La conexión entre música y curación de enfermedades es muy antigua; sin embargo, en Norte América la terapia con música no se inició hasta después de la segunda guerra mundial, en busca de ayuda para tratar los problemas psicológicos de los veteranos de guerra. Esto es porque la música y las ondas de sonido tienen efecto en nuestro organismo, y ha sido utilizada para ayudar pacientes con una gran gama de padecimientos físicos y mentales. Hace 40 años el Doctor Alfred Tomatis, otorrinolaringólogo francés, desarrolló el "Método Tomatis" que provee entrenamiento auditivo, o estimulación auditiva para el tratamiento de una gran variedad de padecimientos.
La música de Dios tiene un poder SANTO E INFINITAMENTE MAYOR que la música del mundo y la música satánica. El poder de Dios respalda la música cristiana y este poder supera totalmente el poder de satanás. La música de alabanza tiene poder de sanar, liberar y transformar, porque toca las fibras más profundas de nuestro ser y, si la música está cargada de Palabra de Dios que es “MÁS PENETRANTE QUE ESPADA DE DOBLE FILO” su poder es doblemente mayor; ya que la Palabra de Dios sana, quebranta yugos, derriba muros y destruye las potestades del enemigo. Nuestra música tiene más poder que la satánica o la mundana, porque el Dios de los Ejércitos la utiliza como arma del amor, para la santificación y la salvación.
1 SAMUEL 16,14-23
El espíritu de Yahvé se había apartado de Saúl y un espíritu malo que venía de Yahvé le infundía espanto. Dijéronle, pues, los servidores de Saúl: «Mira, un espíritu malo de Dios te infunde espanto; permítenos, señor, que tus siervos que están en tu presencia te busquen un hombre que sepa tocar la cítara, y cuando te asalte el espíritu malo de Dios tocará y te hará bien.» Dijo Saúl a sus servidores: «Buscadme, pues, un hombre que sepa tocar bien y traédmelo.» Tomó la palabra uno de los servidores y dijo: «He visto a un hijo de Jesé el belenita que sabe tocar; es valeroso, buen guerrero, de palabra amena, de agradable presencia y Yahvé está con él.» Despachó Saúl mensajeros a Jesé que le dijeran: «Envíame a tu hijo David, el que está con el rebaño.» Tomó Jesé un asno, pan, un odre de vino y un cabrito y lo envió a Saúl por medio de su hijo David. Llegó David donde Saúl y se quedó a su servicio. Saúl le cobró mucho afecto y lo hizo su escudero. Mandó Saúl a decir a Jesé: «Te ruego que David se quede a mi servicio, porque ha hallado gracia a mis ojos.» Cuando el espíritu malo de parte de Dios asaltaba a Saúl, tomaba David la cítara, la tocaba, Saúl encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él.
Cuando, como David, tocamos y cantamos para el Señor, hay un enorme derramamiento del Espíritu Santo. Dios habita en la alabanza de su pueblo y derrama su poder sanador y liberador especialmente cuando cantamos Palabra de Dios que es creadora. Jesús es la Palabra de Dios, Él es el que sana nuestras dolencias, por lo tanto, si cantamos alabanzas cargadas de Palabra de Dios, obligadamente tenemos que sanar. Es importante, por lo tanto, cantar las alabanzas adecuadas a la hora de dirigir la alabanza en las asambleas. En la Iglesia nos hemos quedado con el “avivamiento”: animar un poquito a la gente para que entre en calor, con cantitos dinámicos como “Había un sapo”… y llamamos a eso alabanza. Por eso no vemos resultados milagrosos en el pueblo de Dios. La alabanza es mucho más que eso: Es exaltar, piropear, agradar al Señor y reconocerlo como nuestro único Dios y Señor. Es gozarnos en saber que Dios está en medio de nosotros con todo su poder. Es expresarle con palabras, con cantos y con danzas, lo que hay en nuestro corazón al admirarnos de su grandeza y de sus obras prodigiosas.
¿POR QUÉ RECIBIMOS SANACIÓN Y LIBERACIÓN CUANDO ALABAMOS AL SEÑOR?
1. Porque cuando alabamos al Señor a través de la música, el canto y la danza, su presencia se manifiesta con poder en medio de su pueblo. Cuando Él está en medio de su pueblo obra portentos.
2 CRÓNICAS 5,11-14
Cuando los sacerdotes salieron del santuario (pues todos los sacerdotes que se hallaban presentes se habían santificado, sin guardar orden de clases), y todos los levitas cantores, Asaf, Hemán y Yedutún, con sus hijos y hermanos, vestidos de lino fino, estaban de pie al oriente del altar, tocando címbalos, salterios y cítaras, y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban las trompetas, se hacían oír al mismo tiempo y al unísono los que tocaban las trompetas y los cantores, alabando y celebrando a Yahvé; alzando la voz con las trompetas y con los címbalos y otros instrumentos de música, alababan a Yahvé diciendo: «Porque es bueno, porque es eterna su misericordia»; el templo se llenó de una nube, el templo mismo de Yahvé. Cuando los sacerdotes salieron del santuario -pues la nube había llenado el templo de Yahvé- los sacerdotes no pudieron permanecer ante la nube para completar el servicio, pues la gloria de Yahvé llenaba el templo de Yahvé”.
2. Porque nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestros problemas y enfermedades y, ponemos nuestra atención en el Dios que sana. Nos unimos a la Iglesia triunfante, a los coros celestiales y a todos los Santos que alaban día y noche al Señor en el cielo y ofrecemos así nuestra alabanza como un sacrificio agradable al Señor a pesar de nuestro dolor. Todos sabemos que ofrecer un sacrificio significa dar algo que nos duele, que no tenemos ganas de dar, algo que nos cuesta. Pero cuando lo hacemos de todo corazón, el Señor abre las compuertas del cielo y derrama lluvia de bendiciones y sanaciones sobre nosotros y se cumple la Palabra: “Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y los mudos hablan”. Vuelve a suceder lo que sucedía cuando Jesús estaba en la tierra: “Iba por todos los pueblos predicando y haciendo el bien. Sanando a los enfermos y liberando a los oprimidos por el diablo”. Jesús se pasea, como al principio en el jardín del Edén, en medio de su pueblo deleitándose en la alabanza de sus hijos y derramando su bendición y poder sanadores y liberadores.
A medida que abrimos nuestros corazones y mentes en alabanza al Señor, nos estamos abriendo a su poder sanador. La mayoría de las personas gasta su vida lamentándose de sus problemas, dolores y sufrimientos. Están tan absortas en sus dificultades que éstas se convierten en el centro de su oración cuando este lugar debe ser ocupado por el Señor. Cuando alabamos y damos gracias a Dios, hacemos de Jesús el centro de nuestra oración y ya no somos nosotros, el centro. A medida que apartamos la vista de nosotros y la volvemos hacia el Señor, El se manifiesta de manera extraordinaria. Cuando alabamos al Señor, le estamos dedicando nuestra atención y, olvidándonos de nosotros, nos volvemos más receptivos a lo que El tiene para darnos. Y Él, que no se deja ganar en generosidad, derrama su poder sanador sobre nosotros.
por: Silvia Mertins