P. Antonio Rivero L.C.
CURSO; Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios
4to. Mandamiento: Honrarás a tu padre y madre
Comenzamos ahora los mandamientos relacionados con el prójimo. Los tres primeros se referían a la relación con Dios. Los siete restantes, al prójimo. ¡Qué desprendido es nuestro Dios que sólo quiere para sí tres mandamientos!
Dios podía habernos dado sólo los tres primeros, y así tenía asegurados sus propios derechos, su dignidad. Pero no. También quería poner las obligaciones de los hombres entre sí. Estos siete restantes hacen posible la convivencia humana, la armonía, la estabilidad, la paz, la fidelidad.
Y dado que los más cercanos y próximos a nosotros son los padres y hermanos, por eso Dios reservó el cuarto mandamiento a la relación con nuestra familia: padres y hermanos.
Dice Dios en el libro del Éxodo 20, 12: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”. Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos. Es más, también a los alumnos con respecto a sus maestros y profesores, y a éstos respecto a sus alumnos; al obrero y al patrono, a los súbditos y a los superiores.
Te hablaré en este mandamiento de estos puntos:
I. La familia debe ser el rostro viviente de Dios en el mundo.
II. El valor sagrado de la autoridad.
III. ¿Cómo has de honrar a tus padres y cómo deben ellos quererte?
Quiero valorar lo que es la familia, de donde tú y yo venimos.
La familia debe ser el rostro de Dios, el rostro viviente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una gran maravilla que Dios te regaló. Por eso, atacar y destruir la familia es hacer añicos la imagen de Dios en la tierra. Cada familia está llamada a reflejar el rostro de Dios.
Lo esencial de cada familia es el amor. El amor es el rostro de Dios. La familia, en la vivencia de un profundo clima de amor, transparenta el único y verdadero rostro de Dios. En el amor familiar, te repito, se palpa o se debería palpar el rostro de Dios.
El rostro de Dios, contemplado en una familia, motiva a que otras, que aún no viven esta hermosa realidad, busquen imitar. Familias en las que no falta el pan ni el bienestar familiar, pero sí la concordia, alegría y paz del corazón; familias cargadas de un sufrimiento escondido por mil razones; familias sumergidas en la pobreza extrema de muchos campesinos, indígenas y emigrantes. ¡Que en estas familias comience a brillar el rostro de Dios!
¿En tu familia se transparenta el rostro de Dios? Cuando tú formes tu propia familia, ¿se palpará en ella el rostro de Dios?
Dado que la familia es el marco natural donde se realiza el amor, la auténtica vida de la familia debe estar presidida por las características del amor: la entrega o donación incondicional, el diálogo, la atención al otro y a sus intereses por encima de los míos. Sólo sobre esta base se podrá construir un matrimonio y una familia. Además, para que el amor familiar sea auténtico, debe ponerse a Dios como centro de esa relación, porque Dios es el Amor.
Si tú has recibido esa llamada de Dios a formar una familia a través de los signos que Él usa para manifestar su voluntad, puedes considerarte privilegiado, pues Él ha depositado en ti todo su amor y confianza. A ti te toca entonces respetar responsablemente la voluntad de Dios sobre el matrimonio y la familia, tratar de conocer en profundidad los planes de Dios sobre ella, sus designios de amor, y ponerlos en práctica.
Un matrimonio y una familia que viven siempre cerca de Dios, porque rezan y se nutren de los sacramentos, no sólo no envejecen en su amor, sino que renuevan cada día la frescura de su amor joven.
El matrimonio está de acuerdo a la naturaleza humana, ha sido concebido por Dios para dar un marco apropiado y noble a la procreación humana. Los animales se guían por instintos y no conocen lo que es el amor, pero el hombre necesita un ambiente estable de cariño, una institución que asegure y guíe su desarrollo; esto es el matrimonio.
Por eso, cuando en la educación del joven o del niño falta la familia o hay problemas dentro de ella, se producen grandes traumas emocionales, psicológicos, afectivos, educacionales, que marcarán para siempre la vida de ese hombre o de esa mujer.
Por todo ello podemos deducir que la familia es un magnífico camino de santidad y de formación integral que necesita del esfuerzo personal de todos sus miembros para cumplir su cometido, pero que cuenta también con una privilegiada asistencia de Dios a través de gracias muy especiales.
¿Qué no debe faltar en la relación entre los esposos para que esa familia transparente el rostro de Dios?
El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, en vistas a la unión mutua y a la procreación y educación de los hijos. Es la institución concebida por Dios en la que el hombre y la mujer viven una íntima unión indisoluble, se apoyan y ayudan, crecen en el amor y colaboran con Dios para hacer crecer la humanidad con nuevos hijos.
Para realizar este designio maravilloso de Dios para estos esposos es necesario que se den estas cualidades entre ellos: diálogo, donación incondicional al otro, ayuda mutua, procreación y educación de los hijos.
Primero, diálogo. En el diálogo debe entrar toda tu personalidad: voluntad, afectividad, los sentidos, la inteligencia, la fuerza de las pasiones, las emociones, etc. El diálogo te brinda la ocasión de ser escuchado y de escuchar, de comunicar lo que piensas y crees, y de acoger al otro como es. El diálogo se construye con la humildad y la caridad.
Por la humildad, escuchas al otro, aceptas sus puntos de vista, cedes, buscas un punto de acuerdo. Por la caridad, acoges al otro tal y como es, con sus defectos y virtudes, le consideras como alguien que merece todo tu respeto, buscas hacerle todo lo que te gustaría que te hicieran a ti.
No es fácil el diálogo. Es un arte. ¡Cuántos problemas matrimoniales nacen de una pequeña grieta en el diálogo! La receta para el diálogo, ¿cuál crees que es? Buscar la verdad por encima de cualquier interés personal y atender siempre al bien del otro. En el diálogo no se trata de buscar “mi” verdad sino “nuestra” verdad; la de los dos, que es una verdad compuesta por la verdad de uno y la verdad del otro.
En segundo lugar, donación incondicional al otro. La donación es la forma auténtica de expresar el amor siguiendo el ejemplo de Cristo que nos manifestó su amor entregándose por nosotros. Esta donación no es fruto sólo del afecto sensible. Tampoco se puede reducir a la dimensión sexual. La donación incondicional es la entrega al otro sin buscar compensaciones, aunque cueste.
La sexualidad –dice el Papa Juan Pablo II-, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.
La donación física total sería un engaño, si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente...
Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres. El único lugar que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado (Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Familiaris Consortio”, n. 11)
Ayuda mutua, en tercer lugar. Ayuda mutua en todos los campos: en el campo espiritual y material, en la educación de los hijos, en la repartición de papeles dentro de casa, en la colaboración en la unión sexual donde los dos cónyuges colaboran entre sí y colaboran con Dios para dar la vida a nuevos seres humanos, sus propios hijos. Con la ayuda mutua se sostienen el uno al otro, y siempre estarán fuertes y en pie.
Finalmente, procreación y educación de los hijos. La fecundidad es una de las características del amor conyugal. Esto no significa que no se pueda dar el amor en un matrimonio sin hijos. El matrimonio es la institución humana donde se acoge la vida. Por eso, el matrimonio que vive guiado por el amor a Dios y el respeto a su voluntad, siempre se caracterizará por la apertura al misterio de la vida. Será necesariamente generoso con ese don de Dios.
El hijo es un don que brota del centro mismo de ese amor, de esa donación recíproca. Es su fruto o cumplimiento. Por eso la Iglesia enseña que todo acto conyugal debe estar abierto a la vida. El hombre no puede romper por propia iniciativa la unión entre el significado procreativo y el unitivo del acto sexual (13) . Cuando la pareja quiere responsablemente distanciar el nacimiento de sus hijos, puede hacer uso sólo de los medios naturales que respetan el plan de Dios y la dignidad del matrimonio y de la sexualidad, y siempre esa pareja estará abierta a la nueva vida, si viniera. Ya explicaré más tarde este punto, cuando analice el sexto mandamiento.
Y sobre la educación de los hijos, hay que decir que es un deber de ambos, no sólo de la mujer. Debe ser complemento educativo: padre y madre. Cuando los padres dialogan sobre la tarea educativa, esté quien esté de los dos frente al hijo, es como si estuvieran ambos. Además se suele objetar el tema de la complementación con el hecho de que la madre dedica más tiempo al hijo, y esto no es cierto. Porque no interesa tanto la cantidad de tiempo que cada uno brinda a sus hijos, sino la intensidad educativa con que se aproveche ese tiempo. Gracias al complemento de los padres, los hijos pueden lograr más fácilmente su equilibrio psicológico y su definición sexual.
La educación de los hijos es uno de los mejores servicios que se pueden prestar a la Iglesia y uno de los apostolados más excelentes.
En este cuarto mandamiento, Dios quiere que honres a tus padres. El verbo honrar es un verbo amplísimo que implica respetar, obedecer, admirar, agradecer, querer, ayudar.
Tus padres te han dado todo, no sólo la herencia genética o tu ADN, sino también recibiste los cuidados maternos, la alimentación, el vestido, la educación, la fe.
También este mandamiento te pide que respetes la autoridad de tus padres y de quienes ejercen algún mando en tu vida. Al confiar Dios a los padres la vida y la educación del hijo los ha dotado de autoridad para tal fin.
Dicen en inglés: Authority is the worst form of argument, es decir, la autoridad es la peor forma de argumentar. Yo diría: según qué entiendas tú por autoridad. Por eso, quiero explicarte lo que es realmente la autoridad. Si entiendes esto, deducirás lo que te pide Dios en el cuarto mandamiento: honrar a tus padres.
Evidentemente que los hijos son fuente de innumerables alegrías. Pero también son causa de permanentes preocupaciones. A medida que crecen los hijos, crecen los problemas que ellos plantean. Problemas de desarrollo, de carácter, de integración, de capacidad, de salud, problemas económicos. Cuando son pequeños, en general, los problemas son pequeños…cuando crecen, los problemas son más graves.
Comienza el natural tira y afloja, entre los padres y los hijos. Éstos, ansiosos por ir estrenando el don de la libertad; aquellos, colocando límites, porque aún “son muy chicos” y pueden seguir caminos equivocados. Llegan momentos difíciles para los padres, quienes frente a diversas situaciones o circunstancias del hijo, se preguntan: ¿qué hacemos? ¿Mandamos y obligamos? ¿O les tenemos paciencia? ¿Castigamos y “mano dura”? ¿O somos comprensivos? ¿Qué hacemos?
Se plantea el problema de la autoridad.
Pero, ¿qué es tener autoridad? Si buscamos en el diccionario, encontraremos que autoridad es tener poder sobre una persona. Pero, ¿qué tipo de poder?
Si realizas una encuesta sobre qué es autoridad, o qué tipo de poder da, la mayoría responderá que es poder para “mandar”. Esta respuesta surgirá de la propia experiencia del hogar, del trabajo, de la política, del gobierno, etc. Es esta misma concepción la que hace que exista, especialmente en las generaciones jóvenes, un rechazo a la autoridad, porque ella aparece como una limitación y amenaza para la libertad.
Sin embargo, los cristianos gozamos de un Dios que tiene poder infinito y ese poder puede utilizarlo para ayudarnos y salvarnos. Cristo, que tiene el poder del Padre, se presenta como el Buen Pastor, mostrando un poder para amar, dar vida y servir a los suyos.
¿Dónde está la clave? Analicemos el vocablo AUTORIDAD. Viene del latín “auctoritas”, que significa garantía, prestigio, influencia. Deriva de “auctor”; el que da valor, el responsable, modelo, maestro; que a su vez se relaciona con el verbo “augeo”, acrecentar, desarrollar, robustecer, dar vigor, hacer prosperar. Entonces, autoridad viene de auctor y auctor es el que tiene poder para hacer crecer.
Por lo tanto, los padres son verdadera autoridad para sus hijos no en la medida en que los “mandan”, sino en la medida en que son sus autores, por haberles dado la vida y, luego, porque los ayudan a crecer física, moral y espiritualmente. La autoridad está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer uso de la libertad, capacitándolos para tomar decisiones por sí mismos y mostrándoles por cuáles valores hay que optar en la vida.
La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida.
Hoy, tal vez, sea una de las mayores fallas de los padres. No existe una verdadera protección de la libertad del hijo. Cada vez se desentienden más de los pasos y opciones de los hijos. Los padres están claudicando muy temprano en la protección de la libertad del hijo. ¿Causas? No saber cómo hacer, el desentenderse porque es más fácil, el querer ser padres “modernos”.
No proteger la libertad del hijo es arriesgar el proceso de maduración, y tal vez, conducir a una vida en la cual queden muy comprometidas la felicidad y la realización de aquel que se dice quererlo mucho. ¿Se lo querrá tanto si no se protege el uso de su libertad?
Estarás conmigo al decirte que la autoridad es necesaria, ¿no crees? ¿Qué pasaría si en el mundo no hubiese autoridad? Piensa un poco conmigo.
Sin autoridad no hay sociedad ni disciplina, ni orden... habría caos, anarquía. Y también diré que no puede haber autoridad sin Dios. En un último término, la autoridad legítima viene de Dios.
Sobre la autoridad legítimamente constituida brilla una luz sobrenatural. ¿Cuál? La Voluntad, la Ley de Dios. Por tanto, cuando tú obedeces a la autoridad, no obedeces a un hombre simplemente, sino a Dios que te manda mediante ese hombre, te guste o no, te cueste más o menos.
Tú podrías obedecer por temor, por adulación, por cálculo, por astucia, por afán de lucro... pero estos motivos son indignos del hombre. Eso no sería obediencia a la autoridad, sino servilismo interesado y bajo.
La obediencia consiste en hacer lo que se manda, porque en la persona del superior (papá, mamá, jefe, sacerdote, obispo, Papa, maestro...) se ve la autoridad de Dios y porque eso que se me manda te realiza y te perfecciona. El hijo tiene que ver esa autoridad de Dios en sus padres, el alumno en sus profesores, el ciudadano en el poder estatal, el dirigido en su director espiritual...
¡Qué importante es que los que tienen autoridad lo hagan movidos por el espíritu de servicio, amor y respeto, como Dios quiere!
Creo que algunos de los medios para ejercer la autoridad educadora son éstos:
El ejemplo: antes que nada, padres que muestren cómo se debe ser. Los hijos no son solamente educados por consejos o lindas palabras. Todo lo que viven y ven en el hogar se transforma en fuerza educadora. Además, cuando ellos no encuentran coherencia entre lo que escuchan de sus padres y lo que ven en éstos, les es imposible realizar una síntesis de lo recibido. Los ejemplos arrastran, las palabras sólo mueven.
El diálogo: es fundamental en la creación de un clima de amor y confianza en la familia. La actitud de diálogo con los hijos, pasa por sobre todas las cosas en saber escucharlos. Dedicarles tiempo a sus inquietudes. Es necesario que los padres sintonicen con sus hijos, y no decir simplemente: “está mi hijo en la edad del pavo”. Así no se arregla nada. Acércate a tu hijo y pregúntale por sus problemas y anhelos. Hay que dialogar con el hijo y con la hija.
El estímulo: en todos los órdenes de la vida el ser humano necesita del estímulo, del reconocimiento de la buena acción. Si el papá y la mamá sólo retan y ponen penitencia cuando el hijo ha hecho algo malo, ¿qué clase de autoridad tienen? Y cuando hace algo bien, ¿le felicitan al hijo? Es verdad: el estímulo no debe ser intercambios o acuerdos comerciales, porque estarán creando un hijo interesado: “si pasas de año, te regalamos…”. ¡No! Así formamos interesados y egoístas.
Insinuar y aconsejar: No todo lo deben decidir los padres. Si fuera así, el hijo buscará su distancia por sí mismo, rompiendo la dependencia. En cambio, cuando para sus opciones encuentra en sus progenitores un punto de referencia a través del consejo o de la insinuación, esto le da seguridades, por lo tanto afianzará la relación de filiación.
La corrección: Algunas veces es necesario corregir, porque existe en el hombre la tendencia al error, al pecado. Pero si se utilizan los demás medios, seguramente que no habrá que abusar de éste. La corrección es necesaria en la protección de la libertad, en el sentido de ayudar a crecer. Nunca el “reto” debe surgir como desahogo del mal genio de los padres, actitud que conduce, casi siempre, a una injusticia y a una acción negativa en el trabajo educativo.
Marcar ideales de vida: al hijo hay que ayudarlo a mirar alto. En la vida es necesario tratar de alcanzar grandes ideales, para evitar el conformismo y la mediocridad. Los papás deben transmitir a los hijos y contagiarles elevados ideales. El ideal más grande para un hijo es Jesucristo.
Para terminar este apartado sobre la autoridad, debo decirte cuáles son las actitudes concretas sobre las que debe descansar la autoridad:
Respeto: los hijos no son propiedad de los padres, sino de Dios. Más aún son personas diferentes de los propios progenitores; por lo tanto, se exige un gran respeto por ellos, por su vida, por sus caminos.
Desinterés: ¿Qué amor debe ser más desinteresado que el de los padres por sus hijos? Los padres son para los hijos y no a la inversa. Por lo tanto, hay que amarlos sin esperar nada de ellos. Además, este desinterés lleva a la madurez de los padres a la hora de la partida del hijo, que encontrará generosidad y apoyo en los padres, y no obstáculos en aquellos, sea por el estudio, para la formación de un noviazgo, para casarse o para la consagración y la entrega a Dios, como sacerdotes o religiosas.
Humildad: un servicio tan grande, como es el de los padres a los hijos, exige una gran cuota de humildad. Esta humildad implica asumir las propias limitaciones como padres para la tarea educativa, y fundamentalmente tener la capacidad de adaptación de los propios errores ante los hijos. Actitud que llevará a pedir perdón a los hijos cuando las circunstancias lo motiven. Esto les enseñará a pedir ellos perdón cuando sea necesario a los propios padres.
¡Padres, no olvidéis nunca que vuestra autoridad viene de Dios! ¡Sed dignos de vuestra autoridad! No os podéis dejar llevar por la tiranía, el despecho, la impaciencia. No podéis mandar con autoritarismo, pues el autoritarismo impone, humilla, hiere. La autoridad hace crecer, ilumina y motiva al súbdito.
Ser padre no es sólo trabajar y llevar dinero a casa. La esposa necesita un marido que ame su hogar, y los niños necesitan un padre que sienta preocupación por ellos, que los cuide, que se interese por sus cosas. Así sería llevadera la obediencia.
¿De qué sirve un papá que compra una mejor casa, un mejor auto, si su esposa, de quien no se preocupa, se va alejando de él?
¿De qué sirve que te vaya bien en tus negocios, padre de familia, si no sabes qué hace tu hijo, cómo le va en la escuela, qué amigos tiene, a dónde va?
Ser madre no es sólo cocinar, lavar, planchar... sino dar cariño, amor, ternura; es ser luz y piedad y aliento, y solicitud y paciencia; ser calor y delicadeza, intuición y detalle. Así sería llevadera la obediencia a mamá.
Ser padre es tener una relación de amistad con el hijo, preocuparse por el hijo, ayudar al hijo, dar ejemplo al hijo, dar buenos consejos al hijo, atenderlos material y espiritualmente, vigilar discretamente las compañías de su hijo, alentarlos en sus fracasos y compartir sus alegrías.
¿Qué dirías de ese papá que no asiste a ese campeonato final de su hijo... o que no asiste a su fiesta de egresado donde su hijo recibe su premio o su diploma…porque está en sus negocios? ¿Qué mejor “negocio” que su propio hijo, verle crecer, progresar, alegrarse con sus triunfos?
¿Qué dirían de ese papá o mamá a quienes no les interesa la primera comunión de su hija, que no la acompañan en la catequesis, ni en la participación en las misas, que no les da ejemplo confesándose y comulgando, a quien no le interesa rezar en casa?
¡Qué difícil se hace la obediencia cuando no hay por delante un ejemplo de vida! ¿Cómo va a respetar a su padre de la tierra, cuando su mismo padre no respeta a Dios Padre?
Los papás deberían sentir que Dios les ha encomendado la suerte terrena y eterna de sus hijos, ¡Qué responsabilidad!
Sigo pensando en ti, joven amigo. Quiero que vivas a fondo este cuarto mandamiento que te dice: Honra a tus padres.
Mediante el amor, el respeto, la obediencia y la ayuda en sus necesidades, tú cumples el cuarto mandamiento de la Ley de Dios.
Esto te implica:
+ Alegrarles con tu conducta, con tus buenas notas, con tus detalles de cariño.
+ Apreciarles siempre, felicitarles.
+ Sentirte contento al poderles ayudar, cuando están enfermos.
+ Enseñarles con bondad, cuando sean menos instruidos.
+ Dedicarles tiempo cuando sean ancianos.
+ Valorar las cualidades y callar sus defectos.
+ Ayudarles económicamente.
+ Proporcionarles los últimos sacramentos, buscando un sacerdote cuando están muy enfermos o son ancianos y así puedan recibir la santa unción, y la comunión como viático.
+ Si han muerto, rezar por ellos, ofreciendo misas en sufragio de sus almas.
Si viviéramos a fondo este cuarto mandamiento:
+ Veríamos a nuestros papás ancianos más alegres, felices.
+ Habría más concordia y armonía en los hogares.
+ Habría menos niños abandonados, delincuentes, drogadictos, encarcelados...
+ Habría familias más unidas, felices, rebosantes de gozo y simpatía.
¡Gratitud para con nuestros papás! Sé agradecido con tus padres. Una buena manera de demostrar agradecimiento a tus padres es aprovechando verdaderamente los esfuerzos que ellos hacen por ti. Nada más frustrante para un padre de familia que ver que sus sacrificios por da a sus hijos una buena educación, una buena alimentación, el vestido necesario, unas vacaciones, un club deportivo…¡de nada sirvieron! ¿Por qué? Porque su hijo no quiere estudiar, no le gusta la comida que hay en casa, se enfurece porque la camisa nueva no es de la marca de moda, se aburre y se queja en las vacaciones y no le gusta hacer deporte…¡qué frustración!
Si quisiéramos agradecer a nuestros padres todos los días que pasan en el trabajo, todos los cuidados y solicitud que les hemos costado; si quisiéramos corresponder a nuestra madre por todas las congojas, afanes, noches de insomnio... necesitaríamos una eternidad para pagárselo.
Yo no puedo concebir cómo a un hijo que adquirió fortuna puede sentarle bien una comida opípara, si sabe que su madre, anciana y viuda, pasa sus días con una miserable pensión.
Yo no puedo imaginarme cómo puede una hija ponerse un rico abrigo de pieles y sus alhajas brillantes e irse tranquilamente de turismo, si en el quinto piso de una casa de alquiler, en la estrecha buhardilla que sólo tiene un cuarto y la cocina, van pasando los días sus ancianos padres. No, no puedo imaginarlo.
Tú, ten corazón con tus papás, ya ancianos y enfermos. Ayúdalos, por amor de Dios.
Déjame decirte una palabra sobre tu madre. Si a alguien no debemos nunca entristecer es a nuestra madre, a tu madre.
Monseñor Jara escribió: Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y, en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y, si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por recibir de ella un solo abrazo. De esa mujer no me exijáis el nombre. Es la madre.
A una madre se la ama, se la aprecia, se la obedece, se la alegra siempre. ¡Cuánto debemos a nuestra madre!
Ya conoces tú lo que es el “instinto” materno.
¡Valora a tu madre! No sacrifiques nada al amor por tu madre.
Ámala. Es capaz de todo por ti, incluso está dispuesta a morir, como hizo esa gallinita con sus polluelos, contado por la revista "National Geographic" después de un incendio en el Parque Nacional Yellowstone de los Estados Unidos.
Después de sofocado el fuego empezó la labor de evaluación de daños, y fue entonces que al ir caminando por el parque, un guardabosques encontró un ave calcinada junto al pie de un árbol, en una posición bastante extraña, pues no parecía que hubiese muerto escapando o atrapada, simplemente estaba con sus alas cerradas alrededor de su cuerpo.
Cuando el impactado guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos emergieron de debajo de las alas de su madre, quien sabiendo que sus hijos no podrían escapar del fuego, no los abandonó.
Tampoco se quedó con ellos en el nido sobre el árbol, donde el humo sube y el calor se acumula, sino que los llevó, quizás uno a uno, a la base del árbol y ahí dio su vida por salvar la de ellos.
¿Pueden imaginar la escena? El fuego rodeándolos, los polluelos asustados y la madre muy decidida, infundiendo paz a sus hijos, como diciéndoles: "no teman, vengan bajo mis alas, nada les pasará".
Tan seguros estaban al estar ahí tocando sus plumas, aislados del fuego, que ni siquiera habían salido de ahí horas después de apagado el incendio. Estaban totalmente confiados en la protección de su madre, y sólo al sentir el golpeteo pensaron que debían de salir.
Así hace una madre. Por eso, ámala y respétala. Ámala y respétala como lo hizo Jesucristo en su vida oculta. Hay una frase en el evangelio de san Lucas que resume cómo era Cristo con sus padres terrenos: Jesús fue con ellos a Nazaret y les estaba sumiso (Lucas 2, 51).
Ahora me dirijo a vosotros, padres, pues el cuarto mandamiento también es para vosotros, como os he explicado anteriormente.
Estimad a vuestros hijos, facilitad a vuestros hijos el cumplimiento de este cuarto mandamiento de la Ley de Dios, como lo hizo María y José con su hijo Jesús.
Padres, Dios os pedirá cuenta de los hijos algún día: si los han amado, educado, formado, dado buen ejemplo... o les han dado todo, mimado demasiado...
¡Padres, vuestros hijos, además de cuerpo tienen alma! Y Dios os ha confiado también el alma de vuestros hijos. Y de vosotros depende de que esa alma de sus hijos llegue a Dios. ¡Qué responsabilidad tenéis!
Dad a vuestros hijos buenos consejos. Como hizo este padre de familia a su hijo. Así lo cuenta el propio hijo:
“Un día, acudí a mi padre con uno de mis muchos problemas de aquel entonces. Me contestó como Cristo a sus discípulos, con una parábola: "Hijo, ya no eres más una simple y endeble rama; has crecido y te has transformado, eres ahora un árbol en cuyo tronco un tierno follaje empieza a florecer. Tienes que darle vida a esas ramas. Tienes que ser fuerte, para que ni el agua, ni el día, ni los vientos te embatan. Debes crecer como los de tu especie, hacia arriba. Algún día, vendrá alguien a arrancar parte de ti, parte de tu follaje. Quizá sientes tu tronco desnudo, mas piensa que esas podas siempre serán benéficas, tal vez necesarias, para darte forma, para fortalecer tu tronco y afirmar sus raíces. Jamás lamentes las adversidades, sigue creciendo, y cuando te sientas más indefenso, cuando sientas que el invierno ha sido crudo, recuerda que siempre llegará una primavera que te hará florecer... Trata de ser como el roble, no como un bonsai”.
Ahora quisiera tener a mi padre conmigo, y darle las gracias por haber nacido, por haber sido, por haber triunfado, y por haber fracasado. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, podría agradecerle su preocupación por mí, podría agradecerle sus tiernas caricias, que no por escasas, las sentí sinceras. Si acaso tuviera a mi padre conmigo, le daría las gracias por estar aquí, le agradecería mis grandes tristezas, sus sabios regaños, sus muchos consejos, y los grandes valores que sembró en mí. Si acaso mi padre estuviera conmigo, podríamos charlar como antaño, de cuando me hablaba de aquello del árbol, que debe ser fuerte y saber resistir, prodigar sus frutos, ofrecer su sombra, cubrir sus heridas, forjar sus firmezas ... y siempre seguir. Seguir luchando, seguir perdonando, seguir olvidando, y siempre ... seguir. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, le daría las gracias ... porque de él nací”.
¿Podrá decir tu hijo esto de ti, padre de familia?
Por eso, ¡qué gran falta la de esos padres cristianos que no llevan a bautizar a sus hijos, que les da igual que sus hijos tomen o no la comunión, reciban o no instrucción religiosa!
Ojalá, padres de familia, pudieran decir a sus hijos lo que dijo la madre de San Luis, rey de Francia, Blanca de Castilla: “Hijo mío, te amo con todo el alma, pero preferiría verte muerto a mis pies a saber que has cometido un pecado mortal”.
Estas palabras de la madre le salvaron muchas veces al rey Luis del pecado. Es más, le ayudaron a ser lo que ahora es: san Luis, rey de Francia.
Padres, deber del cuarto mandamiento es respetar el estado de vida que vuestros hijos elijan. No les impidáis elegir una carrera, la que ellos quieran, siempre y cuando sea digna: abogado, médico, electricista, ingeniero, sacerdote, misionero, consagrada a Dios. ¿Quién eres tú, padre o madre de familia, para impedir la vocación de tu hijo o de tu hija?
Padres, estimad el alma de vuestros hijos. Padres, cuidad de vuestros hijos. Padres, amad a vuestros hijos.
Preocupaos más por el alma, que por el cuerpo, como esa madre mexicana con su hijo de 18 años, cuando le estaban obligando a decir: “¡Abajo Cristo, muera Cristo!”. La madre se inclinó sobre su hijo, ya casi muerto por las palizas que le propinaron, y le dijo: “¡Aunque te maten, no reniegues de tu fe! ¡La fe vale más que la vida, hijo mío! ¡Di: Viva Cristo Rey!”.
El joven hijo recoge sus postreras fuerzas y repite con su madre: “¡Viva Cristo Rey, Viva la Virgen de Guadalupe!”. Y muere... allí en la calle, a la vista de su madre. Era el año 1927, durante la famosa guerra cristera en México.
Resumen del Catecismo de la Iglesia católica
2247 “Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5, 16; Marcos 7, 10).
2248 De conformidad con el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a Él, honremos a nuestros padres y a los que Él reviste de autoridad para nuestro bien.
2249 La comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los cónyuges, al a procreación y a la educación de los hijos.
2250 “La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar”.
2251 Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la medida de lo posible, las necesidades materiales y espirituales de sus hijos.
2253 Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar y enseñar que la vocación primera del cristiano es la de seguir a Jesús.
2254 La autoridad pública está obligada a respetar los derechos fundamentales de la persona humana y las condiciones del ejercicio de la libertad.
2255 El deber de los ciudadanos es cooperar con las autoridades civiles en la construcción de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad.
2256 El ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29).
2257 Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente “totalitarias”.
Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica
455. ¿Qué manda el cuarto mandamiento?
El cuarto mandamiento ordena honrar y respetar a nuestros padres, y a todos aquellos a quienes Dios ha investido de autoridad para nuestro bien.
456. ¿Cuál es la naturaleza de la familia en el plan de Dios?
En el pan de Dios, un hombre y una mujer, unidos en matrimonio, forman, por sí mismos y con sus hijos, una familia. Dios ha instituido la familia y le ha dotado de su constitución fundamental. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. Entre los miembros de una misma familia se establecen relaciones personales y responsabilidades primarias. En Cristo la familia se convierte en Iglesia doméstica, porque es una comunidad de fe, de esperanza y de amor.
457. ¿Qué lugar ocupa la familia en la sociedad?
La familia es la célula original de la sociedad humana, y precede a cualquier reconocimiento por parte de la autoridad pública. Los principios y valores familiares constituyen el fundamento de la vida social. La vida de familia es una iniciación a la vida de la sociedad.
458. ¿Qué deberes tiene la sociedad en relación con la familia?
La sociedad tiene el deber de sostener y consolidar el matrimonio y la familia, en constante el respeto del principio de subsidiaridad. Los poderes públicos deben respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, la moral pública, los derechos e los padres, y el bienestar doméstico.
459. ¿Cuáles son los deberes de los hijos hacía los padres?
Los hijos deben a sus padres respeto (piedad familiar), reconocimiento, docilidad y obediencia, contribuyendo así, junto a las buenas relaciones entre hermanos y hermanas, al crecimiento de la armonía y de la santidad de toda la vida familiar. En caso de que los padres se encuentren en situación de pobreza, de enfermedad, de soledad o de ancianidad, los hijos adultos deben prestarles ayuda moral y material.
460. ¿Cuáles son los deberes de los padres hacía los hijos?
Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios, y proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espirituales, eligiendo para ellos una escuela adecuada, y ayudándoles con prudentes consejos a la elección de la profesión y del estado de vida. En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana.
461. ¿Cómo educan los padres a sus hijos en la fe cristiana?
Los padres educan a sus hijos en la fe cristiana principalmente con el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia.
462. ¿Son un bien absoluto los vínculos familiares?
Los vínculos familiares, aunque sean importantes, no son absolutos, porque la primera vocación del cristiano es seguir a Jesús, amándolo: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”(Mt.10,37). Los padres deben favorecer gozosamente el seguimiento de Jesús por parte de sus hijos en todo estado de vida, también en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.
463. ¿Cómo se ejerce la autoridad en los distintos ámbitos de la autoridad civil?
En los distintos ámbitos de la autoridad civil, la autoridad se ejerce siempre como un servicio, respetando los derechos fundamentales del hombre, una justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distribuida y el principio de subsidiaridad. Cada cual, en el ejercicio de la autoridad, debe buscar el interés de la comunidad antes que el propio, y debe inspirar sus decisiones en la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo.
464. ¿Cuáles son los deberes de los ciudadanos respecto a las autoridades civiles?
Quienes están sometidos a las autoridades deben considerarlas como representantes de Dios, ofreciéndoles una colaboración leal para el buen funcionamiento de la vida pública y social. Esto exige el amor y servicio de la patria, el derecho del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el derecho a una crítica constructiva.
465. ¿Cuándo el ciudadano no debe obedecer a las autoridades civiles?
El ciudadano no debe obedecer a las autoridades cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del bien moral: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch.5,29)
LECTURA: De la exhortación de Juan Pablo II, Familiaris Consortio (22 noviembre 1981)
La educación
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II: "Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado pro el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan.
El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.
Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor.
37. Educar en los valores esenciales de la vida humana
Aun en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene".
En una sociedad sacudida y disgregada pro tensiones y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismo y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.
La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona -cuerpo, sentimiento y espíritu- y manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí mismo en el amor.
La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres.
En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial -discerniendo los signos de la llamada de Dios- a la educación para la virginidad, como la forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana.
Por los vínculos estrecho que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.
Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia.
38. Misión educativa y sacramento del matrimonio
Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano.
El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio "ministerio" de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes: "Algunos propagan y conservan la vida espiritual con un ministerio únicamente espiritual: es la tarea del sacramento del orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto a Dios".
La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como iglesia doméstica por la Palabra y por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre.
39. La primera experiencia de Iglesia
La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad, desde un punto de vista cristiano y eclesial. Seguirán pues las líneas educativas recordadas anteriormente, procurando mostrar a los hijos a cuán profundos significados conducen la fe y la caridad de Jesucristo. Además, la conciencia de que el Señor confía en ellos el crecimiento de un hijo de Dios, de un hermano de Cristo, de un templo del Espíritu Santo, de un miembro de la Iglesia, alentará a los padres cristianos en su tarea de afianzar en el alma de los hijos el don de la gracia divina.
El Concilio Vaticano II precisa así el contenido de la educación cristiana: "La cual no persigue solamente la madurez propia de la persona humana..., sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo místico. Conscientes, además de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza que hay en ellos y a ayudar a la configuración cristiana del mundo".
También el Sínodo, siguiendo y desarrollando la línea conciliar ha presentado la misión educativa de la familia cristiana como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, "todos los miembros evangelizan y son evangelizados".
En virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con los hijos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo -eucarístico y eclesial- de Cristo mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu brota de la Cruz y Resurrección de Cristo.
A fin de que los padres cristianos puedan cumplir dignamente su ministerio educativo, los Padres Sinodales han manifestado su deseo de que se prepare un texto adecuado de catecismo para las familias claro, breve y que pueda ser fácilmente asimilado pro todos. Las conferencias episcopales han sido invitadas encarecidamente a comprometerse en la realización de este catecismo.
(13) Para este punto recomiendo leer el Catecismo de la Iglesia católica desde el número 2367 al 2371.
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TEMAS DE RESPUESTA
1. ¿Qué cualidades debería tener la autoridad de tu padre y de tu madre?
2. ¿Por qué tienes que obedecer y respetar a tus padres?
3. ¿Cómo se debería hoy educar a los hijos?
4. ¿Por qué hoy los hijos adultos tienen conflictos con los padres ancianos?
Analiza el texto de la Biblia que encontrarás en el libro de Tobías 4, 3-19. Son los consejos que dio un padre a su hijo. Lee con atención Colosenses 3, 18-25. Es una carta de san Pablo apóstol a los cristianos de Colosas. (No es necesario que las comentes en el foro).
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Preguntas o comentarios al autor P. Antonio Rivero LC
arivero@legionaries.org
CURSO; Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios
4to. Mandamiento: Honrarás a tu padre y madre
Dios podía habernos dado sólo los tres primeros, y así tenía asegurados sus propios derechos, su dignidad. Pero no. También quería poner las obligaciones de los hombres entre sí. Estos siete restantes hacen posible la convivencia humana, la armonía, la estabilidad, la paz, la fidelidad.
Y dado que los más cercanos y próximos a nosotros son los padres y hermanos, por eso Dios reservó el cuarto mandamiento a la relación con nuestra familia: padres y hermanos.
Dice Dios en el libro del Éxodo 20, 12: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”. Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos. Es más, también a los alumnos con respecto a sus maestros y profesores, y a éstos respecto a sus alumnos; al obrero y al patrono, a los súbditos y a los superiores.
Te hablaré en este mandamiento de estos puntos:
I. La familia debe ser el rostro viviente de Dios en el mundo.
II. El valor sagrado de la autoridad.
III. ¿Cómo has de honrar a tus padres y cómo deben ellos quererte?
I. VIENES DE UNA HERMOSA FAMILIA
Quiero valorar lo que es la familia, de donde tú y yo venimos.
La familia debe ser el rostro de Dios, el rostro viviente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una gran maravilla que Dios te regaló. Por eso, atacar y destruir la familia es hacer añicos la imagen de Dios en la tierra. Cada familia está llamada a reflejar el rostro de Dios.
Lo esencial de cada familia es el amor. El amor es el rostro de Dios. La familia, en la vivencia de un profundo clima de amor, transparenta el único y verdadero rostro de Dios. En el amor familiar, te repito, se palpa o se debería palpar el rostro de Dios.
El rostro de Dios, contemplado en una familia, motiva a que otras, que aún no viven esta hermosa realidad, busquen imitar. Familias en las que no falta el pan ni el bienestar familiar, pero sí la concordia, alegría y paz del corazón; familias cargadas de un sufrimiento escondido por mil razones; familias sumergidas en la pobreza extrema de muchos campesinos, indígenas y emigrantes. ¡Que en estas familias comience a brillar el rostro de Dios!
¿En tu familia se transparenta el rostro de Dios? Cuando tú formes tu propia familia, ¿se palpará en ella el rostro de Dios?
Dado que la familia es el marco natural donde se realiza el amor, la auténtica vida de la familia debe estar presidida por las características del amor: la entrega o donación incondicional, el diálogo, la atención al otro y a sus intereses por encima de los míos. Sólo sobre esta base se podrá construir un matrimonio y una familia. Además, para que el amor familiar sea auténtico, debe ponerse a Dios como centro de esa relación, porque Dios es el Amor.
Si tú has recibido esa llamada de Dios a formar una familia a través de los signos que Él usa para manifestar su voluntad, puedes considerarte privilegiado, pues Él ha depositado en ti todo su amor y confianza. A ti te toca entonces respetar responsablemente la voluntad de Dios sobre el matrimonio y la familia, tratar de conocer en profundidad los planes de Dios sobre ella, sus designios de amor, y ponerlos en práctica.
Un matrimonio y una familia que viven siempre cerca de Dios, porque rezan y se nutren de los sacramentos, no sólo no envejecen en su amor, sino que renuevan cada día la frescura de su amor joven.
El matrimonio está de acuerdo a la naturaleza humana, ha sido concebido por Dios para dar un marco apropiado y noble a la procreación humana. Los animales se guían por instintos y no conocen lo que es el amor, pero el hombre necesita un ambiente estable de cariño, una institución que asegure y guíe su desarrollo; esto es el matrimonio.
Por eso, cuando en la educación del joven o del niño falta la familia o hay problemas dentro de ella, se producen grandes traumas emocionales, psicológicos, afectivos, educacionales, que marcarán para siempre la vida de ese hombre o de esa mujer.
Por todo ello podemos deducir que la familia es un magnífico camino de santidad y de formación integral que necesita del esfuerzo personal de todos sus miembros para cumplir su cometido, pero que cuenta también con una privilegiada asistencia de Dios a través de gracias muy especiales.
¿Qué no debe faltar en la relación entre los esposos para que esa familia transparente el rostro de Dios?
El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, en vistas a la unión mutua y a la procreación y educación de los hijos. Es la institución concebida por Dios en la que el hombre y la mujer viven una íntima unión indisoluble, se apoyan y ayudan, crecen en el amor y colaboran con Dios para hacer crecer la humanidad con nuevos hijos.
Para realizar este designio maravilloso de Dios para estos esposos es necesario que se den estas cualidades entre ellos: diálogo, donación incondicional al otro, ayuda mutua, procreación y educación de los hijos.
Primero, diálogo. En el diálogo debe entrar toda tu personalidad: voluntad, afectividad, los sentidos, la inteligencia, la fuerza de las pasiones, las emociones, etc. El diálogo te brinda la ocasión de ser escuchado y de escuchar, de comunicar lo que piensas y crees, y de acoger al otro como es. El diálogo se construye con la humildad y la caridad.
Por la humildad, escuchas al otro, aceptas sus puntos de vista, cedes, buscas un punto de acuerdo. Por la caridad, acoges al otro tal y como es, con sus defectos y virtudes, le consideras como alguien que merece todo tu respeto, buscas hacerle todo lo que te gustaría que te hicieran a ti.
No es fácil el diálogo. Es un arte. ¡Cuántos problemas matrimoniales nacen de una pequeña grieta en el diálogo! La receta para el diálogo, ¿cuál crees que es? Buscar la verdad por encima de cualquier interés personal y atender siempre al bien del otro. En el diálogo no se trata de buscar “mi” verdad sino “nuestra” verdad; la de los dos, que es una verdad compuesta por la verdad de uno y la verdad del otro.
En segundo lugar, donación incondicional al otro. La donación es la forma auténtica de expresar el amor siguiendo el ejemplo de Cristo que nos manifestó su amor entregándose por nosotros. Esta donación no es fruto sólo del afecto sensible. Tampoco se puede reducir a la dimensión sexual. La donación incondicional es la entrega al otro sin buscar compensaciones, aunque cueste.
La sexualidad –dice el Papa Juan Pablo II-, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.
La donación física total sería un engaño, si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente...
Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres. El único lugar que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado (Juan Pablo II, Exhortación apostólica “Familiaris Consortio”, n. 11)
Ayuda mutua, en tercer lugar. Ayuda mutua en todos los campos: en el campo espiritual y material, en la educación de los hijos, en la repartición de papeles dentro de casa, en la colaboración en la unión sexual donde los dos cónyuges colaboran entre sí y colaboran con Dios para dar la vida a nuevos seres humanos, sus propios hijos. Con la ayuda mutua se sostienen el uno al otro, y siempre estarán fuertes y en pie.
Finalmente, procreación y educación de los hijos. La fecundidad es una de las características del amor conyugal. Esto no significa que no se pueda dar el amor en un matrimonio sin hijos. El matrimonio es la institución humana donde se acoge la vida. Por eso, el matrimonio que vive guiado por el amor a Dios y el respeto a su voluntad, siempre se caracterizará por la apertura al misterio de la vida. Será necesariamente generoso con ese don de Dios.
El hijo es un don que brota del centro mismo de ese amor, de esa donación recíproca. Es su fruto o cumplimiento. Por eso la Iglesia enseña que todo acto conyugal debe estar abierto a la vida. El hombre no puede romper por propia iniciativa la unión entre el significado procreativo y el unitivo del acto sexual (13) . Cuando la pareja quiere responsablemente distanciar el nacimiento de sus hijos, puede hacer uso sólo de los medios naturales que respetan el plan de Dios y la dignidad del matrimonio y de la sexualidad, y siempre esa pareja estará abierta a la nueva vida, si viniera. Ya explicaré más tarde este punto, cuando analice el sexto mandamiento.
Y sobre la educación de los hijos, hay que decir que es un deber de ambos, no sólo de la mujer. Debe ser complemento educativo: padre y madre. Cuando los padres dialogan sobre la tarea educativa, esté quien esté de los dos frente al hijo, es como si estuvieran ambos. Además se suele objetar el tema de la complementación con el hecho de que la madre dedica más tiempo al hijo, y esto no es cierto. Porque no interesa tanto la cantidad de tiempo que cada uno brinda a sus hijos, sino la intensidad educativa con que se aproveche ese tiempo. Gracias al complemento de los padres, los hijos pueden lograr más fácilmente su equilibrio psicológico y su definición sexual.
La educación de los hijos es uno de los mejores servicios que se pueden prestar a la Iglesia y uno de los apostolados más excelentes.
II. REDESCUBRE EL VALOR DE LA AUTORIDAD
En este cuarto mandamiento, Dios quiere que honres a tus padres. El verbo honrar es un verbo amplísimo que implica respetar, obedecer, admirar, agradecer, querer, ayudar.
Tus padres te han dado todo, no sólo la herencia genética o tu ADN, sino también recibiste los cuidados maternos, la alimentación, el vestido, la educación, la fe.
También este mandamiento te pide que respetes la autoridad de tus padres y de quienes ejercen algún mando en tu vida. Al confiar Dios a los padres la vida y la educación del hijo los ha dotado de autoridad para tal fin.
Dicen en inglés: Authority is the worst form of argument, es decir, la autoridad es la peor forma de argumentar. Yo diría: según qué entiendas tú por autoridad. Por eso, quiero explicarte lo que es realmente la autoridad. Si entiendes esto, deducirás lo que te pide Dios en el cuarto mandamiento: honrar a tus padres.
Evidentemente que los hijos son fuente de innumerables alegrías. Pero también son causa de permanentes preocupaciones. A medida que crecen los hijos, crecen los problemas que ellos plantean. Problemas de desarrollo, de carácter, de integración, de capacidad, de salud, problemas económicos. Cuando son pequeños, en general, los problemas son pequeños…cuando crecen, los problemas son más graves.
Comienza el natural tira y afloja, entre los padres y los hijos. Éstos, ansiosos por ir estrenando el don de la libertad; aquellos, colocando límites, porque aún “son muy chicos” y pueden seguir caminos equivocados. Llegan momentos difíciles para los padres, quienes frente a diversas situaciones o circunstancias del hijo, se preguntan: ¿qué hacemos? ¿Mandamos y obligamos? ¿O les tenemos paciencia? ¿Castigamos y “mano dura”? ¿O somos comprensivos? ¿Qué hacemos?
Se plantea el problema de la autoridad.
Pero, ¿qué es tener autoridad? Si buscamos en el diccionario, encontraremos que autoridad es tener poder sobre una persona. Pero, ¿qué tipo de poder?
Si realizas una encuesta sobre qué es autoridad, o qué tipo de poder da, la mayoría responderá que es poder para “mandar”. Esta respuesta surgirá de la propia experiencia del hogar, del trabajo, de la política, del gobierno, etc. Es esta misma concepción la que hace que exista, especialmente en las generaciones jóvenes, un rechazo a la autoridad, porque ella aparece como una limitación y amenaza para la libertad.
Sin embargo, los cristianos gozamos de un Dios que tiene poder infinito y ese poder puede utilizarlo para ayudarnos y salvarnos. Cristo, que tiene el poder del Padre, se presenta como el Buen Pastor, mostrando un poder para amar, dar vida y servir a los suyos.
¿Dónde está la clave? Analicemos el vocablo AUTORIDAD. Viene del latín “auctoritas”, que significa garantía, prestigio, influencia. Deriva de “auctor”; el que da valor, el responsable, modelo, maestro; que a su vez se relaciona con el verbo “augeo”, acrecentar, desarrollar, robustecer, dar vigor, hacer prosperar. Entonces, autoridad viene de auctor y auctor es el que tiene poder para hacer crecer.
Por lo tanto, los padres son verdadera autoridad para sus hijos no en la medida en que los “mandan”, sino en la medida en que son sus autores, por haberles dado la vida y, luego, porque los ayudan a crecer física, moral y espiritualmente. La autoridad está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer uso de la libertad, capacitándolos para tomar decisiones por sí mismos y mostrándoles por cuáles valores hay que optar en la vida.
La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida.
Hoy, tal vez, sea una de las mayores fallas de los padres. No existe una verdadera protección de la libertad del hijo. Cada vez se desentienden más de los pasos y opciones de los hijos. Los padres están claudicando muy temprano en la protección de la libertad del hijo. ¿Causas? No saber cómo hacer, el desentenderse porque es más fácil, el querer ser padres “modernos”.
No proteger la libertad del hijo es arriesgar el proceso de maduración, y tal vez, conducir a una vida en la cual queden muy comprometidas la felicidad y la realización de aquel que se dice quererlo mucho. ¿Se lo querrá tanto si no se protege el uso de su libertad?
Estarás conmigo al decirte que la autoridad es necesaria, ¿no crees? ¿Qué pasaría si en el mundo no hubiese autoridad? Piensa un poco conmigo.
Sin autoridad no hay sociedad ni disciplina, ni orden... habría caos, anarquía. Y también diré que no puede haber autoridad sin Dios. En un último término, la autoridad legítima viene de Dios.
Sobre la autoridad legítimamente constituida brilla una luz sobrenatural. ¿Cuál? La Voluntad, la Ley de Dios. Por tanto, cuando tú obedeces a la autoridad, no obedeces a un hombre simplemente, sino a Dios que te manda mediante ese hombre, te guste o no, te cueste más o menos.
Tú podrías obedecer por temor, por adulación, por cálculo, por astucia, por afán de lucro... pero estos motivos son indignos del hombre. Eso no sería obediencia a la autoridad, sino servilismo interesado y bajo.
La obediencia consiste en hacer lo que se manda, porque en la persona del superior (papá, mamá, jefe, sacerdote, obispo, Papa, maestro...) se ve la autoridad de Dios y porque eso que se me manda te realiza y te perfecciona. El hijo tiene que ver esa autoridad de Dios en sus padres, el alumno en sus profesores, el ciudadano en el poder estatal, el dirigido en su director espiritual...
¡Qué importante es que los que tienen autoridad lo hagan movidos por el espíritu de servicio, amor y respeto, como Dios quiere!
Creo que algunos de los medios para ejercer la autoridad educadora son éstos:
El ejemplo: antes que nada, padres que muestren cómo se debe ser. Los hijos no son solamente educados por consejos o lindas palabras. Todo lo que viven y ven en el hogar se transforma en fuerza educadora. Además, cuando ellos no encuentran coherencia entre lo que escuchan de sus padres y lo que ven en éstos, les es imposible realizar una síntesis de lo recibido. Los ejemplos arrastran, las palabras sólo mueven.
El diálogo: es fundamental en la creación de un clima de amor y confianza en la familia. La actitud de diálogo con los hijos, pasa por sobre todas las cosas en saber escucharlos. Dedicarles tiempo a sus inquietudes. Es necesario que los padres sintonicen con sus hijos, y no decir simplemente: “está mi hijo en la edad del pavo”. Así no se arregla nada. Acércate a tu hijo y pregúntale por sus problemas y anhelos. Hay que dialogar con el hijo y con la hija.
El estímulo: en todos los órdenes de la vida el ser humano necesita del estímulo, del reconocimiento de la buena acción. Si el papá y la mamá sólo retan y ponen penitencia cuando el hijo ha hecho algo malo, ¿qué clase de autoridad tienen? Y cuando hace algo bien, ¿le felicitan al hijo? Es verdad: el estímulo no debe ser intercambios o acuerdos comerciales, porque estarán creando un hijo interesado: “si pasas de año, te regalamos…”. ¡No! Así formamos interesados y egoístas.
Insinuar y aconsejar: No todo lo deben decidir los padres. Si fuera así, el hijo buscará su distancia por sí mismo, rompiendo la dependencia. En cambio, cuando para sus opciones encuentra en sus progenitores un punto de referencia a través del consejo o de la insinuación, esto le da seguridades, por lo tanto afianzará la relación de filiación.
La corrección: Algunas veces es necesario corregir, porque existe en el hombre la tendencia al error, al pecado. Pero si se utilizan los demás medios, seguramente que no habrá que abusar de éste. La corrección es necesaria en la protección de la libertad, en el sentido de ayudar a crecer. Nunca el “reto” debe surgir como desahogo del mal genio de los padres, actitud que conduce, casi siempre, a una injusticia y a una acción negativa en el trabajo educativo.
Marcar ideales de vida: al hijo hay que ayudarlo a mirar alto. En la vida es necesario tratar de alcanzar grandes ideales, para evitar el conformismo y la mediocridad. Los papás deben transmitir a los hijos y contagiarles elevados ideales. El ideal más grande para un hijo es Jesucristo.
Para terminar este apartado sobre la autoridad, debo decirte cuáles son las actitudes concretas sobre las que debe descansar la autoridad:
Respeto: los hijos no son propiedad de los padres, sino de Dios. Más aún son personas diferentes de los propios progenitores; por lo tanto, se exige un gran respeto por ellos, por su vida, por sus caminos.
Desinterés: ¿Qué amor debe ser más desinteresado que el de los padres por sus hijos? Los padres son para los hijos y no a la inversa. Por lo tanto, hay que amarlos sin esperar nada de ellos. Además, este desinterés lleva a la madurez de los padres a la hora de la partida del hijo, que encontrará generosidad y apoyo en los padres, y no obstáculos en aquellos, sea por el estudio, para la formación de un noviazgo, para casarse o para la consagración y la entrega a Dios, como sacerdotes o religiosas.
Humildad: un servicio tan grande, como es el de los padres a los hijos, exige una gran cuota de humildad. Esta humildad implica asumir las propias limitaciones como padres para la tarea educativa, y fundamentalmente tener la capacidad de adaptación de los propios errores ante los hijos. Actitud que llevará a pedir perdón a los hijos cuando las circunstancias lo motiven. Esto les enseñará a pedir ellos perdón cuando sea necesario a los propios padres.
¡Padres, no olvidéis nunca que vuestra autoridad viene de Dios! ¡Sed dignos de vuestra autoridad! No os podéis dejar llevar por la tiranía, el despecho, la impaciencia. No podéis mandar con autoritarismo, pues el autoritarismo impone, humilla, hiere. La autoridad hace crecer, ilumina y motiva al súbdito.
¡Padres de familia, meditad lo que significa ser padre y ser madre!
Ser padre no es sólo trabajar y llevar dinero a casa. La esposa necesita un marido que ame su hogar, y los niños necesitan un padre que sienta preocupación por ellos, que los cuide, que se interese por sus cosas. Así sería llevadera la obediencia.
¿De qué sirve un papá que compra una mejor casa, un mejor auto, si su esposa, de quien no se preocupa, se va alejando de él?
¿De qué sirve que te vaya bien en tus negocios, padre de familia, si no sabes qué hace tu hijo, cómo le va en la escuela, qué amigos tiene, a dónde va?
Ser madre no es sólo cocinar, lavar, planchar... sino dar cariño, amor, ternura; es ser luz y piedad y aliento, y solicitud y paciencia; ser calor y delicadeza, intuición y detalle. Así sería llevadera la obediencia a mamá.
Ser padre es tener una relación de amistad con el hijo, preocuparse por el hijo, ayudar al hijo, dar ejemplo al hijo, dar buenos consejos al hijo, atenderlos material y espiritualmente, vigilar discretamente las compañías de su hijo, alentarlos en sus fracasos y compartir sus alegrías.
¿Qué dirías de ese papá que no asiste a ese campeonato final de su hijo... o que no asiste a su fiesta de egresado donde su hijo recibe su premio o su diploma…porque está en sus negocios? ¿Qué mejor “negocio” que su propio hijo, verle crecer, progresar, alegrarse con sus triunfos?
¿Qué dirían de ese papá o mamá a quienes no les interesa la primera comunión de su hija, que no la acompañan en la catequesis, ni en la participación en las misas, que no les da ejemplo confesándose y comulgando, a quien no le interesa rezar en casa?
¡Qué difícil se hace la obediencia cuando no hay por delante un ejemplo de vida! ¿Cómo va a respetar a su padre de la tierra, cuando su mismo padre no respeta a Dios Padre?
Los papás deberían sentir que Dios les ha encomendado la suerte terrena y eterna de sus hijos, ¡Qué responsabilidad!
III. ¿CÓMO HAS DE HONRAR A TUS PADRES Y CÓMO DEBEN AMARTE?
Sigo pensando en ti, joven amigo. Quiero que vivas a fondo este cuarto mandamiento que te dice: Honra a tus padres.
Mediante el amor, el respeto, la obediencia y la ayuda en sus necesidades, tú cumples el cuarto mandamiento de la Ley de Dios.
Esto te implica:
+ Alegrarles con tu conducta, con tus buenas notas, con tus detalles de cariño.
+ Apreciarles siempre, felicitarles.
+ Sentirte contento al poderles ayudar, cuando están enfermos.
+ Enseñarles con bondad, cuando sean menos instruidos.
+ Dedicarles tiempo cuando sean ancianos.
+ Valorar las cualidades y callar sus defectos.
+ Ayudarles económicamente.
+ Proporcionarles los últimos sacramentos, buscando un sacerdote cuando están muy enfermos o son ancianos y así puedan recibir la santa unción, y la comunión como viático.
+ Si han muerto, rezar por ellos, ofreciendo misas en sufragio de sus almas.
Si viviéramos a fondo este cuarto mandamiento:
+ Veríamos a nuestros papás ancianos más alegres, felices.
+ Habría más concordia y armonía en los hogares.
+ Habría menos niños abandonados, delincuentes, drogadictos, encarcelados...
+ Habría familias más unidas, felices, rebosantes de gozo y simpatía.
¡Gratitud para con nuestros papás! Sé agradecido con tus padres. Una buena manera de demostrar agradecimiento a tus padres es aprovechando verdaderamente los esfuerzos que ellos hacen por ti. Nada más frustrante para un padre de familia que ver que sus sacrificios por da a sus hijos una buena educación, una buena alimentación, el vestido necesario, unas vacaciones, un club deportivo…¡de nada sirvieron! ¿Por qué? Porque su hijo no quiere estudiar, no le gusta la comida que hay en casa, se enfurece porque la camisa nueva no es de la marca de moda, se aburre y se queja en las vacaciones y no le gusta hacer deporte…¡qué frustración!
Si quisiéramos agradecer a nuestros padres todos los días que pasan en el trabajo, todos los cuidados y solicitud que les hemos costado; si quisiéramos corresponder a nuestra madre por todas las congojas, afanes, noches de insomnio... necesitaríamos una eternidad para pagárselo.
Yo no puedo concebir cómo a un hijo que adquirió fortuna puede sentarle bien una comida opípara, si sabe que su madre, anciana y viuda, pasa sus días con una miserable pensión.
Yo no puedo imaginarme cómo puede una hija ponerse un rico abrigo de pieles y sus alhajas brillantes e irse tranquilamente de turismo, si en el quinto piso de una casa de alquiler, en la estrecha buhardilla que sólo tiene un cuarto y la cocina, van pasando los días sus ancianos padres. No, no puedo imaginarlo.
Tú, ten corazón con tus papás, ya ancianos y enfermos. Ayúdalos, por amor de Dios.
Déjame decirte una palabra sobre tu madre. Si a alguien no debemos nunca entristecer es a nuestra madre, a tu madre.
Monseñor Jara escribió: Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y, en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y, si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por recibir de ella un solo abrazo. De esa mujer no me exijáis el nombre. Es la madre.
A una madre se la ama, se la aprecia, se la obedece, se la alegra siempre. ¡Cuánto debemos a nuestra madre!
Ya conoces tú lo que es el “instinto” materno.
¡Valora a tu madre! No sacrifiques nada al amor por tu madre.
Ámala. Es capaz de todo por ti, incluso está dispuesta a morir, como hizo esa gallinita con sus polluelos, contado por la revista "National Geographic" después de un incendio en el Parque Nacional Yellowstone de los Estados Unidos.
Después de sofocado el fuego empezó la labor de evaluación de daños, y fue entonces que al ir caminando por el parque, un guardabosques encontró un ave calcinada junto al pie de un árbol, en una posición bastante extraña, pues no parecía que hubiese muerto escapando o atrapada, simplemente estaba con sus alas cerradas alrededor de su cuerpo.
Cuando el impactado guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos emergieron de debajo de las alas de su madre, quien sabiendo que sus hijos no podrían escapar del fuego, no los abandonó.
Tampoco se quedó con ellos en el nido sobre el árbol, donde el humo sube y el calor se acumula, sino que los llevó, quizás uno a uno, a la base del árbol y ahí dio su vida por salvar la de ellos.
¿Pueden imaginar la escena? El fuego rodeándolos, los polluelos asustados y la madre muy decidida, infundiendo paz a sus hijos, como diciéndoles: "no teman, vengan bajo mis alas, nada les pasará".
Tan seguros estaban al estar ahí tocando sus plumas, aislados del fuego, que ni siquiera habían salido de ahí horas después de apagado el incendio. Estaban totalmente confiados en la protección de su madre, y sólo al sentir el golpeteo pensaron que debían de salir.
Así hace una madre. Por eso, ámala y respétala. Ámala y respétala como lo hizo Jesucristo en su vida oculta. Hay una frase en el evangelio de san Lucas que resume cómo era Cristo con sus padres terrenos: Jesús fue con ellos a Nazaret y les estaba sumiso (Lucas 2, 51).
Ahora me dirijo a vosotros, padres, pues el cuarto mandamiento también es para vosotros, como os he explicado anteriormente.
Estimad a vuestros hijos, facilitad a vuestros hijos el cumplimiento de este cuarto mandamiento de la Ley de Dios, como lo hizo María y José con su hijo Jesús.
Padres, Dios os pedirá cuenta de los hijos algún día: si los han amado, educado, formado, dado buen ejemplo... o les han dado todo, mimado demasiado...
¡Padres, vuestros hijos, además de cuerpo tienen alma! Y Dios os ha confiado también el alma de vuestros hijos. Y de vosotros depende de que esa alma de sus hijos llegue a Dios. ¡Qué responsabilidad tenéis!
Dad a vuestros hijos buenos consejos. Como hizo este padre de familia a su hijo. Así lo cuenta el propio hijo:
“Un día, acudí a mi padre con uno de mis muchos problemas de aquel entonces. Me contestó como Cristo a sus discípulos, con una parábola: "Hijo, ya no eres más una simple y endeble rama; has crecido y te has transformado, eres ahora un árbol en cuyo tronco un tierno follaje empieza a florecer. Tienes que darle vida a esas ramas. Tienes que ser fuerte, para que ni el agua, ni el día, ni los vientos te embatan. Debes crecer como los de tu especie, hacia arriba. Algún día, vendrá alguien a arrancar parte de ti, parte de tu follaje. Quizá sientes tu tronco desnudo, mas piensa que esas podas siempre serán benéficas, tal vez necesarias, para darte forma, para fortalecer tu tronco y afirmar sus raíces. Jamás lamentes las adversidades, sigue creciendo, y cuando te sientas más indefenso, cuando sientas que el invierno ha sido crudo, recuerda que siempre llegará una primavera que te hará florecer... Trata de ser como el roble, no como un bonsai”.
Ahora quisiera tener a mi padre conmigo, y darle las gracias por haber nacido, por haber sido, por haber triunfado, y por haber fracasado. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, podría agradecerle su preocupación por mí, podría agradecerle sus tiernas caricias, que no por escasas, las sentí sinceras. Si acaso tuviera a mi padre conmigo, le daría las gracias por estar aquí, le agradecería mis grandes tristezas, sus sabios regaños, sus muchos consejos, y los grandes valores que sembró en mí. Si acaso mi padre estuviera conmigo, podríamos charlar como antaño, de cuando me hablaba de aquello del árbol, que debe ser fuerte y saber resistir, prodigar sus frutos, ofrecer su sombra, cubrir sus heridas, forjar sus firmezas ... y siempre seguir. Seguir luchando, seguir perdonando, seguir olvidando, y siempre ... seguir. Si acaso tuviera a mi padre a mi lado, le daría las gracias ... porque de él nací”.
¿Podrá decir tu hijo esto de ti, padre de familia?
Por eso, ¡qué gran falta la de esos padres cristianos que no llevan a bautizar a sus hijos, que les da igual que sus hijos tomen o no la comunión, reciban o no instrucción religiosa!
Ojalá, padres de familia, pudieran decir a sus hijos lo que dijo la madre de San Luis, rey de Francia, Blanca de Castilla: “Hijo mío, te amo con todo el alma, pero preferiría verte muerto a mis pies a saber que has cometido un pecado mortal”.
Estas palabras de la madre le salvaron muchas veces al rey Luis del pecado. Es más, le ayudaron a ser lo que ahora es: san Luis, rey de Francia.
Padres, deber del cuarto mandamiento es respetar el estado de vida que vuestros hijos elijan. No les impidáis elegir una carrera, la que ellos quieran, siempre y cuando sea digna: abogado, médico, electricista, ingeniero, sacerdote, misionero, consagrada a Dios. ¿Quién eres tú, padre o madre de familia, para impedir la vocación de tu hijo o de tu hija?
Padres, estimad el alma de vuestros hijos. Padres, cuidad de vuestros hijos. Padres, amad a vuestros hijos.
Preocupaos más por el alma, que por el cuerpo, como esa madre mexicana con su hijo de 18 años, cuando le estaban obligando a decir: “¡Abajo Cristo, muera Cristo!”. La madre se inclinó sobre su hijo, ya casi muerto por las palizas que le propinaron, y le dijo: “¡Aunque te maten, no reniegues de tu fe! ¡La fe vale más que la vida, hijo mío! ¡Di: Viva Cristo Rey!”.
El joven hijo recoge sus postreras fuerzas y repite con su madre: “¡Viva Cristo Rey, Viva la Virgen de Guadalupe!”. Y muere... allí en la calle, a la vista de su madre. Era el año 1927, durante la famosa guerra cristera en México.
Resumen del Catecismo de la Iglesia católica
2247 “Honra a tu padre y a tu madre” (Deuteronomio 5, 16; Marcos 7, 10).
2248 De conformidad con el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a Él, honremos a nuestros padres y a los que Él reviste de autoridad para nuestro bien.
2249 La comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los cónyuges, al a procreación y a la educación de los hijos.
2250 “La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar”.
2251 Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la medida de lo posible, las necesidades materiales y espirituales de sus hijos.
2253 Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar y enseñar que la vocación primera del cristiano es la de seguir a Jesús.
2254 La autoridad pública está obligada a respetar los derechos fundamentales de la persona humana y las condiciones del ejercicio de la libertad.
2255 El deber de los ciudadanos es cooperar con las autoridades civiles en la construcción de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad.
2256 El ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29).
2257 Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente “totalitarias”.
Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica
455. ¿Qué manda el cuarto mandamiento?
El cuarto mandamiento ordena honrar y respetar a nuestros padres, y a todos aquellos a quienes Dios ha investido de autoridad para nuestro bien.
456. ¿Cuál es la naturaleza de la familia en el plan de Dios?
En el pan de Dios, un hombre y una mujer, unidos en matrimonio, forman, por sí mismos y con sus hijos, una familia. Dios ha instituido la familia y le ha dotado de su constitución fundamental. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. Entre los miembros de una misma familia se establecen relaciones personales y responsabilidades primarias. En Cristo la familia se convierte en Iglesia doméstica, porque es una comunidad de fe, de esperanza y de amor.
457. ¿Qué lugar ocupa la familia en la sociedad?
La familia es la célula original de la sociedad humana, y precede a cualquier reconocimiento por parte de la autoridad pública. Los principios y valores familiares constituyen el fundamento de la vida social. La vida de familia es una iniciación a la vida de la sociedad.
458. ¿Qué deberes tiene la sociedad en relación con la familia?
La sociedad tiene el deber de sostener y consolidar el matrimonio y la familia, en constante el respeto del principio de subsidiaridad. Los poderes públicos deben respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, la moral pública, los derechos e los padres, y el bienestar doméstico.
459. ¿Cuáles son los deberes de los hijos hacía los padres?
Los hijos deben a sus padres respeto (piedad familiar), reconocimiento, docilidad y obediencia, contribuyendo así, junto a las buenas relaciones entre hermanos y hermanas, al crecimiento de la armonía y de la santidad de toda la vida familiar. En caso de que los padres se encuentren en situación de pobreza, de enfermedad, de soledad o de ancianidad, los hijos adultos deben prestarles ayuda moral y material.
460. ¿Cuáles son los deberes de los padres hacía los hijos?
Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios, y proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espirituales, eligiendo para ellos una escuela adecuada, y ayudándoles con prudentes consejos a la elección de la profesión y del estado de vida. En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana.
461. ¿Cómo educan los padres a sus hijos en la fe cristiana?
Los padres educan a sus hijos en la fe cristiana principalmente con el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia.
462. ¿Son un bien absoluto los vínculos familiares?
Los vínculos familiares, aunque sean importantes, no son absolutos, porque la primera vocación del cristiano es seguir a Jesús, amándolo: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”(Mt.10,37). Los padres deben favorecer gozosamente el seguimiento de Jesús por parte de sus hijos en todo estado de vida, también en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.
463. ¿Cómo se ejerce la autoridad en los distintos ámbitos de la autoridad civil?
En los distintos ámbitos de la autoridad civil, la autoridad se ejerce siempre como un servicio, respetando los derechos fundamentales del hombre, una justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distribuida y el principio de subsidiaridad. Cada cual, en el ejercicio de la autoridad, debe buscar el interés de la comunidad antes que el propio, y debe inspirar sus decisiones en la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo.
464. ¿Cuáles son los deberes de los ciudadanos respecto a las autoridades civiles?
Quienes están sometidos a las autoridades deben considerarlas como representantes de Dios, ofreciéndoles una colaboración leal para el buen funcionamiento de la vida pública y social. Esto exige el amor y servicio de la patria, el derecho del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el derecho a una crítica constructiva.
465. ¿Cuándo el ciudadano no debe obedecer a las autoridades civiles?
El ciudadano no debe obedecer a las autoridades cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del bien moral: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch.5,29)
LECTURA: De la exhortación de Juan Pablo II, Familiaris Consortio (22 noviembre 1981)
La educación
36. El derecho-deber educativo de los padres
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II: "Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado pro el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan.
El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.
Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor.
37. Educar en los valores esenciales de la vida humana
Aun en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene".
En una sociedad sacudida y disgregada pro tensiones y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismo y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.
La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona -cuerpo, sentimiento y espíritu- y manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí mismo en el amor.
La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres.
En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial -discerniendo los signos de la llamada de Dios- a la educación para la virginidad, como la forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana.
Por los vínculos estrecho que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.
Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia.
38. Misión educativa y sacramento del matrimonio
Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano.
El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio "ministerio" de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes: "Algunos propagan y conservan la vida espiritual con un ministerio únicamente espiritual: es la tarea del sacramento del orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto a Dios".
La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como iglesia doméstica por la Palabra y por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre.
39. La primera experiencia de Iglesia
La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad, desde un punto de vista cristiano y eclesial. Seguirán pues las líneas educativas recordadas anteriormente, procurando mostrar a los hijos a cuán profundos significados conducen la fe y la caridad de Jesucristo. Además, la conciencia de que el Señor confía en ellos el crecimiento de un hijo de Dios, de un hermano de Cristo, de un templo del Espíritu Santo, de un miembro de la Iglesia, alentará a los padres cristianos en su tarea de afianzar en el alma de los hijos el don de la gracia divina.
El Concilio Vaticano II precisa así el contenido de la educación cristiana: "La cual no persigue solamente la madurez propia de la persona humana..., sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo místico. Conscientes, además de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza que hay en ellos y a ayudar a la configuración cristiana del mundo".
También el Sínodo, siguiendo y desarrollando la línea conciliar ha presentado la misión educativa de la familia cristiana como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, "todos los miembros evangelizan y son evangelizados".
En virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con los hijos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo -eucarístico y eclesial- de Cristo mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu brota de la Cruz y Resurrección de Cristo.
A fin de que los padres cristianos puedan cumplir dignamente su ministerio educativo, los Padres Sinodales han manifestado su deseo de que se prepare un texto adecuado de catecismo para las familias claro, breve y que pueda ser fácilmente asimilado pro todos. Las conferencias episcopales han sido invitadas encarecidamente a comprometerse en la realización de este catecismo.
(13) Para este punto recomiendo leer el Catecismo de la Iglesia católica desde el número 2367 al 2371.
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TEMAS DE RESPUESTA
1. ¿Qué cualidades debería tener la autoridad de tu padre y de tu madre?
2. ¿Por qué tienes que obedecer y respetar a tus padres?
3. ¿Cómo se debería hoy educar a los hijos?
4. ¿Por qué hoy los hijos adultos tienen conflictos con los padres ancianos?
Analiza el texto de la Biblia que encontrarás en el libro de Tobías 4, 3-19. Son los consejos que dio un padre a su hijo. Lee con atención Colosenses 3, 18-25. Es una carta de san Pablo apóstol a los cristianos de Colosas. (No es necesario que las comentes en el foro).
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Preguntas o comentarios al autor P. Antonio Rivero LC
arivero@legionaries.org