5 razones por las que un católico no puede ser comunista

 ChurchPOP


Es común ver a personas que dicen ser católicas y comunistas. ¿Pero es posible ser cristiano y comulgar con una ideología que ha causado millones de muertes en el mundo? Conoce 5 razones por las que un católico no puede ser comunista

1) Las consecuencias del comunismo
Cuando estudiamos la historia de las revoluciones comunistas, es imposible no sentirnos aterrados por los horrores que los revolucionarios practicaron buscando modificar el sistema económico de sus países. El “Libro Negro del Comunismo” estima que en medio siglo 100 MILLONES de personas han sido asesinadas por las dictaduras totalitarias, incluyendo cristianos de varias denominaciones. El Museum on Communism ha estimado las muertes y las resumimos en esta tabla:

También la guerra civil española mató a 12 obispos, 4.184 sacerdotes, 300 monjas, 2.363 monjes, según números estimados por el historiador Hugh Thomas.

2) El comunismo se alimenta del odio y promete un “paraíso” en la tierra
El comunismo de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) tiene como base de su doctrina la lucha de clases, la lucha entre dos grupos opuestos: los “oprimidos” y los “opresores” (ricos contra pobres, negros contra blancos, gays contra héteros, hombres contra mujeres, etc.) y es esta lucha de clases la que mueve la historia. El fin de la opresión y entonces un mundo sin desigualdades, vendrán solamente cuando los oprimidos destruyan y sometan al opresor, destruyendo toda cultura opresora independientemente de cuántos deban morir para eso.

“No se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos” – Decálogo de Lenin (1913)

3- El Comunismo niega a Dios y la religión
Marx propuso que los oprimidos hagan una revolución que acabaría con la lucha de clases y crearía un paraíso terrenal sin Dios, para promover la igualdad, pues el mal del mundo es la desigualdad. Según Marx, la religión “es el opio del pueblo”, es decir, un fármaco, un medio de mantener a las masas bajo el dominio de los poderosos que debe ser destruido.

El Papa Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno aseguró que “Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista”.

4) La desigualdad es natural y fruto de la sabiduría de Dios

Analizando el universo nos damos cuenta de que es jerárquico y desigual, yendo desde un mineral, pasando por los vegetales, animales, hombres y los ángeles; hay una jerarquía que promueve la armonía en el cosmos. Si todo el universo se rige por un orden a través de la desigualdad de los seres, tal la ley natural también es igual para los hombres. En los seres humanos también hay desigualdades naturales de los que no se derivan derechos (bajo y alto, gordo y delgado, negro y blanco, calvo y peludo, fuerte y débil) y desigualdades de las que sí se derivan derechos (justos y pecadores, ladrones y honestos, maestros y estudiantes, trabajadores y desempleados, padres e hijos). Esto significa que un hombre no tiene ningún derecho sobre el otro por ser alto y el otro bajo, pero si usted es padre y tiene un hijo, ambos tienen derechos equivalentes y sus prerrogativas.

El Magisterio de la Iglesia se ha expresado en diversas ocasiones sobre este tema, por ejemplo el Papa León XIII (Quod Apostolici Muneris e Humanum Genus) dice que los hombres son semejantes pero no iguales. Estos poseen la misma naturaleza, por lo tanto los mismos derechos naturales. En este sentido, Dios creó tal desigualdad precisamente fomentar la cooperación mutua entre los hombres; recordemos: la ley de Dios es el amor.

5- La propiedad privada es un bien natural.
La propiedad privada asegura a los hombres la libertad y el derecho a su trabajo para la supervivencia y el bien de la familia. Ella no puede ser quitada por el Estado, pues es un derecho natural de los hombres. El Papa Pío IX dijo al respecto que: “tal es la nefanda doctrina del comunismo contraria al derecho natural, que una vez admitida, echa por tierra los derechos de todos, la propiedad, la misma sociedad humana “(Encíclica Qui pluribus, 1846).