Capítulo X -De la discreción 1 al 10


1 Decía el abad Antonio: «Algunos han quebrantado su cuerpo a fuerza de abstinencia, pero su falta de discreción les ha alejado de Dios».

2 Unos hermanos vinieron al abad Antonio para descubrirle sus imaginaciones y visiones y saber si eran verdaderas o falsas. Traían con ellos un asno que murió en el camino. Antes de que pudieran decirle nada, el abad les preguntó: «¿Cómo ha muerto el asno en el camino?». Y ellos asombrados le dijeron: «¿Cómo sabes que ha muerto, Padre?». Y él dijo: «Los demonios me lo han dicho».

Precisamente, respondieron ellos, veníamos a hablarte de nuestras visiones. La mayoría de las veces llegan a hacerse realidad, pero tememos ser engañados. El anciano les convenció con el ejemplo del asno que sus visiones eran del demonio.

Un cazador que cazaba fieras en el bosque, vio al abad Antonio en recreo con los hermanos y se escandalizó. El anciano quiso demostrarle que conviene algunas veces ser condescendiente con los hermanos y le dijo: «Pon una flecha en tu arco y ténsalo». Y lo hizo así. Y de nuevo Antonio le dijo: «Sigue tensándolo». Y el cazador le obedeció. Y el abad insistió de nuevo: «Tensa aún más». El cazador lo volvió a tensar, pero dijo al abad Antonio: «Si lo tenso más, se romperá el arco».

Y entonces el abad Antonio le dijo: «Lo mismo ocurre en el servicio de Dios. Si se aprieta excesivamente, los hermanos pronto desfallecen. Conviene, pues, de vez en cuando relajar la tensión».

Al oír esto el cazador se arrepintió y se aprovechó mucho de la lección del anciano. Los hermanos, reconfortados, volvieron a sus celdas.

3 Un hermano pidió al abad Antonio: «Ruega por mi». Y el anciano le contestó: «Ni Dios ni yo tendremos compasión de ti, si tú no tienes cuidado de ti mismo y se lo pides a Dios».

4 Dijo también el abad Antonio: «Dios no permite que esta generación sufra el ataque del demonio porque sabe que son débiles y no lo pueden soportar».

5 El abad Evagrio preguntó un día al abad Antonio: «Nosotros, con tanta erudición y ciencia, no poseemos ninguna virtud. ¿Cómo aquellos ignorantes que viven en Egipto poseen tantas?». Y el abad Arsenio le contestó: «No tenemos nada porque nos hemos dedicado a las ciencias y disciplinas de este mundo. Aquellos zafios de Egipto adquieren las virtudes con su esfuerzo personal».

6 El abad Arsenio, de feliz memoria, solía decir: «Un monje, peregrino en un país lejano, no se mezcle en cosa alguna y tendrá paz».

7 El abad Marcos preguntó al abad Arsenio: «¿Es bueno no tener en la celda ninguna clase de víveres? He visto a un hermano que tenía unas legumbres en su celda y las estaba arrancando». Y el abad Arsenio respondió: «Sí, es una cosa buena, pero depende de las disposiciones de cada uno. Por eso, si ese hermano no tuviera fuerza para soportarlo, debería volver a plantar sus legumbres».

8 Contaba el abad Pedro, que fue discípulo del abad Lot: «Un día estaba yo en la celda del abad Agatón, y vino un hermano a decirle: "Deseo vivir con los hermanos, pero dime cómo tengo que convivir con ellos".
Y el anciano le dijo: "Como el primer día de tu incorporación a la comunidad, conserva tu condición de extraño todos los días de tu vida, de manera que nunca tengas parrhesia con ellos”.

El abad Macario le preguntó: “¿Cuál es pues el fruto de esas familiaridades?”.
El anciano dijo: "La parrhesia se parece a un viento devastador.
Cuando se levanta, todos huyen de él porque seca hasta el fruto de los árboles".

E insistió el abad Macario: "¿Pero tan nociva es la familiaridad?". "Sí, contestó el abad Agatón, no hay pasión peor que la parrhesia. Es la madre de todas las pasiones. El monje que quiere avanzar en su vocación debe huir de ella, aunque esté solo en su celda"».

9 El abad Daniel decía: «En el momento de morir, el abad Arsenio nos dio este encargo: "No celebréis el ágape por mí, pues si yo en mi vida lo he hecho en verdad por mí, lo encontrare».

10 Se contaba del abad Agatón que fueron a verle unos hermanos porque habían oído decir de él que era una persona de gran discreción. Y queriendo ver si montaba en cólera, le dijeron: «¿Eres tú Agatón?
Hemos oído que eres un fornicario y un soberbio». Y él contestó: «Así es».

Y volvieron a decirle: «¿Eres tú Agatón el charlatán y calumniador?». Y respondió: «Yo soy». Y de nuevo le dicen: «¿Eres tú Agatón el hereje?». Y les dijo: «No, no soy hereje». Y le preguntaron entonces:
«Dinos, ¿por qué habiéndote dicho tantas palabras injuriosas las has llevado con paciencia, y en cambio al llamarte hereje no lo has soportado?». Y Agatón respondió: «Las primeras injurias me las atribuyo, porque ello resulta de provecho para mi alma.

En cuanto que me llaméis hereje no lo admito, porque significa separación de Dios, y yo no quiero por nada de este mundo separarme de Dios». Al oírle se admiraron de su discreción y se fueron muy edificados.