Cuando Nuestro Señor Jesucristo se encontraba en este mundo comunicaba normalmente sus gracias espirituales y corporales a través del contacto físico de su persona, esto es, o con su viva voz o tocando con su mano, como cuando por ejemplo absolvió a la pecadora (Lc 7, 48) o sanó al leproso y al ciego de nacimiento (Mc 1, 41; Jn 9, 6).
Pero ahora que Jesús ha subido al cielo, ¿cómo podrá estar en contacto con nosotros y comunicarnos su gracia? Lo hace a través de los sacramentos de la Iglesia: en ellos está Él mismo que a través de la persona de su ministro también hoy nos toca, nos sana, nos alimenta y nos consuela.
Acercarse con fe a los sacramentos es encontrarse con Jesús resucitado y vivo, con Él que es nuestro único Salvador.
Los sacramentos son los signos e instrumentos de la gracia instituidos por Jesucristo para santificarnos.
Es conocida la enseñanza de Santo Tomás de Aquino que afirma que los sacramentos son signos rememorativos de la Pasión de Cristo, demostrativos de la gracia y pronósticos de la gloria futura. Todo ello tiene íntima relación con la vida, pues la muerte de Cristo constituye la victoria sobre el poder del pecado y de la muerte, la gracia es la vida verdadera ya en este mundo, y la gloria es la plenitud definitiva de la vida. Estas tres dimensiones corresponden a todo sacramento, aunque con el matiz propio de la gracia de cada uno de ellos.
Los tres sacramentos de la iniciación cristiana, "el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía" vienen a ser el inicio, la madurez y el alimento de la vida nueva. Son, por así decirlo, la re-creación del hombre (Ef.4,24; Col.3, 10; 2Cor.3, 17; Gal.6, 15), el don de la adopción divina y de la participación en la naturaleza de Dios (2Pd. 1,4; Jn.6,53-57; 15,4-8), el inicio en la tierra de la vocación a la santidad y a la alabanza de la gloria de la gracia de Dios (Ef.1,3-14).
Conviene tener presente que estos tres sacramentos que introducen en la vida de la gracia apuntan ya al destino final y total del hombre íntegro, en su alma y en su cuerpo, destino que es de vida eterna y gloriosa, no sólo de inmortalidad del alma, sino de resurrección corporal. No se puede minimizar el alcance de las expresiones tan concretas de San Pablo: "el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor"
(1Cor.6,13); "¿no sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?" (v.15); "¿no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espiritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?" (v.19); "¡Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo!" (v.20).
El Apóstol relaciona toda esta argumentación referida a la castidad cristiana, con nuestro destino de resurrección que es la proyección de la resurrección de Jesucristo (v. 14).
Los sacramentos de la Reconciliación o Penitencia y de la Unción de los Enfermos constituyen el grupo de los así llamados "sacramentos de la salud", "sanación" o "curación" (ver CEC. 1420ss.), porque suponen un grave quebrantamiento, ocurrido después del bautismo, sea de la salud espiritual, sea de la salud corporal de un cristiano.
Economía de la Salvación
Por “economía de la salvación” se entiende un régimen o el conjunto de todo lo dispuesto por Dios en orden a la salvación de los hombres, y la administración que de los bienes espirituales y de la gracia ha confiado en su Iglesia (se habla de “economía sacramental”, que consiste en la dispensación de los sacramentos. “La Tradición común de Oriente y Occidente llama 'la Economía sacramental'; ésta consiste en la comunicación (o 'dispensación') de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia 'sacramental' de la Iglesia.” (CIC, 1076).
Es el Plan (Providencia) y la ejecución del mismo, que Dios dispuso para nuestra salvación. “Tal es el Misterio de Cristo, revelado y realizado en la historia según un plan, una 'disposición' sabiamente ordenada que san Pablo llama 'la Economía del Misterio' y que la tradición patrística llamará 'la Economía del Verbo encarnado' o 'la Economía de la salvación'. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1062). “Economía del Verbo Encarnado”, es la Economía bajo el régimen de la gracia, bajo la administración de Cristo, por decir así. “La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá 'la imagen' y la restaurará en 'la semejanza' con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu 'que da la Vida'. (Catecismo de la Iglesia Católica, 705).
Así, 'el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal' (Catecismo de la Iglesia Católica, 122); y la Virgen maría participa en la economía del Nuevo Testamento: 'Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna...
Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora' (CIC, 969). Esta Economía o designio de salvación, será conocida por todos en el Juicio Final: “Entonces El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte.” (CIC, 1041).
Todos los sacramentos tienen signos visibles de realidades invisibles
Dios los Bendiga
Artículo preparado por Raul Alonso