Cuando ya estamos bien dispuestos para celebrar la hermosa solemnidad de Nuestra Santísima Virgen del Pilar, queremos contar, desde estas páginas virtuales, el bien llamado Milagro de Calanda, atribuído a tan amada Señora del pueblo hispano.
Muchos los milagros, bellas las historias, incontables las gracias con las que Nuestra Madre y Reina, nos ha regalado a lo largo de los tiempos, pero es en el Pilar y en Calanda donde se dan dos circunstancias que hacen irrepetibles los regalos que María Santísima hace a este que es su pueblo fiel.
Por un lado bien es sabido que la aparición de la Virgen del Pilar es la única conocida en la que María se haga presente en vida para alentar y transmitir las gracias a un apostol de Dios. Por otro, en Calanda, es el único milagro reconocido donde se va más allá de una curación para trascender, de una u otra manera, al más allá de la muerte de la carne a través de la intercesión de la Madre. Después de Calanda, no se ha vuelto a repetir el prodigio y, tal vez sea más profundo de lo que podamos pensar.
Pero de todas las formas, por la belleza del Milagro, he aquí los hechos:
Contaba entonces 19 los años el que fuera Miguel Juan Pellicer Blasco, cuando, aun siendo natural de la localidad de Calanda, en el Bajo Aragón, ejercía como labriego en casa de unos parientes en la provincia de Castellón. Y fue realizando aquellos menesteres cuando, y al parecer, cayendo de encima de una de las mulas que arrastraba el carro que portaba una carga de trigo, y con tan mala fortuna para el campesino, que una de las ruedas, en tan terrible accidente, pasó por encima de su pierna derecha fracturándole esta por su parte central. Corría el verano de 1637.
Tras permanecer cinco días ingresado en el Hospital Real de Valencia, según consta en el Libro de Registro de esta entidad, nuestro Miguel Pellicer, al parecer, sumido en la añoranza de su Aragón natal, pide el correspondiente permiso para abandonar Valencia y trasladarse hasta su tierra aragonesa, y, tras dos meses de duro viaje, llega por fin a Zaragoza en el mes de octubre de ese mismo año. Una vez allí es ingresado en el Hospital General de Nuestra Señora de Gracia donde, al poco, un cirujano, con un hierro al rojo vivo, procedió a la cauterización del muñón de su pierna amputada «cuatro dedos por debajo de la rodilla”, por haber sido destrozada por aquel carro y encangrenada poco tiempo después.
Cuentan que aquella pierna fue enterrada en el cementerio de aquel mismo hospital, dentro de un hoyo «como un palmo de hondo”. Cuentan que una vez se le dio el alta en el hospital a aquel que fuera campesino, se le suministró una pierna de madera y una muleta; esto ya en la primavera del año 1638. Y de esta manera, con su pierna de madera y su muleta en ristre, Juan Pellicer comenzó su vida como mendigo a las puertas del Templo del Pilar. Y cuentan, igualmente, que era en la Santa Capilla de Nuestra Señora , ante su imagen, donde escuchaba Misa cada día, y que el aceite de la lámparas de la Capilla le servía de unguento con que aliviar el dolor de su pierna malherida.
Durante dos años esta fue su forma de vida, hasta que un día, sobre principio del mes de marzo de 1640, decide, por fin, volver a su pueblo natal, Calanda. Y en Calanda, en casa de sus padres donde recibió albergue, recibiría, igualmente, el mayor de los regalos, de manos de Nuestra Señora, que jamás hubiera sido capaz de haber soñado. Nada sería, pues, igual en la vida de aquel muchacho, ni de aquella gente, ni de aquel pueblo de Calanda, despues de lo ocurrido en la noche del 29 de marzo de 1640.
Todo aconteció entre las las diez y las once de la noche, cuando la madre de Miguel, que ya dormía, pensó en acercarse a comprobar el descanso de su hijo y lo que pudo atestiguar, tras percibir en la habitación una «fragancia y olor suave no acostubrados allí”, y no con poca sorpresa y admiración, como por debajo de la manta que cubría a su hijo dormido, aparecía la forma de dos pies cruzados, donde antes solo había uno y una pierna tullida, comprobando las cicratices existentes en la pierna que ahora estaba donde antes no había.
De todo lo acontecido, don Miguel Andreu, notario de Mazaleón levantó acta notarial el día 2 de abril de 1640, a la sazón Lunes Santo; acta que se conserva en el archivo del Excelentísimo Ayuntamiento de Zaragoza.
Y como no podía haber sido de otro modo, Miguel Pellicer, junto a su familia, fue a dar gracias a la Santísima Virgen del Pilar un 25 de abril, ante el mismo altar que durante tanto tiempo, tullido, con pierna de madera y muleta en ristre, había estado escuchando Misa diariamente y elevando suplicas al cielo. Y como no podía ser de otro modo, Miguel acudió a Zaragoza a dar fe de todo lo acontecido en su milogrosa curación
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De esta forma El Cabildo de Zaragoza remitió al Conde-Duque de Olivares toda la información pertinente de los hechos acaecidos en tan admirable y milagrosa curación para que, a su vez, la pusiera en conocimiento del Rey Felipe IV. El 5 de junio de 1640 se habre preceso canónico. Declaran en dicho proceso hasta veinticuatro personas, entrel ellos el mismo cirujano que amputó la pierna. Por fin, la Iglesia reconoce esta curación como milagro el día 27 de abril de 1641 con la siguiente fórmula:
«Decidimos, pronunciamos y declaramos que a Miguel Pellicer, natural de Calanda, de quien en este proceso se trata, le ha sido restituida milagrosamente su pierna derecha, que antes le habían cortado, y que tal restitución no ha sido obrada naturalmente, sino prodigiosa y milagrosamente, debiéndose juzgar tener por milagro, por haber concurrido en ella todas las circunstancias que el derecho exige para constituir un verdadero milagro, como por el presente lo atribuimos a milagro, y por milagro lo aprobamos, declaramos y autorizamos”.
Sentencia del 27 de abril de 1641 firmada por don Pedro de Apaolaza Ramírez, arzobispo de Zaragoza
En otoño de ese mismo año Miguel es presentado al Rey Felipe IV, el cual, devotamente besó la pierna hicándose de rodillas. Miguel Pellicer, una vez desligado de sus obligaciones con el Cabildo acaba regresando a su localidad de Calanda, donde, a finales del siglo XVII, comenzaría a construirse el que se llamaría Templo del Pilar en honor a la Santísima Virgen a quien se atribuyó siempre el milagro llamado de Calanda.
Lo último que se conoce de Miguel Pellicer es lo que consta en el libro de difuntos de la parroquia de Velilla de Ebro, en Zaragoza, un 12 de septiembre de 1647, y que literalmente dice: «A doce de septiembre murió Miguel Pellicer, dijo que era de Calanda, y lo trajeron aquí desde Alforque más muerto que vivo; y el que lo trajo dijo que el Vicario de Alforque lo había confesado; con todo eso lo volví a confesar y dijo algo. Y le administré el Sacramento de la Unción y se enterró en el cementerio”
Bendita sea siempre la Santísima Virgen del Pilar