Sesión 12- No codiciarás los bienes ajenos


P. Antonio Rivero L.C.
CURSO: Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios
 10mo. Mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos
El enunciado completo dice así: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni el siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20,17).

“La codicia rompe el saco”, dice el refrán. La codicia apunta al corazón, inclinado a los apegos.

Este mandamiento apunta al deseo de toda persona a ser feliz. ¿Dónde reside la felicidad? ¿En el dinero, en el tener cosas? Dios con este mandamiento quiere que busquemos la felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales, que siempre son perecederos y efímeros.

Aunque este mandamiento está formulado en forma negativa, sin embargo entraña un contenido positivo, porque Dios te invita al desprendimiento para que tu corazón sea feliz y no sea un esclavo de los bienes materiales y económicos, sobre todo de esos dos tiranos: la codicia (deseo desordenado de riquezas), y la avaricia (deseo desordenado de conservar las poseídas).

Gracias a este mandamiento, tu corazón será libre y puro para poder amar a Dios con la plenitud que Él ha ordenado; y sabrá poner los bienes materiales en su lugar, como medios -no como fin- para obtener tu propia perfección humana y espiritual, y así conseguir la felicidad que buscas.

Está muy unido al séptimo mandamiento: “no robarás”; al igual que el noveno estaba unido al sexto. Dios no sólo prohíbe al adulterio (sexto) sino también el desear la mujer o el varón del prójimo (noveno). No sólo prohíbe robar o retener injustamente los bienes del prójimo (séptimo) sino también el desearlos, codiciarlos y envidiarlos (décimo). Se trata, naturalmente, de un deseo desordenado y consentido. Eso no quiere decir que sea pecado el desear tener, si pudieras lícitamente, una cosa como la de tu prójimo.

Este mandamiento no prohíbe un ordenado deseo de riquezas, como sería una aspiración a un mayor bienestar legítimamente conseguido; manda conformarnos con los bienes que Dios nos ha dado y con los que honradamente podamos adquirir. Pero sí sería pecado murmurar con rabia contra Dios porque no te da más; y tener envidia de los bienes ajenos. No sacrifiques tu felicidad por nada.

¿Cuál es el valor de los bienes materiales, y cuál debe ser tu actitud ante ellos, para que seas feliz? Es lo que te explicaré. Y para ello me inspiraré en la Sagrada Escritura, que es la Palabra de Dios viva y siempre actual. ¿Quién mejor que Dios para explicarnos el valor de las riquezas?

¿Qué te parece, si vemos estos puntos en la explicación del décimo mandamiento?

I. ¿Qué dice el Antiguo Testamento sobre el uso de las riquezas?
II. ¿Cuál es la novedad y la postura de Cristo ante las riquezas materiales?
III. Atropellos contra este décimo mandamiento.
IV. A modo de resumen.

I. LOS BIENES MATERIALES EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

No sé si has leído el Antiguo Testamento. Sé que no es fácil leerlo. Pero algo quiere enseñarte Dios en relación a los bienes materiales, para que te sirvan para tu propia felicidad y no para tu destrucción.

En la época más antigua de la historia de Israel, en la época del nomadismo 54, la propiedad de los bienes era comunitaria o, más exactamente, tribal. La riqueza era exaltada como bendición de Dios y signo de su predilección, relacionada con la fidelidad a la Alianza. Y la pobreza, como maldición divina.

Más tarde, se fue cambiando esta concepción. Surgieron los latifundios, los abusos de los propietarios, los impuestos excesivos, la corrupción de la justicia, y se fue planteando cada vez más la urgencia de la opción entre el rico y el pobre.

Y se dieron en ese tiempo unas normas bien claras: prohibición de la usura y avaricia, obligación de la limosna y del amor compasivo y efectivo al pobre, tutela legal del salario del jornalero. El año jubilar (cada cincuenta años) traía consigo la devolución de la tierra al propietario original y su reposo integral, así como la liberación general de personas y bienes: cada uno volvía a su propio clan y recobraba su patrimonio. Y todos, felices.

Los mismos profetas alzaron la voz contra los ricos injustos, contra la codicia y la avaricia. Te recomiendo que leas en esta clave al profeta Amós y Miqueas. Los profetas criticaban la religión sin ética social que muchos pretendían practicar y recordaban las exigencias ético-sociales de la alianza que Dios había establecido con su pueblo; es decir, riqueza y cumplimiento de las exigencias de la alianza con Dios deben ir unidos para que así pudieran experimentar la felicidad.

Con todo esto, se pusieron en claro unos valores, ya desde el Antiguo Testamento, en relación con los bienes materiales:

Dios tiene el señorío universal sobre la tierra: “La tierra es mía y vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes” (Levítico 25, 23). Apunta bien esto, pues no eres dueño, sino administrador de cuanto Dios, tu Dueño, te ha dado.
La estabilidad y felicidad de la sociedad está fundada sobre la familia y sus bienes. Tienes que respetarlos.
La riqueza deja de ser el bien supremo o el valor preferente... y tampoco es síntoma de bendición divina. No olvides que el bien supremo sigue siendo Dios, y no tanto las cosas de Dios. Y Dios da la felicidad que buscas. No sacrifiques tu felicidad poniendo las riquezas por encima de Dios.
La justicia tiene un carácter religioso y hay que integrarla en la fraternidad de los miembros de la comunidad israelita, y extenderla a los forasteros residentes en Israel. La justicia no es una virtud “profana” o “civil”, sino netamente religiosa 55 .
Hay que compartir la riqueza con los más necesitados. Si hay pobres y miserables es porque alguien se está comiendo y está usando lo que les pertenece a ellos. Compartiendo tu riqueza, haces felices a otros, que no tienen.
La pobreza tiene también un valor religioso, capaz de enseñar al hombre su dependencia radical de Dios: sólo de Dios podía esperar el remedio de sus males. La pobreza se desposa entonces con la humildad. Pobre será el que conforma su vida a la voluntad de Dios y pone toda su confianza en Él (Salmos 94; 17; 34; 86; 104). Pobre no significa miserable. Dios no quiere la miseria, pero puede permitir la pobreza para que nos lancemos a sus brazos con confianza ilimitada. Él te sacará adelante, si eres pobre; y te dará la paciencia para sobrellevarla con dignidad.
La riqueza -dirán los libros sapienciales de la Biblia (Eclesiástico, Sabiduría, Eclesiastés)- es buena, pero hay valores supremos a ella; por ejemplo, la amistad, el amor, la paz, la tranquilidad, la sabiduría, la integridad moral. En general estos libros sapienciales no exaltan la pobreza; es más, a veces la ven como fruto de la pereza, holgazanería e indolencia. ¡Cuidado, pues!
El libro de la Sabiduría te dice que el pecado entró en el mundo por la envidia del diablo (2, 24). Y san Agustín veía en la envidia el pecado diabólico por excelencia.

Ya desde el Antiguo Testamento, pues, se inicia un proceso de interiorización de la pobreza que en el Nuevo Testamento será totalmente explícito con el mensaje de Cristo. Este proceso de interiorización será en dos direcciones: en la primera de ellas, se parte de la pobreza como hecho social, y se llega a la consideración de la pobreza como un valor religioso, capaz de enseñar al hombre su dependencia radical de Dios; en la segunda, se parte de la religión como actitud menesterosa y libre ante Dios y se empieza a valorar la pobreza como expresión de esa actitud religiosa.

Leí este artículo en el suplemento español Fe y Razón del 29 de junio de 2005, titulado “La ligereza del pájaro”, escrito por el cardenal Ricardo María Carles. Me sirve para resumir un poco lo que entraña este décimo mandamiento:

“Un pequeño pájaro, que no me había visto, se lanzó al borde del agua. Como suelen, antes de beber, miró rápidamente alrededor. Permanecí inmóvil. Bebió brevísimamente y alzó el vuelo. Desapareció rápido entre el monte bajo.

En las montañas he podido contemplar muchas veces escenas maravillosas de los animales más variados. Pero éste me sugirió unos pensamientos que nunca había asociado a ellos. En acabar de beber y levantar su cabecita, dejándome ver su pecho bermejo –era un pitirrojo - me pareció que decía: «Es suficiente». El pajarillo quedó saciado con unas gotas. Por eso, ante una charca o ante un lago, bebe la misma cantidad. Jamás trata de agotar todo lo que sus vivos ojos alcanzan a ver. Pues no bebe para asegurarse toda la vida. Toma siempre lo que «le es suficiente».

Tiene la sabiduría de no dejarse tentar por la abundancia. No le inquieta abandonar un lago o campos inmensos de onduladas mieses. Le bastan tres granos de trigo, y… a volar, libre de toda necesidad de acaparar.

Algunos hombres sufren la esclavitud de la obsesión por la abundancia. Muy duramente criticó el filósofo cristiano Kierkegaard al que «se hace esclavo del comer y del beber, de la riqueza y del dinero, hasta el extremo de ser una maldición para sí mismo, una náusea para la naturaleza y una infección para el género humano».

Nada tiene que ver ello con las previsiones razonables de futuro. Si «vivir es preferir», como afirma otro sabio y gran cristiano, Julián Marías, en su «Tratado de lo mejor», ¿se puede llegar a vivir humanamente, cuando cada día se está prefiriendo lo que vale menos que uno mismo: lo material, sean bienes, sea dinero?

El hombre elige constantemente entre posibilidades. Por eso toda mutilación de su horizonte total es ya una inmoralidad, una de las más graves y frecuentes de nuestro tiempo. Hay formas de vida cuya inmoralidad radical, aunque no visible, «consiste en suprimir de la vida elementos con los que tendría que contar».

En algunos se hace realidad la afirmación de Von Balthasar de que quienes quieren vivir «una libertad sin ley» caen en una «ley sin libertad»: la del ansia incontenible de tener siempre más. Hay dos «elementos» de los que no se puede prescindir sin negarse como hombre o fallar como cristiano: los que nos necesitan, y la llamada de Dios a la superación espiritual, que Juan de la Cruz expresaría como «unión con Dios».

¿Entendiste la moraleja? “Beber lo suficiente para el día, sin querer acabarse el río o el charco o el mar de un sorbo”. ¿No pides en el padrenuestro “Danos hoy nuestro pan de cada día”? ¿Entonces para que quieres tener asegurado el pan para todos los días de la semana, del mes, del año? No seas avaro. Si Dios nos diera más pan que el que necesitamos para el día, seguramente que se endurecería.

Con el pan de cada día, puedes ser feliz.

II. LA NOVEDAD DEL MENSAJE DE CRISTO FRENTE A LOS BIENES

Jesús interioriza más el Decálogo del Antiguo Testamento y radicaliza sus exigencias internas, lo interpreta y lo vive Él mismo desde su entrega total al Padre y a los hermanos y, sobre todo, da a los hombres la gracia de su Espíritu, que transforma desde dentro el corazón humano y lo habilita para que pueda seguirle en el camino de esa entrega, desprendimiento y de confianza plena en las manos de Dios.

El Decálogo del Antiguo Testamento apuntaba ya a la regularización de las inclinaciones profundas del corazón. Por ejemplo: el primer mandamiento pide al hombre que ame a Dios sobre todas las cosas, con todas las fuerzas. Ese amor no puede referirse a un acto externo, sino a la orientación misma del corazón, que enmarca la vida entera. O también este ejemplo: el Decálogo del Antiguo Testamento, además de prohibir el adulterio, prohíbe desear la mujer del prójimo; y además de prohibir robar o retener injustamente los bienes del prójimo, pretende regular la actitud profunda del corazón en relación a los bienes materiales del prójimo cuando dice: “No codiciarás los bienes ajenos”.

Después de leer el Nuevo Testamento, quedan claros estos principios:

Los bienes materiales son buenos en cuanto creados por Dios para el uso del hombre. Úsalos bien y para lo que Dios quiere: tu propia dignidad y para ayudar a los necesitados. Así vivirás feliz.
Las riquezas, no obstante, no dejan de tener carácter ilusorio y peligroso, pues crean un sentido de falsa seguridad y pueden apartar el corazón de Dios. Así se explican estos textos: Mateo 6,24: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Mateo 13,22: La seducción del dinero asfixia el mensaje (la semilla de Dios) y queda sin fruto. Lucas 12, 15-21: La parábola del rico: “¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?”. El apego a la riqueza pone en jaque tu felicidad.

Jesús deja bien claro además la necesaria conversión del corazón, para poder poner en su lugar la riqueza. El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia que puede conducir al hombre a cometer los mayores crímenes, como le pasó a David, como ya antes te dije56 . Y la envidia es destructora de la felicidad interior.
Y una vez convertido, urge compartir tus bienes con el necesitado. Si no, corre peligro la salvación del alma. El apego a la riqueza no permite escuchar la palabra de Dios. Aquí las riquezas se convierten en un ídolo que pretende dar la felicidad y la salvación, pero que es creador de muerte. Por eso Jesús dice “Es imposible servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6, 24).

Jesús mismo vivió una vida pobre, desprendida. Fue una opción suya, para así ponerse en las manos de su Padre y darnos ejemplo de vida.

Pero algo importante que hizo Jesús: predicó su amor también para con los ricos. Jesús no es un resentido u obsesivo por la pobreza. Sabía gozar de los bienes de la vida, no rehuía los círculos de los ricos y aceptaba sus invitaciones a los banquetes, hasta el extremo de que sus enemigos pudieron motejarle de “glotón y bebedor”. Si pide al joven rico que abandone sus posesiones y se las dé a los pobres, el verdadero motivo de tal exigencia es el seguimiento de Jesús, no el desprecio de los bienes materiales. También a los ricos les anunció la buena noticia del Reino, pues confiaba en su capacidad de conversión: “Es imposible para los hombres, mas para Dios todo es posible” (Mateo 19, 26).

Jesús propone no sólo el desapego y renuncia a la riqueza, sino también la distribución de los bienes entre los pobres. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mateo 19, 21).

Jesús, además, da importancia a la limosna y a las obras de misericordia corporal, como elementos del seguimiento y así participar del Reino de Dios (Marcos 10, 21; Mateo 6, 2-4; Lucas 3, 11). Algunos pasajes, como el elogio de la viuda que da todo lo que tenía para vivir (Lucas 21, 1-4), conciben la limosna como un compartir todos los bienes propios con los necesitados, un compartir que va más allá del cálculo casuístico de lo superfluo. Esto lo entendieron muy bien los primeros cristianos, según se nos narra en los Hechos de los apóstoles.

El mensaje del Nuevo Testamento es la invitación a la generosidad y al desprendimiento del corazón. San Pablo llega a afirmar que “la raíz de todos los males es la avaricia” (1 Timoteo 6, 10). En cambio, invita repetidamente a la generosidad como imitación de Cristo, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Corintios 8, 9-15).

¿Cuáles son las verdaderas riquezas de la Iglesia, hoy que se echa en cara los tesoros del Vaticano?

Te contaré un hecho histórico para que sepas dónde están las verdaderas riquezas de la Iglesia.

En el año 258, el emperador Valeriano promulgó un edicto por el que todos los obispos, sacerdotes y diáconos habían de ser inmediatamente detenidos y juzgados. El Papa Sixto II fue uno de los primeros en ser encarcelado. Sixto había confiado el tesoro de la Iglesia al diácono Lorenzo -de origen español, por cierto-, con instrucciones precisas para distribuirlo todo entre las viudas y los huérfanos si fuera preciso.

Así sucedió, en efecto, y Lorenzo vendió todos los vasos sagrados. Cuando e1 Papa era conducido al suplicio. Lorenzo lo seguía con lágrimas en los ojos. Le aseguró que había ya cumplido sus órdenes y sintió no acompañarle en el sacrificio. El Papa le anunció que no tardaría también él en padecer por Cristo.

A los pocos días el diácono Lorenzo fue arrestado. El prefecto le exigió la entrega de los tesoros de la Iglesia.

- La Iglesia es en verdad, muy rica -dijo Lorenzo.

Y añadió:


- Yo te enseñaré sus tesoros, pero has de darme un poco de tiempo para recogerlos.

Obtenido el permiso, fue en busca de las viudas, huérfanos, inválidos y ancianos a quienes la Iglesia socorría con gran caridad. Los reunió en hileras, y a continuación los llevó ante el prefecto:

- He aquí los tesoros de la Iglesia.

No tardó Lorenzo en conocer el martirio.

¿Ya entendiste dónde están los auténticos tesoros de la Iglesia?

Ahí te va otra anécdota para que la saborees.

Cuando el hombre se encuentra en el umbral de la eternidad, riquezas y honores bien poca cosa dicen. Estando a la muerte uno de los principales generales de Luis XIV, el rey, que le distinguía con particular aprecio, en reconocimiento de sus gloriosos servicios, le hizo llevar el bastón de mariscal de Francia.

El general, tomando con mano temblorosa la insignia que se le ofrecía, exclamó:

- Muy hermosa es, majestad, pero me será inútil en el país adonde voy.

Enseguida la dejó y tomó un crucifijo que cubrió de besos.


III. ¿CUÁLES SON LOS PECADOS CONTRA ESTE DÉCIMO MANDAMIENTO?

Déjame contarte el cuento del rey Midas, narrado por Nathaniel Hawthorne.

Había una vez un rey muy rico que se llamaba Midas. Tenía más oro que nadie en el mundo, pero siempre estaba preocupado por tener más.

Pasaba largas horas del día en sus arcas, contemplando y contando sus monedas, observando su brillo mientras las dejaba deslizar suavemente entre sus dedos.

El rey tenía una hija llamada Caléndula, a quien quería muchísimo y, aunque no tenía nunca tiempo de jugar con ella o contarle cuentos, por estar ocupado en pensar cómo obtener más dinero, la veía con ternura y siempre le decía que sería la princesa más rica del mundo.

A Caléndula, el oro la tenía sin cuidado. Ella disfrutaba en el jardín con sus flores, el canto de los pájaros y el brillo del sol sobre el estanque.

Un buen día, mientras Midas contaba su dinero, se le apareció un personaje vestido de blanco quien le preguntó si estaba satisfecho por ser tan rico.

- ¿Satisfecho?, de ninguna manera, contestó el rey. Tengo mucho oro, pero no es nada en comparación con todo el oro que existe en el mundo.

El personaje le preguntó:

- ¿Serías feliz si pudieras convertir en oro todo lo que tocaras?

- Por supuesto, contestó el rey. Con eso he soñado toda la vida. Estoy seguro de que sería completamente feliz si pudiera convertir en oro todo lo que tocara.

- Muy bien, respondió el extraño visitante, desde mañana tu deseo se hará realidad.

Al día siguiente Midas despertó y en cuanto tocó las sábanas de su cama, éstas se convirtieron en oro. El rey no cabía en sí de la felicidad. Bajó las escaleras tocando todo lo que encontraba a su paso y todo se convertía en oro puro. Salió al jardín y tocó las rosas de su hija y los pájaros, los cuales inmediatamente se convirtieron en estatuas de oro.

Cansado, decidió el rey sentarse a desayunar, pero al tocar el jugoso melocotón que quería comer, éste se volvió en oro y el rey no pudo comerlo. Intentó beber un poco de leche, pero también le resultó imposible, pues la leche también se convirtió en oro al contacto con sus labios.

El rey comenzó a entristecerse, pues tenía sed y hambre, y no podía saciarlas. En ese momento entró su hija Caléndula, quien lloraba porque sus flores ya no olían y sus pájaros ya no cantaban por ser de oro.

El rey la abrazó para consolarla y al instante la niña se convirtió en una estatua de oro.

Midas comenzó a llorar amargamente. Comprendió que en esta vida hay miles de cosas que valen más que todo el oro del mundo: el olor de las rosas, el canto de los pájaros, el sabor de un melocotón y la sonrisa en los labios de su hija. Su ambición le había llevado a perder todo lo que más amaba en el mundo.

Moraleja: la felicidad no está en tener más oro.

Vemos ahora los pecados contra tu felicidad.
1. Avaricia o codicia

a) Definición: Es el amor desordenado a los bienes terrenales (nuestro dinero, casa, hijos, cosas). Avaricia es el acaparamiento desordenado de bienes materiales. El desorden puede estar:

En la intención: desear las riquezas por ellas mismas, como un fin y no como un medio para poder vestir y alimentar a la propia familia y para ayudar a la Iglesia y a los más necesitados.
En la manera de conseguir esa riqueza; por ejemplo con ansiedad, por todos los medios posibles (a veces ilícitos y malos), dañando al prójimo, la propia salud, la de nuestros empleados, si somos jefes, haciéndoles trabajar más horas de las debidas.
En la manera de usarla, sólo para ti, todo para ti, en vez de usarla para los más necesitados, en obras de caridad, de sanidad.

b) Malicia de la avaricia: La avaricia en ocasiones puede ser grave porque es una señal de falta de confianza en la providencia de Dios (si damos para los demás no nos quedamos con nada); es, además, una falta contra la caridad; hay excesiva confianza en ti mismo.

Todo esto es muy grave porque se llega a convertir al dinero en ídolo. Nadie puede servir a Dios y al dinero (Mateo 6, 24).

c) Consecuencias:


  • Una gran desazón interior, intranquilidad.
  • Te impide volar hacia la santidad, te ata aquí abajo.
  • Te impide hacer apostolado, que es misión del bautizado.
  • Tu corazón queda aprisionado.


Al igual que Midas echó a perder su vida convirtiendo en oro hasta a su propia hija, también nosotros podemos echar a perder lo que más amamos si nos dejamos llevar por la codicia.

A tu alrededor puedes ver a cientos de niños y jóvenes que viven como huérfanos, debido a que sus padres dedican todo su tiempo a conseguir más dinero y se olvidan de dedicar un tiempo a sus hijos. Estos padres han convertido el amor en una estatua de oro y han dejado de disfrutar de las sonrisas de sus hijos por el ansia desmedida de dinero.

Puedes ver cientos de familias divididas en la vida diaria por el exceso de bienes materiales: cada hijo tiene su propio cuarto, su propia televisión y tal vez su propio auto y su propio chofer. Estas pobres familias ricas han cambiado la riqueza que sólo se obtiene en la diaria convivencia con la familia, por objetos fríos e inertes. En estas familias, aunque sean numerosas, cada miembro vive en la más cruda soledad.

Puedes ver también miles de personas que simplemente ya no disfrutan nada de lo bonito del mundo por estar preocupados por sus bienes materiales.

Por ejemplo: el señor que no duerme por pensar si suben o bajan sus acciones en la bolsa de valores; el joven que no disfruta de las reuniones, ni pone atención en clases por pensar que le pueden robar su coche que dejó estacionado en la calle; la jovencita que ya no quiere ir a las fiestas con sus amigos, porque se siente avergonzada por no tener el atuendo de moda; el niño que ya no sabe jugar con su imaginación porque sus padres le compran juguetes nuevos todos los días, juguetes que le atrofian la mente y la imaginación y le impiden disfrutar del canto de los pájaros, de la hormiga que se esconde, de la mariposa que vuela en el jardín. Estos niños siempre están insatisfechos y son mucho menos felices que aquellos que cuentan sólo con lo necesario.

Dios no desea esto para el hombre y por eso le da el décimo mandamiento. Él quiere que busquemos la felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales.

d) Remedios:


  • reflexionar en que las riquezas no son fin sino medios que Dios te da para remediar tus necesidades y las de los demás.
  • reflexionar que eres administrador y no dueño de tu riqueza y que has de dar cuenta de lo usado o abusado, como así también de las cualidades que debes poner al servicio de Dios. El apostolado pone a prueba esas cualidades.
  • reflexionar que el dinero es pasajero, efímero, que hoy lo tienes y mañana lo puedes perder.
  • reflexionar que el dinero no lo llevarás a la otra vida y en cambio llevarás las obras buenas que has hecho. Si fueras prudente atesorarías para el cielo y no para la tierra (Mateo 6, 19-20). Pon todo en manos de Dios. Las manos de Dios son más seguras que un banco o mil acciones de bolsa y que cualquier empresa que puede quebrar.
  • cultivo de la pureza del corazón y del desprendimiento interior. Cuanto más puro, más desprendido serás.

Sobre la avaricia te traigo esta anécdota.

Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por el camino encontró una bolsa con 800 dólares. El mercader decidió buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.

Cuando llego a la ciudad, fue a visitar a un amigo.

- ¿Sabes quién ha perdido una gran cantidad de dinero? - le preguntó a éste.
- Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro vecino, que vive en la casa del frente.

El mercader fue a la casa indicada y devolvió la bolsa. Juan era una persona avara y apenas terminó de contar el dinero gritó:

- ¡Faltan 100 dólares! Esa era la cantidad de dinero que yo te iba a dar como recompensa. ¿Cómo lo has agarrado sin mi permiso? Vete de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.

El honrado mercader se sintió indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por ladrón y fue a ver al juez.

El avaro fue llamado a la corte. Insistió ante el juez que la bolsa contenía 900 dólares. El mercader aseguraba que eran 800. El juez, que tenía fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso. Le preguntó al avaro:

- Tú dices que la bolsa contenía 900 dólares, ¿verdad?
- Sí, señor - respondió Juan.
- Tú dices que la bolsa contenía 800 dólares - le preguntó el juez al mercader.
- Sí, señor.
- Pues, bien -dijo el juez- considero que ambos son personas honradas e incapaces de mentir. Te considero honrado a ti porque has devuelto la bolsa con el dinero, pudiéndote quedar con ella. También considero honrado a Juan, porque lo conozco desde hace tiempo. Esta bolsa de dinero no es la de Juan; la de él contenía 900 dólares. Ésta sólo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella hasta que aparezca su dueño. Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.

¡Vaya moraleja puedes sacar de este ejemplo!


2. La envidia, hermana de la codicia

a) Definición: Es una pasión desordenada que nos lleva a sentir tristeza al ver y constatar el bien ajeno, las cualidades del otro, el coche del otro, la novia del otro, el pantalón del otro, la casa del otro, etc. Es muy sutil. Lo peor de todo es que se desea que ese bien desaparezca, se desea el mal al otro, por eso es un pecado capital. Pensamos que ese bien nos disminuye. Es más, el envidioso se alegra cuando le va mal al otro, que tenía tantas cualidades.

b) Distingue estos términos

celos: se defiende el propio bien de uno con amor excesivo y temor de ser superado por los otros.
emulación: es un sentimiento laudable, bueno, que nos mueve a imitar, igualar y si es posible, por amor a Dios, superar los talentos buenos de los demás, por medios legítimos. Para que sea buena la emulación tiene que ser:

+ honesta en su objeto, es decir, querer las cualidades del otro y no los vicios;
+ noble en su intención, es decir, por amor a Dios; no se debe hacer para ser más que los demás, que sería orgullo, ni para humillar a los demás (falta de caridad).
+ legal en el procedimiento, no usar la astucia, la intriga, sí el esfuerzo. Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo, decía san Pablo.

c) Origen: La envidia tiene su origen en la soberbia que es, junto a la sensualidad, madre de los demás pecados.

d) Malicia de la envidia: en sí es un pecado muy grave porque se opone a la virtud de la caridad que es la principal virtud de un cristiano, que te manda alegrarte del bien del prójimo. Cuanto más envidias mayor es el pecado. Santo Tomás decía que la envidia de los bienes espirituales del otro es pecado gravísimo. Suscita odio, calumnia, murmuraciones, deseos malos, siembra divisiones, impulsa a la búsqueda inmoderada de riquezas.

e) Remedios contra la envidia


  • alegrarte de los triunfos de compañeros.
  • fomentar la emulación buena entre tus amigos.
  • pedir la gracia de Dios para que te conceda un corazón grande, magnánimo, generoso.


No olvides que la avaricia y la envidia acaban teniendo efectos destructivos en el propio hombre, le alienan y, sobre todo, le cierran a la Palabra de Dios y a los valores novedosos de su Reino. Le roban la felicidad interior.

Una forma muy actual de alienación y de infelicidad es el consumismo, que reduce la vida humana a un mero consumo de bienes materiales y te hace sordo para los valores espirituales. Por eso es tan necesario esforzarse en implantar estilos de vida que abran a los hombres a la búsqueda de la verdad y del bien, así como a la comunión con los demás hombres para un crecimiento común.

El precepto de desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los Cielos. Espero que tú quieras entrar en el cielo, que es tu destino definitivo. Acuérdate de lo que dice la Sagrada Escritura, que aunque uno viva en abundancia, su vida no está asegurada con sus bienes (Hechos 12, 13). Serías un insensato, si quieres atesorar bienes para ti y no te enriqueces ante Dios57 .

Por eso, Jesús te invita a poner tesoros en el cielo, a confiar en la providencia del Padre del Cielo. Este abandono en manos de Dios te libera de la inquietud por el mañana (Mateo 6, 25-34). La confianza en Dios te dispone a la bienaventuranza de los pobres, para poder ver a Dios y ser feliz aquí en la tierra con lo que tienes.

El que ya participa de la vida de Dios en este mundo, por la fe, la esperanza y la caridad, tiene ya aquí “el ciento por uno” (Marcos 10, 30), y vive con la certeza anticipada de la vida eterna. En esto consiste la felicidad y la libertad verdadera, “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8, 21).

Vivimos en un mundo en el que se cumple lo que ya a principios del siglo XX afirmaba el poeta Thomas S. Eliot: “Parece que ha sucedido algo que no había sucedido jamás…los hombres han abandonado a Dios, no por otros dioses, sino por ningún dios; y esto no había sucedido nunca. Profesan primero la razón, y luego, el Dinero, el Poder, y eso que llaman la Vida, la Raza o la Dialéctica…Desierto y vacío, y tinieblas sobre la faz del abismo…cuando los hombres se han olvidado de todos los dioses, excepto la Usura, la Lujuria y el Poder” (Coros de La Roca, VII).

En un mundo poseído por esos falsos dioses, la humanidad no se encontrará a sí misma; ni tú encontrarás la felicidad. Al revés, te destruyes, como vemos suceder cada día ante nuestros ojos.

Sólo un retorno a Cristo, sólo una verdadera conversión del corazón al verdadero bien del hombre, que es Dios, podría poner las bases de una sociedad fundada en el trabajo solidario por el bien común de los hombres, y no fundada en la codicia. Y habría felicidad auténtica.

¡Conversión del corazón!

Ahí te va otra anécdota hermosa:

Había en el oriente un príncipe riquísimo, pero duro y avaro. Todos sus súbditos lo odiaban.

Un día llamó a su primer ministro, y le ordenó:

- Hay que cobrar todos los impuestos.

- Príncipe -le dijo el ministro-, este año la gente perdió toda su cosecha, y se muere de hambre; la gente no puede pagar impuestos.

El príncipe gritó:

- ¿Crees que estoy loco? Yo no voy a perder todo este dinero.

El ministro preguntó:

- ¿Cómo debo emplear el dinero de los impuestos?
- Tú verás lo que es más urgente reparar en mi palacio, y repáralo.

El ministro inspeccionó el palacio; vio algunas paredes descuarteadas. Pero el problema más grave era el disgusto general del pueblo.

Y concluyó: En verdad es urgente hacer algunas reparaciones profundas.
Luego partió para cobrar los impuestos.

Pero en las ciudades y poblados el ministro pregonaba: -¡Este año el príncipe les perdona a ustedes todos los impuestos!

Por todas partes, hubo regocijo y fiesta. El primer ministro regresó.

El príncipe le preguntó:

- ¿Dónde está el dinero?
- Príncipe, ya lo gasté en reparar lo más urgente del palacio.

E invitó al príncipe y a su corte a ver las... “reparaciones”. Al salir del palacio, una enorme multitud rodeó al príncipe, entre aplausos y gritos:”¡Viva nuestro príncipe! ¡Que Dios lo bendiga a él y a su familia!”.

El príncipe preguntó al ministro por qué tanta fiesta a su alrededor.

El ministro le explicó:

- Porque ya se han hecho las reparaciones más urgentes al palacio. Príncipe, me di cuenta que los daños más graves no estaban en los muros, sino en los corazones; era urgente recobrar la alegría que brota de la bondad; y encendí esta alegría perdonando a todo el pueblo los impuestos.

En medio del incontenible alborozo popular, aparecieron finalmente en el rostro del príncipe las primeras lágrimas y las primeras sonrisas de felicidad.

¿Quién se atrevería hoy a imitar este caso?


IV. A MODO DE RESUMEN

“No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6, 19-21).

Puedes disfrutar de los bienes de este mundo con moderación: “todo es bueno” para el bien tuyo personal y el de tu familia. En el cielo no habrá pobreza: “tierra que mana leche y miel”. Los bienes son medios, no son fin. El único fin en tu vida es Dios, estar en comunión con Él. Dios es la única y verdadera riqueza. Si pierdes a Dios, eres el más pobre y miserable del mundo.

El deseo inmoderado de riquezas te puede inducir a cometer todo tipo de crímenes, como ya advertía el poeta pagano Virgilio (Eneida 3,53) y, con más autoridad, San Pablo (1 Tm. 6,10). San Gregorio Magno menciona hasta seis desórdenes morales que nacen de la avaricia, que después Santo Tomás sintetiza en éstos.

La avaricia hace perder la sensibilidad hacia la desgracia del prójimo.

El avaro a fin de conseguir la riqueza recurre, si es necesario, a la violencia, al engaño doloso, e incluso al perjurio; cede al fraude en los negocios y llega hasta la traición de las personas, como es el caso de Judas (Suma Teológica, Parte II-II, cuestión 108, artículo 8).

El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia, que puede conducir al hombre a cometer los mayores crímenes. San Agustín dice: “De la envidia nace el odio, la maledicencia, la calumnia, el desear el mal del prójimo”.
El deseo desordenado de riqueza cierra el corazón del hombre a la semilla de la Palabra de Dios y a los valores del Reino.

3° Me preguntarás qué debe hacer la autoridad al respecto. La autoridad debe poner los medios para fomentar una mejor prosperidad pública y mejorar el nivel de vida del pueblo, con una justa distribución de la riqueza. Los padres deben procurar los bienes convenientes para asegurar a sus hijos un buen porvenir. Los poseedores de riquezas deben cuidar de su mayor rendimiento y de su acertada inversión para crear otras fuentes de riqueza y nuevos puestos de trabajo, en conformidad con las necesidades del bien común. Todos debemos cooperar, con nuestro trabajo, al mayor bienestar y prosperidad pública y privada. Pero el deseo de riquezas debe estar moderado por la virtud de la justicia distributiva y social. Y no podemos aspirar a ellas sino por medios lícitos y con fines honestos.

El deseo inmoderado de riquezas con fines egoístas y medios injustos provoca luchas sociales e incluso guerras entre las naciones. Codicia es la idolatría del dinero. Es un deseo de poseer sin límites que lleva a la explotación del prójimo, o a no compartir los bienes propios con los necesitados. El ansia de dinero puede esclavizar lo mismo al que lo tiene que al que no lo tiene. La Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes de este mundo. Pero esto no se opone al progreso que tiende a hacer desaparecer la miseria que impide practicar la virtud de algunos sectores sociales.

En la enseñanza de la Iglesia, que recoge para el hombre de hoy el valor de los bienes de este mundo tal y como se afirma en la Biblia, Palabra revelada de Dios, esto se expresa diciendo que el derecho de propiedad, aun legítimo, es secundario respecto a otro principio más originario y fundamental: el del destino universal de los bienes de la creación, que ya te expliqué en el séptimo mandamiento. Así los formula la encíclica de Juan Pablo II “Sollicitudo rei socialis”: “Los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho de propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava “una hipoteca social”, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el destino universal de los bienes” (número 42).

6° Sé generoso. Ya sabes que la generosidad es la virtud que contrarresta la avaricia. Es una virtud hermosa y de almas grandes, nobles y desprendidas. Esta virtud puede ser llamada también liberalidad. Virtud que tiene que ver sobre todo con los bienes temporales, o, para decirlo más precisamente, con el dinero y la riqueza. La liberalidad, te dice santo Tomás, no es sino “el recto uso de dichos bienes materiales” (II-II, 117, 1 c). La sede específica de la liberalidad son los afectos, es decir, las actitudes o disposiciones interiores frente a las riquezas. El principio de liberalidad es un cierto desapego, por el que no se desea ni se ama tanto al dinero, que uno se cierre a toda generosidad con el prójimo

El gran filósofo griego Aristóteles dirá que “quien tiene la virtud relativa al dinero, usará de él rectamente” (Ética a Nicómaco, libro IV, cap. 1).

¿Qué es lo que se puede hacer con el dinero?
El dinero se puede recibir y se puede dar, se puede acumular y se puede prodigar. La liberalidad regirá el buen uso que se haga del mismo. El hombre liberal58 sólo recibirá y dará cuando deba y en la cantidad que corresponda, enseña Aristóteles, lo mismo en las cosas pequeñas que en las grandes.

Hermosamente ha dicho el Papa san León que allí donde Dios encuentra la liberalidad “reconoce la imagen de su propia bondad” (Sermón, Sobre la cuaresma, 11, 5). Y Clemente de Alejandría: “En realidad, el hombre bienhechor es la imagen de Dios” (Stromata II, 19). Por tanto, la fuente última de esta virtud de la liberalidad está en Dios, que es infinitamente generoso. Nos ha dado todo. No se ha reservado nada.

Dios Padre nos da lo mejor que tiene: a su propio Hijo. Su Hijo Jesucristo nos da todo, hasta su propia vida. El Espíritu Santo nos da sus santos dones para santificarnos. En Dios todo es generosidad.

Mediante la práctica de esta virtud, el hombre se convierte en el instrumento al que Dios recurre para que los bienes de la tierra no se estanquen y se queden en unos cuantos, sino que fluyan y lleguen a todos.

Te invito a ser generoso. Da tu dinero. Da tus cualidades. Da tu tiempo. Y, sobre todo, date a ti mismo, a ejemplo de Cristo.

La generosidad brotará, si conoces las necesidades de los hombres, del mundo, de la Iglesia, de los pobres. Si vives metido en ti mismo, serás un tacaño, un avaro, un mezquino. Siempre será cierto aquel refrán que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

Me sirve esta anécdota para aclararte esto:

En una ocasión, un rey de un lejano país, pensando en que era necesario que su pequeño hijo conociera las necesidades de su pueblo, tomó al pequeño heredero y lo llevó a dar un paseo por el campo.

- Hijo, quiero que conozcas lo que es la pobreza. Algún día serás rey y te servirá esta experiencia para poder conducir mejor tu reino.

Tomó entonces al pequeño príncipe y lo llevó a dar un largo paseo en el carruaje real. En el camino, el pequeño observaba las casas, los otros niños, las parcelas de cultivo. En un punto del camino, pararon en una casa escogida al azar y se acercaron a saludar a los súbditos que ahí moraban, y entre los que se encontraban unos alegres niños que correteaban y jugaban con su perro mascota.

Sorpresivamente fueron invitados por los dueños de esa
humilde vivienda a compartir con ellos sus precarios alimentos, los cuales
degustaron todos con alegría. Nuevamente emprendieron su camino por aquellas vías del reino y pronto los sorprendió la noche.

Entonces el rey decidió emprender el regreso a palacio. Al llegar a su residencia, el padre preguntó al pequeño:

- Hijo mío, ahora, pues, has conocido lo que es la pobreza. ¿Qué me puedes decir al respecto?

Lo que el pequeño soberano contestó, dejó al padre absorto:

- Padre, gracias por esta gran lección que me has dado. He podido apreciar la paz y felicidad con la que viven nuestros súbditos. He sentido la frescura del campo, la belleza de la libertad, la armonía que se vive en sus hogares. ¡Qué dicha poder admirar el cielo como se ve en los campos, qué alegría ver las aves volar por los cielos, los animales correr por la campiña! ¡Cómo quisiera yo poder tener una mascota con quién jugar! ¡Cuánto desearía tener unos hermanitos como aquellos con los que compartí la comida!
Sería inmensamente feliz si todos los días pudiera admirar la puesta del sol
como hoy y como nuestros súbditos la aprecian todos los días...
¡Qué razón tenías, padre, cuánta riqueza hay en el mundo, y cuánta pobreza nos
aqueja a los príncipes!... Gracias, padre, por haberme permitido darme cuenta de
cuán pobres somos y cuán ricos son nuestros súbditos. Espero que ellos me
permitan compartir su riqueza cuando yo sea su rey.

Ciertamente la visión humilde de los niños nos enseña y descubre riquezas que en los adultos nos es difícil apreciar.

¿Qué te ha parecido?
Pon tus tesoros en el cielo donde no hay polilla ni herrumbre que corroen, ni ladrones que roben. Abandónate en la providencia del Padre del cielo, para que goces de una gran paz del corazón, liberado de angustias y apegos. Él, que es tu Padre, nunca te va abandonar. ¡Eres su hijo!

No dejes que la amargura de corazón corroa la paz de tu alma y te quite la felicidad. Aunque la vida sea dura y la queja asome a tus labios debido a tu pobreza, no dejes que la amargura se apodere de tu corazón. Esfuérzate por mejorar tu situación y satisfacer tus necesidades, pero sin amargura.

Esfuérzate, sí, por conseguir riqueza; pero siempre por medios lícitos; no con espíritu de rebeldía, ni de odios, sino con espíritu cristiano, con fe en la Providencia de Dios, y sin olvidar que en esta vida no se puede hacer desaparecer el sufrimiento y las posibles carencias materiales. Por otra parte, no olvides que no consiste la felicidad en amontonar dinero sino en cumplir su voluntad y amar a los demás.

Es mucho más importante hacer buenas obras, pues el premio eterno del cielo vale más que todo el oro del mundo. Si creyéramos esto de verdad, pondríamos mucho más empeño en practicar el bien.

Los trabajos fisiológicos de Bert sobre el oxígeno, necesario para nuestras células, han demostrado que si las células están faltas de él, padecen y mueren; pero un exceso, también les es nocivo, porque les resulta convulsivo. Es decir, que nuestro organismo está hecho para una medida; y lo mismo resulta nocivo una carencia que un exceso. Lo mismo que ocurre con el oxígeno, ocurre con el azúcar, el calor o la libertad.

Tan perjudicial es una carencia como un exceso. Y también con los bienes materiales. Lo mismo que hay un mínimo económico vital, debería fijarse un máximo vital no sobrepasable para poder permanecer en el equilibrio humano. En los países donde el progreso ha alcanzado metas altísimas, y una libertad de costumbres sin freno, han resultado hombres cansados de vivir. Por eso en ellos se multiplican tanto los suicidios. Por tanto, el dinero no da la felicidad.

La Iglesia tiene sus razones cuando enseña una ascética de lucha y de vencimiento propio. Esta superación del hombre sobre sí mismo, aunque exige esfuerzo y sacrificio, llena también de satisfacciones la vida. La felicidad no está en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de lo que se tiene y en compartirlo. La felicidad brota de lo más íntimo de nuestro ser. Quien busca la felicidad fuera de sí mismo es como un caracol en busca de casa.

Ahí te va una anécdota.

¿Dónde está la felicidad?

En el principio de los tiempos se reunieron varios demonios para hacer una de las suyas.

Uno de ellos dijo: - Debemos quitarles algo a los hombres, pero, ¿qué?

Después de mucho pensar uno dijo: - ¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.

Propuso el primero: "Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está". Luego propuso otro: "Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará". Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra". Y le dijeron: "No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad".

El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: - Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.

Todos voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo: "¿Dónde?". El demonio respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo en su corazón.

La felicidad no está en poseer cosas. La felicidad está en tu interior, en la riqueza de tu corazón noble y generoso.

¿Conoces la historia de la espada de Damocles?

Damocles fue un cortesano adulador de Dionisio I, tirano de Siracusa. Se pasaba el día alabando la riqueza, magnificencia y felicidad del tirano. Un día Dionisio tuvo la idea de invitarle a un espléndido banquete, en el que los criados servían a Damocles como si fuera el mismo rey.

Pero encima de su cabeza pendía una espada del techo, sujeta tan sólo por una crin de caballo. Horrorizado, nervioso, Damocles no lograba llevar a la boca nada. No podía apartar de su mente un instante la visión de aquella espada que en cualquier momento amenazaba con caer sobre su cabeza. Pidió permiso para retirarse cuanto antes. Bien se dio cuenta de la lección que acababa de darle: el tirano Dionisio no era tan feliz como parecía, pues no se le ocultaba que en cualquier instante podía terminarse su reinado.

La alegría es posible en todas las circunstancias de la vida. Los que no la encuentran es porque la buscan donde no está. En lugar de buscarla en uno mismo, la buscan en cosas exteriores que dejan el corazón vacío, y después viene el tedio y la tristeza. La felicidad está en disfrutar de lo que tenemos, y no en desear lo que no podemos tener. Acuérdate de aquel que se quejaba porque no tenía zapatos, y yendo por la calle vio a uno que no tenía pies, y se dijo: “¡Qué tonto y egoísta soy! Yo, quejándome de que no tengo zapatos, y éste hombre, sonriente, no tiene pies, y no se queja”.

Te contaré lo siguiente.

Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a la tierra en forma de mendigo sucio y harapiento. Llegó entonces el Señor a la casa de un zapatero y tuvieron esta conversación:

- Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y como ves están rotas e inservibles. ¿Podrías tú reparármelas, por favor, porque no tengo dinero?

El zapatero le contestó:

- ¿Acaso no ves mi pobreza? Estoy lleno de deudas y estoy en una situación muy pobre; y, ¿aun así quieres que te repare gratis tus sandalias?

- Te puedo dar lo que quieras si me las arreglas.

El zapatero con mucha desconfianza dijo:

- ¿Me puedes dar tú el millón de monedas de oro que necesito para ser feliz?
- Te puedo dar 100 millones de monedas de oro. Pero a cambio me debes dar tus piernas ...
- Y, ¿de qué me sirven los 100 millones, si no tengo piernas?

El Señor volvió a decir:

- Te puedo dar 500 millones de monedas de oro, si me das tus brazos.
- Y, ¿qué puedo yo hacer con 500 millones, si no podría ni siquiera comer yo solo?

El Señor habló de nuevo y dijo:

- Te puedo dar 1000 millones, si me das tus ojos.
- Y dime; ¿qué puedo hacer yo con tanto dinero, si no podría ver el mundo, ni podría ver a mis hijos y a mi esposa para compartir con ellos?

Dios sonrió y le dijo:

- Ay, hijo mío; ¿cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1600 millones de monedas de oro y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo? Eres tan rico y no te has dado cuenta....

Tú también podrías protestar como este ejemplo que te narro.

“Soy un hombre rico. Me propongo demandar a la revista `Fortune´, pues me hizo víctima de una omisión inexplicable.

Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta y en esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, que tiene una fortuna estimada en 37 mil millones de dólares, y aparecen también los herederos de Sam Walton, con 24 mil y Takichiro Mori, con 14 mil. Figuran ahí también personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, con 11 mil millones de dólares; Stavros Niarkos con 4 mil.

Sin embargo a mí no me menciona la revista. Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes. Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia: esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad.

Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos. Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal. Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso.

Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra. Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca. Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren.

Y tengo fe en un Dios bueno que guarda para mí infinito amor. ¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista `Fortune´ en la lista de los hombres más ricos del planeta?”.

Disfruta lo que tienes. Agradece a Dios lo que tienes. Comparte lo que tienes, y serás feliz. Y nunca olvides: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino”.


Resumen del Catecismo de la Iglesia católica

2551 “Donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21).

2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.

2553 La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.

2554 El bautizado combate la envida mediante la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.

2555 Los fieles cristianos “han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias” (Gálatas 5, 24); son guiados por el Espíritu y siguen los deseos del Espíritu.

2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. “Bienaventurados los pobres de corazón” (Mateo 5, 3).

2557 El hombre que anhela dice: “Quiero ver a Dios”. La sed de Dios es saciada por el agua de la vida eterna.


Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica

531. ¿Qué manda y qué prohíbe el décimo mandamiento?
Este mandamiento, que complementa al precedente, exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos.

532. ¿Qué exige Jesús con la pobreza del corazón?

Jesús exige a sus discípulos que le antepongan a Él respecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas –según el espíritu de la pobreza evangélicas- y el abandono a la providencia de Dios, que nos libera de la preocupación por el mañana, nos prepara para la bienaventuranza de “los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos” (Mt.5,3)

533. ¿Cuál es el mayor deseo del hombre?
El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de todo su ser “¡Quiero ver a Dios!”. El hombre, en efecto, realiza su verdadera y plena felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquel que lo ha creado por amor, y lo atrae hacia sí en su infinito amor.



LECTURA: Extraída de un sermón de san Bernardo sobre la envidia

“Es la envidia un pesar, un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. De aquí que nunca falte al envidioso ni tristeza, ni molestia. ¿Está fértil el campo del prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida? ¿No le faltan ni los esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad y aumento de dolor para el envidioso…

Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras; así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido; y si notan alguna falta de alguno (como sucede en la mayor parte de las cosas humanas) la divulgan, y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas.

Los perros se hacen dóciles con el alimento que se les da, y los leones, cuando se los cura, se hacen tratables; pero los envidiosos se hacen más insufribles y más ofensivos con los obsequios y beneficios…El envidioso ni halla médico para su enfermedad ni puede encontrar medicina alguna que le libre de este mal, por más que las Santas Escrituras estén llenas de semejantes remedios. El único alivio que espera es el ver caer a alguno de aquellos a quienes envidia.

Así como el dardo arrojado con gran fuerza, cuando choca en una parte dura y resistente se vuelve contra el que le arrojó, así también los movimientos de los envidia, sin que perjudiquen al envidiado, se convierten en heridas par el envidioso. Porque, ¿quién por angustiarse y afligirse disminuyó los bienes del prójimo? Antes bien, el que se entristece por el bien de los demás, a sí mismo es a quien asesina.

No nace en el corazón del hombre vicio más pernicioso que el de la envidia, la cual, sin dañar a los extraños, es ante todo un mal, y mal interior para el que la tiene. Porque así como el orín roe y destruye el hierro, así también la envidia roe y consume al alma a quien infesta. Y así como dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la envidia suele devorar el alma que la fomenta.

Los envidiosos llevan retratado en su cara el mal de que adolecen. Sus ojos son áridos y sombríos, los párpados caídos, contraídas las cejas, el ánimo inquieto por torvo afecto y faltos de un juicio recto para apreciar la verdad” (San Basilio, Homilía sobre la envidia).


Nomadismo es el estado social de las épocas primitivas o de los pueblos poco civilizados, consistente en cambiar de lugar con frecuencia.regresar

Hoy la moral católica dice que es una virtud cardinal o moral, junto con la prudencia, la templanza y fortaleza.regresar

Vuelve a leer 2 Samuel capítulos 11 y 12regresar

Consulta Lucas 12, 16-21; Eclesiástico 11, 19.regresar

Entiende bien esta palabra “liberal”, es decir, el hombre que practica la virtud de la liberalidad que estoy explicando. Por tanto, “liberal” aquí no significa el hombre que ha hecho del liberalismo su código de conducta. Una cosa es liberalismo y otra cosa es liberalidad. regresar

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  TEMAS DE RESPUESTA
1. ¿Cuál debe ser tu actitud ante los bienes materiales?
2. ¿Cómo lograr desapegar afectivamente el corazón de las cosas materiales?
3. ¿Qué detalles tuvo Jesús de generosidad en el evangelio?
4. ¿Cómo educarías tú a tu hijo o a quién dependa de ti, a la generosidad y al desprendimiento de las cosas materiales?