De las impurezas ::Las Tentaciones



36 Los demonios tentaron muy violentamente a un hermano. Tomando la forma de hermosas mujeres, durante cuarenta días se esforzaron sin interrupción por hacerle cometer el pecado. Pero como él resistió virilmente el combate, sin dejarse vencer en lo más mínimo, Dios, que contemplaba aquella hermosa lucha, le concedió la gracia de no padecer en adelante ninguna tentación carnal.

37 Un anacoreta vivía en el Bajo Egipto, y era muy célebre porque vivía solo en su monasterio, en un lugar desértico. Y por instigación del diablo, una mujer depravada que oyó hablar de él dijo a unos jóvenes: «¿Qué me queréis dar y haré caer a vuestro anacoreta?». Y ellos concertaron lo que le darían.

Salió por la tarde y llegó a la celda simulando haberse extraviado.
Llamó, salió a abrir el ermitaño y al verla se turbó. Y le dijo: «¿Cómo has llegado hasta aquí?».
Ella respondió llorando: «Me he extraviado».

Conmovido el monje la hizo pasar al patio. Luego, él entró en su celda y cerró por dentro. Pero la infeliz gritaba: «Padre, unas bestias feroces me devoran».

El monje se turbó de nuevo, y temiendo el juicio de Dios, se decía:
«¿De dónde me viene esta desgracia?». Y abriendo la puerta la introdujo dentro. Y empezó el diablo a tentarle con ella, como si le lanzara flechas al corazón. Y entendiendo el anciano que las tentaciones venían del demonio, se decía a si mismo: «Los caminos del enemigo son tinieblas; el Hijo de Dios es luz». Y levantándose encendió su lámpara.

Pero como la pasión le devoraba, dijo: «Los que hacen eso van al suplicio. Prueba, pues, si puedes soportar el fuego eterno». Y puso su dedo sobre la llama. Éste arde y quema, pero no lo siente, por el fuego violento de su pasión carnal. Y continuó así hasta el amanecer quemando todos sus dedos.

Entre tanto la infeliz, al ver lo que hacia, atemorizada, se quedó como una piedra. Por la mañana llegaron los jóvenes y preguntaron al monje: «¿Vino una mujer ayer noche?». «Sí, respondió, está durmiendo aquí».

Entraron y la encontraron muerta. Y gritaron: «¡Padre, está muerta!».
Entonces, el monje apartó su manto y les mostró las manos, diciendo:
«Mirad lo que ha hecho conmigo esta hija de Satanás: me ha hecho perder todos mis dedos». Y les contó lo sucedido y añadió: «Está escrito: no devuelvas mal por mal».

Y poniéndose en oración la resucitó. La mujer se convirtió y llevó una vida casta el resto de su vida.

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38 Un hermano se vio tentado de impureza, abandonó el desierto, llegó a cierta aldea de Egipto, vio a la hija de un sacerdote pagano y se enamoró de ella, y dijo a su padre: «Dámela por mujer».

Él le respondió: «No te la puedo dar sin consultar antes con mi dios».
Y acudiendo al demonio, al cual adoraba, le dijo: «Un monje ha acudido a mi, porque quiere casarse con mí hija. ¿Se la doy por esposa?».

Y el demonio le respondió: «Pregúntale si reniega de su Dios, de su bautismo y de su profesión de monje».
Y el sacerdote acercándose al hermano le dijo: «Reniega de tu Dios, de tu bautismo y de tu estado de monje y te daré mi hija». El monje accedió, y al punto vio una paloma que salía de su boca y subía al cielo.

Volvió el sacerdote al demonio y le dijo: «Ha prometido hacer aquellas tres cosas».
Pero el demonio respondió: «No le des como esposa a tu hija, pues su Dios no le ha abandonado y le sigue ayudando todavía».

El sacerdote volvió a decir al hermano: «No te puedo dar a mi hija, porque tu Dios te ayuda todavía y no te ha abandonado».

Al oír esto el hermano pensó: «Si Dios me demuestra tanta bondad, habiendo yo, infeliz, renegado de Él, de mi bautismo y de mi profesión de monje,  Verdaderamente bueno es este Dios que me ayuda así ahora que soy tan perverso. Entonces, ¿por qué voy a apartarme de Él?». Y volviendo en sí, recobró la calma y volvió al desierto para contar a un anciano venerable lo que le había sucedido.

Y el anciano le dijo: «Quédate conmigo en esta cueva, ayuna tres semanas seguidas, y yo rogaré a Dios por ti». El anciano hizo penitencia por el hermano y oró a Dios diciendo: «Os ruego, Señor, que me deis esta alma y que aceptéis su penitencia». Y Dios escuchó su oración.

Al terminar la primera semana, el anciano se presentó al hermano, y le preguntó: «¿Has visto algo?». Y el joven respondió: «Sí, he visto una paloma arriba en el cielo, muy por encima de mi cabeza». Y el anciano le aconsejó: «Vigila y ruega intensamente a Dios».

Al final de la segunda semana volvió el anciano a preguntar al hermano: «¿Has visto algo?». «He visto la paloma que se acercaba a mi cabeza», respondió el hermano. Y el anciano le recomendó el dominio de su mente y la oración ferviente.

Al terminar la tercera semana, volvió de nuevo el anciano para preguntarle: «¿Has visto algo más?». Y le respondió el hermano: «Vi la paloma posarse sobre mi cabeza. Alargué la mano para cogerla, pero echó a volar y entró en mi boca».

Entonces el anciano dio gracias a Dios y dijo al hermano: «Dios ha aceptado tu penitencia. En adelante vigila y ten cuidado de ti».
El hermano le contestó: «Desde ahora me quedaré contigo hasta la muerte».

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39 Un anciano de Tebas contó lo que sigue: «Soy hijo de un sacerdote pagano. Siendo niño iba al templo y veía a menudo a mi padre entrar allí para ofrecer sacrificios al ídolo. Y un día, entré furtivamentedetrás de él y vi a Satanás sentado y rodeado de todo su ejército de pie ante él. Y uno de los jefes se acercó para adorarle.

"¿De dónde vienes?", le preguntó Satanás, y el demonio le respondió:
"He estado en tal región y he provocado guerras y grandes perturbaciones, con mucho derramamiento de sangre, y he venido a comunicártelo".

Sarán le preguntó: "¿Cuánto tiempo has empleado en esto?". "Treinta días", respondió el diablo.
Y Satanás mandó azotarlo, mientras decía: "¡Tanto tiempo para hacer esto!".

Y otro demonio se adelantó para adorarle, y Satanás le preguntó:
"¿De dónde vienes?". "Del mar. He levantado tempestades, hundido muchas naves y matado a muchos hombres, y he venido a contártelo", respondió.

"¿En cuánto tiempo?", preguntó Satanás. "En veinte días", le contestó. Y mandó azotarlo, diciéndole: "En tantos días, ¿sólo hiciste esto?".

Y un tercer demonio se postró para adorarle. Y le dijo: "¿De dónde vienes?". "He estado en tal ciudad. En unas bodas he provocado disputas y he hecho que se derramara mucha sangre. Además maté al esposo y he venido a decírtelo".

Y preguntó Sarán: "¿En cuánto tiempo?". "En diez días", contestó.
Y también fue azotado por haber tardado tanto tiempo.

Se acercó a adorarle otro demonio, y volvió a preguntar Satanás:
"¿De dónde vienes?". "He estado en el desierto. Hace cuarenta años que lucho contra un monje, y por fin esta noche le he hecho caer en impureza".
Al oír esto, Satanás se levantó, le abrazó y, quitándose su corona, se la colocó en la cabeza y le hizo sentar en su mismo trono mientras le decía: "¡Bravo, has hecho una gran hazaña!".

Cuando oí y vi esto, me dije a mi mismo: "Ciertamente es una gran cosa el estado monacal"».

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40 Un anciano que había vivido casado en el mundo, después de su retiro al desierto se veía frecuentemente tentado por el recuerdo de su mujer, y se lo contó a los Padres.

Éstos, sabiendo que era esforzado y que hacia más de lo que se le pedía, le impusieron una tarea capaz de debilitar su cuerpo hasta el punto que no pudiese levantarse. Por disposición de Dios, vino un Padre para establecerse en Scitia. Pasó junto a la celda del anciano, la vio abierta y pasó de largo admirándose de que nadie saliese a su encuentro. Volvió sobre sus pasos y llamó diciendo: «No sea que esté enfermo el hermano que vive en esta celda».
Luego entró y lo encontró muy enfermo. Y le dijo: «¿Qué te pasa, Padre?».

El otro le contó su historia: «He vivido en el mundo y ahora el enemigo me atormenta con el recuerdo de mi mujer. Se lo conté a los Padres y me han impuesto una serie de prácticas penosas. He querido cumplirlas en obediencia plena, pero me faltan las fuerzas y sin embargo la tentación crece».

A estas palabras, el anciano se entristeció y le dijo: «En verdad, los Padres, como personas autorizadas, tuvieron sus razones para imponerte estos trabajos que te agotan. Pero según mi humilde entender, deja todo esto, toma algo de alimento a su tiempo y repara tus fuerzas. Reza el oficio divino y abandónate en Dios, ya que con tus solas fuerzas no podrás triunfar. Nuestro cuerpo es como un vestido. Si no se le cuida se echa a perder».

El hermano hizo lo que se le dijo, y pocos días después le dejó la tentación.