Domingo (Primer Día)
"Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos"
(Mateo 5, 3).
"Pobres en el espíritu", algunos traducen "los que tienen espíritu de pobre", en el fondo significa ser pobres ante Dios. Si le hacemos caso a la raíz griega entonces podríamos traducir la bienaventuranza también con "merecen ser felicitados los que tienen espíritu de mendigo". No significa ser indigente. Es una cosa totalmente distinta. Quien es pobre ante Dios éste ha descubierto la grandeza y la infinita generosidad de Dios. En nuestros tiempos más que nunca podemos reconocer la grandeza de Dios cuando, por ejemplo, contemplamos el espacio sideral donde aparecen cada vez más nuevos mundos, o cuando contemplamos el microcosmos y vemos como la naturaleza hasta en las realidades más diminutas goza de una armonía maravillosa.
La corona de la creación es el hombre que tiene la capacidad de investigar todas las leyes que Dios ha insertado en ella. Dios es el creador de quien todo viene. Si contemplamos al hombre con los ojos de Dios entonces vemos que le ha dado a cada uno diversos talentos. Esto es un regalo de Dios. Por eso el hombre no puede estar orgulloso de sus talentos y ufanarse y creerse más. “Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7)
¿Por qué o, mejor dicho, para qué recibimos los talentos? Cada uno tiene que utilizar su talento o sus talentos para servir a los demás. Quien tenga más talentos debe –en comparación con aquel que sólo tiene uno– utilizarlos todos para que sean un provecho para el prójimo. Por supuesto, no puedo decir: yo sólo tengo un talento y entonces no puedo contribuir mucho. Este comportamiento debilitaría los demás y, a lo mejor, me limitaría personalmente porque no aplico totalmente todas mis fuerzas que Dios me ha dado en el servicio a los demás. Del otro lado nadie puede mirar con envidia u odio a aquel a quien Dios ha dado muchos talentos.
Una persona con talentos y sirviendo a los demás, una persona que sabe que sus talentos los ha recibido gratuitamente de parte de Dios y no se ufana ni en pensamientos, esta persona sabe que es "mendigo ante Dios". Jesús previene a los que se ufanan de ser justos según sus obras: "¡Ay de ustedes hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidan lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello" (Mt 23, 23). No se trata de cumplir los 613 preceptos y prohibiciones que solían enseñar los escribas y luego ufanarse: "Ayuno dos veces a la semana y doy el diezmo de todo" (Lucas 18, 12). Jesús nos dice: "Cuando han cumplido con todo lo que les ha sido mandado digan: somos siervos inútiles no hicimos nada más que lo debido" (Lucas 17, 10). Significa que una persona que es famosa por sus talentos pero sabe que todos sus talentos los ha recibido de Dios, esa tiene "espíritu de pobre" porque sus manos estaban vacías y Dios las ha llenado.
Con mayor razón deben cuidarse las personas que se creen importantes porque tienen más bienes o dinero que los demás. Escuchemos a San Gregorio Magno (Moralia, 30): "Es ciertamente un yugo áspero y una dura sumisión el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen, a pesar de nuestros deseos, todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas". Uno se hace esclavo. A lo más tardar en el cementerio habrán dejado todo atrás. La mortaja no tiene bolsillos.
¡Qué hermosa sería la vida cuando nadie se ufana sino tiene la conciencia de lo que enseña Jesús: " Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 4) y “El más grande entre ustedes sea el servidor de todos" (Mateo 23, 11). Tener espíritu de pobre significa también conocer la propia debilidad de cara a la maravillosa grandeza de Dios y saber al mismo tiempo que todo bien viene de él. Para estos vale la promesa de Jesús: "Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos".
En resumen: Se trata, en primer lugar, de esa virtud que es la pobreza espiritual porque ella es el principio y la base de toda perfección. Si hacemos la pregunta fijándonos en cada una de las facetas de esta bienaventuranza, siempre veremos cuán necesario es que el hombre, en su ser profundo, se encuentre desposeído, desprendido, libre, pobre y alejado de todo afán de poseer, si realmente desea que Dios pueda llevar a cabo su obra en él. Debe estar desembarazado de toda atadura; solamente entonces Dios podrá estar en él como en su propia casa... (Juan Taulero, Sermón 71).
¿No le gustaría saber cómo han enseñado en los primeros siglos a vivir y aplicar concretamente esta bienaventuranza? Lo que sigue fue enseñado a los catecúmenos paganos que querían hacerse cristianos.
Veamos: “Cuando alguien toma de ti lo tuyo, no se lo reclames para que lo devuelva, porque no puedes. A todo el que te pida dale y no le pidas que lo devuelva. Pues, todo quiere el Padre que sea dado de los bienes propios de él… No seas / llegues a ser alguien que extienda las manos para recibir y para dar las retira (cf. Sir 4, 31). Si tienes (bienes o dinero) por obra de tus manos, da para liberación de tus pecados. No claudiques en dar y dando ni murmures. Sepas quién es que da la buena recompensa (= Dios se lo recompensará). No niegues ayuda al que pide, ten en común todo con tu hermano y no digas que (algo) te pertenece. Si sois copartícipes de los bienes inmortales (cf. Rm 15, 27) cuánto mucho más en los mortales” (La Doctrina de los Apóstoles para las Naciones 1,4b-5 y 4, 5-8).
¡Que el Señor por medio de su Espíritu nos ayude a reconocer todos sus regalos en nuestra vida! E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
¡Que el Señor por medio de su Espíritu nos ayude a reconocer todos sus regalos en nuestra vida! E: Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.