El sufrimiento de Jesús


EL SUFRIMIENTO DE NOSOTROS NO ES NADA EN COMPARACION A LO QUE SUFRIO JESUS

Sufrió nuestras dudas y tentaciones
En la vida del hombre hay mucho de dolor y sufrimiento interior; de dudas, de angustias, de tentaciones. Jesús también quiso compartir to­dos nuestros sufrimientos interiores. Así puede entendernos y ayudar­nos mejor:

Se hizo en todo semejante a sus hermanos
para llegar a ser el Sumo Sacerdote
que pide por ellos el perdón,
siendo a la vez compasivo y fiel en el servicio de Dios.
Él mismo ha sido probado por medio del sufrimiento;
por eso es capaz de venir en ayuda e los que están sometido a la prueba.

Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente
ante nuestras debilidades, ya que él mismo fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, 
pero a él no le llevaron al pecado.
Por tanto, acerquémonos con confianza a Dios,
que nos tiene reservada su bondad.
(Heb 4,15-16)

Sufrió las mismas pruebas que nosotros, las mismas tentaciones, las mismas angustias. Sus dolores psicológicos fueron los nuestros.
Todavía jovencito, de doce años, tuvo que sentir el dolor de dar un mal rato a sus padres, para poder seguir los impulsos interiores de su vocación de servicio a su Padre Dios (Lc 2,43-49).

A veces sintió la duda de cuál debía de ser el camino a seguir para cumplir la misión que el Padre le había encomendado. Es la angustia de todo hombre que se plantea en serio la vocación de su vida. Estas du­das están concretadas en las “tentaciones” de Jesús.

Sintió la tentación de la comodidad. De dejar aquella vida tan aus­tera, tan absurdamente sufrida, y ponerse, por consiguiente, en un tren de vida más de acuerdo con su dignidad, de manera que pudiera rendir más (Lc 4,3-4).
Sintió la tentación del poder. De pensar que quizás con las riendas del mando en las manos iba a poder cumplir mejor su misión. Y no con esa vida de un cualquiera, lejos de toda estructura de poder (Lc 4,5-8).

Sintió la tentación del triunfalismo. De pensar que a todo aquello había que darle bombo y platillo, una buena propaganda, un buen equipo de acompañantes y acontecimientos llamativos, que dejaran a todos con la boca abierta. Pero mezclado siempre entre el pobrerío y con unos pescadores ignorantes como compañeros no iba a conseguir gran cosa… (Lc 4,9-12).

Jesús supo vencer estas tentaciones de mesianismo político. Y está dispuesto a ayudarnos para que nosotros las venzamos también.

Conoció lo que es el miedo
El liberador del miedo supo también lo que es el miedo. Algunas ve­ces se sintió turbado interiormente. Más de una vez deseó dar marcha atrás y dejar aquel camino, estrecho y espinoso, que había emprendido. Sintió pánico ante la muerte, hasta el grado de sudar sangre. Pero ha­biendo sentido el mismo miedo al compromiso que sentimos nosotros, él no se dejó arrastrar y no dio jamás un paso atrás. Siempre se man­tuvo fiel a la voluntad del Padre:

Me siento turbado ahora.
¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora?
¡Si precisamente he llegado a esta hora
para enfrentarme con todo esto!
(Jn 12,27)

Comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo:
Siento una tristeza de muerte;
quédense ustedes aquí velando conmigo…
Padre, si es posible, aleja de mí este trago amargo;
pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.
(Mt 26,37-39)

Es conmovedor ver a este Jesús tan profundamente humano, que no esconde sus sentimientos más profundos como si se tratara de una debilidad inconfesable.

Se sintió despreciado
Hay un dolor especial que sienten con frecuencia los pobres en su corazón: el sentirse despreciados por ser pobres. Jesús también sintió este dolor del desprecio. Pues los doctores de la Ley no creían en él por­que era un hombre sin estudios (Jn 7,15), oriundo de una región de mala fama (Jn 1,6; 7,41.52). 

Y la misma gente de su pueblo no creía tampoco en él, porque pensaban que un compañero suyo, trabajador como ellos, no podía ser el Enviado de Dios. Todos le conocían nada más que como el hijo de José el carpintero (Lc 4,22-29). Sus propios parientes le tuvieron por loco, por no querer aprovecharse de su poder de hacer milagros (Mc 3,21). El mismo pueblo llega a pedir a gritos su muerte y lo pospone a Barrabás, “que estaba encarcelado por asesinato” (Mt 27,16-21).

¡Que lo crucifiquen!…
¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros descendientes!
(Mt 27,23-25)

Y ya en la cruz sufrió las burlas de la gente que pasaba (Lc 23,35), de los soldados (Lc 23,36-37) y aun de uno de los que eran ajusticiados junto con él (Lc 23,39). Con razón dijo Juan que vino a su propia casa, y los suyos no le recibieron.
(Jn 1,11)

A veces se cansó
Jesús también sintió la pesadumbre del desaliento y el cansancio. Aquellos hombres rudos, que había elegido como compañeros, nunca acababan de entender su mensaje. Y él, a veces, se sintió como cansado de tanta rudeza e incomprensión:
¿Por qué tiene tanto miedo, hombres de poca fe?
(Mc 4,40)

¡Gente incrédula y descarriada!
¿Hasta cuándo estaré con ustedes y tendré que soportarlos?
(Lc 9,41)

Hace tanto tiempo que estoy con ustedes,
¿y todavía no me conoces, Felipe?
(Jn 14,9)

Y ante la incredulidad de los judíos, que le piden una señal mila­grosa para creer en él:
¡Raza mala y adúltera!
Piden una señal, pero no verán sino la señal de Jonás.
(Mt 16,4)

Jesús se siente como desalentado ante el poco caso que muchos ha­cen a sus palabras (Jn 12,37s).

Este pueblo ha endurecido su corazón,
ha cerrado sus ojos y taponado sus oídos,
con el fin de no ver, ni oír, ni de comprender con el corazón;
no quieren convertirse, ni que yo los salve.
(Mt 13,15)

¡Jerusalén, Jerusalén!
Tú matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía.
¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos,
como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas,
y tú no lo has querido!
(Mt 23,37-38)

Sufrió persecuciones
Otro dolor de todo el que toma en serio un compromiso por sus hermanos es el de la persecución. Jesús la sufrió en todas sus formas: calumnias, control policial, prisión, torturas y muerte violenta.

Las calumnias que sufrió fueron graves y especialmente dolorosas para su corazón. A él, que es la Verdad, se le acusó de mentiroso (Mt 27,63), embaucador del pueblo (Jn 7,47). Al Santo se le acusó de gran pecador (Jn 9,24), de blasfemo (Jn 10,33), que hacía prodigios por arte diabólica (Lc 11,15). Lo tomaron por loco (Jn 10,20; Lc 23,11). Dijeron de él que era un samaritano (Jn 8,48), o sea, un enemigo político y re­ligioso de su pueblo. Y así pudo ir viendo con dolor cómo la gente se dividía y se apartaba de él (Jn 7,12-13; 10,20-21).
S
intió la tensión sicológica de sentirse vigilado y buscado para to­marle preso (Jn 7,30-32. 44-46; 10,39; 11,57). A veces tuvo que escon­derse o irse lejos (Jn 12,36). Él sabía muy bien que si continuaba su entrega desinteresada a los demás con la claridad y sinceridad que lo hacía, su vida acabaría violentamente. Así lo declaró varias veces (Mt 16,21; 17,12; 17,22-23; 20,17-19).

Les digo que tiene que cumplirse en mi persona
lo que dice la Escritura:
Lo tratarán como a un delincuente.
Todo lo que se refiere a mi llega a su fin.
(Lc 22,37)

Supo en carne propia lo que es un apresamiento con despliegue de fuerzas policiales (Mt 26,47-55); 
lo que son las torturas, los apremios ilegales, los juicios fraudulentos, los testigos falsos (Mt 26,57-69; 27,11-50); y, por fin, una muerte ignominiosa, bajo la apariencia de le­gali­dad. Las autoridades religiosas le condenaron por querer destruir el templo (Mt 26,61), por blasfemo (Mt 26,65), por malhechor (Jn 18,30), por considerarlo un peligro para la nación (Jn 11,48-50)

Las autorida­des civiles, por querer alborotar al pueblo, oponerse a la autoridad de los romanos y tener ambiciones políticas queriéndose hacer nombrar rey (Lc 23,2-5.14; Jn 19,12). Todo pura calumnia. Tergiversaron to­tal­mente sus palabras y sus intenciones.

Supo lo que es la soledad

Otro dolor profundo que sufrimos con frecuencia las personas es el dolor de la soledad. Jesús también pasó por esta prueba. Se daba cuenta de que según caminaba en su línea de testimonio y exigencia de amor, cada vez se iba quedando más solo. Las grandes multitudes de los primeros tiempos de predicación fueron disminuyendo poco a poco. De forma que llegó el momento en que preguntó entristecido a los discí­pulos:
¿Acaso ustedes también quieren dejarme? (Jn 6,67)

La noche anterior a su muerte sintió necesidad pavorosa de verse acompañado por sus amigos más íntimos. Pero éstos se durmieron. Y Jesús se quejó tristemente:
¿De modo que no han tenido valor
de acompañarme una hora siquiera?

(Mt 26,40)
Y al ser apresado quedó totalmente solo.
Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

(Mt 26,56)
Días antes él ya había previsto esta prueba:
¿Ustedes dicen que creen?
Viene la hora, y ya ha llegado,
en que se irán cada uno por su cuenta y me dejarán solo.

(Jn 16,31-32)
Fue traicionado
La soledad se hizo más dolorosa al final de su vida, en cuanto que tuvo sabor a traición.
El que come el pan conmigo, se levantará contra mí…
Uno de ustedes me va a entregar…

(Jn 13,18.21)
Y así fue. Judas Iscariote le vendió por el precio de un esclavo: treinta monedas (Mt 26,14-16). Y tuvo la desvergüenza de saludarlo como amigo cuando iba a entregarlo. Jesús le protestó:
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?

(Lc 22,48)
El mismo Pedro, su íntimo amigo, ante el peligro, dijo por tres veces que ni siquiera lo conocía (Lc 22,55-60). Jesús, ya maniatado, lo único que pudo hacer fue mirarle con dolor:
El Señor se volvió y fijó la mirada en Pedro.
Entonces Pedro se acordó de que el Señor le había dicho:
“Hoy, antes que cante el gallo, tú me negarás tres veces.”
Y saliendo afuera lloró amargamente.

(Lc 22,61-62)
Este sentimiento de soledad llegó a ser tan fuerte, que en la cruz se sintió abandonado por el mismo Dios:
Jesús gritó con fuerza:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

(Mt 27,46)
Quizás ahora, después de haber recorrido algunos de los sufrimien­tos interiores de Cristo, las palabras de la carta a los Hebreos que pu­simos al comienzo de este apartado, toman una fuerza mucho mayor. Vale la pena meditarlas de nuevo.

3. EL SERVIDOR DE TODOS
Como acabamos de ver, Cristo vivió en carne propia todo lo que es sufrimiento humano. Pero dentro de esta solidaridad universal, él se sintió especialmente solidario de los sufrimientos de pobres: margina­ción, hambre, enfermedades…

Vio mucha gente y sintió compasión de ellos,
pues eran como ovejas sin pastor,
y se puso a enseñarles largamente…
(Mc 6,34)

Me da compasión esta multitud,
porque hace tres días que me acompaña.
No tienen qué comer
y no quiero despedirlos en ayunas
para que no se desmayen en el camino.
(Mt 15,32)

Tan profundamente sintió el dolor humano, que dedicó su vida a servir a todos, a aliviar sus penas y a enseñarles el camino de la libera­ción y la hermandad.
El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir
y para dar su vida como precio por la salvación de todos.
(Mt 20,28)

Yo estoy entre ustedes como el que sirve.
(Lc 22,27)

Él mismo concreta así ésta su misión de servicio:
El Espíritu del señor está sobre mí…
Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres.
A anunciar a los presos su liberación.
A devolver la luz a los ciegos.
A liberar a los oprimidos.
Y a proclamar el año de la gracia del Señor.
(Lc 4,18-19)

Ante una pregunta de los discípulos de Juan el Bautista sobre si él era el Mesías esperado, Jesús se limita a hacerles ver lo que está ha­ciendo:
Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído:
Los ciegos ven, los rengos andan,
los leproso son purificados, los sordos oyen,
los muertos resucitan,
se anuncia la Buena Nueva a los pobres.
¡Y feliz quien no se escandaliza de mí!


No hay casualidad, ese es Dios

 ¿Alguna vez te has sentado por allí y de repente
sientes deseos de hacer
algo agradable por alguien a quien le tienes
cariño?...ESE ES DIOS...que te
habla a través del Espiritu Santo.

¿Alguna vez te has sentido derrotado y nadie
parece
estar alrededor tuyo
para hablarte?...ESE ES DIOS... Él quiere hablar
contigo

¿Alguna vez has estado pensando en alguien a quién
amas y no has visto por
largo tiempo y la próxima cosa que pasa es verlo o
recibir una llamada de
esa persona?...ESE ES DIOS...no existe la
coincidencia.

¿Alguna vez has recibido algo maravilloso que ni
siquiera pediste?... ESE ES
DIOS...que conoce los secretos de tu corazón.

¿Alguna vez has estado en una situación
problemática
y no tenías indicios de
cómo se iba a resolver y de pronto todo queda
resuelto sin darte
cuenta?...ESE ES DIOS...que toma nuestros
problemas
en sus manos y les da
solución.

¿Alguna vez has sentido una inmenza tristeza en el
alma y al día siguiente
la tristeza ha pasado?...ESE ES DIOS...que te dio
un
abrazo de consuelo y te
dijo palabras dulces.

¿Alguna vez te has sentido tan cansado de todo, al
grado de querer morir y
de pronto un día sientes que tienes la suficiente
fuerza para
continuar?...ESE ES DIOS...que te cargó en sus
brazos para darte descanso.

¿Alguna vez has sentido que tienes tantos
problemas
y las cosas ya se están
saliendo de su cauce y de pronto un día todo está
resuelto?... ESE ES
DIOS...que tomó todas las cosas y las puso en su
lugar.