Sesión 8. no cometerás actos impuros

P. Antonio Rivero L.C.
CURSO: Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios




6to. Mandamiento: No cometerás actos impuros

Una constatación extraña y curiosa: en la Europa de 1950 se hablaba mucho del sexto mandamiento en los púlpitos de las Iglesias, y en cambio, apenas se hablaba o se hacía con mucho pudor en la vida pública, en los periódicos, en los mismos cines.

Hoy parece haber girado todo: las calles, anuncios, revistas, periódicos, cines se han inundado de sexo y, por contrapartida, apenas se oye hablar del tema en las iglesias. Falta siempre el sano equilibrio.

Por un lado, la gente parece pensar que se trata de un mandamiento caducado y te repite que Dios no tiene que meterse con las cosas que uno pueda hacer con su propio cuerpo. Y por otro lado, a los creyentes nos ha entrado un verdadero pánico ante la idea de que alguien nos llame “beatos”, mojigatos, ingenuos o lunáticos, si tratamos de vivir la pureza, como Dios manda. Y entonces preferimos hacer lo que hacen todos porque si no, se burlan de nosotros y nos excluyen de sus compañías.

Antes, la sexualidad se veía como unida a lo religioso. Y hoy se ha secularizado hasta el punto que algunos creen que nada de eso es pecado; que todo es normal. Algunos dicen: Es mi cuerpo y hago con él lo que se me antoja.

Del sexo prohibido se ha pasado al sexo obligado, si no, estás fuera del concierto. Sexo concebido como pura satisfacción del instinto, sin que cuente gran cosa el verdadero amor y mucho menos la conciencia.

Hay más: hoy se van perdiendo los valores relacionados con el sexo, disminuye el valor y la estima del matrimonio, pierden estabilidad las uniones entre parejas; nos quieren ahora imponer un tipo de matrimonio distinto al que Dios quiso y al que Cristo bendijo allá en Caná y llenó a esa pareja de alegría y de abundante y sabroso vino (25) . Algunos Estados quieren legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Decrece espectacularmente la natalidad.

¿Qué hacer ante todo esto: ponernos a gritar, iniciar cruzadas, escandalizados? ¿Desgarrarnos las vestiduras? ¿Encerrarnos a llorar en nuestros rincones, dando por perdida la batalla de la dignidad y de la pureza?

Escucha lo que hizo un papá de familia en un colegio.

Vivimos una época de verdadera inflación sexual. Llama la atención la cantidad de libros, artículos, revistas, emisiones radiofónicas, programas de televisión, etc.., que se dedican al tema. Es desproporcionado. Si todo el mundo supiera sobre el resto del organismo humano lo que conoce sobre el aparato sexual, serían por lo menos expertos en medicina.

Un padre acudió al colegio de su hija para protestar de la cantidad de “educación” sexual que impartía cierto profesor. Tuvo una entrevista con este caballero, el cual llegó a afirmar incluso la importancia de la sexualidad en la transmisión de la fe cristiana. Casualmente había en la clase donde fue la entrevista una pizarra con prolijas ilustraciones del aparato sexual. Al final de la conversación, el padre de familia reaccionó del siguiente modo:

- Aceptaré todas sus razones, si usted me sabe responder a una pregunta.
- ¿Cuál? -dijo el profesor.
- ¿Es usted capaz de explicarme, con el mismo detalle que lo hace en el dibujo de la pizarra, el aparato auditivo?

La cara de perplejidad del profesor no puede ser descrita. Ante su respuesta negativa -como era de esperar-, el padre de familia se afirmó en su posición, y tuvo todavía un rasgo de humor. Le dijo que también el oído era importante en la transmisión de la fe cristiana, porque san Pablo hablaba de Fides ex auditu (la fe entra por el oído)

¡Buen ejemplo le dio este papá de familia!

Lo que te expondré aquí, no son “mis” ideas en el campo de la vida sexual, sino simplemente la enseñanza de Cristo y de la Iglesia. Enseñanza que ratifico con todo mi corazón, con la firme convicción de que es capaz de iluminarte y fortalecerte.

Y ya desde ahora te digo con toda confianza: ¡Tú puedes ser puro!

La sexualidad no es, sin duda, la dimensión más importante de tu vida, pero constituye ciertamente un campo neurálgico, un terreno delicado en el que afluyen interrogantes importantes. Por eso, quiero ayudarte a comprender esta materia, pues no siempre los jóvenes han sido evangelizados en este campo.

A Jesucristo también le interesa este tema. A Él le he preguntado, al explicarte este sexto mandamiento: Señor, ¿cómo explicarías Tú esto? ¿Qué piensas Tú de la sexualidad? ¿Qué nos dijiste respecto al cuerpo, al trato con la mujer?

Y Cristo nos remite al momento de la Creación del hombre y la mujer por parte de Dios, pues ahí está toda la dignidad del hombre y de la mujer, su complementariedad y su ayuda mutua.

¿Cuál no será la dignidad del cuerpo, que el mismo Hijo de Dios tomó cuerpo humano del seno de la Virgen María? Él se hizo hombre para decirnos cómo vivir también la dimensión de nuestra corporalidad.

En este mandamiento veré contigo estos puntos:

I. ¿Cómo ve Dios la sexualidad?
II. Sentido profundo y sagrado de la sexualidad.
III. Los atentados contra la dignidad del cuerpo y de la sexualidad.


I. ¿CÓMO PRESENTA DIOS EN LA BIBLIA LA SEXUALIDAD?

Debes empezar por hablar del sexo con normalidad, como hablaba Dios en el Génesis. Sin pintarlo como un tabú o como algo que te ponga colorado. Presentarlo como lo que es: como uno de los grandes valores de la condición humana, como algo puesto al servicio de lo mejor que los hombres tenemos: el amor entre los esposos en orden a la vida. Un amor que Dios pondrá como símbolo y signo visible de su alianza con su pueblo y con la humanidad.

Si hablas del sexo como la parte de animalidad que tienes que soportar, ¿cómo vas a extrañarte después de que fuera de la fe, fuera de la Iglesia te hablen del sexo bajamente y riéndose? Tienes que cambiar de óptica, de enfoque: el sexo no es malo, ¿me entiendes? Es algo querido por Dios para realizar una de las facetas más importantes: el amor entre esposos, en vistas a la procreación. ¡Qué maravilla! ¿No crees?

La Biblia no separa el amor humano y el amor divino, no contrapone el amor de eros (26) y el amor de ágape (27) . Basta leer el Cantar de los Cantares para corroborar esto que estoy diciendo, donde Dios nos describe lo que es el amor en todos los aspectos. El amor sabe integrar todos los elementos: afectivo y sentimental, amistoso y personal, espiritual y sexual, formando un precioso equilibrio humano y un verdadero encuentro personal entre dos seres, esposo y esposa. ¡Encuentro entre dos personas, y no sólo entre dos cuerpos!

La Biblia, pues, no esconde este elemento maravilloso de la sexualidad. Más bien lo ennoblece y lo coloca en su justa dimensión: dentro del matrimonio tiene su profunda verdad, su encauzamiento, su finalidad y su realización. Fuera del matrimonio es un abuso y sólo es fuente de placer.

Recuerda bien: el placer no es el fin del sexo. El fin del sexo es la unión mutua y la procreación dentro del matrimonio. El placer es consecuencia de esto, y no el fin, y lo quiere Dios para el bien y alegría de esos esposos.

¿Quién mejor que Dios sabe lo que es nuestro cuerpo y la sexualidad? Él inventó nuestro cuerpo. Él lo hizo con sus propias manos, de materia y de luz…Con su propio cuerpo –puesto que vino a vivir a nuestra tierra- lo rehizo para siempre y en el amor. ¿Cómo no iba a tener sobre nuestro cuerpo ningún derecho de autor? De autor y de salvador.

Por eso, siempre hay que preguntar a Dios cómo comportarnos con nuestro cuerpo y con nuestra sexualidad, pues Él lo ha creado, la ha creado. ¿Y quién mejor que Él sabe lo que quiere decir amar? ¿Él, cuyo único oficio es ése, amar?

Ver la sexualidad en la luz de Sus ojos, en Él, es verla cara a cara, tal y como es. Cualquier otra mirada es miope. Cualquier otro enfoque deforma la realidad. “Es obsceno lo que se detiene a mitad de camino del misterio. El erotismo es un alto en el trayecto”.

El mayor favor que se puede hace a la sexualidad, dirá Jean Guitton, filósofo francés, es exponerla a la luz, y no a una luz tenue y difusa, sino a plena luz. Cuando se la haya mirado cara a cara, habrá que sobrepasarla, después de haber ahondado en ella, para alcanzar el misterio más íntimo de la sexualidad, que es un misterio oculto en la Trinidad misma”(28) .

Mientras no mires la sexualidad con una óptica eterna, no podrá ser más que una práctica pasional. Es decir, pasajera y vacía, y no mensajera de vida. Proyectar la sexualidad a plena luz es restituirla a esa aurora donde ha nacido, pues ha nacido del corazón de Dios.

Te invito a que contemples así todo lo relacionado con la sexualidad: con los ojos de Dios, pues Él la puso en cada uno de nosotros como un don. Ama tu cuerpo. No lo desprecies ni lo profanes. Ese tu cuerpo te ha sido confiado como inseparable compañero de camino. Cuídalo, respétalo.

Ojalá pudieras decir con san Gregorio Nacianceno, un obispo del siglo IV: Quiero a mi cuerpo como a un compañero de cautiverio. Lo respeto como a un coheredero, pues hemos heredado luz y fuego. Compañero de fatigas del que cuido; lo quiero como a un hermano por respeto a Aquel que nos ha reunido.

¡Qué maravilloso es nuestro cuerpo! Lo más fantástico, lo más inaudito, lo más increíble, lo más inconcebible es que, mediante ese cuerpo, puedes hacer existir a alguien, a una persona que no ha existido todavía, y que existirá siempre, siempre…Y además hacerlo en un acto en el que se expresa y se entrega tu corazón, en el que tu cuerpo es el lugar de encuentro del amor y de la vida. ¿Cómo no dar gracias a Dios por esto?

Nada hay tan hermoso, tan grande, tan conmovedor como la eclosión de una vida. Misterio que nos fascina, nos desconcierta, no nos cabe en la cabeza, nos deja estupefactos, nos maravilla. Sólo Dios podía inventarlo. ¿Cómo no lo vas a cuidar con respeto y usarlo para lo que Dios quiso?

Cuídalo. No lo fuerces. No lo violentes. Acéptalo tal y como se te ha confiado.

El amor total es amar con alma y cuerpo. Tu cuerpo tiene que ser, pues, vehículo de tu alma para expresar el amor, la ternura, la entrega total.


II. PROFUNDIDAD Y SACRALIDAD DE LA SEXUALIDAD

Ya te hablé en el cuarto mandamiento sobre el matrimonio como sacramento, con sus propias leyes, constituido como alianza sobre el consentimiento personal e irrevocable del hombre y la mujer, uno, indisoluble y con la doble finalidad del amor y la transmisión de la vida.

Pues bien, la sexualidad sólo tiene sentido profundo, sagrado y recto dentro del matrimonio. Fuera del matrimonio, el uso de la sexualidad es un abuso y un desorden. Tienes que tener bien claro esto. Es el plan de Dios. Dios te dio este sexto mandamiento para ayudarte a usar correctamente el gran don de la sexualidad.

Pero, ¿qué pasa?

El cuerpo, además de expresar el amor, puede también expresar sus miserias. Sí, el cuerpo tiene poder de comunicación y es lugar de intercambio, pero también puede ser un factor de aislamiento y una fuente de opacidad. Incluso en la unión sexual los dos componentes de la pareja, esposo y esposa, pueden permanecer profundamente extraños el uno al otro. Y en vez de manifestar el amor, se pone de manifiesto el impulso del instinto, el ímpetu anárquico, la violencia ciega, que recuerda el salvajismo animal y disimula una amenaza de muerte.

En este sentido, nuestro cuerpo encierra una ambigüedad. Puede ser vehículo de amor o vehículo de instinto ciego.

Y cuando entra el instinto ciego, entonces hay egoísmo y satisfacción propia, desligada de la hondura del verdadero amor.

Por eso, Dios también con este mandamiento quiere regular esta fuerte tendencia y poner cauce a esta ambigüedad de nuestro cuerpo.

Nuestro cuerpo tiene que ser siempre vehículo y manifestación del amor espiritual, limpio, hermoso y desinteresado. De lo contrario, el cuerpo devora, acapara, pudriendo y envenenando las relaciones sexuales entre los esposos. En esas uniones íntimas, se debe entregar toda la persona, alma y cuerpo, sentimiento y afecto, amistad, fe y religiosidad.

Traigo aquí una frase del escritor francés George Bernanos:

La pureza no se nos ha impuesto como un castigo, sino como una de las condiciones misteriosas, pero evidentes, de esa realidad que llamamos fe. No porque la impureza destruya la fe, sino porque hace que el hombre deje de desearla. El impuro termina por no amarse a sí mismo y quien no se ama sí mismo, ya no siente la necesidad de amar a Dios, ya no necesita la alegría, ya no experimenta la necesidad de la fe”.

No sé si has leído “La sonata a Kreutzer” del escritor realista ruso León Tolstoi. Esta pequeña y terrible novela supongo que desconcertará a muchos lectores contemporáneos, porque muchas cosas han cambiado desde que se escribió, a finales del siglo XIX e inicios del XX. Pero me temo que no pocas sigan siendo válidas.

Tolstoi trata de demostrar en esa novela que el amor, el verdadero amor, está corrompido en la mayoría por el deseo carnal. Externamente, es la simple historia de un marido celoso que acuchilla un día a su mujer. Pero la clave de arco de su historia es esa podredumbre del amor, de la que también habló George Bernanos, que anteriormente cité.

El novelista ruso –que escribe esta historia en una crisis místico-puritana-religiosa de sus últimos años- acusa a una humanidad que ha entronizado la carne y que llama “amor” a lo que es puro atractivo sexual. Por eso, esos dos seres que se han elegido para amarse, se odian. ¿Por qué? ¿Qué veneno ha emponzoñado su amor? Un mundo que les ha enseñado que el deseo lo es todo, que todo debe subordinarse a él, que el vicio es lo normal entre los hombres. No se casó con una persona, sino con la carne.

Y por eso, le fue como le fue. “El amor se había extinguido –cuenta Tolstoi- una vez que la sensualidad había sido satisfecha y habíamos quedado el uno frente al otro, con nuestros verdaderos sentimientos, es decir, dos egoístas, dos extraños, deseosos de obtener el uno del otro la mayor cantidad posible de placer”. Luego vendría la larga y lenta crecida del odio progresivo. Y ya sólo sería necesaria la chispa de los celos para conducir al estallido y a la muerte.

Sólo después de cometido el crimen dirá el protagonista: “Después contemplé su rostro golpeado y amoratado, y por primera vez, olvidando mi persona, mis derechos, mi orgullo, vi en ella una criatura humana”.

Esta es la clave de la historia de Poznichev y su mujer, narrada por León Tolstoi en esta novela. Han convivido una serie de años, pero no se han visto, no se han visto como seres humanos. Se han tapado el uno al otro con su carne, con su orgullo, con sus supuestos derechos personales. Esta novela de Tolstoi es, desde luego, una caricatura del amor.

Ojalá que no te pase a ti lo mismo. La carne no debe devorar al amor. Al contrario, el amor verdadero debe ennoblecer y encauzar la carne.

En cuanto entiendas que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, entonces no te parecerá demasiado la exigencia de este mandamiento, que encauza, orienta y regula esta tendencia fuerte que todo hombre tiene de disfrutar de estos placeres del cuerpo sin medida y sin referencia alguna al plan de Dios para la sexualidad.

No pienses que la Iglesia desprecia el cuerpo o la sexualidad. De ninguna manera.

Al contrario, la Iglesia presenta una concepción extraordinariamente positiva al respecto. ¿Cómo la Iglesia va a despreciar el cuerpo? Si el mismo Dios asumió un cuerpo, tomó carne de María Santísima. ¡Qué audacia la de la religión católica al creer en la Encarnación de Dios: hay un cuerpo humano, el cuerpo de Jesús, que es el cuerpo de carne de una Persona divina!

Hay más. La Iglesia católica es la religión del cuerpo. En su cuerpo crucificado, Jesús Hijo de Dios hecho hombre, ha llevado todo el peso de nuestros pecados y de nuestra muerte, ha triunfado sobre ellos y ha inaugurado la vida imperecedera del mundo nuevo.

Y por si esto no fuera suficiente, te presento otra prueba de que la Iglesia de Cristo es religión que no desprecia el cuerpo. El cuerpo de Jesús, después de su Ascensión, permanece accesible en la Eucaristía que te ofrece la Iglesia, de manera sacramental, es decir, bajo las apariencias del pan y del vino. ¡Pero son verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo! Cuando recibes la Hostia consagrada, comes el Cuerpo glorioso de Cristo, comulgas con el Cuerpo de quien ha llevado tus pecados sobre la cruz. Y cuando adoras el Santísimo Sacramento expuesto en la custodia sobre el altar, adoras el Cuerpo santísimo de quien te acogerá un día en los cielos nuevos y la tierra nueva que ha comenzado en Él el día de Pascua. ¡Es preciso tener la audacia de creer esto! Tú, ¿lo crees?

Una última prueba de que la Iglesia de Cristo no desprecia el cuerpo. La Iglesia cree que desde tu bautismo, te has incorporado a la vida de Jesús. Por tanto, tu cuerpo es un templo en el que habitan las tres divinas Personas. ¡Qué inmensa es la dignidad de tu cuerpo, aun en la humildad y la ambigüedad de su condición actual!

Tu cuerpo está creado para la gloria eterna. Eres tú mismo quien está destinado a la resurrección, siguiendo a Cristo resucitado. Dios no ha hecho tu cuerpo para la podredumbre del sepulcro, para las cenizas de la muerte. Tampoco lo ha destinado al desolador anonimato de sucesivas reencarnaciones, como creen las religiones orientales. No; ha hecho tu cuerpo, el tuyo, tu cuerpo único, para la vida que no termina. ¿Crees esto?

¿Quién, fuera de la Iglesia católica, tiene un lenguaje tan audaz sobre la infinita dignidad y el destino eterno del cuerpo humano?

Te resumo un poco todo lo dicho.

1° La sexualidad es un don de Dios. ¡Agradéceselo! No es un juguete con el que puedas jugar a tu antojo. La sexualidad fue considerada por Dios como buena al crear al hombre y a la mujer, y lo sigue siendo, a pesar del desorden que el pecado introduciría en este campo, porque es constituyente de la esencia del ser humano. Y Cristo ha bendecido ese amor de los esposos, expresado con el cuerpo y a través del cuerpo.

2° La distinción fundamental de los dos sexos se ordena al mutuo amor y, a través de él, a la prolongación de la vida, es decir, la multiplicación de los seres de la especie. Por tanto, los dones de Dios tienen su finalidad. La sexualidad tiene como fin intrínseco el amor como donación y acogida, dentro del matrimonio uno e indisoluble. Es un bien que consiste en la capacidad de cooperar con el amor de Dios para la venida al ser de una nueva persona humana, el hijo. El hijo debe ser el fruto de ese amor entre esposo y esposa, y no el descuido en esa relación. Así pues el sexo tiene dos fines concretos: unitivo y procreativo, es decir, unirse y crecer en el amor en la pareja, y ser fecundos, es decir, tener hijos, frutos de ese amor dentro del matrimonio estable y ratificado por un serio compromiso, como es el casamiento civil y religioso.

3° En esta relación íntima de la pareja casada hay que saber integrar todas las dimensiones del amor; la afectiva y sentimental, la personal y amistosa, la espiritual y la sexual. Sólo así la sexualidad viene ennoblecida, de lo contrario, viene rebajada. ¡Que hermoso, pues, es vivir así! De esta manera esa relación íntima es fuente de gozo y de santificación personal., porque cuenta con la gracia de Cristo, regalada el día de su boda.

4º Dios en la Biblia ha expresada el amor por todos nosotros, por su pueblo, en términos de la unión conyugal entre el esposo y la esposa: “Te desposaré a mí, para siempre; te desposaré en justicia y derecho, en ternura y misericordia; te desposaré en fidelidad, y conocerás a Yahwéh” (Oseas 2, 21-22).

También san Pablo ha comprendido del mismo modo el amor de Cristo con su Iglesia: “Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).

Cristo ha amado y ama a la Iglesia como a una persona, como un hombre puede amar a una mujer. Se ha entregado por ella sobre la cruz y, a través de la historia, la purifica y la santifica con el agua del bautismo. Se ha entregado a la Iglesia en cuerpo y alma, con amor eterno, en la cruz. Y esta alianza de Cristo y la Iglesia, indisolublemente fiel, es además fecunda, fuente de vida, pues nuevos hijos por el bautismo son incorporados a la Iglesia, a la que podemos llamar en verdad nuestra santa Madre Iglesia.

5° Aunque la sexualidad es en sí buena, querida por Dios, ha quedado profundamente perturbada por el pecado, estableciéndose dentro del hombre una especie de guerra intestina: la razón, por una parte, señala los límites, y la pasión, por otra, ofusca la mente para que salte la barrera del orden natural, violando las leyes del Creador. Por eso, necesitamos una virtud que regule y modere este fuerte tironeo: la pureza.
La pureza, hija de la templanza, es la virtud que asegura el dominio del alma sobre los placeres carnales (29) .

Te he hablado de pureza. Quiero distinguir bien estas dos palabras: virginidad y castidad o pureza.

Virginidad es la decisión que incluye el propósito de abstenerse total y perpetuamente de los placeres provenientes de la actividad sexual, aun de los que son legítimos y santos en el matrimonio, por amor a Dios, sin otro fin que consagrarse a Él de una manera especial y total. Sólo así la virginidad se transforma en virginidad consagrada.

La virginidad es distinta a la castidad o pureza. La castidad es la virtud que regula el buen uso del sexo. No excluye, por cierto, las relaciones sexuales dentro del matrimonio, sino solamente las faltas que pueden cometerse con ocasión de ellas.

Mientras la virginidad no es para todos, sino para quienes sientan interiormente el llamado de Dios a una consagración total, la pureza o castidad, por el contrario, es una virtud para todos.

Para los casados la pureza significa fidelidad y entrega del corazón y de todo el ser a una única persona y a Dios en ella. Para los solteros significa abstinencia temporal del uso del sexo y encauzamiento de esas tendencias, hasta el matrimonio, donde la sexualidad tiene su sentido hondo, profundo y religioso; sólo así se preparan para vivir en plenitud y absoluta donación el estado matrimonial. Para los consagrados significa abstención total y perpetua, a fin de dedicarse por completo a Dios en cuerpo y alma, sublimando esta tendencia por un bien supremo: Dios. A esta abstención total, completa y perpetua, por amor a Dios, la llamamos virginidad.

Para vivir esto Dios concede a los sacerdotes, religiosos y religiosas una gracia especial para mantenerse fieles y felices en la entrega a Él en castidad perpetua y por amor. Sólo el amor a Dios motiva la entrega en castidad de todos los sacerdotes y religiosos. No es miedo al matrimonio. Ni mucho menos menosprecio a la carne. La carne del hombre está permeada de espíritu y está llamada a realizar una relación esponsal y personal. Ni Cristo despreció la carne ni la Iglesia. Ya te lo expliqué más arriba.

La castidad no es sólo mera represión de las pasiones. Su fin es bien positivo: sanar al hombre de las heridas dejadas por el desorden del pecado, y orientarlo hacia su verdadero fin, es decir, alcanzar la felicidad en Dios. “Por consiguiente es falsa la opinión, según la cual la virtud de la castidad tiene un carácter negativo. El hecho de estar ligada a la virtud de la templanza ciertamente no le da ese carácter. Al contrario, la moderación de los estados y de los actos inspirados por los valores sexuales sirve positivamente a los de la persona y del amor. Únicamente un hombre y una mujer castos son capaces de experimentar un verdadero amor” (30) .

Un último consejo: fíate de la Iglesia.

A cada avión se le atribuye un pasillo de vuelo preciso, dentro del cual puede volar libremente sin amenaza constante de colisión. Pues bien, la torre de control que te guía y te da las coordenadas de seguridad es la Iglesia. Ella sabe lo que es la vida. Por la experiencia.

Dos mil años y pico de experiencia sobre el hombre, ¿no es acaso suficiente para ser fiable? Y sobre todo ella sabe lo que piensa Dios, de quien viene toda vida y todo amor. ¡Ella ve al hombre con los ojos de Él! Por eso siempre la Iglesia está por el amor, por la libertad, por la verdad, por la vida, por el cuerpo. Por lo que dura siempre. Por lo que tiene la claridad del día.

Fuera de la Iglesia, se está fácilmente contra: se contra-dice la Palabra de Dios (herejías, manipulaciones). Se contra-hacen sus obras maestras (maltrato y abuso de la naturaleza). Se contra-ponen a su plan de amor (rebeldías y desobediencias). La contra-cepción es contra-vención que penaliza la vida. Se contraría al que se conserva virgen hasta el matrimonio. El aborto es una contra-ofensiva de la muerte contra la vida.

La Iglesia se está convirtiendo en el único lugar en el que la vida será protegida incondicionalmente. Donde nunca se dará la muerte. ¿Es que pronto los hospitales, clínicas y maternidades católicas serán los únicos lugares en que podamos estar seguros de que toda la prodigiosa técnica médica se pondrá exclusivamente al servicio de la vida?

La Iglesia te invita siempre a vivir la pureza, virtud hermosa de Cristo y de María.
Mira a Cristo, siempre puro. ¡Cómo se comportó con las mujeres! Con que respeto, pudor y recato. Trató con ellas con espontaneidad, pero no con chabacanería o vulgaridad. Habló con ellas, pero con comedimiento y sin segundas intenciones. Se dejó acompañar y servir por ellas, pero las puso en su lugar, valorando los detalles de delicadeza de esas mujeres y agradeciéndoles sus servicios.

Mira a María, ejemplo perfecto de pureza y virginidad. ¡Qué encanto emanaba de su persona! ¡Qué fragancia al oírla hablar o al contemplarla en la oración! Su trato con José fue siempre respetuoso y limpio.

Por eso, atrévete a vivir la pureza, como Dios quiere. Vive la pureza como una expresión de amor a tu futuro cónyuge con el que compartirás tu vida y tus hijos, como regalos de Dios. Ya sabes los medios que tienes para vivir esta hermosa virtud.

Unos son medios sobrenaturales: oración diaria, confesión frecuente, comunión fervorosa, devoción tierna a la Virgen, el sacrificio amoroso, dirección espiritual con algún amigo sacerdote.

Y otros son medios naturales: descanso mental y físico con el deporte, paseos; tener un horario equilibrado de trabajo y de descanso; seleccionar los espectáculos a los que quieres asistir, la televisión que quieres ver; seleccionar bien tus amistades y compañías; buscar la vida familiar, dedicarle a ella lo mejor de tu tiempo y lo mejor de ti mismo.

Atrévete a ser puro, y verás qué paz tendrá tu corazón. Es verdad que la pureza no es la primera de las virtudes que debes conseguir. Antes están la fe y la caridad. Pero la pureza constituye algo así como el clima necesario para que esas dos virtudes, y con ella todas las demás, se desarrollen convenientemente. Y sobre todo, la pureza es camino a la unión con Dios.

¿Serías capaz de hacer lo que hizo una niña de doce años, que prefirió mantenerse pura antes que pecar, aunque eso le supuso la muerte del que quiso violarla?

Sí, se trata de María Goretti; hoy santa María Goretti.

María Goretti (1890-1902) sólo vivió doce años. Catorce brutales puñaladas, en el pecho y en el vientre, acabaron con su vida. Todo fue por oponer resistencia al depravado que intentaba violarla. Agonizante, la pobre niña María tuvo que ser intervenida urgentemente, sin cloroformo. Mientras trataba de resistir al horrible dolor -físico y moral- y ya al límite de sus fuerzas, una sola cosa la obsesionaba: que todos la escucharon decir...: «¡Le perdono! ¿Me oís? ¡Le perdono de todo corazón, Señor, y le quiero conmigo en el paraíso!».

Nada pudo hacerse por salvar su vida. La investigación policial concluyó con la confesión del asesino: se trataba de Alessandro Serenelli, de veintiún años, a quien los padres de María Goretti habían acogido en casa como a un hijo más desde que era pequeño.

Fue condenado a treinta años de cárcel. Una noche, Alessandro soñó que María Goretti, envuelta en luz, le regalaba un precioso ramo de lirios. Al despertar, lloró amargamente y se sintió del todo perdonado por la niña.

Un último dato curioso: el 24 de junio de 1950, Pío XII canonizaba a la nueva santa. Era la primera vez que una madre, Asunta, asistía en primera fila a la ceremonia de canonización de un hijo.

Decídete ya a vivir la pureza. Ten voluntad.


III. ¿SABES CUÁLES SON LOS ATENTADOS CONTRA ESTE MANDAMIENTO?

Salvaguardar el amor, proteger la libertad, promover la vida, valorar el cuerpo, en ocasiones significa gritar: “¡Atención! ¡Terreno minado! ¡A vuestra cuenta y riesgo!”. Por eso, la Iglesia siempre te avisará de los atentados contra este mandamiento.

Frente al mal, neutralidad es sinónimo de complicidad. La Iglesia prefiere pasar hoy por retrógrada, por reaccionaria, antes de ser acusada mañana de complicidad con los culpables del autogenocidio contemporáneo; ante la esclavitud de la mujer en el imperio romano, la Iglesia se alzó fieramente. Y hoy, se alza nuevamente contra todos aquellos que banalizan la sexualidad, la explotan y se ríen de ella.

¿Comprendes ahora por qué la Iglesia puede parecer tajante a veces en su toma de posición, sin compromisos? Y es que en cosas tan graves como las manipulaciones genéticas o las perversiones del amor, se juega la supervivencia misma de la especie humana. En el inmenso naufragio de todos los valores hace falta esa roca de diamante, ese pedestal de existencia al que amarrar con toda seguridad nuestras embarcaciones, que hacen agua por todas partes y se dejan arrastrar por la corriente, a la deriva.

Cada vez más no creyentes son atraídos hacia la Iglesia católica, simplemente por sus certidumbres absolutas, incondicionales, al hablar de cuerpo, amor y vida, y de los atentados contra todo esto.

Sí, existen atentados contra este mandamiento de Dios. Mucho más hoy, por todos los incentivos del ambiente, en muchas partes, pagano.

¿Cuáles son esos atentados? Apunta bien. Te los explico para que te queden más claros.

1. Impureza de pensamiento, palabras, miradas y acciones. Todo esto se da en ti, lo quieres tú, lo provocas tú, lo buscas tú, lo cultivas tú…Pero si tuvieras el corazón limpio, no harías caso a toda esta basura que no te ayuda para nada; al contrario, te ensucia. Ten pensamientos nobles y limpios. Respira aire puro. Mira las alturas de las montañas nevadas y hermosas. Mira los hermosos amaneceres o atardeceres, los ríos y mares, los bosques y jardines.

2. Pornografía en libros, revistas, cine, espectáculos, internet y diversiones deshonestas. También está en ti el detener esta avalancha de suciedad. Eres tú quien toma esa revista y la hojea; eres tú quien va a ese cine y se sienta en la butaca para ver esa película indigna; eres tú quien abre la Internet; eres tú quien enciende la televisión; eres tú quien va a esa diversión deshonesta. Sé valiente y no permitas esa tentación. En la pornografía, el cuerpo humano es exhibido como simple objeto de concupiscencia con vistas a satisfacciones egoístas e inmediatas que son lo contrario del amor. Se excluye el espíritu. Comprar o leer este género de publicaciones, ver este género de películas, aunque no fuera más que ocasionalmente, sería hacerse cómplice de una empresa satánica de degradación de la sexualidad (31) .

3. Falta de decoro y pudor en la forma de vestir y comportarse, para provocar los instintos y tendencias sensuales y sexuales en quienes te ven. De nuevo, está en ti el no consentir en todo esto. No te hace bien. Sé digno. Compórtate como caballero o como dama. ¿Qué haría Cristo en tu lugar? ¿Qué haría la Virgen en tu lugar?

4. Permitir ocasiones próximas de pecado. ¿Por qué te metes en la boca del lobo? ¿No sabes que te va a morder? ¿Tan necio eres?

Si bien es verdad que frecuentemente se dice que hay muchas formas de vivir y ejercer la sexualidad, conforme a la diversidad de las culturas y se las presenta como indiferentes desde el punto de vista moral, es preciso afirmar que todo uso mentiroso y falseado del lenguaje sexual es moralmente desordenado.

Hay formas regresivas y degeneradoras de vivir y ejercer la sexualidad que por falsear su verdad, han de ser calificadas como inmorales, precisamente porque niegan y rechazan valores y bienes fundamentales de la sexualidad integrada en toda la persona, e impiden, consiguientemente, llevar a plenitud lo humano del mismo hombre.

No puedes reducir el amor a la satisfacción individual, ni puedes considerar el placer como un valor por sí mismo. Tan alto es el significado esponsal de la sexualidad que toda actuación de la facultad genital fuera del matrimonio constituye un desorden moral. No te dignifica como persona. Al contrario, te degrada, te rebaja. Te ofendes a ti mismo, además de ofender a Dios.

¿Qué otros comportamientos concretos son inmorales?

1. El autoerotismo o masturbación, que consiste en darse a sí mismo, solitariamente, el placer sexual por la excitación voluntaria de las partes genitales. No es un gesto de comunicación y de entrega al otro. Es un acto egoísta y cerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza, la masturbación contradice el sentido cristiano de la sexualidad vivida como alianza de amor. No se encuentra en ella nada de la alianza recíproca y fecunda de Cristo y de la Iglesia.

La masturbación, comportamiento privado de la verdad del amor, deja a menudo insatisfecho a quien se entrega a ella. Conduce al vacío y al disgusto. Es un gesto egoísta, que empaña el alma y turba el corazón. En sí, objetivamente, la masturbación es un desorden serio que contradice el sentido humano y cristiano de la sexualidad y del amor. Pero la inmadurez psicológica, el desasosiego interior, el peso de los hábitos, pueden entonces disminuir la responsabilidad personal.

No es ciertamente el pecado más grave que puedes cometer. Pero eso no impide que te haga esclavo, te habitúe a una sexualidad egoísta e inmediata y asfixie en ti la vida espiritual.

¿Cómo salir de ella? Si la masturbación es un replegarse sobre sí mismo, entonces la superarás abriéndote a Dios, al mundo, a los demás, a tus tareas. Todo lo que estimula el sentido del trabajo, del compromiso y de la relación, te ayudará mucho. Justo descanso y deporte, te vendrá bien. Y la oración y los sacramentos. Te ayudará mucho el consejo de un director espiritual. Ah, y no te olvides de pedirle ayuda a la Virgen Santísima, pues Ella sí sabe de pureza.

2. La homosexualidad ejercitada, que cierra el acto sexual al don de la vida (32) . La homosexualidad consiste en la conducta sexual resultante de una atracción erótica preferencial, y a veces exclusiva, en relación con personas del mismo sexo.

Objetivamente, el comportamiento homosexual contradice la estructura del amor humano y cristiano: niega la diversidad interior del amor, la diferencia de sexos; y niega por ello la fecundidad. Sobre el plano humano y psicológico es notorio que la homosexualidad corresponde a una fijación o a una regresión del instinto sexual a un estadio incompleto de desarrollo.

El homosexual ama a otra persona, pero esta persona no es resueltamente otro, puesto que es del mismo sexo y la relación establecida no puede conducir a un tercero, que es el hijo. ¿Qué debe hacer un homosexual que tiene esa tendencia, si quiere permanecer fiel a Jesús y a su alianza de amor? No sería sensato aconsejar el matrimonio a un homosexual verdadero. La única solución auténticamente cristiana a este problema es la castidad integral.

La tendencia homosexual puede ser una de las razones por las cuales un cristiano aceptará, por amor a Jesús, vivir en celibato. No será un celibato consagrado en la vida religiosa, a causa de los peligros graves que tal estado podría comportar, si viviera en una comunidad del mismo sexo. Pero deberá tratarse de un verdadero celibato vivido en un nivel de gran profundidad espiritual, con ayuda psicológica, espiritual y familiar.

3. Las relaciones extraconyugales y la fornicación: en lugar de ser la expresión de la entrega de una persona a otra se convierte sólo en el simple desahogo del sentimiento amoroso o de la búsqueda erótica del placer. La sexualidad está en este caso disociada de la verdad cristiana del amor y de las exigencias que brotan de él. Tomas del otro la ocasión que te da el disfrutar momentáneamente de él y de ti, pero no te das a él, en cuerpo y alma, en un compromiso radical de tu libertad.

Aquí entraría el convivir sin la intención de contraer matrimonio y el matrimonio a prueba.

En la cohabitación, sin intención de matrimonio, cada uno encuentra en el otro un desaguadero a su necesidad de amar y de ser amado, un remedio a la soledad y una fuente de placer. Pero, ¿hay una verdadera donación mutua de las personas? ¿No está acaso minada ésta, desde el principio, por la reserva implícita o explícita, que acompaña a toda unión “suelta”: “si no nos entendemos, nos separamos o permaneceremos juntos mientras dure nuestro amor”?

Y el matrimonio a prueba contradice aún más claramente el respeto debido a la persona. Se puede probar una máquina, no un ser humano.

Le preguntaban al escritor francés Thibon qué pensaba sobre el llamado “Matrimonio a prueba”, ése que se “contrae” para evitar luego los fracasos.

Contestó: “El hecho de probar un ser humano como se prueba un coche o un aparato electrodoméstico o, mejor aún, como se contrata -temporalmente y bajo condición de satisfacción recíproca- a una cocinera o a un contable, bastaría para destruir todo lo que de único y sagrado hay en la intimidad de un matrimonio. La idea de que, después de todo, no se trata más que de una experiencia a la que se puede poner fin cuando se quiera, se introduce ya como un germen de ruptura en la unión. ¿En qué se convierten, en esa geometría plana de la sexualidad, la profundidad, el misterio, la maravilla del amor? ¿Dónde queda ese sentimiento de donación gratuita e irreversible que liga para siempre dos destinos? Sin hablar del lado cómico de la situación. Imaginad a un chico diciendo a una chica: Querida, ¿cuántas veces has sido ya probada sin ser aceptada?”.

Poco después, añadía a las razones anteriores un nuevo modo de contemplar este problema: “¿Al cabo de cuánto tiempo se puede estimar que la experiencia es concluyente? Hay coches que se portan maravillosamente al probarlos y cuyos defectos sólo se revelan después de miles de kilómetros. Numerosos matrimonios marchan también de forma excelente al principio, y después se deterioran con los años a causa de la evolución divergente (e imprevisible) de los cuerpos, de los caracteres, de los gustos, etc. Desde este punto de vista, lo lógico sería sustituir la institución del matrimonio por una serie de pruebas siempre revocables”.

4. Las relaciones prematrimoniales: un caso particular de relaciones extraconyugales es el de las relaciones sexuales entre la pareja que tiene la intención de casarse o entre prometidos que, por definición, se preparan al matrimonio.

Aquí hay un problema muy diferente del que plantean las simples relaciones de encuentro ocasional o el matrimonio a prueba. En este caso se encuentra una voluntad firme de casarse. La situación es, pues, bastante más compleja.

A nivel de principios, sin embargo, todo es claro: cristianamente y humanamente la relación sexual expresa el don recíproco total de las personas y su común apertura a una fecundidad que les sobrepasa. No tiene, pues, pleno sentido más que en el interior de una comunidad de vida irrevocable, a imagen –si tú eres cristiano- del don irrevocable de Cristo a la Iglesia sobre la cruz y en la Eucaristía. Esto no tiene lugar más que en el matrimonio, por el cual, la promesa humana de fidelidad intercambiada entre el hombre y la mujer, se encuentra englobada en la indefectible fidelidad del Dios hecho hombre.

De nuevo, se debe decir aquí que dichas relaciones prematrimoniales están falseadas, pues hay exclusión sistemática de los hijos. Esto revela claramente que aquí la sexualidad es vivida en un contexto que, por principio, le priva de uno de sus componentes esenciales: la fecundidad.

Todo esto que te pide Cristo, es decir, no tener relaciones antes de casarte no podrá ser vivido sin sacrificio ni quizá sin algún desliz ocasional, pero si os ponéis de acuerdo, este esfuerzo os unirá más duradera y profundamente que las experiencias sexuales prematuras, inspiradas por la voluntad de tener todo enseguida. La calidad humana y cristiana de vuestro amor debe pagar este precio.

Déjame decirte unas cuantas palabras sobre el noviazgo, ese tiempo hermoso de tu vida. El noviazgo es una franca preparación para el matrimonio, por lo que no debes hacerte novio o novia de cualquiera que pase frente a ti y te conquiste con su atractiva sonrisa. El noviazgo es una oportunidad sensacional para conocerse más profundamente, para conversar del futuro, de los intereses y sueños de cada uno.

Durante el noviazgo se debe conversar mucho para enterarse de las cosas que después pueden afectar al matrimonio: el tipo de familia que les gustaría tener, el tipo de casa, la comida que les gusta, sus diversiones y pasatiempos, la educación que quieren para sus hijos, el tipo de colegio que desean para ellos, los hábitos de limpieza, su concepto de Dios y de la religión, sus ideales, sus juicios sobre los acontecimientos y las personas. Hay que aprovechar el noviazgo intensamente para no llevarse sorpresas en el matrimonio.

Es bueno a los ojos de Dios tener muestras de cariño hacia tu novio o tu novia. Sus diferencias y su complementariedad hacen que deseen estar juntos y eso es bueno. Esa atracción que sientes hacia él o ella, está encaminada a que en un futuro se unan totalmente y por toda la vida y juntos formen una familia numerosa y feliz.

Sin embargo, siempre surge la misma duda: ¿hasta dónde pueden llegar las muestras de cariño en el noviazgo? ¿Qué es lo que está permitido y qué no?

La respuesta es muy sencilla; sólo tienes que tomar en cuenta los siguientes criterios:

1. La unión sexual entre hombre y mujer sólo puede llevarse a cabo plenamente dentro del ambiente de protección, amor y compromiso que da el matrimonio. Tener una relación sexual fuera del matrimonio es insatisfactorio, inseguro y arriesgado, además de ser un pecado grave en contra del sexto mandamiento. Insatisfactorio, porque la unión sexual, para que sea plena, exige un clima de tranquilidad y libertad que sólo se da cuando hombre y mujer se unen en cuerpo y alma de una manera permanente. Inseguro, pues no siempre esos novios llegarán al matrimonio. Arriesgado, porque toda relación sexual puede generar una nueva vida. Es una verdadera injusticia traer una nueva vida al mundo sabiendo que no se tiene la capacidad para darle el amor y la seguridad que necesita, y que sólo da el matrimonio (33) .

2. Dejando a un lado el acto sexual, en el noviazgo está permitido todo lo que no ofenda a tu futura esposa o esposo. No son moralmente aceptables aquellas caricias o actos que tengan como finalidad provocar el placer venéreo, aunque no se llegue al acto sexual completo; también son gravemente imprudentes aquellas caricias o actos que de tal manera exciten la pasión que constituyen ocasión próxima de pecado. Analiza tu actitud al darle las caricias. Todo lo que ponga tu egoísmo por encima del sacrificio, es decir, que busque el “sentir más” y no “el amar más”, está mal. Todo lo que ponga el sacrificio por encima del egoísmo, el “amar más” por encima del “sentir más”, está bien.

Sólo tú y tu conciencia pueden decidir el límite entre lo uno y lo otro, la diferencia entre cariño y placer, la frontera entre amar y usar. Hay un dicho popular que dice: “El hombre es el fuego, la mujer es la estopa…llega el demonio y sopla”.

En las relaciones con tu novio o novia no olvides nunca que el demonio estará listo para hacerlos caer en faltas graves. El demonio es muy listo y conoce la debilidad del hombre en este campo, sabe que una vez desencadenada la excitación es muy difícil frenarse y se aprovecha de ello para perder a muchas almas.

Tú no debes permitirlo. Ten en cuenta que si te arriesgas y eres normal, seguramente caerás. Si te acercas al fuego, te quemarás. Por eso se dice que en este campo, el más valiente es el que más corre. Aléjate de la tentación. Procura verte con tu novio o novia en lugares adecuados y aprovechad para hablar de lo que debéis hablar en el noviazgo para que seáis felices en vuestro futuro matrimonio.

5. La prostitución que transforma el mismo cuerpo de la mujer –o del hombre- y no solamente su imagen, en objeto de transacción financiera y de disfrute carnal. Implica una negación práctica de la dignidad espiritual de la persona. Hay disociación sistemática de lo carnal y de lo espiritual, de la genitalidad y del amor.

6. Las violaciones o el estupro, que consiste en forzar a una persona a la relación sexual con la violencia, intimidación, engaño. ¡Qué falta de respeto y dignidad!

7. Los profilácticos, píldoras o preservativos burlan la verdadera relación sexual y cierran la relación sexual a la procreación. Es verdad que los padres deben transmitir la vida y determinar el número de hijos que acogerán teniendo en cuenta, a la vez, el bien de la pareja, la felicidad de los hijos, la situación económica y social del hogar, pero también de las exigencias morales de la apertura a la vida como don de Dios.

La Iglesia invita ciertamente a una fecundidad generosa y responsable, es decir, atenta a los diversos factores en juego. Pero es verdad que al insistir sobre la esencial apertura del amor a la fecundidad, la Iglesia, en nuestros días, pone en tela de juicio los ideales de la sociedad de consumo, que coloca en primer lugar el orgasmo a voluntad, la cuenta bancaria, la dotación de electrodomésticos y el confort doméstico y, en la cola, el hijo (uno o dos como máximo).

Todo esto está expresado en la maravillosa encíclica del Papa Pablo VI, “Humanae Vitae”. Aquí todo se centra, no en los mecanismos de la fisiología del cuerpo humano y de la mujer, sino en el amor conyugar, del cual la corporeidad, con sus gestos específicos, es el lenguaje (34) .

Sigue el Papa Pablo VI con estas palabras: “En la misión de transmitir la vida, los esposos no son libres para proceder según su personal arbitrio, como quien puede determinar autónomamente, los caminos honestos que hay que seguir; todo lo contrario, ellos deben conformar su comportamiento a la intención del Creador expresada en la naturaleza del matrimonio y en sus actos propios y manifestada en la enseñanza de la Iglesia” (n. 10, final).

Si te dejas atrapar por esta concepción materialista de la felicidad, es claro que serás conducido, como tantos otros, a colocar los primeros años de tu vida conyugal bajo el signo, no de la paternidad responsable, sino de la esterilidad sistemática, mediante el uso de preservativos o píldoras.

Además de ser inmoral el aborto y la esterilización, también es inmoral usar métodos artificiales en la regulación de la natalidad, ya se trate de medios mecánicos (preservativos), químicos (espermicidas), físicos (DIU) u hormonales (ciertas píldoras). Todos se encaminan a hacer infecundo el acto conyugal, sea antes, durante o después del mismo.

¿Por qué hace esto la pareja? Al cardenal Ratzinger le preguntó Peter Seewald sobre los anticonceptivos. El cardenal ve tres razones al respecto (35) :

1. Antes la venida del niño se consideraba una bendición de Dios, hoy se ve como una carga que “ocupará mi sitio en el día de mañana”, o “mi espacio vital peligra”.

2. Hoy se quiere separar sexualidad y reproducción, cosa que no se debe, pues hay un nexo íntimo entre ambas realidades, querido por el mismo Dios.

3 Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el modo de vida.

Sin embargo, el usar los métodos naturales es moralmente correcto.

¿Dónde está la diferencia entre los métodos artificiales y los naturales, pues ambos se proponen hacer ese acto conyugal infecundo?
Algo te había explicado ya en el quinto mandamiento. Ahora vuelvo a retocar algunos puntos.

La principal diferencia no es la de las actitudes, sino la diferencia moral entre ambos comportamientos.

En el caso de la anticoncepción los esposos realizan un acto sexual al que voluntariamente eliminan su capacidad procreativa, alterando y deformando de ese modo el acto sexual, y por lo mismo no respetando el significado humano profundo de su sexualidad.

En el caso de los métodos naturales lo que se hace es no realizar el acto sexual cuando hay fertilidad. Por tanto, no se hace un acto alterando y deformando su significado. Simplemente no se pone el acto. No hay ninguna obligación a realizar el acto sexual en ningún momento.

En la contracepción y métodos artificiales, los esposos se colocan por encima del vínculo estructural y muy profundo existente entre el amor y la fecundidad.

Poniéndose en el lugar del Creador, esos esposos se afirman a sí mismos como los señores que quieren dominar a su gusto, disociando voluntariamente las dos significaciones de la sexualidad. Y al mismo tiempo que manipulan la sexualidad humana y se colocan como árbitros y señores del designio divino, los esposos cesan, por la contracepción, de aceptarse y donarse mutuamente uno al otro según la verdad de su ser físico y espiritual. La esposa acoge en ella al marido, pero con el rechazo a su gesto inseminador; el esposo recibe a la esposa, pero con la activa negación de su ritmo fisiológico y psicológico propio. Conjuntamente, los cónyuges se acogen uno al otro en la exclusión de una apertura, simplemente posible, a la vida del hijo.

Sin embargo, en los métodos naturales es distinta la actitud. Los esposos buscan evitar un nacimiento, pero lo hacen por un procedimiento cuyo alcance moral es totalmente diverso. Eligen, por razones serias y de peso, unirse cuando, independientemente de su voluntad, el vínculo entre el amor y la fecundidad está como en suspenso y es inoperante, por voluntad de Dios.

Aquí los esposos no son señores, sino servidores o ministros diligentes, como custodios responsables del vínculo, inscrito en el ser y querido por Dios, entre el don mutuo de las personas y su apertura a la vida.

Además, en los métodos naturales, el esposo y la esposa se acogen recíprocamente y se entregan el uno al otro en el respeto de su ser íntegro, a la vez espiritual y carnal. La esposa recibe al esposo en la acogida de su sexualidad concreta; el esposo recibe a la esposa en la aceptación de su ritmo específico y de los tiempos que le son propios, puestos por el mismo Dios en ella. Y siempre en los métodos naturales se está abierto a la vida, en el caso de que viniera un nuevo hijo.

El texto del Magisterio de Pablo VI en su encíclica “Humanae Vitae” me viene de maravilla para cerrar este apartado: “Los actos con los cuales los esposos se unen en casta intimidad y por medio de los cuales transmiten la vida humana son, como ha recordado el Concilio ´honestos y dignos´, y no cesan de ser legítimos si por causas que no dependen de los cónyuges, se prevén infecundos, ya que quedan ordenados a expresar y fortificar la unión de los esposos. De hecho, se sabe por experiencia, que no todos los actos íntimos de los esposos generan una nueva vida. Dios ha dispuesto sabiamente leyes y ritmos naturales de fecundidad, que de suyo distancian los nacimientos. La Iglesia, exhortando a los hombres a la observancia de las normas de la ley natural, interpretada por su doctrina constante, enseña que todo acto conyugal debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (n. 11). Y todo acto íntimo de los esposos queda abierto, de suyo, a la transmisión de la vida, cuando no es manipulado por medios artificiales que condicionan la fertilidad natural.

Sigamos con los atentados contra este sexto mandamiento.
8. El adulterio, o infidelidad conyugal. Cuando un hombre o una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Y el adulterio es una injusticia, lesiona el vínculo matrimonial sagrado, quebranta las promesas formuladas por la pareja ante Dios y los hombres, compromete el bien de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.

Hay que luchar por la fidelidad en el matrimonio. Te cuento este testimonio que se atribuye al pianista y compositor Isaac Albéniz. Nos muestra cómo se ha de guardar el corazón para impedir la infidelidad, cueste lo que cueste.

Se encontraba en París cuando envió a su mujer, que se hallaba en España, el siguiente telegrama: “Ven pronto, estoy gravísimo”.

Cuando la esposa llegó a toda prisa a la capital de Francia, encontró al marido en la estación esperándola, y parecía a primera vista rebosar salud por todos los poros. Un tanto indignada, preguntó;

- Pero,…¿no estabas enfermo?
- Sí -contestó el músico-, gravísimo. Estaba empezando a enamorarme.

¡Hermoso ejemplo!

9. La poligamia, es decir, el tener muchas esposas, es una ofensa gravísima contra este mandamiento y contra la unidad del Matrimonio. Nos dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio, se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos” (número 2387).


10. La clonación
La clonación humana significa –nos dice el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia en el número 236 que reproduzco al pie de la letra- “reproducción de una entidad biológica genéticamente idéntica a la originante. La clonación propiamente dicha es contraria a la dignidad de la procreación humana porque se realiza en ausencia total del acto de amor personal entre los esposos, tratándose de una reproducción agámica y asexual. Además, este tipo de reproducción representa una forma de dominio total sobre el individuo reproducido por parte de quien lo reproduce. El hecho que la clonación se realice para reproducir embriones de los cuales extraer células que puedan usarse con fines terapéuticos no atenúa la gravedad moral, porque además para extraer tales células el embrión primero debe ser producido y después eliminado”.
11. Una última cuestión. ¿Crees que el divorcio civil es un pecado grave contra el sexto mandamiento y una ofensa a la dignidad del matrimonio?

En alguna medida, aunque no siempre, así es. Por una parte, el divorcio rompe definitivamente el signo de la Alianza de salvación de Dios con el hombre, y de Cristo con la Iglesia. Por otra, introduce un desorden irreparable en la familia y en la sociedad. Al romper el contrato libremente sellado un día, quien se divorcia civilmente, perjudica normalmente a la otra parte y a los hijos, divididos desde ese momento entre el padre y la madre, faltos de ejemplaridad y de muchas posibilidades de educación.

Ahora bien, te he dicho que no siempre el divorcio civil es un grave mal. Algunas veces, una víctima inocente obtiene por sentencia judicial, en la legislación civil, liberarse de graves males conviviendo con el otro cónyuge (golpes, peleas, amenazas, etc.). Algunas otras, el divorcio civil es condición para la obtención de determinados derechos en bien de la esposa/o e hijos.

Lo que agrava, en cualquier caso, el mal del divorcio es cuando suceden nuevas nupcias y se rompe definitivamente la posibilidad de rehacer la familia.

Acerca del tratamiento pastoral a quienes se ven en tan graves situaciones, ¿qué hace la Iglesia?

La Iglesia, aun lamentando el fracaso de algunos matrimonios entre cristianos, admite la separación física de los esposos y el final de la cohabitación. Para quienes, divorciados, acuden a casarse civilmente, la Iglesia quiere que los pastores de almas muestren una atenta solicitud y caridad. No por ello quienes así obran están excluidos de la Iglesia; por lo que será necesario ayudarles a perseverar en la fe, en las obras de caridad, en la escucha de la palabra y la educación cristiana de sus hijos, confiando en la misericordia del Señor para quienes se acogen arrepentidos a ella (36) .

No te sientas asustado por estos atentados, que juntos hemos repasado. Sólo, vigila con atención para que no sucumbas a ninguno de ellos.

¡Sé puro! ¡Cuánto vale el hombre y la mujer puros! El mundo debería admirar, respetar a las personas vírgenes, y no hacer chacota de ellas.

En Roma, en los tiempos del paganismo, existían las vestales o sacerdotisas de la diosa Vesta, encargadas de tener siempre encendido el fuego sagrado en el templo de dicha diosa.

Eran seis; entraban en el templo a la edad de diez años y estaban en él hasta los treinta; durante ese tiempo tenían que conservar intacta su virginidad. Eran tenidas en gran estima por los romanos: tanto, que en las solemnidades y en los teatros tenían siempre sus puestos de honor y vestían un traje especial blanco, con adornos de púrpura. Si un magistrado encontraba a una de ellas en la calle le cedía la derecha; y si acaso una vestal se encontraba con un delincuente condenado a muerte, al momento se indultaba a éste y se le ponía en libertad. Pero si una de las vestales faltaba a su deber y violaba la castidad, era condenada a ser sepultada viva en un lugar llamado "campo malvado".

Aquí puede verse la veneración que sentían incluso los paganos por las personas de vida casta, y en qué abominación eran tenidos los deshonestos. Y ¿hoy?

Encomienda a María Santísima Inmaculada, la Madre de Jesús y Madre tuya, esta hermosa virtud de la pureza, que nos da tanta paz, y nos prepara para vivir el amor en su sentido más hondo y profundo. Y no olvides: “Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios”.

Termino con un texto de monseñor Tihamer Toth, un gran obispo de Hungría y amigo de los jóvenes, ya fallecido:

“Fuego son tanto la pureza como la impureza. Fuerza son una vida casta y una vida relajada. Pasión son el afán de levantarse y el afán de arrastrarse…; pero la diferencia es como la que hay entre el cielo y la tierra.

La pureza es fuego que da madurez al carácter, como el rayo de sol a la rosa; la impureza es fuego que destruye la vida, como la lava humeante. La pureza es fuerza, fuerza ordenada, que empuja al trabajo y robustece para la lucha de la vida; la impureza es fuerza, fuerza desenfrenada, que rompe diques, que llena de limo los campos de la vida, que ahoga en un pantano las fuerzas del hombre. La pureza es pasión, que comunica ánimo de vida, energías, genio creador, voluntad capaz de vencer al mundo; la impureza es pasión, que hace caer inertes los brazos, que transforma en esponja el corazón, en podredumbre la sangre, en putrefacción la médula. La pureza da vida; la impureza todo lo inunda de miseria. Con la pureza van la virtud y la alegría de la vida; con la impureza, el diablo y la muerte”(37) .


Resumen del Catecismo de la Iglesia católica

2392 ‘El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’ (Exhortación de Juan Pablo II, Familiaris Consortio 11).

2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.

2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.

2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal.

2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.

2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.

2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos participan de la paternidad de Dios.

2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (por ejemplo, la esterilización directa o la anticoncepción).

2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio.


Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica

487. ¿Qué corresponde a la persona humana frente a la propia identidad moral?
Dios ha creado al hombre como varón y mujer, con igual dignidad personal, y ha inscrito en él la vocación del amor y de la comunión. Corresponde a cada uno aceptar la propia identidad sexual, reconociendo la importancia de la misma para toda la persona, su especificidad y complementariedad.

488. ¿Qué es la castidad?
La castidad es la positiva integración de la sexualidad en la persona. La sexualidad es verdaderamente humana cuando está integrada de manera justa en la relación de persona a persona. La castidad es una virtud moral, un don de Dios, una gracia y un fruto del Espíritu.

489. ¿Qué supone la virtud de la castidad?
La virtud de la castidad supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada al don de uno mismo. Para este fin, es necesaria una íntegra y permanente educación, que se realiza en etapas graduales de crecimiento.

490. ¿De qué medios disponemos para ayudarnos a vivir la castidad?
Son numerosos los medios de que disponemos para vivir la castidad: la gracia de Dios, la ayuda de los sacramentos, la oración, el conocimiento de uno mismo, la práctica de una ascesis adaptada a las diversas situaciones y el ejercicio de las virtudes morales, en particular de la virtud de la templanza, que busca que la razón sea la guía de las pasiones.

491. ¿De qué modos todos están llamados a vivir la castidad?
Todos, siguiendo a Cristo modelo de castidad, están llamados a llevar una vida casta según el propio estado de vida: unos viviendo en la virginidad o en el celibato consagrado, modo eminente de dedicarse más fácilmente a Dios, con corazón indiviso; otros, si están casados, viviendo la castidad conyugar; los no casados, practicando la castidad en la continencia.

492. ¿Cuáles son los principales pecados contra la castidad?
Son pecados gravemente contrarios a la castidad, cada uno según la naturaleza del propio objeto: el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, el estupro y los actos homosexuales. Estos pecados son expresión del vicio de la lujuria. Si se cometen con menores, estos actos son un atentado aún más grave contra su integridad física y moral.

493. ¿Por qué el sexto mandamiento prohíbe todos los pecados contra la castidad?
Aunque en el texto bíblico del Decálogo se dice “no cometerás adulterio” (Ex.20,14), la Tradición de la Iglesia tiene en cuenta todas las enseñanzas morales del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y considera el sexto mandamiento como referido al conjunto de todos los pecados contra la castidad.

494. ¿Cuáles son los deberes de las autoridades civiles respecto a la castidad?
Las autoridades civiles, en cuanto obligadas a promover el respeto a la dignidad de la persona humana, deben contribuir a crear un ambiente favorable a la castidad, impidiendo inclusive, mediante leyes adecuadas, algunas de las graves ofensas a la castidad antes mencionadas, en orden sobre todo a proteger a los menores y a los más débiles.

495. ¿Cuáles son los bienes del amor conyugal, al que está ordenada la sexualidad?
Los bienes del amor conyugal, que para los bautizados está santificado por el sacramento del matrimonio, son: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad.

496. ¿Cuál es el significado del acto conyugal?
El acto conyugal tiene un doble significado: de unión (la mutua donación de los cónyuges), y de procreación (apertura a la transmisión de la vida). Nadie puede romper la conexión inseparable que Dios ha querido entre los dos significados del acto conyugal, excluyendo de la relación el uno o el otro.

497. ¿Cuándo es moral la regulación de la natalidad?
La regulación de la natalidad, que representa uno de los aspectos de la paternidad y de la maternidad responsables, es objetivamente conforme a la moralidad cuando se lleva a cabo por los esposos sin imposiciones externas; no por egoísmo, sino por motivos serios; y con métodos conformes a los criterios objetivos de la moralidad, esto es, mediante la continencia periódica y el recurso a los períodos de infecundidad.

498. ¿Cuáles son los medios inmorales para la regulación de la natalidad?
Es intrínsecamente inmoral toda acción –como, por ejemplo, la esterilización directa o la contracepción-, que, bien en previsión del acto conyugal o en su realización, o bien en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, impedir la procreación.

499. ¿Por qué son inmorales la inseminación y la fecundación artificial?
La inseminación y la fecundación artificial son inmorales, porque disocian la procreación del acto conyugal con el que los esposos se entregan mutuamente, instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Además, la inseminación y la fecundación heterólogas, mediante el recurso a técnicas que implican a una persona extraña a la pareja conyugal , lesionan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre conocidos por él, ligados entre sí por matrimonio y poseedores exclusivos del derecho a llegar a ser padre y madre solamente el uno a través del otro.

500. ¿Cómo ha de ser considerado un hijo?
El hijo es un don de Dios, el don más grande dentro del matrimonio. No existe el derecho a tener hijos (“un hijo pretendido, a toda costa”). Sí, existe, en cambio, el derecho del hijo a ser fruto del acto conyugal de sus padres, y también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción.

501. ¿Qué pueden hacer los esposos cuando no tienen hijos?
Cuando el don del hijo no les es concedido, los esposos, después de haber agotado todos los legítimos recursos de la medicina, pueden mostrar su generosidad mediante la tutela o la adopción, o bien realizando servicios significativos en beneficio del prójimo. Así ejercen una preciosa fecundidad espiritual.

502. ¿Cuáles son las ofensas a la dignidad del matrimonio?
Las ofensas a la dignidad del matrimonio son las siguientes: el adulterio, el divorcio, la poligamia, el incesto, la unión libre (convivencia, concubinato) y el acto sexual antes o fuera del matrimonio.


LECTURA: Testimonio de un joven, extraído del libro “Creados para amar” de Daniel- Ange, editorial Edicep, 2 volumen, pág. 150

Ofrecerle mi virginidad: el mayor de los tesoros

Denis: Desde mi adolescencia he sufrido mucho a causa de mi estatura; he sufrido el rechazo por mi retraso en llegar a la pubertad, he sufrido por no poder alcanzar el misterio del amor.

Ha sido un sufrimiento que me ha evitado, ahora lo sé, quemar las etapas del amor. Todo lo contrario; en esta espera, en esta soledad, he aprendido a desear un amor verdadero y único. Pero desde el momento de mi primer encuentro no tuve sino una obsesión: poseer al otro, amarlo, pero para mi exclusivo placer, llegar a alcanzar aquello que aún no había logrado y poder probar a mis compañeros que ya no era un crío porque me había “acostado” con una chica. En resumen, nada de aquellos buenos deseos.

Sí, yo era un desgraciado, porque no sabía qué hacer. Durante mucho tiempo me dediqué a procurarme este placer provocando, en solitario, a mi cuerpo…me encenagué y derroché el misterio de la vida que se hallaba depositado en mí. Me hastié de esta situación y quise llegar hasta el final con mi chica, pero ella no quiso. Ahora le doy las gracias. Sé también que, en el fondo, algo había en mí que lo estorbaba…

Un día todo se estropeó; ella me abandonó…Yo me quedé solo, con las manos vacías, sin nada y sin nadie. Sólo mi fiel amigo, que siempre ha estado a mi lado y a quien ese día decidí no abandonar nunca…Jesucristo.

Todo volvió a comenzar: Él me volvió a crear en su amor. Por medio de su cruz lavó todo mi pecado, me renovó completamente, hasta en mi cuerpo y, además y sobre todo, me enseñó el camino del amor verdadero. Su amor.

Hoy no me he hecho sacerdote ni monje, y vivo el misterio del amor con aquella que Él me destinó. La encontré cuatro años después de mi primer fracaso sentimental. Cuatro años de espera, de acogida, de esperanza, de curación de mi afectividad. Cuando la vi, mi corazón hizo “bom, bom” (¡vosotros seguro que sabéis qué es eso!).

En vez de precipitarme, esperé: la espera fue dolorosa, pero no me lancé a por ella. La recibí como un regalo, un regalo que quería desenvolver lentamente, sin prisas para no hartarme en seguida sino para apreciarlo tranquilamente en todo su valor.

El mejor regalo que pude hacerle el día de mi boda fue mi virginidad. No, no es una tara llegar virgen al matrimonio. Es el tesoro más valioso, ¡mucho más que todo el escaparate lujurioso de este mundo!

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(25) Consulta Juan 2, 1-11.

(26) No te asustes de este término. Eros es una palabra griega que significa amor en el sentido de impulso sexual. Ya sabes que el hombre tiene que encauzar y controlar ese impulso con su razón, para que no se desboque; si no hace así, ese eros sería una fuerza ciega y destructora, como desgraciadamente estamos viendo hoy día, cuando se quiere reducir el amor a esta sola dimensión impulsiva y, en muchos casos, instintiva. No olvides que el amor tiene estas dimensiones: amor afectivo, amor amistoso, amor espiritual y amor sexual. Todo hay que integrarlo en un todo. Junto al amor de eros, los griegos y latinos hablaban también del amor de filía, ese amor de amistad profundo que buscaba siempre el bien del otro; el amigo es un gran tesoro y “la mitad de mi alma”, decía el poeta latino Horacio.

(27) Amor de ágape es el amor que Cristo nos ha traído para que nos amemos con amor de hermanos, con misericordia, bondad, paciencia, perdón.

(28) Jean Guitton, France Catholique, n. 2093.

(29) En este sentido viene en ayuda de la castidad, la continencia, que ayuda en un primer momento a moderar y controlar la fuerza de la pasión carnal. Esta continencia no representa sino un primer estadio en el camino hacia el dominio de la sexualidad y la consiguiente adquisición de la virtud de la castidad. Tal proceso se asemeja a la educación del niño que necesita primero ser corregido y disciplinado por sus maestros antes de acceder al estado adulto, donde podrá, si la educación es lograda, conducirse espontáneamente como conviene. La castidad es, pues, superior a la continencia, como el estado adulto lo es respecto del estado infantil.

(30) Karol Wojtyla en su libro “Amor y responsabilidad”, Razón y Fe, Madrid 1978, pp. 189-190. Karol Wojtyla fue más tarde el Papa Juan Pablo II.

(31) Un famoso escritor francés, Bourget, dice: "No hay nadie que después de un sincero examen de conciencia no se vea obligado a confesar que a estas horas sería muy distinto, si no hubiera leído este o aquel otro libro". No podemos atravesar un charco sin mancharnos la ropa. Zola, escritor francés, no permitió a sus hijos la lectura de sus propias obras inmorales. El filósofo Nietzsche fue preguntado por su madre: "Hijo mío, ¿cuál de tus libros debo leer?". "Madre -contestó él-, ninguno. No están escritos para ti". Si ellos no se atrevieron a poner sus libros en manos de sus hijos o de su madre, tampoco debes tenerlos tú en las tuyas.

(32) Una cosa es la tendencia homosexual constitucional y otra es el ejercicio de esa tendencia. Lo que está mal, moralmente hablando, no es la homosexualidad constitucional, con la que se nace, sino la homosexualidad ejercitada y adquirida, es decir, los actos o comportamientos homosexuales. Con los homosexuales que nacen con esta tendencia tenemos que ser muy comprensivos y ayudarles, desde una sede médica y psicológica, a superar y regular dicha tendencia. Lo que no podemos es aplaudir la homosexualidad ejercitada, aplaudir los actos homosexuales, como si fueran algo normal. Y mucho menos, aplaudir a los matrimonios homosexuales. Les respetamos, pero nunca debemos apoyarlos, pues esto no entra en los planes de Dios para el matrimonio.
También es preciso distinguir los verdaderos homosexuales de los falsos. El homosexual verdadero experimenta una atracción durable y a menudo irreversible hacia personas del mismo sexo, atracción acompañada de cierta indiferencia erótica hacia personas del sexo opuesto. El falso homosexual no adopta una conducta homosexual más que a título transitorio, por ejemplo, durante una fase de la adolescencia (homosexualidad puberal) o bien con ocasión de un internado prolongado y muy cerrado con individuos del mismo sexo.

(33) Con esto, dejamos fuera del noviazgo el acto sexual como tal. Por otra parte, el cuerpo ha sido diseñado por Dios de manera que algunas caricias y besos, hacen que se desencadenen dentro de él numerosas reacciones químicas que hacen que se generen fluidos encaminados al buen término del acto sexual. Este tipo de caricias y besos, no tienen ningún sentido en el noviazgo, pues empiezan con algo que no se va a terminar y que dejará a los dos inquietos e insatisfechos. regresar

(34) Consulta esta encíclica en el número 8.

(35) En el libro-entrevista “La sal de la tierra”, Ediciones Palabra, Madrid 1997, pág. 217-219.

(36) Catecismo de la Iglesia católica, 1643-1630, 1664, 1665.

(37) En su libro, “Los diez mandamientos”, colección “Razonemos nuestra fe”, Madrid 1949. Ojalá pudieras conseguir este libro y otros del mismo autor, que son muy interesantes. Al menos te recomiendo “El joven y Cristo” y “Energía y pureza”.

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  TEMAS DE RESPUESTA
1. ¿Hoy se puede ser y vivir puro? ¿Qué medios sugieres a un joven para que sea puro?
2. ¿Cuál es la diferencia entre sentir y consentir una tentación impura?
3. ¿Por qué Jesucristo llamó bienaventurados y felices a los “puros de corazón”?

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Preguntas o comentarios al autor P. Antonio Rivero LC

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