Cap VIII No se debe hacer nada para ser visto 11--15

 


11 Un hermano preguntó al abad Matoés: «Si voy a un lugar para quedarme allí, ¿cómo debo comportarme?». El anciano le respondió: «Donde quiera que estés no quieras hacerte notar por ninguna cosa, diciendo por ejemplo: "No acudo a la asamblea de los hermanos, o no como esto o aquello". Estas cosas te darán un vano honor, pero después tendrás muchas molestias, pues la gente acude allí donde oye decir que suceden estas cosas».

12 El abad Nisterós el Grande caminaba por el desierto con un hermano. Vieron una serpiente y huyeron. «¿También tú tienes miedo, Padre?», dijo el hermano. Y el anciano le respondió: «No tengo miedo, hijo, pero es bueno haber huido de la serpiente, porque así no he tenido que escapar del demonio de la vanagloria».

13 El gobernador de la provincia quiso un día visitar al abad Pastor, pero éste no lo consentía. Entonces el juez detuvo al hijo de su hermana como si fuera un malhechor y le metió en la cárcel diciendo: «Si viene el anciano a pedir que lo suelte, le pondré en libertad».

La madre del muchacho acudió a su hermano, el abad Pastor, y se puso a llorar delante de la puerta de su celda. Pero éste no le dio respuesta alguna. Y ella movida por el dolor le increpaba: «Si tienes un corazón de bronce y no te mueven mis súplicas, ten al menos compasión de tu sangre».
Pero él mandó decirle: «Pastor no engendró hijos». Y ella se marchó.
Al oír estas cosas el juez dijo: «Basta que diga una palabra y soltaré a su sobrino».

Pero el anciano hizo que le respondieran: «Examina la causa de acuerdo con la ley. Si merece la muerte, muera. Si no la merece, haz lo que quieras».

14 Dijo también el abad Pastor: «Enseña a tu corazón a cumplir lo que a otros enseñas con tus palabras». Y añadió: «Los hombres cuando hablan parecen perfectos. Al cumplir lo que dicen no lo son tanto».

15 El abad Adelfio, que fue obispo de Nitópolis, subió al monte para visitar al abad Sisoés. Y como tenía que marchar, el abad Sisoés le preparó de mañana la comida. Era día de ayuno, y mientras ponían la mesa, llamaron a la puerta unos hermanos.

El abad dijo a su discípulo: «Dales un poco de papilla, porque vendrán cansados». Y el abad Adelfio intervino: «Que esperen un poco, para que no vayan diciendo que el abad Sisoés come desde la mañana».

El anciano le miró sorprendido y dijo al hermano: «Vete y dales la papilla».

Al ver la papilla los recién llegados dijeron: «¿Tenéis huéspedes? ¿O acaso el anciano come con vosotros?».

Y el hermano contestó: «Si». Y ellos, entristecidos, dijeron: «Que Dios os perdone el haber permitido al anciano comer a esta hora.
¿No sabéis que lo expiará durante muchos días?»
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Al oír esto el obispo hizo una metanía ante el anciano y le dijo: «Perdóname, Padre. He pensado a la manera de los hombres. Tú has obrado según Dios».

Y el abad Sisoés le contestó: «Si Dios no glorifica al hombre, la gloria de los hombres no tiene ninguna consistencia».