Las vestiduras propias del Papa, obispo de Roma-VI

Los ornamentos papales (VI): los flabelos y el palio

Continuamos hoy con la serie relativa a los ornamentos papales. En esta ocasión corresponde tratar de los flabelos, una insignia litúrgica estrechamente relacionada con la silla gestatoria, pues acompañaba el cortejo del Santo Padre. Cuando éste iba revestido para celebrar una función litúrgica, sea con casulla, sea con manto, además de los flabelos se usaba el palio, que recubría la silla gestatoria.

El beato Pablo VI preside el cortejo papal desde la silla gestatoria, con flabelos y palio, antes de la reforma del ceremonial pontificio
(Imagen: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)
Los flabelos
Con el nombre de flabelos (flabelli) se designan unos grandes  abanicos confeccionados con plumas de color blanco con un largo mango, que en las solemnidades más relevantes marchaban justo detrás del Papa cuando éste era llevado en procesión sobre la silla gestatoria. Siempre iban en número de dos y los portaban los llamados "flabelíferos". Una vez que el Papa llegaba a su trono, los flabelos se colocaban a ambos lados de éste, fuera del dosel y apoyados contra el muro.

El beato Pablo VI preside desde el trono. A cada extremo se observan los flabelos apoyados en la pared
(Imagen: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)

Los flabelos existían ya en África y Oriente para los altos dignatarios. Su uso ceremonial se remonta al Antiguo Egipto, donde se utilizaban hojas secas o plumas de aves que arrancaban como si fuesen radios desde un pie montado sobre una vara larga. Ellas eran llevadas por cortesanos del entorno del faraón para darle sombra y abanicarlo. Durante una excavación arqueológica, por ejemplo, se encontró un flabelo en la tumba de Tutankamón que hoy se guarda en el Museo de El Cairo, y su representación se pueden observar en multitud de pinturas murales. Ellos servían también como insignia real y religiosa, pues acompañaba a las barcas solares en las procesiones por el Nilo.

Flabelos del Antiguo Egipto (en el centro, arriba) y motivos de loto. 1868, New York Public Library
(Imagen: Wikipedia)

Sirviendo en la Antigüedad como parte de rituales paganos, en época muy temprana pasaron a integrar los ritos de la Iglesia. Ya en las Constituciones Apostólicas (siglo IV) se establecía: "Que dos de los diáconos, a cada lado del altar, mantengan un abanico, formado de membranas delgadas, o por plumas del pavo real, o por finas telas y en silencio, para ahuyentar a los pequeños animales que vuelan, para que no puedan acercarse a las copas" (VIII, 12). 

El misal de la Orden de Predicadores de 1256 contiene todavía una rúbrica destinada a evitar el molesto revoloteo de insectos sobre las ofrendas depositadas en el altar: "Tempore quoque muscarum post inceptionem secretarum debet diaconus tenere flabellum quo cohibeat eas honeste a molestando sacerdotem et abigat eas a sacrificio" ("Durante el estío, una vez empezada la Secreta, el diácono deberá tener un abanico para impedir decorosamente que las moscas molesten al sacerdote y ahuyentarlas del sacrificio"). 
Originalmente, entonces, los flabelos servían para mantener fresco el aire en torno al celebrante y evitar la cercanía de insectos, sin cumplir ninguna función ornamental.

Primera Misa de un fraile dominico según el rito propio de la Orden de Predicadores (1950)
(Imagen: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)


La utilización de los flabelos durante la Santa Misa se explicaba por la práctica de la comunión bajo las dos especies. Con todo, la manera con que ella era administrada fue diversa según la época: en lugar de beber del cáliz (cáliz de la consagración, cáliz de la administración, cáliz mixto) se introdujo después el uso de sorber con una cañita (pugillaris, calamus, fístula), o se empleaban cucharillas, o se mojaba la hostia en el sanguis sagrado (intición). 
En la oración "Haec commixtio..." guarda todavía hoy la Misa latina el recuerdo de esta manera de communio sub utraque specie por parte de los fieles. 
Este uso se mantuvo en la Iglesia de Occidente hasta el siglo XIII, persistiendo aisladamente todavía por más tiempo (por ejemplo, en la Misa papal hasta el siglo XV, y también en las Misas de la coronación de emperadores y reyes).

Eso explica que, hasta ese siglo al menos, en Francia fuese común el uso de flabelos para cazar las moscas y disminuir el calor que rodeaba al sacerdote durante la consagración, según testimonian las crónicas.

Con la eliminación de los prácticos abanicos también en la Misa papal, éstos acabaron por derivar en los solemnes flabelos, que ahora cumplían sólo un sentido honorífico dentro del ceremonial pontificio.

El último en usarlos fue el beato Pablo VI.

En varios ritos orientales, la utilización de abanicos ceremoniales ha continuado, pero ellos se han convertido en discos de metal sujetos sobre un mango o asta del mismo material o de madera, más largo que los flabelos latinos, los cuales reciben el nombre de rhipidion
Generalmente, lleva la imagen iconográfica de un serafín con seis alas que rodean la cara. También se encuentran algunos en madera grabada, dorada o pintada. Se suelen hacer por parejas.

Rhipidion en uso durante la Divina Liturgia
(Imagen: Wikipedia)


Los flabelos se confeccionaban con plumas de avestruz, según la antigua tradición, o bien con plumas de pavo real. En este último caso, los pequeños ojos significan la mirada y, por tanto, la vigilancia que el Papa ejerce sobre toda la Iglesia.

Por privilegio especial, el Patriarca de Lisboa tiene derecho a ser llevado en procesión con flabelos, los que fueron donados por el propio Papa cuando concedió dicho privilegio.

El Patriarca de Lisboa, D. Antonio Mendes Belo, en procesión con flabelos
(Foto: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)
El palio procesional

Además de la insignia arzobispal del mismo nombre, se conoce como palio una especie de dosel portátil confeccionado en seda suntuosamente bordada y puesto sobre cuatro o más varas largas (en teoría, lo apropiado es que sean doce, representativas de los Apóstoles), bajo el cual se lleva procesionalmente el Santísimo Sacramento, normalmente en custodia u otro tipo de ostensorio, o una imagen, y que es usado también por el Papa, algunos prelados y los jefes de Estado católicos como insignia propia de su dignidad.

De ahí que el portar dichas varas se considere un privilegio reservado a personajes de gran relieve religioso, civil o militar.

Procesión con el Santísimo Sacramento por las calles de Nueva York durante el Congreso Sacra Liturgia de 2015 
(Imagen: SacraLiturgia)

El palio procesional es un elemento litúrgico de origen bizantino, y recibe su nombre, por extensión, de un manto empleado en la antigua Grecia con el que cubrían el resto de sus vestiduras hombres y mujeres, que se sujetaba en el pecho con una hebilla o un broche.  

Cuando se usa para el traslado del Santísimo Sacramento, el palio quiere representar las tiendas del tabernáculo y el Sancta Sanctorum que era exclusivo de Dios. En los demás casos significa la protección de la Iglesia a la persona, imagen, objeto o figura que se cobija bajo él.

La altura del palio, a veces realzada por la incorporación de penachos con plumas de vistosa policromía en los ángulos de las esquinas, permitía que las multitudes se percatasen con tiempo suficiente de que el Santísimo, o el personaje recibido bajo ese dosel ambulante, se acercaba al punto donde se encontraban los espectadores, además de conferir extraordinaria solemnidad a los desfiles procesionales, pues su paso ha de resultar forzosamente lento debido a la sincronía de movimiento que deben guardar quienes llevan cada una de las varas que lo sostienen.

San Juan XXIII bajo palio
(Imagen: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)

El palio procesional era del mismo color que los ornamentos del Papa, es decir, blanco o rojo, dado que la liturgia papal no conoce el resto de los colores litúrgicos. El palio del Santísimo Sacramento es siempre blanco.