Cap VIII No se debe hacer nada para ser visto 16--24

 


16 El abad Amón, de Raitún, dijo al abad Sisoés: «Cuando leo las escrituras, me preocupo de adornar mí pensamiento para estar preparado y poder responder a las preguntas».

El anciano le contestó: «Eso no es necesario. Cuida más bien de la pureza del corazón, que ella dará seguridad a tus palabras».

17 Un día el gobernador de la provincia vino a visitar al abad Simón. Entonces éste tomó la correa que le servía de cinturón y subió a una palmera para podaría. Cuando llegaron los visitantes le dijeron: «¿Dónde está el anciano que vive aquí como anacoreta?». Y él respondió: «Aquí no hay ningún anacoreta». Y el gobernador al oír esto se volvió por donde había venido.

18 En otra ocasión vino a visitarle otro gobernador. Los clérigos se adelantaron para decirle: «Padre, prepárate, porque el gobernador ha oído hablar de ti y viene para pedirte la bendición».
Y él les dijo: «Bien, me prepararé». Se vistió de saco, tomó pan y queso, se sentó a la puerta de su celda y se puso a comer.
Llegó el gobernador con su escolta y al verle le despreciaron diciendo: «¿Este es el ermitaño del que hemos oído decir tantas cosas?». Y al punto, se dieron media vuelta y se volvieron a la ciudad.

19 Santa Sinclética dijo: «Lo mismo que un tesoro descubierto enseguida desaparece, así también cualquier virtud queda destruida cuando se hace notar o se hace pública. Como el fuego deshace la cera, así también la alabanza hace perder al alma su vigor y la energía de las virtudes».

20 Decía también: «Como es imposible la coexistencia de la hierba y el grano, también es imposible que den fruto para el cielo los que buscan la gloria humana».

21 Un día de fiesta los hermanos de las Celdas comían juntos en la iglesia. Uno de ellos dijo al que servia: «Yo no como nada cocido sino tan sólo sal».
Y el sirviente llamó a otro hermano y le dijo delante de todos: «Este hermano no come nada cocido, tráele sal».
Y se levantó un anciano y le dijo: «Más te valiera haber comido a solas carne en tu celda, que escuchar estas palabras delante de tantos hermanos».

. 22 Un hermano muy austero, que no comía más que pan, fue a visitar a un anciano. Y llegaron también, muy a propósito, otros peregrinos.
Y el anciano preparó para todos un poco de papilla. Se pusieron a comer y aquel hermano tan austero tomó tan sólo un garbanzo durante la comida.

Y al levantarse de la mesa, el anciano le llamó aparte y le dijo: «Hermano, cuando visites a alguno, no des a conocer allí tu modo de proceder. Si lo quieres guardar quédate en tu celda y no salgas nunca de ella».

El hermano obedeció al anciano y en adelante hacia en todo vida común cuando se encontraba con otros hermanos.

23 Dijo un anciano: «El cuidado por agradar a los hombres hace perder todo el aprovechamiento espiritual y deja al alma seca y descarnada».

24 Un anciano decía: «Si quieres ser libre, o huyes de los hombres, o te burlas del mundo y de los hombres. Y para ello tendrás que hacerte el loco en muchas ocasiones».