Capítulo VI El monje no debe poseer nada

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1 Un hermano había renunciado al mundo, distribuyó sus bienes a los pobres, pero se reservó una pequeña parte.
Vino el abad Antonio, que había tenido conocimiento de ello y le dijo:
«Si quieres hacerte monje, vete a ese pueblo, compra carne, cubre con ella tu cuerpo, y vuelve».

El hermano lo hizo así y los perros y los pájaros le desgarraron el cuerpo. De vuelta ante el anciano, éste le preguntó si había hecho lo que le había mandado. Y al mostrarle su cuerpo destrozado, san Antonio le dijo: «Los que renuncian al mundo y quieren tener dinero, cuando los demonios les atacan los despedazan de este modo».


2 Contó el abad Daniel que un día vino un magistrado al abad Arsenio trayéndole el testamento de un senador, pariente suyo, que le dejaba una inmensa fortuna. Arsenio tomó el testamento y quiso romperlo, pero el magistrado se echó a sus pies y le dijo: «Por favor te lo pido, no lo rompas, que me va en ello la cabeza».

El abad Arsenio respondió: «Yo he muerto antes que él, puesto que él acaba de morir, ¿cómo pudo nombrarme su heredero?». Y le devolvió el testamento sin aceptar nada.

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3 Un día, en Scitia, cayó enfermo el famoso abad Arsenio, y tuvo necesidad de una insignificante cantidad de dinero. Y como no tenía nada en absoluto lo tomó de uno, como de limosna, y exclamó: «Te doy gracias, Señor, porque por tu santo nombre me has hecho digno de llegar a esta situación para que, sintiendo necesidad, pidiese limosna».

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4 Se contaba del abad Agatón que había empleado mucho tiempo en construir su celda con sus discípulos. Cuando la terminó vinieron a instalarse en ella.
Pero desde la primera semana vio algo que no le resultaba útil, y dijo a sus discípulos lo que el Señor había dicho a sus apóstoles: «Levantaos y vámonos de aquí». (Jn 14,31). Los discípulos se molestaron mucho y dijeron: «Si tenias voluntad de marchar de aquí, ¿para qué nos hemos tomado tanto trabajo y tanto tiempo en construir esta celda? La gente va a escandalizarse de nosotros y van a decir: "Otra vez se van, nunca se asientan en un sitio"».

Viéndoles tan abatidos les dijo: «Aunque algunos se escandalicen otros se edificarán y dirán: "Dichosos éstos que emigraron por causa de Dios, despreciando todas las cosas. Por lo tanto os digo que el que quiera venir que venga, yo me voy"».
Ellos se echaron por tierra y le pidieron que les permitiera acompañarles.

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5 El abad Evagrio contaba: «Un hermano que no tenía nada más que un Evangelio, lo vendió para alimentar a los pobres. Y decía una sentencia digna de recordarse: "He vendido la palabra misma que manda: vende lo que tienes y dáselo a los pobres"». (Mat 19,21).



6 El abad Teodoro de Fermo tenía tres buenos códices. Fue a visitar al
abad Macario y le dijo: «Tengo tres códices y su lectura me aprovecha mucho. Los ancianos me los piden también para leerlos y sacan provecho. Dime qué debo hacer».

El anciano le dijo: «Buenas son esas cosas, pero lo mejor de todo es no poseer nada».
Y al oírlo, el abad Teodoro se fue, vendió los tales códices y dio el dinero a los pobres