Cap. VII--De la paciencia y de la fortaleza 11-17



11. El abad Matoés decía: «Prefiero un trabajo ligero, pero continuo, que un trabajo penoso que se acabe enseguida».


12. Se contaba que el abad Milo vivía en Persia con dos discípulos. Dos hijos del emperador salieron de caza como tenían por costumbre y echaron sus redes cuarenta millas a la redonda para matar todo lo que encontrasen dentro de ellas. Encontraron a un anciano con dos discípulos dentro de la red y al verle velludo y con aspecto salvaje, se extrañaron y le preguntaron: «¿Eres un hombre o un espíritu?». El respondió: «Soy un hombre, un pecador que me he retirado aquí para llorar mis pecados. Adoro al Hijo de Dios vivo». Ellos le dijeron: «No hay más dioses que el Sol, el Fuego y el Agua. Adórales, y ven a ofrecerles sacrificios».

Pero el anciano les respondió: «Estáis equivocados. Esas cosas son sólo criaturas. Pero os ruego que os convirtáis, reconozcáis al verdadero Dios, creador de ellas y de todo lo demás».

Ellos se rieron de él y le decían: «¿A un condenado, a un crucificado, llamas tu verdadero Dios?». «Sí, dijo; al que crucificó el pecado y destruyó la muerte, a ese llamo Hijo de Dios».

Entonces le torturaron junto con sus compañeros para obligarles a sacrificar. Después de atormentarnos decapitaron a los dos hermanos, pero al anciano siguieron torturándole varios días. Luego le pusieron de pie en cierto lugar y le arrojaban flechas, como si fuese un blanco, el uno por delante y el otro por detrás. El anciano les anunció: «Puesto que os habéis puesto de acuerdo para matar a un inocente, mañana, en un instante, a esta misma hora, vuestra madre se quedará sin hijos y se verá privada de vuestro cariño. Os mataréis el uno al otro con vuestras propias flechas». Ellos despreciando sus palabras salieron de caza al día siguiente.

Salió un ciervo de las redes y montaron en sus caballos en su persecución para cazarlo. Y lanzando tras él sus flechas se atravesaron mutuamente el corazón y murieron como les había anunciado el anciano.


13. El abad Pastor decía: «En la tentación se conoce al monje».


14. El abad Pastor contaba que el presbítero Isidoro de Scitia dijo un día a la asamblea de los hermanos: «Hermanos, ¿no hemos venido aquí para trabajar? Y ahora veo que aquí no hay trabajo. Por tanto, cojo mi tienda y voy a donde haya trabajo. Así encontraré la paz».


15. Santa Sinclética dijo: «Si vives en un monasterio con otros, no mudes de lugar. Te seria perjudicial. Porque así como una gallina, si deja de calentar y cubrir sus huevos, se quedará sin pollitos, de la misma manera, el monje o la virgen dejan enfriar y morir su fe trasladándose de un lugar a otro».


16. Dijo también: «El diablo, cuando no ha podido turbar al alma tentándola de pobreza, utiliza las riquezas para seducirla. Y cuando no lo consigue con afrentas y oprobios, usa la alabanza y la gloria. Si con la hartura y los deleites corporales no consigue seducirla, intenta derrotaría por las molestias que vienen contra nuestra voluntad. Envía enfermedades graves contra el que ha de ser tentado, para que con ello se acobarden los monjes y se aparten del amor de Dios. Pero aunque apalee tu cuerpo y lo incendie con fiebres intensas, aunque además te atormente con sed intolerable, si por ser pecador padeces todo esto, acuérdate de las penas del siglo venidero, del fuego eterno y de las angustias del juicio. Y así no te desalentarás por las cosas que al presente te suceden, antes al contrario, alégrate porque te ha visitado Dios. Y pon en tu boca aquellas celebérrimas palabras: "Me castigó, me castigó Yahvé, pero a la muerte no me entregó" (Sal 117, 18).

Si eres hierro, por el fuego aplicado contra ti perderás la herrumbre. Y si eres justo y sufres todo esto, pasarás de una gran virtud a otra mayor. Eres oro, pero el fuego te hará más puro. Se te ha dado el ángel de Satanás, aguijón de tu carne (cf. Cor 12, 7). Salta de gozo, viendo que has merecido recibir un don semejante al que recibió san Pablo. Si padeces fiebres, si sufres el rigor del frío, recuerda lo
que dice la Escritura: "Por el fuego y el agua atravesamos; mas luego nos sacaste para cobrar
aliento" (Sal 66, 12).

Si te sucedió lo primero, espera lo segundo obrando en toda virtud. Grita las palabras del profeta: "Yo soy pobre y desdichado" (Sal 68, 30). Por esta clase de tribulaciones serás más perfecto, pues dice también: "En la angustia, Tú me abres la salida" (Sal 4, 2). Entrenemos nuestras almas al máximo con esta clase de ejercicio, porque tenemos ante nuestros ojos a nuestro enemigo».

17. Dijo en otra ocasión: «Cuando las enfermedades vengan a molestarnos, no nos entristezcamos porque los dolores y la debilidad nos impiden estar en pie para la oración y el canto de los salmos en alta voz. Todas estas cosas nos son necesarias para destruir nuestros deseos carnales.

Porque los ayunos y la penitencia nos fueron impuestos por causa de nuestros torpes deleites. Pero si la enfermedad reprime todo esto, la observancia de todos estos trabajos se hace superflua. Como un medicamento fuerte y eficaz corta la enfermedad, así la enfermedad del cuerpo mitiga los vicios. Y en esto consiste la virtud, en sobrellevar las enfermedades con hacimiento de gracias a Dios.

Si perdemos los ojos no nos entristezcamos demasiado. Hemos perdido un instrumento de avidez, pero con los ojos del alma contemplemos la gloria de Dios. ¿Nos quedamos sordos?, no nos aflijamos. Hemos perdido el escuchar cosas vanas. ¿Se debilitan nuestras manos?, preparemos las del alma para luchar contra las tentaciones del enemigo. ¿Ataca la enfermedad todo nuestro cuerpo? La salud del hombre interior crece».

Osadía. - Poesia, pensamientos y reflexiones.