Dominio de sí mismo--Humildad

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56 Un anciano vino a visitar a otro anciano, y éste dijo a su discípulo:
«Prepáranos unas pocas lentejas». Y él las preparó.

Luego le dijo: «Tráenos pan», y lo trajo.
Y estuvieron hablando de cosas espirituales hasta la hora de sexta del día siguiente.
De nuevo el anciano dijo a su discípulo: «Hijo, prepáranos unas pocas lentejas».
Y el discípulo respondió: «Las tengo preparadas desde ayer».
Y levantándose se pusieron a comer.

57 Un anciano vino al encuentro de uno de los Padres. Éste preparó unas pocas lentejas y dijo: «Recitemos el oficio y luego comeremos».
Uno de ellos recitó todo el Salterio. El otro recitó de memoria, y por su orden, dos de los profetas mayores. Al amanecer, el visitante se marchó: se habían olvidado de comer.

58 Un hermano tuvo hambre desde por la mañana. Luchó consigo mismo, para no comer hasta la hora de tercia. A la hora de tercia se violentó para esperar hasta sexta. Preparó su pan y se sentó para comer. Pero enseguida se levantó diciendo: «Esperaré hasta la hora de nona». A la hora de nona hizo su oración y vio la tentación del Diablo salir de sí como una humareda. Y dejó de sentir hambre.

59 Un anciano cayó enfermo y no pudo tomar alimento durante muchos días. Su discípulo le pidió permiso para prepararle algo que le reconfortase. Fue y le preparó una papilla con harina de lentejas. Había allí colgado un vaso que contenía un poco de miel y otro lleno de aceite de lino que olía muy mal y que sólo servia para la lámpara. El hermano se equivocó y en vez de miel echó en la papilla el fétido aceite.

Al gustarlo el anciano no dijo nada y siguió comiendo en silencio. Y el hermano le insistía para que comiese más. Y el anciano haciéndose violencia volvió a comer. Insistió el hermano por tercera vez, pero el anciano rehusó diciendo: «De veras, hijo, no puedo más». El discípulo le animaba diciéndole: «Padre, está muy bueno, voy a comer contigo».

Y al probarlo, y comprender lo que había hecho, se arrojó rostro en tierra, diciendo: «¡Ay de mi, padre!, te he asesinado, y me has cargado con este pecado porque no has dicho nada». Y el anciano respondió: «No te angusties, hijo; si Dios hubiera querido que comiese miel, tú hubieras puesto miel en esta papilla».


60 Se contaba de un anciano que un día tuvo deseos de comer un pepino. Lo tomó y se lo puso delante de sus ojos. Y aunque no sucumbió a su deseo, para dominarse hizo penitencia por haberlo deseado con exceso.


61 Un monje fue a visitar a su hermana que estaba enferma en un monasterio. Esta monja era muy observante. Y no consintió en ver a ningún varón, ni quiso dar ocasión a su hermano para que viniera en medio de las mujeres por causa de ella. Y mandó que le dijeran:
«Vete, hermano, y ruega por mi. Con la gracia de Cristo te veré en el Reino de los cielos».


62 Un monje encontró a unas monjas en su camino. Y al verlas se apartó de la calzada. Pero la abadesa le dijo: «Si fueses un monje perfecto, no nos hubieras mirado y no hubieras sabido que éramos mujeres».


63 Un día los hermanos fueron a Alejandría, llamados por el arzobispoTeófilo, para que con su oración quedasen destruidos los templos paganos. Y mientras comían con él, les fue servida carne de vaca, y la comieron sin saber lo que era. Y tomando un trozo el arzobispo se la ofreció al anciano, que se sentaba a su lado, diciendo: «Come, Padre, que es un buen pedazo».

Pero los otros le respondieron: «Habíamos creído, hasta ahora, que se trataba de legumbres. Pero si es carne no comeremos más».
Y ninguno de ellos volvió a tomar nada.


64 Un hermano trajo panes tiernos e invitó a su mesa a unos ancianos. Y después de comer cada uno de ellos un panecillo, se detuvieron. El hermano, que conocía su gran abstinencia, empezó a suplicarles con humildad: «Por amor de Dios, comed hoy hasta saciaros». Y cada uno comió otros diez panes. Esto muestra que si comieron por amor de Dios en esta ocasión, eran verdaderos monjes que iban muy lejos en su abstinencia.


65 Un día, un anciano enfermó gravemente y sus entrañas arrojaban sangre. Y un hermano trajo unas ciruelas pasas e hizo con ellas una compota y se la ofreció al anciano diciendo: «Come, que tal vez esto te siente bien».

El anciano mirándole lentamente le dijo: «De verdad te digo que me gustaría que Dios me mantuviera treinta años con esta enfermedad».
Y no accedió, en modo alguno, a tomar un pequeño alimento a pesar de su grave enfermedad.
El hermano recogió lo que había traído y volvió a su celda.


66 Otro anciano vivía muy dentro del desierto. Vino a visitarle un hermano y lo encontró enfermo. Le lavó el rostro y preparó una comida con lo que él había traído.

Al ver esto, dijo el anciano: «Es verdad, hermano, había olvidado que  los hombres encuentran consuelo en la comida».

El hermano le ofreció también un vaso de vino. El anciano al verlo se echó a llorar, diciendo: «No esperaba que tuviese que beber vino antes de mi muerte».


67 Un anciano había decidido no beber agua durante cuarenta días. Y cuando hacía calor lavaba su jarra y la colocaba delante de sus ojos.
Los hermanos le preguntaron por qué hacia esto, y él les respondió:
«Es para sufrir más viendo lo que tanto deseo sin gustarlo. Así mereceré mayor recompensa del Señor».


68 Un hermano viajaba con su madre, ya anciana. Llegaron a un río que la anciana no podía atravesar. Su hijo tomó su manto, envolvió con él sus manos, para no tocar con ellas el cuerpo de su madre y cargando con ella atravesó el río.
Su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué envolviste así tus manos?».

Y él le respondió: «Porque el cuerpo de una mujer es fuego. Y si te hubiera tocado me hubiera venido el recuerdo de otras mujeres».


69 Un padre decía: «Conozco un hermano que ayunaba en su celda toda la semana de Pascua. Y cuando la tarde del sábado venía para la sinaxis, se escapaba en seguida de la comunión, para que los hermanos no le obligaran a comer con ellos. El sólo comía unas pocas hierbas cocidas con sal y sin pan».


70 Un día en Scitia, los hermanos fueron convocados para preparar las palmas. Uno de ellos enfermó por su gran austeridad de vida, se puso a toser y a escupir sin quererlo sobre un hermano suyo. Éste estaba tentado a decirle: «Basta ya, no escupas sobre mi».

Pero para dominarse, tomó el salivazo y llevándoselo a la boca, lo tragó. Y se dijo a sí mismo: «Una de dos: o no digas a tu hermano lo que puede contristarle, o come lo que aborreces».