El monje no debe poseer nada- 3




11 Un hermano preguntó al abad Pistamón: «¿Qué debo hacer? Se me hace muy duro vender el trabajo de mis manos.»
Y éste le respondió: «El abad Sisoés y todos los demás vendían su trabajo. No hay ningún mal en ello. Pero cuando vendas, di primero el precio de la mercancía, y si quieres bajarlo un poco, es cosa tuya, pues así encontrarás paz».

Y el hermano repuso: «Si por otros medios consigo lo necesario para vivir, ¿te parece bien que me despreocupe del trabajo manual?».
El anciano le contestó: «Aunque tengas recursos, no descuides el trabajo. Haz todo lo que puedas, pero con paz.


12 Un hermano pidió al abad Serapión: «Dime una palabra». El anciano le dijo: «¿Qué quieres que te diga? Has tomado lo que era de las viudas y los huérfanos, y lo has colocado en tu ventana». En efecto, la había visto llena de libros.

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13 Preguntaron a santa Sinclética, de feliz memoria: «¿Es un bien no poseer nada?». Y dijo ella: «Es un bien para los que son capaces de ello. Porque los que lo pueden soportar padecen en su carne, pero poseen la paz del alma. Lo mismo que los vestidos de tela fuerte se lavan y blanquean cuando se les pisa con los pies y se les retuerce con las manos, así el alma fuerte se robustece cada vez más por la pobreza voluntaria».

14 El abad Hiperequio dijo: «El tesoro del monje es la pobreza voluntaria. Atesora para ti, hermano, en el cielo. Allí se te concederá un descanso sin fin».

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15 Había en Jerusalén un santo varón, llamado Filagrio, que trabajaba esforzadamente para ganar su pan. Y mientras estaba en la plaza intentando vender el fruto de su trabajo, uno perdió una bolsa que contenía mil piezas de oro. La encontró el anciano y la dejó en el mismo lugar diciendo: «Pronto vendrá de nuevo por aquí el que la ha perdido». Y como era de esperar volvió llorando. El anciano le tomó aparte y le devolvió su bolsa. El otro le rogaba que aceptase una parte, pero el anciano se negó en redondo. Entonces se puso a gritar:
«¡Venid y ved lo que ha hecho este hombre de Dios!». Pero el anciano se escapó a escondidas y salió de la ciudad para que no supiesen lo que había hecho y le honrasen por ello.


16 Preguntó un hermano a un anciano: «¿Qué debo hacer para salvarme?». El anciano se despojó de su túnica, se ciñó la cintura y levantó las manos al cielo, diciendo: «Así debe desnudarse el monje de todas las cosas materiales, para crucificarse frente a las tentaciones y los ataques del enemigo».


17 Uno rogó a un anciano que aceptase dinero para las necesidades que pudieran sobrevenirle. Él no quería pues le bastaba con el producto de su trabajo manual. Pero el otro insistía y le suplicaba que lo aceptase para atender a las necesidades de los pobres. Y el anciano le dijo: «Sería un doble oprobio para mí: recibir sin tener necesidad y recoger vanagloria repartiendo lo que no es mío».

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18 Un día vinieron unos griegos a la ciudad de Ostracina para repartir limosnas. Reunieron a los ecónomos de la iglesia para que les indicasen quiénes estaban en mayor necesidad. Los llevaron a un leproso y quisieron darle dinero.
Pero él no quiso recibirlo diciendo: «Tengo unas pocas palmas. Las trenzo y hago esteras y con mi trabajo gano mi pan».

Los llevaron entonces a la celda de una viuda, que vivía con sus hijas. Llamaron a la puerta y acudió una de las hijas que estaba desnuda.
Su madre había salido a trabajar, pues era lavandera. Los griegos ofrecieron a la hija vestidos y dinero, pero ella no lo quería aceptar, pues su madre le acababa de decir: «Ten confianza, que Dios ha querido que encuentre trabajo para hoy y tendremos nuestra comida».
Llegó la madre y le rogaban que aceptase, pero no quiso.
Y dijo: «Tengo a Dios que cuida de mis necesidades, ¿y queréis quitármelo vosotros hoy?».
Ellos al ver su fe, dieron gloria a Dios.



19 Un varón insigne vino de incógnito a Scitia trayendo dinero y pidió a un presbítero que lo repartiese entre los hermanos. El presbítero le dijo: «Los hermanos no lo necesitan». Como su insistencia resultase inútil puso la bolsa con las monedas de oro en la puerta de la iglesia.
Y el presbítero dijo: «El que tenga necesidad que tome lo que estime conveniente». Pero nadie tocó el dinero, y algunos ni siquiera lo miraron.
Y el anciano dijo al donante: «Dios ha aceptado tu ofrenda. Vete y da tu dinero a los pobres».
Y el buen hombre se marchó muy edificado.


20 Uno ofreció dinero a un anciano y le dijo: «Toma esto para tus gastos, eres ya viejo y estás enfermo». En efecto, estaba enfermo de lepra. Pero el anciano respondió: «¿Vienes después de sesenta años a quitarme a mi proveedor? Tanto tiempo como hace que padezco mí enfermedad y nunca me ha faltado nada. Dios me da lo necesario y me alimenta». Y no quiso recibir nada.