Autor mismo de La naturaleza. Pero precisamente por eso, por brotar con vehemencia de La misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de Las límites de lo justo y razonable -lo que sea menester para la conservación del individuo y de La especie en La forma y circunstancias señaladas por Dios y no más-, arrastrando consigo al hombre a La zona de lo ilícito Y pecaminoso. Ésta es La razón de La necesidad de una virtud infusa moderativa de Los apetitos naturales y de La singular importancia de esta virtud en La vida cristiana o simplemente humana.
Tal es el papel de La templanza infusa. Ella es La que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en La forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de Las justos límites, La templanza infusa inclina a La mortificación incluso de muchas cosas lícitas, para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida La vida pasional.
Vicios opuestos
Los principales son dos: uno por exceso, La intemperancia, y otro por defecto, La insensibilidad excesiva.
A) La intemperancia -que se manifiesta de muchas maneras, como veremos al estudiar Las pecados opuestos a Las virtudes derivadas o satélites- desborda los límites de La razón y de La fe en el uso de Las placeres del gusto (gula) y del tacto (lujuria). Sin ser el máximo pecado posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos; puesto que rebaja al hombre al nivel de Las bestias o animales, y porque ofusca como ningún otro Las luces de La inteligencia humana.
B) La insensibilidad excesiva, que huye incluso de Las placeres necesarios para La conservación del individuo o de La especie que pide el recto orden de La razón. Únicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (recuperar La salud, aumentar Las fuerzas corporales, etc.), o por un bien más alto, como es el bien sobrenatural (penitencia, virginidad, contemplación, consagración a Dios, etc.), porque esto es altamente conforme con La razón y con La fe.
El crecimiento en La templanza
Lo veremos en sus matices más importantes al estudiar Las virtudes derivadas o satélites y La definitiva influencia del don de temor de Dios, que es el encargado de perfeccionar al máximo La virtud de La templanza.
(Tomado de "Ser o no ser santo, esa es la cuestión", de Royo Marín)