Cómo iban creciendo los primeros cristianos? A través de la fracción del pan y la predicación. No sé si todos nosotros sentimos el mismo aguijón de San Pablo: “Ay de mí, si no evangelizo . . .” (1 Cor. 9,16).
Urge el apostolado. El papa en la encíclica sobre “La misión del Redentor” nos dice: “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse.
A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (n.1).
¿Qué es el apostolado?
El apostolado es precisamente ese comprometernos con todas nuestras energías a llevar el mensaje de Cristo por todos los continentes. Jesús al irse al cielo no nos dijo: “Id y rezad”; sino que dijo clarísimamente: “Id y anunciad”. Esto es el apostolado: anunciar a Cristo.
Para san Juan , el apostolado es dar a los demás lo contemplado, escuchado, vivido, comido, experimentado con Jesús. Eso es el apostolado. Apostolado es llevar el buen olor de Cristo (2 Cor. 2,15).
Es llevar la sangre de Cristo, y esa sangre se derrama en cada eucaristía.
Es llevar el mensaje de Cristo, y ese mensaje se proclama en cada eucaristía.
Es salvar las almas, y esas almas son redimidas en cada eucaristía.
¿Para qué hacemos apostolado?
Para que Cristo sea anunciado, conocido, amado, imitado y predicado. En la eucaristía hemos escuchado, comido y contemplado a Jesús. ¿Dónde hacer apostolado? En la familia, la calle, la profesión, los medios de comunicación social, la facultad. En todas partes encontramos púlpitos, auditorios, escenarios, estrados y areópagos desde donde predicar a Cristo, con valentía y sin miedo.
¿Cómo hacer apostolado?
Con humildad, ilusión, alegría, voluntad, ánimo, caridad. La caridad es el alma de todo apostolado y nos urge. No imponemos con la fuerza, sólo proponemos con el bálsamo del amor y del respeto. El apostolado es, pues, llevar el mensaje de Cristo a nuestro alrededor, dando razón de nuestra fe.
En cada eucaristía Jesús nos entrega su mensaje, vivo en la Liturgia de la Palabra y en la Comunión. Es el derramamiento al exterior de nuestra vida espiritual e interior. En cada eucaristía Jesús nos llena de su gracia y amor y vamos al apostolado a dar de beber esas gracias a todos los sedientos.
Es poner a las personas delante de Jesús para que él las ilumine, las cure, las consuele, como hicieron aquellos con el paralítico que llevaron en una camilla. El encuentro con Jesús en la eucaristía nos debería comprometer a ir trayendo a las personas a este encuentro con Jesús. La misa acaba con este imperativo latino: “ite, missa est”. Es una invitación al apostolado. Missus quiere decir “enviado”.
El apostolado debe ser el fruto de la eucaristía, el fruto de la liturgia. Es como si se dijera: “id, sois enviados, vuestra misión comienza”. El apostolado debe brotar de la misa y a ella debe retornar. Es decir, debemos salir de cada eucaristía con ansias de proclamar lo que hemos visto, oído, sentido, experimentado, para que quienes nos vean y escuchen estén en comunión con nosotros y ellos se acerquen a la eucaristía.
Y al mismo tiempo debemos volver después a la eucaristía para hablar a Dios, traer aquí todas las alegrías y gozos, angustias, problemas y preocupaciones de todas aquellas gentes que hemos misionado. Todos sabemos que el fin último del apostolado es la glorificación de Dios y la santificación de los hombres.
Este fin es el mismo que el fin de la liturgia y de la eucaristía o misa, que es el sol y el corazón de la liturgia. Si esto es así, la misa nunca termina, sino que se prolonga ininterrumpidamente. El apostolado hace que la misa se prolongue. Porque en todas partes, durante las 24 horas del día se está celebrando una misa. Ese Sol de la eucaristía nunca experimenta el ocaso.
Ese Corazón de la eucaristía nunca duerme, siempre está vigilando y palpita de amor por todos nosotros. ¿Cómo vivir entonces cada eucaristía? Con muchas ansias de alimentarnos para tener fuerza para el camino de nuestro apostolado; con mucha atención para escuchar el mensaje de Dios a través de la lectura, para después comunicarlo en el apostolado; con espíritu apostólico, pues cada misa debe traernos, si no en persona, al menos espiritualmente a nuestro lado, a todos aquellos que vamos encontrando en nuestro camino.
Por tanto, ya en cada misa estamos haciendo apostolado. Colocamos a esas personas en la patena del sacerdote, las encomendamos en la Consagración y pedimos por ellas en la Comunión. A ellas, Cristo les hará llegar los frutos de su Redención eterna. Pidamos la misma pasión por la almas de san Pablo, de san Francisco Javier, que no nos deje tranquilos hasta ver a todos los hombres conquistados para Cristo, y valoremos la misa como medio para salvar almas y prepararnos para el apostolado e incendiar este mundo. ¡Incendiemos no sólo el Oriente, sino también el Occidente, el Norte y el Sur, el Este y el Oeste!
La vida crece silenciosamente en el oscuro seno de la tierra y en el seno silencioso de la madre. La primavera es una inmensa explosión, pero una explosión silenciosa. Dios fue silencioso durante muchos siglos, y en ese silencio se gestaba la comunicación más entrañable: el diálogo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Qué es el silencio?
Es esa capacidad interior de saber estar reposado, calmado, controlando y encauzando los sentidos internos y externos. Es esa capacidad de callar, de escuchar, de recogerse. Es esa capacidad de cerrar la boca en momentos oportunos, de calmar las olas interiores, de sentirse dueño de sí mismo y no dominado o esclavo de sus alborotos.
Uno de los males de la actualidad es el aburrimiento, que se origina de la incapacidad del hombre de estar a solas consigo mismo. El hombre de la era atómica no soporta la soledad y el silencio, y para combatirlos echa mano de un cigarrillo, una radio, la televisión, y para evadirse del silencio se echa ciegamente en brazos de la dispersión, la distracción y la diversión.
¿Para qué sirve el silencio?
Es muy útil para reponer fuerzas, energías espirituales, calmarse, para encontrarnos con nosotros mismos, para conocernos mejor, más profundamente. Es imprescindible para ser creativos. Todo artista, científico, pensador, necesita desplegar en su interior un gran silencio para poder generar percepciones, ideas, creaciones. Los grandes genios del arte y de la literatura fueron hombres que dedicaban mucho tiempo al silencio. Y de esos momentos de silencio brotaron las grandes obras. Es lo que llamamos el silencio creador, fecundo, productivo. Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios.
Jamás le escucharemos si estamos sumergidos en el oleaje de la palabrería, dispersión, agitación. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma. Así lo dice santa Teresa de Jesús: “Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas –en fin, como para tal Señor-, y que sois vos parte de que aqueste edificio sea tal, como a la verdad lo es (que es ansí, que no hay edificio y de tanta hermosura como un alma limjpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio está este gran Rey y que ha tenido por bien ser vuestro Padre y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón” (Camino de perfección, 28, 9).
Y san Juan de la Cruz nos susurra al oído: “El alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas con la afición y la voluntad, y entrar dentro de sí mismo con sumo recogimiento. Las cosas han de ser para ella como si no existiesen...Dios, pues, está escondido en el alma y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿A dónde te escondiste?” (Cántico espiritual, 1, 6).
¡El valor del silencio!
Las grandes decisiones en la vida nacieron de momentos de silencio. Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce desintegración y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia. Hay diversas clases de silencio. Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.
Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas y de personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se consigue silencio exterior. Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones., memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio interior es más difícil, pero imprescindible para oír a Dios e intimar con Él. Los enemigos del silencio son la dispersión, el desorden, la distracción, la diversión, la palabrería, la excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el frenesí, el ruido.
¿Qué relación hay entre eucaristía y silencio?
El mayor milagro se realiza en el silencio de la eucaristía. Las más íntimas amistades se fraguan en el silencio de la eucaristía. Las más duras batallas se vencen en el silencio de la eucaristía, frente al Sagrario. La lectura de la Palabra que se tiene en la misa debe hacerse en el silencio del alma, si es que queremos oír y entender. El momento de la Consagración tiene que ser un momento fuerte de silencio contemplativo y de adoración.
Cuando recibimos en la Comunión a Jesús ¡qué silencio deberíamos hacer en el alma para unirnos a Él! Nadie debería romper ese silencio. Las decisiones más importantes se han tomado al pie del silencio, junto a Cristo eucaristía. ¡Cuántas lágrimas secretas derramamos en el silencio! Juan Pablo II cuando era Obispo de Cracovia pasaba grandes momentos de silencio en su capillita y allí escribía sus discursos y documentos. ¡Fecundo silencio del Sagrario!
Así lo narra Juan Pablo II en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “En la capilla privada no solamente rezaba, sino que me sentaba allí y escribía...Estoy convencido de que la capilla es un lugar del que proviene una especial inspiración. Es un enorme privilegio poder vivir y trabajar al amparo de este Presencia. Una Presencia que atrae como un poderoso imán...” .
Preguntemos a María si el silencio es importante. El silencio de la Virgen no es un silencio de tartamudez e impotencia, sino de luz y arrobo...Todos hablan en la infancia de Jesús: los ángeles, los pastores, los magos, los reyes, Simeón, Ana la Profetisa...pero María permanece en su reposo y sagrado silencio. María ofrece, da, recibe y lleva a su Hijo en silencio. Tanta fuerza e impresión secreta ejerce el silencio de Jesús en el espíritu y corazón de la Virgen que la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio.
La amistad es crear lazos de unión con alguien. Y los lazos no se rompen. Unen de tal manera que ambos forman una sola unidad de corazones. Un amigo debe ser la mitad de nuestra alma. Si nos faltara nos moriríamos, pues nos han quitado algo de nosotros mismos. La amistad es un afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato. La amistad tiene sus frutos.
En la amistad encontramos refugio y apoyo, la amistad enriquece, fortalece y ensancha el corazón del hombre y le hace invencible ante la adversidad; la amistad dignifica y alegra nuestra existencia. La amistad se apoya sobre estos cimientos: sinceridad, generosidad, afecto mutuo. Una amistad cimentada sobre la simulación, el engaño, el egoísmo estaría siempre condenada al fracaso. ¿
Por qué hay personas sin amigos?
Varias son las causas: Nuestra extrema timidez, por temor a que los demás no nos acepten y porque en los primeros años de la vida nuestros padres y educadores no nos entrenaron para la vida social.
Nos sentimos inferiores, nuestra autoestima está baja y creemos que los demás no van a encontrar en nosotros nada digno de aprecio, y esto nos hace meternos en nuestro enclaustramiento y nos impide desbordarnos en forma afectuosa y confiada sobre los demás. Por egoísmo, mezquindad. Sólo buscamos recibir sin dar, y cuando damos, lo hacemos a cuentagotas. Por soberbia, orgullo, altanería, quisquillosidad. Por todo esto, hay personas que con su actitud, sus modales, su lenguaje, sus gestos, repelen y los demás los esquivan.
¿Qué cosa favorece una buena amistad?
Una personalidad comunicativa y amable; temperamento jovial, alegría contagiosa, bondad y sinceridad, deseo de hacer el bien, preocuparse por los problemas de los demás, la generosidad, cortesía, cordialidad, respeto, reciprocidad en afectos y sentimientos
La amistad no es lo mismo que compañerismo, simpatía y camaradería. Es respeto al amigo, permitiéndole ser él mismo y procurar su bien, como si de nosotros mismos se tratara.
Martín Descalzo dice que en la amistad hay que dar el uno al otro lo que se tiene, lo que se hace, lo que se es.
Por eso ser un buen amigo y encontrar un buen amigo son las dos cosas más difíciles del mundo, porque supone la conversión de dos egoísmos en la suma de dos generosidades.
Cristo en la eucaristía es nuestro mejor amigo, y hay que hacer esta experiencia.
¿Cómo? Visitándolo, estando ratos cortos y largos con Él, contándole nuestras vidas con sus luces y sombras, abriéndole nuestro corazón, escuchando sus palabras en el silencio de la intimidad
Por eso debemos insistir mucho en las visitas a Cristo en las iglesias. Ojalá también pasemos junto a Él momentos de intimidad en las noches de oración, noches heroicas, adoraciones, Horas Santas, pues son momentos para crecer en nuestra amistad con Jesús.
Jesús en la eucaristía tiene todos los rasgos de un verdadero amigo. Nos respeta tal como somos. No pretende adueñarse de nuestra voluntad. Respeta nuestra libertad. Es sincero y franco. Nos dice todo sin rodeos, sin doblez, sin mentira, sin traición. Es generoso, se dona completamente, no se reserva nada. Está siempre y a todas horas para sus amigos. No tiene horarios de atención. Acepta nuestros fallos, defectos, limitaciones, sabiendo disculpar y perdonar. Quiere dar y recibir.
EUCARISTÍA Y SUFRIMIENTO
Jesús ha sido, es y será el varón de los dolores: rechazado, perseguido, incomprendido, criticado, atacado.
¿Cuáles son los sufrimientos que experimenta Cristo en la eucaristía?
El abandono de muchos que no vienen, que no lo visitan, que no lo reciben en la comunión. La profanación brutal de quienes entraron en las Iglesias, saquearon, rompieron, abrieron Sagrarios, tiraron y pisotearon las Hostias consagradas. Los sacrilegios de quienes comulgaron sin las debidas disposiciones del alma, es decir, estando en pecado grave. Las distracciones de tantos cristianos que vienen a misa y están mirando quién entra, quién sale, quién pasa. La falta de unción, delicadeza de los sacerdotes que no celebran la misa con fervor, con atención, pues la celebran con prisa, rápidamente, tal vez omitiendo una lectura, el sermón. Iglesias destartaladas, llenas de polvo, manteles sucios, cálices en mal estado.
Comuniones en manos sucias, partículas consagradas que se pierden, donde está también todo entero Jesús Eucaristía. Gente que habla durante la misa o en alguna otra ceremonia litúrgica. Sufrimientos porque no hay sacerdotes que puedan celebrar la eucaristía en tantos pueblos. Burlas, risas, carcajadas de gente sin fe, sin respeto, irreverentes.
¡Lo que no ha sufrido Jesús a lo largo de estos veintiún siglos! ¡Cómo le gustaría a Él salir, airearse, gritar que nos ama! Y sin embargo está encerrado, en silencio, como el eterno prisionero.
¿Cómo sufre Jesús estos atropellos?
Con paciencia y en silencio, al igual que cuando Judas en la pasión llegó y lo besó con beso traicionero y los enemigos lo atacaron, lo escupieron, lo golpearon. Él nada dijo, calló y sufrió en silencio. Así también ahora en la eucaristía sufre todas estas ofensas con gran paciencia, esperando que algún día valoremos y respetemos en su justa medida este Sacramento del Altar.
Sufre también con amor. Quiere ganarnos a base de amor, atrayéndonos con lazos de amistad. Este amor es un amor de entrega, de sacrificio.
Y con dolor. Sufre una vez más su pasión y muerte
¿Por qué y para qué sufrir?
El problema está en sufrir sin sentido. Y es este sufrimiento sin sentido el que escuece y levanta las rebeldías, a veces hasta las alturas de la exageración. Y hay quienes se cierran a cal y canto, y reaccionan ciegamente en medio de un resentimiento total y estéril en que acaban por quemarse por completo
¿Qué hacemos con el dolor?
Está la actitud de quienes lo quieren eliminar. De hecho, la medicina busca este objetivo. El sufrimiento físico que se pueda eliminar, no está mal
Asimilarlo. Para participar con Cristo en la redención. “Sufro en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”. Como Job, que después de todas las luchas, ya no formula preguntas, ni defiende su inocencia, sino que queda en silencio, dobla las rodillas y se postra en el suelo hasta tocar su frente con el polvo, y adora: “Sé que eres poderoso, he hablado como un hombre ignorante. Por eso retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza” (Job 42, 1-6)
Está claro: adorando, todo se entiende. Cuando las rodillas se doblan, el corazón se inclina, la mente se calla ante enigmas que nos sobrepasan definitivamente, entonces las rebeldías se las lleva el viento, las angustias se evaporan y la paz llena todos los espacios de nuestra alma.
EUCARISTÍA Y SOLEDAD
Solemos pensar que la soledad es una situación humana dolorosa y triste de la que hay que huir a como dé lugar. Sin embargo, el hombre puede convertirla en una situación fecunda para el alma. Así la soledad no se convertirá en un oscuro túnel, sino en una oportunidad bella para el encuentro con Dios.
Hay varios tipos de soledad.
Soledad física, la ausencia total de compañía humana que puede sufrir una persona en determinadas circunstancias, o la ausencia momentánea o definitiva por haber muerto determinada persona que nos resultaba muy querida. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre esta soledad física, cuando nadie lo visita! Pienso en aquellas iglesias cerradas, o en las abiertas, donde apenas entra un vivo.
Ya Jesús en su vida terrena sufrió esta soledad en Getsemaní y en el Calvario. María también experimentó esta soledad física al perder a su Hijo en el templo, y después en la Cruz.
¡No dejemos solo a Jesús en la eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. Él sufre y experimenta esta soledad y yo puedo hacerle más llevadero ese sentimiento humano.
Podemos llenar esta soledad de Cristo con nuestra compañía íntima.
Existe también la soledad psicológica, que consiste en sentir o percibir que las personas que nos rodean no están de acuerdo con nosotros o no nos acompañan con su espíritu. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre también esta soledad! Percibe que alguno de nosotros no está de acuerdo con su mensaje, hace lo contrario de lo que Él enseña, en su Evangelio. O están sí, pero fríos, inactivos, inconscientes, distraídos, dispersos. Por lo mismo están en otra cosa.
Ya en su vida terrena Jesús sufrió esta terrible soledad psicológica. ¡Cuántos de los que lo acompañaban no estaban de acuerdo con Él y discutían: fariseos, saduceos, jefes. O incluso sus mismos apóstoles no lo acompañaban en todo. Tenían otros anhelos y ambiciones muy distintas a los de Jesús.
María también experimentó esta soledad psicológica, sobre todo en la pasión y muerte de su Hijo. Se daba cuenta de que la mayoría no había captado como Ella la necesidad de la muerte de Jesús. ¿Dónde están los curados? ¿Dónde están los frutos de la predicación de mi Hijo? ¡Ni siquiera los Apóstoles captaron el sentido de la misión de su Hijo! Hagamos más suave esta soledad de Jesús teniendo en nuestro corazón esos mismos sentimientos.
Está también la soledad espiritual, que es la que experimenta el alma frente a las propias responsabilidades en las relaciones con Dios. Es la soledad que uno siente frente a Dios; es la soledad de quien sabe que sólo él y nadie más que él debe responder un “sí” o un “no” libres ante Dios.
Aquí en la eucaristía Jesús sufre también esta soledad. Solo Él sabe que debe quedarse aquí para siempre. Debe afrontar solo Él todos los agravios, sacrilegios, profanaciones. Él sabe y sólo Él, quien debe estar vigilante las veinticuatro horas del día, los treinta días del mes, los doce meses del año. ¡Él tiene que responder!, nadie puede sustituirlo. Independientemente que le hagamos caso o no. En su vida terrena Jesús experimentó esta soledad espiritual. Hasta parecía que su mismo Padre lo dejó solo. Y María misma sufrió esta soledad.
Aunque es verdad que a veces la situación de soledad puede dar la impresión de tristeza o sufrimiento, tengamos la seguridad de que dicha soledad está llena de Dios, si la unimos a la soledad de Cristo.
¿Cómo deberíamos vivir esta soledad?
Con amor y confianza. Dios es nuestra compañía segura; con serenidad. No tiene que ser soledad angustiosa, turbada, sino serena. Debemos vivir la soledad también con reflexión. Es un momento para reflexionar más, rezar más. Nos capacitaría para después salir con más riqueza y repartirla a los demás
Oración
Jesucristo Eucaristía, no queremos dejarte solo aquí en el Sagrario. Queremos hacer de tu Sagrario, nuestro lugar de recreación, de gozo profundo, de compañía íntima. Queremos llenar tu soledad con la música deliciosa y serena de nuestro corazón.
¡Qué pobres serían nuestras vidas sin tu compañía!
EUCARISTÍA Y MARTIRIO
Uno de los objetivos del Año Santo fue el recuerdo de los mártires. ¿Cuántos han sido mártires de la eucaristía? Todos conocemos al niño Tarsicio. Es el año 302, en plena persecución del emperador Diocleciano. En Roma, un niño, de nombre Tarsicio, asiste a la eucaristía en las catacumbas de San Calixto. El papa de entonces le entrega el Pan Consagrado y envuelto en un lino blanco, para que lo lleve a los cristianos que están en la cárcel (¡era para esa ocasión ministro extraordinario de la Comunión!) que esperan dar pronto su vida por Dios.
¡La eucaristía engendra mártires!
Tarsicio oculta cuidadosamente el Pan Eucarístico sobre su pecho. Solícito se encamina hacia las cárceles. En el camino encuentra a algunos compañeros no cristianos que juegan y se divierten. Al verlo tan serio sospechan que algo importante está guardando. Al descubrir que Tarsicio lleva los “misterios”, el odio estalla en sus corazones y en todos los miembros de sus cuerpos. Con puñetazos, puntapiés y pedradas esos muchachos paganos tratan de arrebatarle lo que él aprieta contra su corazón. Aún herido de muerte no suelta la eucaristía. Providencialmente pasa por el lugar un soldado cristiano llamado Cuadrato y lo rescata. Lo toma en sus fuertes brazos y lo lleva de regreso a la comunidad cristiana.
Allí, ya en agonía, Tarsicio abre sus brazos y devuelve la eucaristía al papa que se la había entregado. Tarsicio muere feliz, pues le ha demostrado a Cristo su propia fidelidad hasta la muerte.
¡La eucaristía engendra mártires!
Para los primeros cristianos la eucaristía estaba unida a la capacidad de martirio. Tanto para Tarsicio como para esos cristianos ya encarcelados, la eucaristía les daba fuerzas para soportar todo dolor y sufrimiento. Es de todos conocido el ejemplo de san Ignacio de Antioquía que decía a sus hermanos cristianos: ”Dejadme ser pan molido para las fieras”.
Y así murió, devorado por las fieras. ¡La eucaristía engendra mártires!
Tenemos también a los famosos mártires de 1934, fusilados en el norte de España, entre ellos san Héctor Valdivielso, argentino. Después de la misa los apresan y los conducen a la cárcel, y a los tres o cuatro días los fusilan. En México muchos sacerdotes en tiempo de la Guerra Cristera de 1926 a 1929, murieron mártires, entre ellos el padre Agustín Pro, porque no obedecieron la orden masónica del presidente Plutarco Elías Calles: “prohibido celebrar la eucaristía y todo culto católico, bajo pena de muerte”.
Y estos sacerdotes desafiaron esta inhumana y atea orden, porque sentían el deber sagrado de honrar a la eucaristía y fortalecer al pueblo. No podían vivir sin la eucaristía. Y murieron mártires. El beato Karl Leisner, ordenado sacerdote en el campo de concentración de Dachau en Alemania, fue apresado y encarcelado. Tenía como lema “Cristo, tú eres mi pasión”.
Celebró su primera y única misa en un barracón del campo de concentración. Sus últimas palabras fueron “Amor, perdón, oh Dios, bendice a mis enemigos”. ¡La eucaristía engendra mártires! ¿Por qué la eucaristía da fuerzas para el martirio? Porque en la eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que murió mártir, y que nos llena de bravura, de fuerza para afrontar cualquier situación adversa.
Quien comulga con frecuencia tendrá en sus venas la misma Sangre de Cristo, siempre dispuesta a entregarla y derramarla cuando sea necesario por la salvación del mundo. Si hoy claudican tantos cristianos, si hay tanto miedo en demostrar que somos cristianos, si hay tanto cálculo, miramiento, cobardía en la defensa de la propia fe, si hoy se pierde con relativa facilidad la propia fe y se duda de ella o se pasa a sectas, ¿no será porque nos falta recibir con más conciencia, fervor y alma pura la eucaristía? El efecto número uno de la eucaristía es la capacidad de sufrir cualquier cosa por Cristo.
EUCARISTÍA Y MATRIMONIO
Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un poco la maravilla del matrimonio. Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre el anhelo de la unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza, consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos. El matrimonio no es una institución puramente humana
. Responde, sí, al orden natural querido por Dios. Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión noble de procrear y continuar la especie humana. El matrimonio, de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para cumplir sus deberes de esposos y padres de familia. Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el “casarse por Iglesia” hace que esa comunidad de vida y de amor sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.
Por su misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales: la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta que la muerte los separe”. No olvidemos que los ministros del Sacramento son los mismos contrayentes. El sacerdote sólo recibe y bendice el consentimiento.
¿Qué relación tiene el Sacramento de la eucaristía con el del Matrimonio?
La eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es el sacrificio del cuerpo entregado, de la sangre derramada. Todo Él se da: Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión, el cuerpo que hay que comer y la sangre que hay que beber. Y comiendo y bebiendo esta comida celestial, tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en los Sagrarios para ser consuelo y aliento. El matrimonio también es sacrificio, comunión y presencia.
Es el sacrificio en que ambos se dan completamente, en cuerpo, sangre, alma y afectos. Y si no hay sacrificio y donación completa, no hay matrimonio sino egoísmo. El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión, son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla. El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es presencia continua del amor de Dios con su pueblo. El amor es esencialmente darnos a los demás.
Lejos de ser una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es necesario desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final. Este despojarse de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto de la felicidad.
Para consultar temas de catequesis en audio: http://es.catholic.net/catequistasyevangelizadores/884/3074/
PARTICIPACIÓN EN EL FORO:
¿Por qué es tan importante el silencio para encontrarnos con Dios?
¿Cómo debemos manejar el sufrimiento de cara a la Eucaristía?
¿Por qué podemos llamar a Maria “Nuestra señora del Santísimo Sacramento?
¿Por qué la Eucaristía da fuerzas para el martirio?
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA / ARTÍCULOS DE APOYO:
- Libro La Eucaristía: http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=536 - Carta del Papa a los Obispos sobre "Summorum Pontificum" La Carta de Benedicto XVI a los obispos de todo el mundo sobre el Motu Proprio Summorum. Referente al misal de Juan XXIII: http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=32311
- Ecclesia De Eucharistia http://www.es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=19
- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar http://www.es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=407
- Sacrosanctum Concilium (Constitución Dogmática del Vaticano II para la Liturgia) http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15820
- Redemptionis Sacramentum Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15820
- Dies Domini ( Carta apostólica JPLL sobre la santificación del domingo) http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15821