Capítulo 7: El Perfil del catequista
1. La formación al servicio de la catequesis.
A. La pastoral de catequistas en la Iglesia particular.
Para el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas.
a. Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos actuales hay que promover diferentes tipos de catequistas, o sea, catequistas especializados.
b. Promover un cierto número de catequistas a tiempo pleno, que puedan dedicarse a la catequesis de manera más intensa y estable, junto a la promoción de catequistas de tiempo parcial, que ordinariamente ser n los más numerosos.
c. Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por ejemplo, obligar a establecer un mayor equilibrio respecto al número de catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.
d. Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman las responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial.
e. Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente.
f. Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esa acción compete, principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas comunidades cristianas.
g. Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas no quede aislado de la vida de la comunidad.
B. Criterios inspiradores de la formación de los catequistas.
a. Se trata ante todo de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a ‚l se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social. Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos.
b. La formación tendrá presente también, el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia. Se trata de formar a los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación, educación y de enseñanza. Se necesitan catequistas que sean, a un tiempo, maestros, educadores y testigos.
c. Preparar catequistas integradores, que sepan superar tendencias unilaterales divergentes, y ofrecer una catequesis plena y completa. Han de saber conjugar la dimensión veritativa y significativa de la fe, la ortodoxia y la ortopraxis, el sentido social y eclesial. La formación ha de ayudar a que los polos de estas tensiones se fecunden mutuamente.
d. La formación de los catequistas no puede ignorar el carácter propio del laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la formación propia de los sacerdotes o de los religiosos. Al contrario, se tendrá muy en cuenta que su formación recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad.
e. Finalmente, la pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación.
C. Las dimensiones de la formación: el ser, el saber y el saber hacer.
La formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación la ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol.
Después está lo que el catequista debe hacer para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada en la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive.
Finalmente está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende ha hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre.
Más adelante expondremos en que áreas es donde el catequista debe profundizar su formación.
D. Diversos tipos de catequistas, hoy especialmente necesarios.
El tipo o figura del catequista en la Iglesia presenta modalidades diversas, ya que las necesidades de la catequesis son variadas.
a. Los catequistas de tierras de misión, a quienes se aplica por excelencia el título de catequista: sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día floreciente. Los que tienen la función específica de la catequesis y los hay también que cooperan en las distintas formas de apostolado.
b. En algunas Iglesia de antigua cristiandad, con gran escasez de clero, se deja sentir la necesidad de una figura en cierto modo análoga a la del catequista de tierras de misión. Se trata, en efecto, de hacer frente a necesidades imperiosas: la animación comunitaria de pequeñas poblaciones rurales, carentes de la presencia asidua del sacerdote; la conveniencia de una presencia y penetración misioneras en las barriadas de las grandes metrópolis.
c. Un tipo de catequista que conviene promover es el del catequista para encuentros presacramentales, destinado al mundo de los adultos, con ocasión del Bautismo o de la primera Comunión de los hijos, o con motivo del sacramento del Matrimonio. Es una tarea con originalidad propia en la que con frecuencia pueden confluir la acogida, el primer anuncio y la posibilidad de un primer acompañamiento en la búsqueda de la fe.
d. Otros sectores humanos de especial sensibilidad que necesitan urgentemente de otros tipos de catequista son: las denominadas personas de la tercera edad, personas desadaptadas y discapacitadas, los emigrantes y las personas marginadas por la evolución moderna.
e. Otras figuras de catequista pueden ser igualmente aconsejables. Cada Iglesia particular, al analizar su situación cultural y religiosa, descubrir sus propias necesidades y perfilar, con realismo, los tipos de catequista que necesita. Es una tarea fundamental a la hora de orientar y organizar la formación de los catequistas.
2. Vocación y fisonomía del catequista.
Ser catequista es una vocación en la Iglesia que nace de su misma condición de bautizado y confirmado (GPCM 2).
La primera forma de Evangelización es el testimonio y en concreto el testimonio de la caridad. El hombre contemporáneo cree mejor en a los testigos que a los maestros (Rm 42; EN 41), más a la experiencia que a la doctrina; más a la vida y a los hechos que a las teorías (RM 42). El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de evangelización (RM 42)
El catequista, por tanto, estará dispuesto a vivir entregado a la edificación de la comunidad cristiana, poniendo en juego las capacidades y carismas recibidos del Espíritu para bien de todos ( GPCM 2).
A. Papel vital de la vocación del catequista:
"A propósito de la evangelización, un medio que no se puede descuidar es la enseñanza catequética. La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y adolescentes, necesita aprender mediante una enseñanza religiosa sistemática los datos fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios ha querido transmitirnos y que la Iglesia ha procurado expresar de manera cada vez más perfecta a lo largo de la historia.
A nadie se le ocurrir poner en duda que esta enseñanza se ha de impartir con el objeto de educar las costumbres, no de estacionarse en un plano meramente intelectual. Con toda seguridad, el esfuerzo de evangelización será grandemente provechoso, en el ámbito de la enseñanza catequética dada en la Iglesia, en las escuelas donde sea posible o en todo caso en los hogares cristianos, si los catequistas disponen de textos apropiados, puestos al día sabio y competentemente, bajo la autoridad de los Obispos. Los m‚todos deber n ser adaptados a la edad, a la cultura, a la capacidad de las personas, tratando de fijar siempre en la memoria, la inteligencia y el corazón las verdades esenciales que deber n impregnar la vida entera. Ante todo es menester preparar buenos catequistas -catequistas parroquiales, instructores, padres- deseosos de perfeccionarse en este arte superior, indispensable y exigente que es la enseñanza religiosa.
Por lo demás, sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él" (EN 44).
B. Fisonomía teológica del catequista:
Vamos a analizar cómo ven la Biblia y los documentos del Magisterio de la Iglesia la fisonomía del catequista. Nos lo muestran, ante todo, como un testigo de la fe. ¿Por qué? Porque su testimonio se asemeja al profeta: como el profeta, sus palabras y sus acciones deben presentar el mensaje de Dios al pueblo. Es obvio que no tiene una inspiración especial de Dios como el profeta. Pero, cuando el catequista es dócil a la Palabra de Dios y la transmite con fidelidad, es Dios quien habla por ‚l. Se convierte en instrumento de la Palabra vivificadora.
También se nos muestra en estos documentos bíblicos y eclesiales como un Apóstol de la Palabra, pues su misión no la realiza por sola decisión personal, sino que es la gracia de Dios quien le envía. Pero conviene destacar también que no tiene una llamada especial. Todo cristiano debe evangelizar y transmitir el mensaje de Dios con sus palabras y con sus obras.
También aparece, desde luego, como un evangelizador. Porque su misión es transmitir el Evangelio. Su evangelización se manifiesta, sobre todo, en su labor profética. Como vimos más arriba hablando de su parecido con el profeta, difunde los valores del Evangelio principalmente con su palabra y con su testimonio.
C. Fisonomía humana del catequista:
El catequista es un educador. El educador no es sólo quien transmite informaciones. Es quien trata de configurar las virtudes y actitudes de sus discípulos de acuerdo con el modelo del hombre nuevo que presenta el Evangelio.
Pero es un educador con un ámbito finalidad muy definidos: la fe. No es un educador de todas las dimensiones del hombre. Puede hacerlo. Y, muchas veces, su labor tiene como resultado desarrollar al hombre íntegramente. Pero, ordinariamente, su labor va orientada al desarrollo de la dimensión sobrenatural de la persona. Y aquí radica el misterio de su acción. Porque su meta esta más allá de sus capacidades. Tiene que educar la fe. Pero la fe es don sobrenatural. Sólo Dios puede darla.
También es un traductor, pues tiene por tarea hacer comprensible y asequible el mensaje del Evangelio con nuevas palabras y nueva luz. Su tarea se encuentra entre el contenido invariable de la Buena Nueva y la urgente necesidad de presentarlo adaptado con nuevo lenguaje a las diversas personas que llegan ante ‚l.
D. Características prioritarias del catequista:
Es evidente que un catequista debe tener muchas cualidades. Pero unas son más importantes que otras. He aquí las principales:
1. El compromiso eclesial: su vida est al servicio de la comunidad local y universal.
2. El sentido misionero: no restringir su acción a quienes frecuentan el templo o al territorio de su propia parroquia.
3. La iniciativa: no conformarse con realizar las actividades evangelizadoras comunes y rutinarias. Debe encontrar nuevas reas y medios para catequizar.
4. La superación integral: educarse en los valores humanos, en las formas sociales, en la capacidad para analizar la realidad y en las virtudes humanas.
5. El trabajo en equipo, el esfuerzo para no caer en la pereza, la programación seria del trabajo y el ansia de aprovechar las diversas oportunidades que encuentren para evangelizar más y mejor.
6. La prudencia para no comprometer su acción evangelizadora por la participación en actividades partidistas o de ambigua moralidad, que obstaculicen la transparencia de su labor. De todos modos, se deben educar en la necesidad de comprometerse socialmente y decididamente en favor de la justicia, la verdad y la honestidad.
7. La coherencia en su condición de evangelizadores, que no descuida su participación en las necesidades de la sociedad, de su vida familiar y de su compromiso con quien necesita ayuda.
8. El sentido ecuménico que le lleve a no perder el tiempo en discusiones inútiles con miembros de otras sectas y saber respaldar el testimonio de auténtica fe ante quienes desean dialogar sinceramente.
Un buen catequista, además de educar la fe de quienes reciben sus cursos, puede tener unos frutos indirectos:
1. Promover la vitalidad de la parroquia, al activar más a otros laicos.
2.Promocionar socialmente a sus comunidades, actuando como contactos en programas de desarrollo social, educadores de los promotores y desarrollando actividades de unión y convivencia comunitarias
3 Detectar y enviar vocaciones al Seminario mayor y menor, y a conventos de religiosas.
4 Facilitar el acercamiento de católicos alejados con la parroquia, penetrar lugares a los que no alcanza la pastoral ordinaria del sacerdote o de los religiosos (CL, 28).
5 Frenar el avance de las sectas: al formar más a los católicos, los vacunan y hacen estéril la acción proselitista de cristianos fundamentalistas, que ven infructuosos sus trabajos y abandonan su acción.
En resumen, un buen catequista se distingue por su profesionalidad. Es decir, su vocación se convierte en una acción responsable y amorosa. La profesionalidad hace que toda la vida del catequista refleje el mensaje que transmite con alegría. Para lograrlo, necesita capacitación especializada y experiencia. Por eso, debe vivir la obediencia ante la autoridad; la honestidad para dedicarse a su labor seriamente sin buscar compensaciones; y la decisión para mantener definida su vocación, a pesar de las crisis y limitaciones.
Preferentemente, los catequistas deben ser autóctonos, para que tengan más capacidad de inculturación. En caso de no serlo, deben luchar constantemente por asimilar y adaptarse a la comunidad en que opera.
PARA REFLEXIONAR:
"Catequistas que luchan por hacer realidad los valores del Evangelio y siguen los criterios pastorales de Jesús que prefiere a los pobres, que hace la voluntad del Padre y entrega toda su vida al servicio del Reino de Dios. Hombres y mujeres que revelan a la comunidad el espíritu de las bienaventuranzas encarnado en sus vidas" (GPCM 149-3).
E. Ministerio y compromiso del catequista:
En algunas diócesis, se ha establecido el ministerio del catequista como una estructura estable y respaldada por la Jerarquía para desarrollar la Nueva Evangelización. A nivel universal, sólo se ha establecido como ministerio de lector y de acólito. Es muy conveniente este ministerio, por ser el catequista parte vital en la predicación y en la vida de la Iglesia. Todavía no tiene carácter jurídico propio.
Recordemos que un ministerio es dar valor público y respaldo comunitario a una tarea eclesial. El catequista es un ministerio de hecho, porque tiene su valor ante todos y la comunidad lo necesita. Pero conviene que también sea reconocido jurídicamente en las diócesis que el Obispo lo estime oportuno. ¿Por qué? Porque elevar una tarea eclesial a rango de ministerio, asegura mayor atención de parte de la Jerarquía y mayor comprensión del pueblo.
Muchos de nuestros catequistas no siempre son valorados, pues se piensa que se dedican a esta tarea quienes no sirven para otras más importantes. Más todavía, hay parroquias que destinan razonables sumas de dinero para mejorar la liturgia y ni un centavo para la catequesis.. Y ¿cómo va a desarrollarse una actividad si no se le invierten esfuerzos y energías? Por otro lado, la realidad muestra crudamente que el actuar del catequista es una tarea muy absorbente en el tiempo que exige, en el esfuerzo que requiere y en la capacitación que reclama. Institucionalizar, pues, el ministerio de los catequistas permitiría que la comunidad les diera una dignidad legal merecida, les otorgara la imagen eclesial que se merecen dentro de la comunidad y los sostuviera en sus gastos económicos.
Algunos piensan que conferir el ministerio al catequista es clericalizarlo. Es decir, provocar que entre demasiado en las estructuras eclesiales y pierda su condición de laico. Pero también es bueno tener en cuenta que su labor es eminentemente laical, dado que est n inmerso en su realidad familial, laborar y social. Y, para que sea un buen catequista, siempre deber sentir y palpitar al paso de la problemática y de las necesidades de quienes debe educar. Por eso, sólo se clericalizaría un catequista en el momento que se encerrase entre los muros de un templo sin unir la fe que transmite con la vida que le rodea.
La catequesis tiene su fuerza mayor hoy en tantos laicos que dan su tiempo y su capacidad para formar la fe de tantos católicos. Y no reciben un centavo por su labor. Esta fuerza nunca desaparecerá. Pero es importante destacar la obra realizada por catequistas laicos asalariados en la evangelización de varios países en Latinoamérica y en otros continentes.
Cuando un eminente catequeta escuchó sobre la existencia de evangelizadores laicos asalariados en una diócesis, comentó: "No me parece correcto que los laicos vivan del dinero del altar". Y, el sabio obispo, necesitado de evangelizadores de tiempo completo por carecer de suficientes sacerdotes, le respondió: "Puede ser. Pero recuerde la palabra de la Escritura: `Quien trabaja en el altar, que viva del altar´". El estudioso agregó: "De acuerdo, Monseñor. Pero eso est bien para el sacerdote...". El Obispo añadió sonriente: "Lea Ud. la primera epístola a los Corintios, a ver si el versículo 14 del capítulo 9 sólo se refiere a los sacerdotes...".
PARA REFLEXIONAR:
"Kerigma y catequesis. Desde la situación generalizada de muchos bautizados en América Latina, que no dieron su adhesión personal a Jesucristo por la conversión primera, se impone, en el ministerio profético de la Iglesia, de modo prioritario y fundamental, la proclamación vigorosa del anuncio de Jesús muerto y resucitado, raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana y principio de toda auténtica cultura cristiana (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25 de la Conferencia del CELAM).
Este ministerio profético de la Iglesia comprende también la catequesis que, actualizando incesantemente la revelación amorosa de Dios manifestada en Jesucristo, lleva la fe inicial a su madurez y educa al verdadero discípulo de Jesucristo (cf. CT 19). Ella debe nutrirse de la Palabra de Dios leída e interpretada en la Iglesia y celebrada en la comunidad para que al escudriñar el misterio de Cristo ayude a presentarlo como Buena Nueva en las situaciones históricas de nuestros pueblos" (SD 33).
3. La formación del catequista:
Somos conscientes de la necesidad que todos los laicos tienen de una formación sólida e integral. Esta necesidad es más urgente para los catequistas cuya misión es comunicar a los demás el mensaje de Cristo. Se requiere una formación permanente que le ayude a conocer mejor su fe a crecer en experiencia y a mantener un proceso de constante conversión ( GPCM4)
La formación del catequista depende mucho del modelo de catequista que se desea lograr. La meta que nosotros proponemos es formar un educador de la fe. Esta opción suscita la necesidad de lograr muchas metas. Las hemos descrito en los apartados anteriores. Ahora, sólo vamos a establecer algunos criterios sobre cómo lograrlo. No puede haber nueva catequesis sin catequistas bien formados
a. Debe procurarse siempre el equilibrio en los cuatro sectores esenciales de la formación del catequista:
- la formación doctrinal.
- la formación espiritual.
- la formación metodológica.
- la formación humana.
b. La formación debe equilibrar la capacitación intelectual con la experiencia real. Es decir, es indispensable la formación por la acción. Porque la experiencia directa provoca reflexión y estimula el estudio personal.
c. Es necesario definir el modelo de catequista que se desea conseguir, de acuerdo con las necesidades o con los programas de trabajo. Es obvio que no es lo mismo preparar un catequista de niños que uno de adultos, o uno para indígenas de la sierra que para universitarios. El modelo determina el programa de formación que se impartirá.
d. Un buen programa de formación de catequistas debe tener mecanismos de acompañamiento para ayudar a cada uno ante las dificultades y preguntas que le vayan surgiendo en su trabajo.
e. Debe evaluarse el avance o las necesidades del programa educativo, para precisar cuáles variantes o novedades se requiere incluir en el programa inicialmente previsto. Para lograrlo, es muy útil conocer qué piensan y proponen los mismos catequistas. De lo contrario, hay el riesgo de errar en las apreciaciones y de resolver sólo una parte de las necesidades.
A. Formación doctrinal.
a. La formación del catequista inicia con una buena base doctrinal. ¿Por qué? Porque el conocimiento y asimilación de la fe ofrece la posibilidad de vivir un proceso catecúmena personal y la experiencia del propio crecimiento en la fe.
b. Sean amplios o reducidos, los programas de formación doctrinal para catequistas deben armonizar siempre las cuatro reas esenciales de la doctrina cristiana: credo, moral, sacramentos y espiritualidad.
c. El catequista necesita conocer cuáles verdades tienen sólido fundamento y cuáles son opinión de escuela. Es decir, el catequista necesita doctrina segura para diferenciarla de las múltiples ideologías existentes.
B. Formación espiritual.
a. El catequista necesita acrecentar su experiencia de Dios durante toda su formación. La consigue por la participación litúrgica y sacramental, por la oración personal y comunitaria, por el ejercicio de hábitos que purifiquen sus actitudes ante Dios.
b. El catequista necesita fuertes experiencias eclesiales para crecer en sus motivaciones evangélicas. Es muy útil aprovechar las ocasiones que ofrece la vida misma de la comunidad o momentos especiales como la visita al Obispo, la participación en algún congreso, etc.
c. El catequista debe realizar un proceso constante de superación en su compromiso de fe durante todo el periodo de formación. Porque lo que más contribuye a transmitir la fe es el testimonio de vida. Y el catequista, como hombre caído y herido por el pecado, necesita elevarse para vivir más de acuerdo con el ejemplo de Jesucristo. Todo avance en la coherencia de su vida con la fe que transmite, ser el mayor ‚éxito en su formación.
d. Es importante desarrollar una actitud eclesial de unidad y de corresponsabilidad que permita al catequista saber trabajar junto a los otros y dejar trabajar a los otros. Siempre hay el riesgo de convertirse en críticos despiadados y obstáculo de otro catequista, o de querer aislarse en la acción evangelizadora. El sentido de catolicidad eclesial debe lograrse con actitudes de respeto y apoyo a la variedad de carismas presentes en la Iglesia.
e. El catequista debe educarse en la fidelidad a la Iglesia. Debe crecer constantemente en la convicción de que no es el transmisor de una doctrina propia y de unas metas personales. Debe ser consciente de que es un miembro de la Iglesia y trabaja en nombre de Ella. Su expresión más común de fidelidad eclesial la verá en la sumisión que viva ante las pautas que reciba de su Obispo y del Papa como cabeza de la Iglesia universal.
f. La formación debe aportar al catequista la conciencia de poseer una misión evangelizadora. Y debe valorar que esta misión la ha recibido de Dios por medio de la Iglesia. Ser catequista es una vocación a la que responder, no un plan personal de prestigio propio. Cuando el catequista es consciente de su llamada sobrenatural, es más abierto a los demás, más humilde ante las contrariedades y más dócil al Espíritu.
g. Toda la formación del catequista debe construirse sobre el amor personal a Jesucristo y a la Virgen Santísima. De este modo, su espiritualidad tendrá motivaciones purificadas y estímulos fuertes.
3. Formación metodológica.
a. Un catequista se forma mejor mediante una metodología activa. Sus intervenciones frecuentes le permiten presentar dudas, aportar experiencias y moderar sus posiciones. La metodología activada le educa también el sentido social y comunitario de la vida, le forma en el trabajo en equipo y le hace más abierto y respetuoso ante los demás.
b. La formación del catequista también debe ser práctica. La mejor forma de lograrlo es que participe, al mismo tiempo que recibe su formación, en una acción evangelizadora. De este modo, puede ir experimentando en su propia persona cuanto aprende. Los ejercicios dentro del salón de clase pueden ser útiles para obtener algunos consejos del instructor, pero no sustituyen el contacto con la acción catequística directa.
c. El catequista debe desarrollar sus capacidades de comunicador. Lo puede lograr tanto con el esfuerzo por participar en cada ocasión que le ofrezca el proceso formativo como con el aprendizaje de técnicas sencillas y eficaces (medios audiovisuales, consejos para hablar en público, sugerencias para preparar una clase, etc).
d. Es preciso enseñar al catequista el uso adecuado de los instrumentos más comunes e inmediatos de la catequesis: audiovisuales, catecismos, textos, pizarrón, etc.
e. Hay que desarrollar mucho la capacidad de comunicación en el catequista. Esta comunicación no es sólo verbal. Se logra con tres cosas:
- simbolización: que sepa concentrar en símbolos y signos vivos e impactantes su mensaje y su impulso motivador.
- expresión: que llene de carga afectiva sus intervenciones.
- gusto: para seleccionar las experiencias y recursos en sus clases.
f. El catequista debe aprender a realizar el análisis de la situación del ambiente en que debe trabajar. El catequista necesita conocer bien el contexto en que trabaja. De lo contrario, no obtendrá buenos resultados porque desconocerá el campo de trabajo.
D. Formación humana.
a. Muchos catequistas tienen urgente necesidad de completar su formación humana. Suelen tener mucha vitalidad espiritual y religiosidad profunda. Pero necesitan mayor equilibrio emocional, firmes actitudes y fundada madurez que les facilite mantener las opciones hechas y la coherencia entre lo que creen y lo que viven.
b. La formación del catequista necesita desarrollar las virtudes humanas. ¿Qué podemos esperar de un catequista insincero, irresponsable, sin respeto hacia los demás, etc? Las virtudes humanas se obtienen mediante una buena explicación y la ayuda de un prudente consejero que posibilite la afirmación de hábitos estables de comportamiento.
c. El catequista necesita recibir valores humanos muy sólidos y en todos los niveles (de sobrevivencia, culturales, sociales, artísticos, morales y trascendentales). Recordemos que la formación de los valores se obtiene, sobre todo, mediante las experiencias personales y el análisis que confronta unos valores con otros.
d. El proceso formativo del catequista debe enseñarle a analizar y enjuiciar equilibradamente las personas y los acontecimientos que van cruzándose en su vida. La cultura cambiante, llena de antivalores consumistas y superficiales, exigen una jerarquía de valores definida y valiosa al catequista actual, para que pueda adaptarse y transformar evangélicamente a su comunidad.
PARA REFLEXIONAR:
"Los catequistas necesitan una formación que los capacite para responder a las exigencias de su ministerio. La catequesis, "es un arte superior" que pide de los catequistas sólidos conocimientos en las ciencias humanas y divinas. Asimismo espera de ellos una amplia visión del ambiente donde trabajan, de la sociedad donde se encuentran y de la ‚poca que les ha tocado vivir.
Los documentos del Magisterio de la Iglesia, no dejan de insistir en la urgencia de formarlos para estar a la altura de las tareas que se les encomiendan" (GPCM 153) y ser instrumentos adecuados y eficaces en las manos de Dios, pues Él es en definitiva el origen y la causa de la salvación pero ha querido que seamos sus mensajeros, para llevarla a nuestro hermano.