Abba Juan Colobos-Padres del Desierto



1.– Se contaba de Juan Colobos que, habiéndose retirado con un Anciano tebano en Escete, moraba en el desierto.
Su abba, tomando una rama seca la plantó y le dijo: "Cada día, riégala con un cántaro de agua, hasta que ella produzca fruto".
El agua estaba tan lejos que era necesario partir a la tarde y regresar a la mañana siguiente. Al cabo de tres años, la madera revivió y produjo frutos.
Entonces el Anciano, tomando este fruto lo llevó a la Iglesia y dijo a los hermanos: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".

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2.– Se contaba también, que Juan Colobos dijo un día a su hermano mayor: "Yo quisiera estar libre de toda inquietud, como lo están los ángeles que no trabajan sino que rinden culto a Dios sin cesar".
 Y tomando su capa, partió hacia el desierto. Después de una semana, regresó con su hermano.

Cuando llamó a 1a puerta, oyó preguntar: "¿Quién eres?"
El respondió: "Soy Juan, tu hermano".
Pero el hermano dijo: "Juan se ha convertido en un ángel y, en lo sucesivo no está más entre los hombres".
El suplicó diciendo: "Soy yo":
Pero el otro no le abrió, sino que lo dejó afligiéndose hasta la mañana. Después, abriéndole, le dijo: "Tú eres nuevamente un hombre y debes trabajar para alimentarte".
El se inclinó ante su hermano diciendo: "perdóname".

3.– Abba Juan Colobos decía: "Si un rey quisiera apoderarse de 1a ciudad de sus enemigos, comenzaría por cortar, el agua y los víveres y, de este modo, los enemigos, muertos de hambre, se le someterían,. Lo mismo ocurre con las pasiones de la carne; si un hombre vive en el ayuno y el hambre, los enemigos de su alma se debilitan".

4.– El dijo además: "Aquél que es glotón, si habla con un niño, ya cometió en pensamiento la fornicación con él".

5.– Dijo también: "Remontando un día la ruta hacia Escete con cuerdas, para el monasterio, vi que el camellero hablaba y que eso me irritaba; entonces, dejando mi material, huí".

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6.– Algunos Ancianos se distraían en. Escete comiendo juntos; entre ellos estaba Juan.
 El venerable sacerdote se levantó y ofreció la copa para beber, pero nadie aceptó recibirla, excepto Juan Colobos. Ante tal hecho, asombrados le dijeron: "¿Cómo tú, que eres el más joven de todos, osaste hacerte servir por el sacerdote?"
Y él les dijo: "Cuando yo me levanto para ofrecer la copa, me regocijo si todo el mundo la acepta, porque para ello recibo mi salario. Es por eso que acepté, a fin que también él gane su recompensa sin la aflicción de ver que nadie le aceptaba la copa".
 A1 oír esto, todos se sintieron llenos de admiración y edificados por su discernimiento.

7.– Un día estaba sentado delante de la Iglesia; los hermanos lo rodeaban y lo interrogaban sobre sus pensamientos.
Uno de los Ancianos viendo esto, se puso celoso y le dijo: "Tu jarra, Juan, está llena de veneno".
Juan respondió: "Eso es verdad, abba, y tú dijiste eso viendo solamente el exterior, pero si vieras el interior, ¿qué dirías?."

9.– Algunos hermanos lo visitaron un día para comprobar que él no dejaba escapar su espíritu hablando de las cosas del siglo.
Ellos dijeron: "Damos gracias a Dios porque este año hubo mucha lluvia: las palmeras pudieron beber, germinaron sus semillas. Los. hermanos tendrán, sin duda, trabajo manual".
Abba Juan les dijo: "Así ocurre con el Espíritu Santo cuando él desciende en el corazón de los hombres: ellos son renovados y rebrotan las hojas del temor de Dios".

11.– Dijo abba Juan: "Yo me parezco a un hombre sentado bajo un gran árbol que ve avanzar contra él muchas bestias salvajes y serpientes.
 Cuando no puede resistirlo más, corre, y saltando sobre el árbol, se salva. Así soy yo: sentado en mi celda miro a los malos pensamientos venir en mi contra y, cuando no tengo más fuerzas para luchar contra ellos, me refugio en Dios a través de la plegaria, así me salvo del enemigo."

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12.– Abba Poimén decía que Juan Colobos había rogado a Dios que le quitara sus pasiones y lo convirtiera en un ser libre de toda inquietud, lo cual le fue concedido.

Pero, he aquí que, después, fue a ver a un Anciano para decirle: "Yo me veo descansando, sin tener ningún combate":
Y el Anciano respondió: "Ve, suplica a Dios para combatir nuevamente con la misma aflicción y la misma humildad que tenias precedentemente, ya que es a través de los combates como progresa el alma".
Entonces suplicó a Dios y, cuando se produjo el combate, ya no rogó para que se lo eximiera de la lucha, sino que dijo: "Señor, dame resistencia en los combates".

13.– Abba Juan dijo:
"He aquí la visión que uno de los Ancianos tuvo en éxtasis. Tres monjes estaban en la playa cuando una voz. les llegó desde la otra orilla diciendo: "tomad alas de fuego y venid hacia mí".
Los dos primeros las tomaron y llegaron volando a la otra margen, pero el tercero permaneció en su lugar, llorando amargamente y gritando.
Más tarde le fueron dadas alas a él también, pero no de fuego, sino débiles y sin potencia.
Sin embargo, sumergiéndose y emergiendo, llegó finalmente con mucho esfuerzo, a la otra orilla.
Así es esta generación: si bien recibe alas, ellas no son de fuego, sino débiles y sin potencia.

15.– Cierta vez, abba Juan subía hacia Escete con otros hermanos y el guía perdió el camino al ser sorprendidos por la noche.
Los acompañantes preguntaron a Juan: "¿Qué haremos, abba, para no morir errando, ya que el hermano perdió el camino?"
 El Anciano respondió: "Si nosotros le decimos algo, él se sentirá lleno de vergüenza y de pena. Pero yo simularé estar enfermo y diré que no puedo caminar más y que permaneceré aquí hasta la aurora".
Así lo hizo, y los otros agregaron: "Nosotros tampoco continuaremos caminando. Nos quedaremos contigo".
Y se sentaron hasta que llegó la aurora. De este modo no escandalizaron al hermano.

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16.– Había en Escete un Anciano, muy austero en las prácticas corporales, pero que carecía de agudeza mental.
Cierto día fue en busca de Juan para interrogarlo sobre el olvido. Después de escuchar sus palabras, regresó a su celda pero olvidó lo que le había sido dicho. Partió de nuevo para interrogarlo.

Escuchando de él las mismas palabras, regresó. Cuando llegó a su celda, las olvidó nuevamente: Así hizo con frecuencia, yendo y viniendo y siempre olvidaba.
Más tarde, al encontrarse con el Anciano le dijo: "Sabes, abba, que olvidé nuevamente lo que me dijiste. Pero para no abrumarte, no vine".
Juan le dijo: "Ve y enciende una lámpara".
El la encendió. Le. dijo de nuevo: "Trae otras lámparas y enciéndelas. con la primera". Así lo hizo. Juan preguntó entonces, al Anciano: "Esta lámpara, ¿sufrió algún perjuicio por haber encendido con ella otras lámparas?"
El Anciano negó. "Pues lo mismo ocurre con Juan: incluso si todo Escete viniera a verme eso no me alejaría de la caridad de Cristo. En consecuencia, cada vez que quieras, ven sin ninguna duda": Y así, gracias a la resistencia de los dos hombres, Dios liberó al Anciano del olvido.
 Así se obraba en Escete a fin de ayudar a los combatientes a violentarse a sí mismos y ganar, los unos y los otros, el bien

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17.– Un hermano interrogó al abba Juan: "Con frecuencia un hermano viene a buscarme para trabajar y yo, como estoy enfermo y débil, me fatigo, ¿qué debo hacer en relación con el mandamiento?"
El Anciano le respondió: "Caleb dijo a Jesús, hijo de Naué: yo tenía cuarenta años cuando Moisés, el servidor del Señor, me envió contigo al desierto en esta tierra; ahora, yo tengo ochenta y cinco años y, como antes, puedo aún participar en el combate y retirarme. De manera que, si tú también puedes participar en el combate y retirarte, ve al trabajo; pero si no puedes hacerlo, siéntate en tu celda a llorar tus pecados, ya que si los hermanos te encuentran lleno de compunción .no te constreñirán a salir"

18.– El mismo dijo: "La humildad y el temor de Dios están por encima de todas las virtudes".

19.– El mismo dijo a su discípulo: "Honremos a uno solo, y todos nos honrarán; pero si nosotros despreciamos a uno solo, que es Dios, todos nos despreciarán e iremos a nuestra ruina".

20.– Abba Juan decía: "La prisión, es sentarse en su celda y acordarse de Dios siempre. Esto es lo que significa: yo estaba en prisión y vosotros vinisteis a visitarme".

22.– Abba Juan dijo: "Yo prefiero que el hombre tenga una pequeña parte de todas las virtudes. Adquiere pues, cada día, un poco más de cada virtud según el mandamiento de Dios, sin descanso, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con todo el ardor del alma y del cuerpo, con mucha humildad para con las aflicciones del corazón, con vigilancia, orando mucho, respetuosamente y con gemidos, en la pureza de tu lengua y la protección de tus ojos, sin cólera ante el menosprecio, pacífico y jamás devolviendo mal por mal.
No prestes atención a las faltas ajenas; mide más bien las tuyas, tú, que estás por debajo de toda criatura.
Vive en el renunciamiento de la materia y de la carne, en la cruz, en el combate, en la pobreza de espíritu, en la voluntad y en la ascesis espiritual; en el ayuno, en la penitencia y en las lágrimas, en el combate, en el discernimiento; en la pureza del alma.
Cumple tu trabajo en el recogimiento.
Persiste en las vigilias nocturnas, en el hambre, en la sed, en el frío, en la desnudez y en las penas. Cierra tu sepulcro, cual si ya estuvieras muerto, dado que tu muerte se acercará en cualquier momento".
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23.– A propósito del abba Juan, se contó una vez lo siguiente:

"Los padres de una joven murieron dejándola huérfana; se llamaba Paésia y decidió hacer de su casa un hospicio en beneficio de los Padres de Escete. De este modo, ella ofreció hospitalidad durante largo tiempo, sirviendo a los Padres.

 Pero más tarde, cuando sus recursos se disiparon, comenzó a estar en la necesidad. Entonces hombres perversos fueron en su busca, y la desviaron de su buen fin. Finalmente hizo tan mala vida que llegó a prostituirse.

Los Padres lo supieron y se sintieron muy apenados. Entonces, llamaron al abba Juan Colobos, diciéndole: "Hemos sabido que esta hermana vive mal, pero, mientras pudo, ella nos hizo caridad; ahora es nuestro turno devolverle la caridad y acudir en su auxilio. Ve entonces a buscarla y, según la sabiduría que Dios te dio, arregla este asunto".

 Abba Juan fue entonces a su casa y dijo a la conserje: "Anúnciame a tu ama".
Pero ella lo despidió diciendo: "Vosotros, al principio, habéis comido de sus bienes, y he aquí que ahora ella es pobre".
 Juan pidió entonces: "Dile que tengo algo que le será muy útil".

La anciana subió y habló de él a su ama. Esta reflexionó: "Estos monjes circulan siempre por la región del mar Rojo y encuentran perlas".
Luego ordenó: "Deseo que me lo traigas".
Mientras él subía, ella se estiró sobre el lecho. Juan entró y se sentó a su lado. Mirándola a los ojos le dijo: "¿Qué tienes que reprochar a Jesús para haberte convertido en esto?" al oírlo, se puso tiesa.


El, inclinando la cabeza, se echó a llorar amargamente.

Ella preguntó: "Abba, ¿por qué lloras?"
El levantó la cabeza, luego la bajó y, llorando todavía, respondió: "Veo que Satán juega en tu rostro, ¿cómo no llorar?"
Escuchando estas palabras dijo ella: "Es posible hacer penitencia, abba?"
Como él respondiera afirmativamente ella pidió: "Condúceme donde tú quieras".
"Vamos", dijo él, y ella se levantó. para acompañarlo.
Juan observó que ella no tomó ninguna disposición con respecto a su casa, pero no comentó nada. Cuando llegaron al desierto había anochecido.
 El, haciendo con arena una pequeña almohada la marcó con el signo de la cruz y le dijo: "Duerme aquí".
Y, un poco más lejos, hizo lo mismo para él. Terminó sus plegarias y se acostó. A medianoche se despertó y vio un camino luminoso extendiéndose desde el cielo hasta el cuerpo de la mujer y los ángeles de Dios conduciendo su alma.

 Entonces se levantó y le tocó el pie. Luego, al comprobar que estaba muerta, se arrojó de cara contra la tierra, suplicando a Dios.
Y escuchó una voz que afirmaba: "Una sola hora de penitencia le reportó más que la penitencia de muchos que perseveran en ella sin mostrar tal ardor".

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