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En la sesión anterior se mencionaba que dentro del estar y ser resentidos hay algunos Aliados que facilitan convertirnos en personas resentidas e incapaces de disculpar y mucho menos perdonar. Conocimos al egocentrismo como uno de los principales aliados. En esta lección nos ocuparemos ahora del sentimentalismo, la imaginación y la inseguridad.
El sentimentalismo
Los sentimientos juegan un papel muy importante en la conducta, entre otras cosas su presencia intensifica la acción humana, da en algunos momentos fuerza a las decisiones de la persona para que alcance sus metas. El Catecismo de la Iglesia Católica advierte la insuficiencia de la voluntad, cundo no es seguida por los sentimientos “la perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su apetito sensible (…), por su corazón”. Los sentimientos son una fuerza que pueden mover a hacer el bien, sumándose a la fuerza de la voluntad. Además, cuando a las cosas que debemos hacer le metemos el corazón, como suele decirse, la calidad de nuestras acciones crece porque se humanizan. Lo contrario cuando a nuestras acciones les falta corazón (sentimientos) son frías o indiferentes que no resulta agradable a Dios ni a los demás.
Pero para que los sentimientos jueguen un papel positivo en la conducta deben estar dirigidos por la inteligencia y la voluntad. Cuando esto no ocurre y las personas no controlan sus emociones, sino que son gobernadas por ellas, entonces se cae en el sentimentalismo. Cuando se vive así cualquier ofensa o agresión genera una reacción desproporcionada que fácilmente se convierte en un resentimiento porque la fuerza del sentimiento cierra campo a la conciencia y disminuye la capacidad de modificar voluntariamente la reacción que nos viene. Los sentimientos cuando no son dirigidos por la inteligencia y la voluntad suelen ser egocéntricos, lleven a la persona a buscar sólo su interés personal y egoísta. Por ejemplo, amar a alguien se convierte en una búsqueda de efecto, compasión o cualquier otro tipo de complacencia y no en un amar desinteresadamente al otro.
La solución ante el sentimentalismo consistirá en formar la voluntad para que pueda no ser gobernada por las pasiones y los sentimientos, de manera que actúe guiada por la recta razón. Y la voluntad se fortalece mediante el ejercicio, por actos pequeños como vivir el orden en el trabajo, comenzando y terminando a tiempo, trabajando realmente sin perder tiempo, terminar lo que se ha comenzado, etc.
La imaginación
La imaginación también influye de manera determinante en el resentimiento. La imaginación es una facultad que tenemos que favorece de por si la creatividad, ayuda a descubrir soluciones ante los problemas, enriquece la manera de percibir las cosas. Pero cuando escapa de nuestro control y lo hace por cuenta propia, nos aleja de la realidad, deforma la manera de conocer las cosas, los acontecimientos y mucho más las acciones de los otros, y se convierte en fuente de complicaciones interiores. La imaginación sin control acaba exagerando las cosas. Por ejemplo si una persona me hace una pequeña ofensa (me roba el turno de la fila del Banco, mercado, etc.…) la considero una gigante agresión y más si relaciono a esa persona como conocida y no me saluda, juzgo al acto (me roba el turno de la fila en el Banco) como un desprecio y una humillación completamente intencional.
En estos casos lo que debemos hacer es cortar tajantemente todo lo que fabrica la imaginación antes de que nos lleven a conclusiones que no son verdaderas o que no contienen intenciones que nosotros creemos.
Cuando no hay dominio sobre la imaginación se suma la falta de control de los sentimientos y así se produce un círculo vicioso muy complicado.
La inseguridad
El resentimiento es una reacción emocional negativa que permanece dentro de la persona, esta presencia hace que la herida (provocada por la ofensa recibida) se vuelva a vivir una y otra vez. La falta de fortaleza en el carácter que es dominado por la imaginación, los sentimientos y el egoísmo provoca una gran inseguridad personal. La persona insegura está llena de una baja autoestima, carece de confianza en sí misma y vive con el temor constante de ser agredida, ignorada y rechazada por los demás.
La inseguridad frecuentemente lleva a la persona a buscar llamar la atención por caminos variadísimos. Por ejemplo; cuando somos niños aprendemos que enfermarse es una de las maneras más rápidas de llamar la atención porque los papás y parientes están cerca e inmediatamente nos sentimos más amados y seguros. Algunas personas jamás superan esta idea y se las ingenian para estar siempre enfermos de algo. Cuando estas personas no consiguen, a pesar de todo lo que se ingenian, ser el centro de atención, se sienten mal, sufren y fácilmente se resienten.
Si esta inseguridad se asocia con el pesimismo la persona puede considerarse víctima y fomentar autocompasión: “no me quieren, no me valoran, me rechazan, no me hacen caso, etc.”
Es muy duro vivir con una persona que siempre se está quejando, y muy poca gente sabe cómo dar respuesta a las quejas de una persona que se rechaza a sí misma. Lo peor de todo es que, generalmente, la queja, una vez expresada, conduce a lo que quieren evitar: más rechazo.
Para concluir esta sesión del curso te invitamos a leer y reflexionar la siguiente historia de José Luis Martín Descalzo. En ella verás un ejemplo de cómo el sentimentalismo, la imaginación y el egoísmo conducen a una inseguridad personal gigante que nos lleva a olvidar el gran corazón que realmente existe en los demás…
Historia de doña Anita
Doña Anita es una vieja-viejísima-viuda-viudísima que vive en una ciudad de cuyo nombre prefiero no acordarme. Porque esto que voy a contar es una historia absolutamente real, aun cuando tenga tanto olor a fábula como tiene.
Doña Anita tuvo la desgracia de enviudar a los cuatro días de casada, pues su marido («su Paco», dice ella) murió siendo no se acuerda si teniente o capitán en una lejanísima guerra, que ya no está muy segura si fue la de África o la de Cuba. Lo que sí sabe doña Anita es que su Paco la dejó con el ciclo y la tierra. Que de él sólo queda una preciosa fotografía, ya amarillenta; unas viejas sábanas de seda, que sólo se usaron cuatro noches, y una pensión de 5.105 pesetas.
Con este fabuloso sueldo vive doña Anita, convertida ya en una gacela antediluviana, rodeada por un mundo de monstruos. Pero doña Anita se las arregla para que sus cinco billetes lleguen a fin de mes, dando por supuesto que las primeras 105 se las gasta cada día 30, al cobrar, en una vela, que enciende en honor y recuerdo de su Paco.
Hace no muchos meses, un día 30 pagaron a doña Anita su pensión con un solo billete de 5.000, un billete de 100 y una moneda de 5 pesetas. A doña Anita le alegró tener por primera vez en las manos aquel billete, que le parecía un premio gordo, pero al mismo tiempo le entraron todos los temblores del infierno ante la hipótesis de que pudiera perderlo. No estaría segura hasta que, a la mañana siguiente, lo cambiara en la tienda.
Y los sudores del infierno llegaron cuando, al ir a pagar sus verduras, después de su misa, se encontró con que, a pesar de todas sus precauciones, o quizá a causa de ellas, el billete de 5.000 no aparecía. Doña Anita revolvió y volvió del revés su bolso, Pero nada. Hizo cinco veces el camino que iba de su casa a la iglesia y de la iglesia al mercado. Pero nada. Buscó debajo de todos los bancos del templo, corrió los muebles todos de su casa...Y nada.
La angustia se hizo dueña de su corazón. ¿Cómo podría vivir ahora los treinta horribles e interminables días del mes si no tenía un solo céntimo en el banco, si todas las personas a las que conociera en este mundo estaban ya en el otro? Volvió a recontar todas sus cosas y comprobó, una vez más, que no quedaba nada de valor por vender... salvo, claro, aquellas sábanas de seda viejísimas, aquel juego de café de plata que le regalaron sus hermanos el día de su boda y aquel viejo medallón de su madre. ¡Pero vender eso sería como venderse a sí misma!
Malcomió aquel día con las sobras que quedaban en la, vieja nevera y apenas durmió en la larga noche. « ¡Eso es! -pensó entre dos sueños angustiados-, ¡el billete lo perdí en el ascensor, al bajar para ir a misa!» Se levantó temblando y, con un abrigo encima del camisón, salió a la escalera. ¡Pero ni en el ascensor ni en la escalera había nada! Y regresó a su lecho como una condenada a muerte.
A la mañana, cuando salió a misa -Dios era ya lo único que le quedaba- clavó en la cabina del ascensor una tarjetita en la que anunciaba que si alguien había encontrado un billete de 5.000 pesetas hiciera el favor de devolvérselo a... Pero lo clavó sin la menor de las confianzas,
Aquella misa fue la más triste en la vida de doña Anita. Cuando el sacerdote comenzó a rezar el «Yo pecador», la viuda-viudísima se acordó de que ayer, en una de sus idas y venidas, se había cruzado en la escalera con la otra viuda del cuarto -ésa a la que los vecinos llamaban, para distinguirla de ella, la viuda alegre, y no sin motivos, según decían- y había comprobado que acababa de estrenar un precioso bolso de cuero. ¡Ahí estaban fundidas sus 5.000 pesetas! ¡Era claro como la luz del día!
Pero mientras el sacerdote leía el Evangelio, doña Anita recordó que las dos chicas del tercero, ésas que volvían todas las noches a las tantas, con sus novios, en motos estruendosas, habían llegado ayer aún mucho más tarde de lo ordinario. ¡Y doña Anita tembló ante el simple pensamiento de lo que aquellas dos perdidas hubieran podido hacer con sus 5.000 pesetas!
Cuando el sacerdote recitó el ofertorio vino al pensamiento de doña Anita su vecino del segundo, el carnicero, un comunista malencarado, que ayer la miró, al cruzarse con ella en la escalera, con una mirada aviesa y repulsiva. ¡Dios santo, en qué habría podido invertir el comunista ese su dinero!
En la consagración fue don Fernando -ese que decían que vivía con una mujer que no era la suya- la víctima de las sospechas de doña Anita. Y como la misa aún duró diez minutos, fueron todos los vecinos, uno a uno, convirtiéndose en probabilísimos apropiadores de la sangre de doña Anita.
Sólo cuando al ir a entrar en su piso -rabia le dio entrar en aquel bloque de viviendas corrompidas- tropezó doña Anita, y al caérsele el misal, salieron de él doce estampas y un billete de 5.000 pesetas, se dio cuenta la vieja de que era ella tonta-tonta-tonta la culpable de sus sufrimientos.
Y cuando se disponía a salir jubilosa hacia el mercado, alguien llamó a su puerta. Era la viuda del cuarto, que, miren ustedes qué casualidad, había encontrado la víspera un billete de 5.000 mil pesetas en el ascensor. Cuando ella se fue, pidiendo mil disculpas y diciendo que sin duda era de algún otro vecino que lo había perdido, llamaron a la puerta las dos chicas del tercero, que también ellas -¡qué cosas!, ¡qué cosas!- habían encontrado en la escalera otro billete de 5.000 pesetas. Luego fue el carnicero, y éste había encontrado no un billete de 5.000 pesetas, peso sí cinco billetes de 1.000 pesetas nuevecitos y juntos.
Después subió don Fernando y una docena de vecinos más, porque -¡hay que ver qué casualidades!- todos habían encontrado billetes de 5.000 pesetas en la escalera.
Y mientras doña Anita lloraba y lloraba de alegría, se dio cuenta de que el mundo era hermoso y la gente era buena, y que era ella quien ensuciaba el mundo con sus sucios temores.
Reflexión Personal
El examen de conciencia realizado con seriedad y continuidad, es un gran medio para alcanzar el conocimiento personal, la madurez, la coherencia de vida y el progreso por el camino del bien. Nos hace sensibles al pecado y nos ayuda a superar las tentaciones, pruebas y contrariedades.
A continuación te ofrecemos un cuestionario que te ayudará a examinar tu propia vida, tus principios, tus criterios conforme al criterio del evangelio.
¿Soy consciente de lo que quiero hacer y hago lo que quiero? o ¿me dejo llevar por mis sentimientos y emociones?
¿Suelo analizar las cosas con frialdad y calma? o ¿Reacciono bajo los impulsos que dictan mis emociones?
¿Miro los hechos y las acciones de las personas con objetividad o a través del filtro de mi gusto o de mi disgusto por ellas?
¿Aquella persona, a la que le guardo rencor, soy consciente de la verdadera dimensión de sus actos o inconscientemente tiendo a exagerar el daño que realmente me provocó?
¿Cuándo algo negativo sucede en mi vida objetivamente analizo la situación o instantáneamente culpo al primero que tengo a mi lado?
¿Reconozco cuanto valgo como persona y por lo mismo me reconozco querido y amado por mis conocidos o siento que necesito llamar su atención para sentirme amado y seguro?
Participación en los foros
Comparte tus conclusiones de esta sesión en los foros del curso (Sí se publica en los foros)
Preguntas que pueden servirte para estructurar tus conclusiones
¿Qué me ha parecido el tema?
¿Qué aplicaciones prácticas encuentro para mi vida?
Algún comentario particular