Tema # 10 Por qué perdonar

Autor: Mayra Novelo de Bardo
Autor: Comunidad de Educadores Católicos
Fuente: Mons. Francisco Ugarte Corcuera, “Del Resentimiento al Perdón. Una Puerta para la Felicidad”. 12ª reimpresión, 2008.
Disponible en estas librerías católicas:
https://www.beityala.com/
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Cuarta parte: el misterio del perdón

1. Por qué perdonar

Por qué perdonar. La pregunta tiene su lógica: si es tan difícil perdonar, al menos ciertas ofensas, ¿qué necesidad tenemos de hacerlo?; ¿vale la pena?, ¿qué beneficios trae consigo el perdón?; en definitiva, ¿por qué habremos de perdonar?

El primer motivo que probablemente vendrá a la mente es que, cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento, para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. Algo que ayudaría muchísimo es darme cuenta que sentir el resentimiento hacia otra persona, he depositado mi felicidad en las manos de esa persona. Le he conferido un poder muy real hacia mí. Volveré a ser libre cuando tome en mis manos la responsabilidad de mi propia felicidad.

Esto normalmente quiere decir que debo perdonar a la persona que resiento. Debo liberar a esa persona de la deuda real o imaginaria que me debe y debo liberarme a mí mismo del elevado precio del constante resentimiento.

También tiene mucho sentido perdonar en función de nuestras relaciones con los demás. Las diferencias con las personas que tratamos y queremos forman parte ordinaria de esas relaciones. Algunas veces, tales diferencias pueden convertirse en agravios, que duelen más cuando provienen de quienes más queremos: los padres, los hijos, el propio conyugue, los amigos o las amigas. Si existe la capacidad y disposición de perdonar, estas situaciones dolorosas se superan y se recobra el amor a la amistad. En cambio, sino se perdonan, el amor se enfría o, incluso, puede quedar convertido, en odio; y la amistad, con todo el valor que encierra, puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen rezones que podríamos llamar sobrenaturales, porque derivan de nuestra relación con Dios. De ninguna manera se contraponen a las anteriores, sino que las refuerzan y complementan. Hay algunas situaciones extremas en las que los argumentos humanos resultan insuficientes para perdonar, y entonces, se hace necesario recurrir a este otro nivel trascendente para encontrar el apoyo que falta. ¿Cuáles son estas razones?

Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle o de ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos puede perdonar si nos arrepentimos, pero para ella ha establecido una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos haya agraviado. Así lo repetimos en la oración del padre nuestro:”Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Podríamos preguntarnos porque Dios condiciona su perdón a que nosotros perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar.

Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros sino modificamos nuestras disposiciones. Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, se endurece y se lo hace impenetrable al amor misericordioso del padre. Dios respeta nuestra libertad. Condiciona su intervención a nuestra libre apertura para recibir su ayuda. Y la llave que abre el corazón para que el perdón divino pueda entrar es el acto de perdonar libremente a quien nos ha ofendido, no sólo alguna vez, aisladamente, sino incluso de manera reiterativa.

Porque tal vez no es tan difícil perdonar sólo una gran ofensa. ¿Pero cómo olvidar las provocaciones incesantes de la vida cotidiana?, ¿cómo perdonar de manera permanente a una suegra dominante, a un marido fastidioso, a una esposa regañona, a una hija egoísta o a un hijo mentiroso? A mi modo de ver, sólo es posible conseguirlo recordando nuestra situación, comprendiendo el sentido el sentido de estas palabras en nuestras oraciones de cada noche: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Sólo en estas condiciones podemos ser perdonados.

Además Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si hay que perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete, indicando con la respuesta que el perdón no tiene límites; pidió perdonar a todos, incluso a los enemigos, y a los que devuelven mal por bien. Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el maestro.

Pero Jesús que es el modelo a seguir para quien tiene fe en él, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota mejor que expresa el amor que hay en su corazón: Por ejemplo mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le aconseja que no peque más; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de las advertencias, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente le perdona, sino que le devuelve toda confianza, dejándole al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la cruz, cuando eleva su oración por aquellos que le están martirizando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados, cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite ver la desproporción tan grande que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso resulta muy lógico el siguiente consejo: “Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te perdona Dios a ti”. Y este “más” incluye el aspecto cuantitativo, es decir las innumerables veces que hemos ofendido a Dios y Él ha estado dispuesto a perdonarnos. Por eso, este argumento tiene valor perenne, cualquiera que sea la magnitud de la ofensa que hayamos recibido, y el número de veces que hemos sido agraviados.

Hasta donde perdonar

Hay ofensas que parecerían imperdonables por su magnitud, por recaer en personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan. Humanamente hablando no encontraríamos justificación suficiente para perdonarlas, y es que el perdón no se puede entender, en toda su dimensión y en todos los casos, con esquemas sólo humanos. Sólo desde la perspectiva de Dios podemos comprender que incluso lo que parece imperdonable puede ser perdonado, porque “no hay límite ni medida en el perdón, especialmente en el divino”. El hombre si realmente desea perdonar, debe vincularse a Dios. Sólo así se explica, por ejemplo, el testimonio de Juan Pablo II que sacudió a la humanidad cuando, a los pocos días del atentado del 13 de mayo de 1981, en cuanto salió del hospital, visitó personalmente a su agresor, Ali Agca, lo abrazó, y posteriormente comentó: “Le he hablado como se le habla a un hermano que goza de mi confianza, y al que he perdonado”.

Esta universalidad del perdón incluye también aquellas ofensas que más nos cuestan perdonar: las que padecen las personas que más amamos. Emocionalmente experimentamos en estos casos que, si perdonamos a quienes han cometido el abuso, estamos traicionando el afecto que sentimos hacia la persona ofendido. Pero una vez más será preciso no dejarse llevar por el sentimiento y tratar de distinguir el afecto que sentimos hacia ese ser querido, y la acción de perdonar. Y en la medida de nuestras posibilidades procuraremos concretar el amor buscando el bien de ambas partes: de quien ha recibido la ofensa y amamos naturalmente, mediante la ayuda y el afecto que le convenga, de quien ha cometido la ofensa, a través del correctivo que le facilite rectificar su conducta.

La ausencia de límites y medida en el perdón incluye también volver a perdonar cada vez que la ofensa se repita. La frese de Jesús, “hasta setenta veces siete”, tiene este sentido. Perdonar siempre significa que cada vez que se repite el perdón es como si fuera la primera vez. Porque lo pasado ya no existe. Porque todas las ofensas anteriores fueron anuladas y todas han sido borradas del corazón.

No Confundir el Perdón con la Codependencia

Es cierto que debemos perdonar "hasta 70 veces siete", es una realidad que debemos perdonar todas las veces que somos ofendidos. Sin embargo, también debemos ser cautelosos y conscientes de la dignidad de nuestra persona, de la protección y la salvaguarda de nuestra integridad, así como de la protección y salvaguarda de la integridad de personas que están a nuestro cuidado. Es importante cancelar una deuda moral, pero esto no significa que debamos exponernos a un peligro constante y latente.

Cuando una persona agrede repetidamente de una manera violenta y física a nosotros o a personas que estén a nuestro cuidado, tal vez como efecto de alguna adicción padecida por el agresor, es importante cancelar la deuda moral para estar en paz con aquella persona y con Dios, así como con nosotros mismos, pero es preciso tomar las precauciones y medidas que sean necesarias para nuestra protección. Incluso si es necesario, apartándonos del agresor y hasta rompiendo la relación con esta persona que puede resultar peligrosa.

No debemos confundir el "perdonar 70 veces siete" con una actitud de codependencia, en la que dependemos para vivir como una adicción, de una persona que nos agrede y nos pone en riesgo. Debemos recordar que Dios quiere que perdonemos en primer lugar por nuestro propio bien, para que no carguemos con ese peso del resentimiento que nubla nuestra paz interior y nuestra relación con otros y con Dios mismo. Al mismo tiempo, Dios quiere que se respete nuestra integridad.

Reflexión final:

Si perdonas en nombre de Cristo, debes hacerlo como Él. ¡Qué difícil! Pero hay que intentarlo porque Cristo quiere perdonar, y el hombre necesita ser perdonado, y tú puedes dar ese perdón.

No te canses de perdonar como Cristo, aunque falte mucho para igualar al modelo; no te canses y si además lo tratas de hacer como Él lo haría, ¡mil veces!

Necesitan tus hermanos sentir la mano de Cristo en el hombro, el beso de Dios en la frente; la mano que enjuga las lágrimas. Tú eres esa mano y ese beso de Dios; intenta hacerlo como Dios. Si perdonas como Él, te perdonarán; si enjugas lágrimas con idéntica ternura, ellos te amarán; si les besas en la herida purulenta, sanarán.

¡Qué difícil! Pero tienes que intentarlo, aunque al principio no te salga igual; intenta hasta que seas de verdad ese Cristo en la tierra, ese Cristo que los hombres odian, y que, sin embargo, necesitan más que el pan y el vino. Te necesitan, no te escondas de ellos, aunque sólo en el cielo te lo agradezcan.

Tu corazón debe acostumbrarse a amar y hacerlo con gusto y con amor; tu corazón debe aprender a perdonar, a perdonar mucho, a perdonar con amor. Si perdonas en nombre de Cristo, debes hacerlo como Él.

Te dejo el testimonio de Cardenal Francisco Xavier Nuguyen Van Thuan .

En 1975, François Xavier Nguyên Van Thuân fue nombrado por Pablo VI arzobispo de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), pero el gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses después le encarceló.

Durante trece años estuvo encerrado en las cárceles vietnamitas. Nueve de ellos, los pasó régimen de aislamiento.

Una vez liberado, fue obligado a abandonar Vietnam a donde no ha podido regresar, ni siquiera para ver a su anciana madre. Fue presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz de la Santa Sede.

MISERICORDIA

Los "defectos" de Jesús

En la prisión, mis compañeros, que nos son católicos, quieren comprender "las razones de mi esperanza". Me preguntan amistosamente y con buena intención: "¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial". Por su parte, mis carceleros me preguntan: "¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?"

Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.Los defectos de Jesús

Un día encontré un modo especial de explicarme. Pido vuestra comprensión e indulgencia si repito aquí delante de la Curia, una confesión que puede sonar a herejía:"Lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús".

Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria. 
 En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino" (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: "No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos con 20 años de purgatorio". Sin embargo Jesús le responde: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43). El olvida todos los pecados de aquel hombre. Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: "Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor" (Lc 7, 47).La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros" (Lc 15, 18-19). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: "Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado" (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-7).Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo.

¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica.
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido". (cf. Lc 15, 8-9)¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que "el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce".Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: "Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 10).

Cuarto defecto: Jesús es un aventurero. 
El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas. Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanaos, está destinada al fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida. A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20).El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero "autorretrato" de Jesús aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:"Bienaventurados los pobres de espíritu...,bienaventurados los que lloran...,bienaventurados los perseguidos por la justicia...,bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 3-12).Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!

Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.
Recordemos la parábola de los obreros de la viña: "El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco... y los envió a sus viñas". Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno. (cf. Mt 20, 1-16).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, estas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba?

 ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? 
¡No! Lo hace a propósito, porque –explica-: "¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?"Y nosotros hemos creído en el amor. Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16).

 El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones. Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega –como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas. 

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. 

Me alegraré de ver a Jesús con sus "defectos", que son, gracias a Dios, incorregibles. Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: "Si crees, verás el poder de mi corazón”. Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.

Cuestionario personal
¿Agradezco a Dios el perdón de mis pecados?
¿Siento la alegría de haber encontrado el perdón de Dios o me olvido rápidamente de esta gracia?
¿Pido perdón por los que no lo piden?
¿Deseo con todo mi corazón perdonar todas las veces que sea necesario?

Participación
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Preguntas que pueden servirte para estructurar tus conclusiones

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¿Qué aplicaciones prácticas encuentro para mi vida?

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