Capítulo IX. La siempre Virgen.


1. Introducción.

La maternidad de María, tal como fue realizada y revelada por Dios, es totalmente excepcional, milagrosa e irrepetible, porque es una maternidad virginal. Es decir, la Madre de Jesús es totalmente y siempre Madre-Virgen. Es, además, una maternidad divina, no sólo porque Dios ha intervenido directa y extraordinariamente con su acción en toda la generación del Hijo, sino especialmente porque el término, o sea el Hijo engendrado virginalmente por Ella, es la Segunda Persona de la Trinidad. Esta es la fe de la Iglesia, que se condensa en la antíquisima fórmula: «Virgen antes del parto, en el parto y después del parto». Pablo VI en el “Credo de Dios” ha reafirmado este dogma (nº 14).

Así como antes se ha afirmado el carácter real y verdadero de la maternidad de María, la Iglesia sostiene también la virginidad auténtica de la Madre de Jesús. El papa Juan Pablo II ha reiterado repetidamente el sentido fuerte de la virginidad de María. Es un hecho que afecta tanto a sus sentimientos, afectos y pensamientos (virginitas spiritualis) como su cuerpo (virginitas physica).

2. Sentido teológico de la virginidad de María.


n Si desde un punto de vista científico se entiende por virginidad la integridad corporal de una persona que no ha tenido comercio sexual; desde una perspectiva neotestamentaria, la virginidad comporta la entrega total de la persona, alma y cuerpo, mente y corazón a Jesucristo. Es un don brindado por el Señor, no impuesto (Mt 19,11), que supone una llamada y una elección previas, que consagra a la persona al servicio de Dios. Esta donación de la persona comporta:

1. la virginidad del cuerpo, es decir afecta a la corporalidad. Esta integridad inviolada es, como dicen los teólogos, el elemento material de la virginidad. Tal integridad corporal plena no debe ser considerada como algo accidental o secundario al hecho mismo de la virginidad; es, por el contrario, elemento esencial e imprescindible.

2. la virginidad del alma, o sea, la decisión consciente y libre de pertenecer exclusivamente a Dios y apartar todo aquello que atente a la castidad perfecta. Presupone y requiere no sólo la total integridad física de la mujer -como mera realidad biológica-, sino la voluntad de conservar siempre la integridad.

n Esta entrega con corazón indiviso constituye el elemento formal e intencional de la virginidad. Si tal entrega tiene por motivo una razón sobrenatural -propter regnum caelorum (Mt 19,12)- entonces la virginidad, del cuerpo, de los sentidos y del alma, adquiere un sentido trascendente y sobrenatural.

n De aquí que la integridad corporal haya de ser fruto y consecuencia de la virginidad del alma; ésta es la que da sentido, valor y mérito a la virginidad corporal, que no resulta entonces una renuncia ni una negación, sino «una afirmación gozosa» donde «el querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto; procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor».

n La doctrina católica sobre la virginidad de María incluye indiscutiblemente la corporalidad. Paulo IV censura como contrarias a «los fundamentos de la fe» proposiciones de los unitarios, que «afirmaron que (nuestro Señor) no fue concebido del Espíritu Santo en el seno de la bienaventurada y siempre Virgen María, sino como los demás hombres de la semilla de José... y que la misma Virgen María... no perseveró siempre y perpetuamente después del parto».

n Por tanto, lo que la Iglesia enseña como verdad revelada sobre la virginidad de María es lo siguiente:

a) la absoluta y perpetua integridad corporal de la Virgen;

b) su virginidad de alma, es decir, la plena y exclusiva unión esponsal de su alma con el Señor. Dice Pío IX, es «más santa que la santidad y sola santa y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad».

n Este dogma de la fe católica supone que:

1. María concibió milagrosa y virginalmente por el poder omnipotente de Dios, por lo que Jesús no tuvo padre humano;

2. Dio a luz sin perder su virginidad en el nacimiento de su Hijo;

3. María, después del nacimiento de Cristo, permaneció virgen durante toda su vida terrestre.
3. Fundamentación escriturística.

1. Is 7,14. Las formas verbales «concebirá» y «dará a luz» se aplican al mismo sujeto: la virgen. Por tanto, «ambas palabras se refieren al sustantivo virgen con el mismo sentido de presencialidad». Para muchos teólogos en este versículo se afirma tanto la concepción, como el parto virginal.

2. Mt 1,18-24 narra expresamente el modo como Jesús fue concebido. La concepción se realizó virginalmente, sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo: es la virginidad antes del parto. En 1,23 dice que se ha cumplido la profecía de Isaías (7,14), sobre una virgen-madre que engendrará y dará a luz al Enmanuel.

3. Lc 1, 26-33 narra la Anunciación de María. Ella, ya desposada con José, era virgen; y el modo como ha de concebir es por la virtud del Espíritu Santo, no por obra de varón.

4. Lc 1,34 nos ofrece la pregunta de María a San Gabriel cuando le anuncia la concepción del Hijo de Dios. Las palabras de la Virgen revelan su firme y decidido propósito de mantener consagrada a Dios su virginidad. Si tal era la voluntad deliberada de María aun antes de concebir al Hijo de Dios, y esa actitud era fruto de la gracia, se debe admitir que, después de ser Madre de Dios, conservase con fidelidad su virginidad santificada. Tampoco sería inteligible de parte de Dios el que hiciera dos portentosos milagros para conservar la virginidad de su Madre en la concepción y en el parto, si tal integridad no se hubiera de conservar.

5. Lc 1,35b: “lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios”. El «nacer santo» implica la ausencia de contaminación y, más en concreto, de la contaminación de la efusión de sangre que hacía impura a la mujer. Por tanto, cuando el ángel dice esto está indicando que el parto será virginal.

6. Lc 2,7 relata el nacimiento con una delicada insinuación sobre el parto milagroso, cuando nos refiere que María misma al dar a luz presta inmediatamente a su Hijo, sin ayuda de nadie, los primeros cuidados, que se reducen a abrigarlo y dejarlo sobre el pesebre. Son indicios muy significativos de que el parto ha sido milagroso según algunos Padres de la Iglesia.

7. Jn 1,13. Si aceptamos la lectura singular este versículo se aplica directamente a Cristo, de quien se dicen tres negaciones. Las dos últimas -ni de la voluntad de la carne, ni del querer de hombre- «se refieren, por exclusión, al modo en que el Verbo tomó carne en María. En el proceso de la encarnación no tuvo parte ningún deseo-instinto sexual... ni por parte del hombre. La única paternidad respecto a Jesús fue la de Dios (sino de Dios)». Se afirma, por tanto, la concepción virginal de Cristo. La primera negación -no de las sangres- da a entender que en el momento del alumbramiento del Niño, no hubo derramamiento de sangre en la madre. El hagiógrafo sostiene de forma velada, pero clara que el parto fue virginal.

8. Jn 19,25ss. En el Calvario Jesús agonizante confía María a su discípulo amado, Juan. Este hecho ha sido considerado por los Padres como una constatación sensible de que María no tuvo ningún otro hijo, pues sería extraño, en tal caso, la petición de Cristo a Juan. El testamento de la Cruz es una prueba implícita de la perpetua virginidad de María.

Algunas dificultades exegéticas.

1. San José es designado en los Evangelios como «padre» de Jesús (Lc 2,27.23.41-48; Mt 13,55). Todos estos textos no contradicen la afirmación de los mismos evangelistas sobre la concepción virginal de Jesús. Manifiestan solamente la verdadera paternidad legal de San José y la opinión natural de los conciudadanos del Señor. Por ello San Lucas tiene buen cuidado en aclarar en otro texto que «tenía Jesús unos treinta años, hijo, según se creía, de José» (Lc 3,23).

2. Ciertos textos de la Sagrada Escritura podrían ser interpretados a primera vista como contrarios a la virginidad de María después del nacimiento de Cristo. En ellos se han apoyado, a veces, quienes la negaron; de aquí que sea conveniente recogerlos y dar una explicación de ellos. Generalmente, la clave de la dificultad y de una recta interpretación de estos textos está en que son giros o modismos hebreos, cuya versión literal a los idiomas occidentales no traduce exactamente el genuino sentido del semitismo oriental.


a) En Mt 1, 18.25. Los términos convivir y conocer, para algunos autores, tienen sentido específicamente conyugal. La frase «antes de que conviviesen» nos revela claramente la concepción virginal de Cristo sin obra de varón, pues tiene el sentido de «sin haber convivido conyugalmente». Pero no significa en modo alguno que después convivieran; es un modo semita de expresión con el único sentido cronológico de referencia del nacimiento de Jesús. Ya San Jerónimo lo explica diciendo: «De ahí no se sigue que después cohabitaran; sino que la Escritura se limita a decir solamente lo que no sucedió». La misma respuesta hay que dar al texto «no la conoció hasta que dio a luz un hijo». La expresión hasta que se usa frecuentemente en la Sagrada Escritura con sentido de término final y no implica nada posterior.

b) Los evangelistas de la infancia denominan a Jesús, hijo primogénito. La expresión designa al primer hijo en sentido técnico-legal, prescindiendo si después le siguen o no más hijos. Según la Ley de Moisés, el primer hijo era propiedad de Yahweh y debía ser rescatado. Así se hizo con Jesús en la presentación en el Templo. El primogénito pasaba a ser cabeza de familia a la muerte del padre con especiales derechos patrimoniales. Todo ello explica que los evangelistas destaquen el carácter legal de Jesús como primogénito y depositario de los derechos como «hijo de David». San Jerónimo respondía a esta dificultad diciendo: «es el estilo de las Escrituras designar con el nombre de primogénito, no al que más tarde tenga hermanos y hermanas, sino al que nació primero». Por eso mismo San Jerónimo concluye en síntesis: «todo hijo único es primogénito, aunque no todo primogénito sea hijo único».

c) Una tercera dificultad exegética proviene de las numerosas alusiones que el N.T. hace a los hermanos de Jesús. En efecto, los cuatro evangelistas, los Hechos de los Apóstoles y San Pablo hablan expresamente de los hermanos y las hermanas del Señor. La dificultad que presentan dichos textos es en realidad inconsistente, porque:

1º la palabra hebrea hermano (´ah) - ´aha´ en arameo- designa entre los semitas, diversos grados de parentesco;

2º aunque en griego se distingue semánticamente hermano (adelfos) de primo (anepsios), cuando los hagiógrafos escriben, respetan la mentalidad hebrea y utilizan el mismo término (adelfos); en esto siguen la tradición de los LXX, que pudiendo haber distinguido en su versión griega ambos términos y emplear las palabras correctamente prefirieron permanecer fieles al modelo hebreo, a pesar de la posible confusión;

3º jamás se dice en ninguno de esos textos que tales «hermanos» fuesen hijos de María;

4º Santiago y José, que se designan «hermanos de Jesús», son, como consta por San Mateo y San Marcos, hijos de otra María, distinta de la Madre de Jesús, de la que San Juan dice que era la mujer de Cleofás.

5º Algún exegeta opina que la expresión «hermanos de Jesús» que aparece en los Evangelios y en las epístolas paulinas no se refiere a un conjunto de personas relacionadas por vínculos de la sangre, sino es más bien un grupo religioso imbuido de ideas mesiánicas en torno a Jesús.

4. Desarrollo histórico de la virginidad de María.

n Haciendo un resumen de la tradición eclesiástica hasta el año 200, se puede decir que la «concepción virginal activa fue considerada por la Iglesia como un indiscutible patrimonio doctrinal y fue puesta al servicio de la defensa de la divinidad del Redentor», a pesar de que «esté en cierto sentido en la encrucijada de todas las controversias y debates teológicos del siglo II e incluso del período siguiente». En efecto, los Padres defienden la virginidad de Santa María, a pesar de que su defensa pueda resultar incómoda en su controversia con los gnósticos y docetas.

n La virginidad de María se contiene también en todos los primitivos Símbolos de fe. En el antiquísimo Símbolo Apostólico redactado por San Hipólito (+235) se afirma que «¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació del Espíritu Santo y de María Virgen?».

n La fórmula romana antigua que es contemporánea a la de San Hipólito, induce a sostener que, en los Símbolos, se distingue el momento de la concepción y del parto, pues «concebido» y «nacido» son dos afirmaciones distintas: la primera se refiere a la generación virginal y la segunda al parto.

n El Símbolo de San Epifanio (a.374) antepone y añade el «siempre-virgen» (aeiparthenos), con sentido de plenitud y perpetuidad (Dz 44).

n También en este siglo IV comienza a utilizarse la fórmula ternaria: «antes del parto, en el parto, después del parto», para contrarrestar la doctrina de algunos herejes que negaban especialmente esto último.

n En efecto, algunos Padres salieron en defensa de la perpetua virginidad de María ante doctrinas que se propalaron a mediados del siglo IV. En concreto se pueden citar a la secta de los antidicomarianitas en Arabia; a Helvidio en Roma y a Bonoso obispo de Iliria. Estos errores provocaron una reacción en defensa de la virginidad; San Epifanio escribió contra los primeros, San Jerónimo contra Helvidio y San Ambrosio contra Bonoso.

n El papa León Magno en su célebre Epístola Dogmática a Flaviano, patriarca de Constantinopla, contra la herejía monofisita, formula la fe católica sobre la virginidad de María en la concepción y en el parto de Cristo (Dz 291-294).



Entre los textos magisteriales posteriores al de Calcedonia cabe hacer una mención especial, entre otros a los siguientes:

n El Concilio II de Constantinopla (a.553), que en sus cánones incluye la fórmula aeiparthenos utilizada en el Símbolo de San Epifanio.

n La profesión de fe del papa Pelagio (a.557) que confiesa tanto la concepción virginal como la virginidad en el parto.

n El Sínodo Romano o Lateranense del año 649, presidido por el papa San Martín I (Dz 503).

n En el siglo VII debemos mencionar de manera especial a San Idelfonso de Toledo (+667) que se distingue por su apasionada devoción a Santa María y por la eximia defensa de su virginidad perpetua. Escribió el conocido tratado De Virginitate perpetua Sancte Mariae contra infideles, que es la primera obra de Occidente dedicada por entero a ensalzar las perfecciones marianas y en especial su virginidad. Según algunos autores, San Idelfonso es solidario en este libro al pensamiento de San Agustín, San Isidoro y quizá de las traducciones latinas de San Efrén el Sirio.

n El Concilio XI de Toledo (a.675) recoge en su Símbolo la siguiente doctrina (ver Dz 533).

n También los Concilios Ecuménicos IV de Letrán y II de Lyon profesan y defienden la perpetua virginidad de María (Dz852).

n El año 1555 el papa Paulo IV sale al paso a los errores difundidos por algunos protestantes mediante la bula Cum quorumdam. En ella se condena a los que afirman que la beatísima y siempre virgen María no concibió por obra del Espíritu Santo, sino como los demás hombres del semen de José... (Dz 1880).

n Clemente VIII da la explicación auténtica del misterio de la virginidad en el Motu propio Patoralis Romani al declarara el tercer artículo del Credo.

n Los Racionalistas del siglo XIX y los Modernistas de principios del XX afirmaron que la concepción virginal de Jesús es un mito cristiano surgido por influencias paganas: helenistas, egipcias o persas. Otros pretendieron fundar esta teoría del mito de la concepción virginal de Jesús en el supuesto entusiasmo mitificador de los primeros cristianos, en su afán de «divinizar» a Cristo (...)Sin embargo, la concepción virginal de Jesús, tal como ha sido enseñada por la Iglesia, difiere diametralmente de todo mito pagano; en las mitologías paganas politeístas no se encuentra jamás la idea de una concepción virginal, sino lo contrario. El concepto mismo y el hecho de la concepción virginal son exclusivamente cristianos. La unánime creencia en la concepción virginal de Cristo no es una verdad que se haya creado progresivamente, sino que aparece clara, fija e inmutable desde el inicio mismo de la Iglesia, y pertenece al contenido de la primitiva fe cristiana.

n En los últimos años han surgido algunas interpretaciones que, por influjo de planteamientos racionalistas, presentan la concepción de Cristo con un sentido meramente «simbólico-religioso»

t Algunos autores han entendido la concepción virginal como simple expresión de «la suma gratuidad del don que Dios nos hizo en su Hijo». Pero decir simplemente que Jesús es el don supremo y más excelso de Dios a los hombres no es afirmar el hecho de que ha sido concebido virginalmente; una cosa es la gratuidad de un don y otra el modo en que ese don nos llega (...)Aunque estas interpretaciones no niegan explícitamente la concepción virginal de Cristo, silencian su sentido más estricto y esencial (...) y presentando la concepción virginal como una mera expresión simbólica de la gratuidad divina, parecen olvidar el realismo biológico que implica esta verdad (...) Estas opiniones buscan vaciar la concepción virginal de su sentido biológico y hacen una dicotomía entre la «concepción virginal», cuyo protagonista es Jesús y la «virginidad biológica», que pertenece a María. En aras de una desmitologización y de una adecuación a la mentalidad moderna, afirman la primera premisa y niegan la segunda.

t Otros autores ponen en tela de juicio la concepción virginal basándose en que el único modo racional de admitir esa concepción es acudir a la partenogénesis. Pero aunque ésta pudiera realizarse, nunca resultaría de ella un varón, sino una mujer, ya que el cromosoma Y no pertenece al genoma femenino. Por tanto, un óvulo virginal nunca posee el cromosoma que origina el sexo masculino. En el fondo de esta teoría hay un pre-juicio de carácter racionalista que lleva a rechazar el poder omnipotente divino, que puede hacer el milagro de engendrar una naturaleza humana que se une al Verbo, en el seno de María Santísima.

n Ante tales interpretaciones incorrectas, salió al paso el papa Pablo VI quien, en carta al cardenal Alfrink sobre los puntos en que el Catecismo holandés «no debe dejar lugar a ambigüedad alguna», cita en primer lugar «cuanto se refiere al nacimiento virginal de Cristo, dogma de fe católica» (...) Igualmente a partir de los años cincuenta de nuestro signo, algunos autores han pretendido «reinterpretar» la virginidad en el parto de modo distinto al sentido mantenido por la tradición eclesial.

t Como postulado de su teoría establecen el siguiente principio: parto virginal sería simplemente el parto normal de una mujer que ha concebido virginalmente; es decir, sin unión natural, sin concurso de varón. Si la concepción -dicen- ha sido virginal en su causa, también el parto -su efecto- será virginal, aunque dicho parto sea natural en su desarrollo y sus consecuencias.

t Apoyan su teoría con la idea de que la permanencia de la integridad orgánica al dar a luz no pertenece a la «esencia» de la virginidad; ésta consiste esencialmente en el firme propósito de excluir toda acción o pasión contraria deliberada y en la ausencia total de unión con el elemento viril.

t Concluyen, por tanto, que el nacimiento de Jesús pudo ser y llamarse «virginal», sin necesidad de creer ni afirmar obligatoriamente que fuese milagro: pudo ser un parto «natural-virginal»

t Ante la posible dificultad de que tal hipótesis pueda no estar en sintonía con los textos de la Tradición y del Magisterio sobre el nacimiento de Jesús, responden diciendo que estas fórmulas de la Tradición y del Magisterio podrían ser simples residuos de conceptos biológicos arcaicos, ya superados; y que, en todo caso, la virginidad en el parto pertenece a las verdades periféricas y secundarias de la fe».

n A estas teorías se pueden oponer las siguientes objeciones:

1. Según la tradición eclesial y la doctrina del Magisterio no basta admitir la sola concepción virginal de Jesús, sino también hay que profesar su virginal nacimiento.

2. Estos autores parecen excluir del concepto de virginidad la integridad física, siendo éste un elemento esencial, como lo hemos afirmado con anterioridad; porque una mujer que da a luz con un parto natural no puede ser considerada estrictamente virgen, aunque haya concebido virginalmente.

3. Según las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, la permanencia de la integridad corporal de María al dar a luz a Jesús no es algo meramente somático, sino que se considera un signo de realidades sobrenaturales. Por eso afirman con frecuencia Talis partus Deum decebat: ése era el parto que convenía a Dios.

4. Además la integridad física, como constitutivo esencial de la virginidad, está explícitamente indicada en el canon 3º del Concilio Lateranense (Dz 533). Ahora bien, es forzar el sentido propio de las palabras y hacer violencia al sentido primario de la frase el que la expresión modal incorruptibiliter no haga referencia a la integridad física, como sostienen algunos autores.

5. En el año 1961, el Santo Oficio (actual Congregación para la Doctrina de la Fe) salió al paso de las doctrinas de algunos autores modernos que tratan del dogma de la virginidad en el parto.

6. En el discurso de Juan Pablo II sobre La Virginidad de María (nº6), 1992, resume la doctrina del Magisterio.

n También en los años recientes del siglo XX, algunos autores, al escribir sobre la virginidad de María después del parto, han utilizado frases más o menos ambiguas, como que «es muy improbable que María tuviera otros hijos» o que «los hermanos y hermanas de Jesús de los que hablan los evangelistas no son necesariamente hijos de José y de María», etc.

n Tales afirmaciones -que al menos relativizan la fe de la Iglesia- lejos de mostrar con claridad el dogma de la perpetua virginidad de María, la ponen en entredicho, presentándola sólo como probable. Lo que significa dejar en el orden de la probabilidad los hechos revelados y la verdad definida.

n La Santa Sede en el año 1968, por medio de la Comisión de Cardenales, urgía y pedía «que el catecismo Holandés proclame abiertamente que la Santísima Madre del Verbo encarnado gozó siempre el honor de la virginidad».

n En Concilio Vaticano II, en L.G. nn. 57 y 63 ha reiterado la misma doctrina.

n Pablo VI, en la Solemne profesión de fe (año 1968) proclama: «Creemos que María es la Madre, que permaneció siempre virgen, del Verbo Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo».

n El papa Juan Pablo II, en el documento que recientemente acabamos de citar, afirma que «en la confesión de fe en la virginidad de la Madre de Dios, la Iglesia proclama con hechos reales que María de Nazaret: (...) dio a luz verdaderamente y de forma virginal a su Hijo, por lo cual después de su parto permaneció virgen; virgen también por lo que atañe a la integridad de la carne»

n El Catecismo de la Iglesia Católica lo resume en los números 496-499.

5. Razones de conveniencia.


De la concepción virginal.

n Siendo la Encarnación del Verbo un misterio, no es posible al entendimiento humano comprender adecuadamente las razones últimas de por qué se realizó virginalmente. Dios no nos ha revelado los motivos de esa concepción virginal (...) Sin embargo, los teólogos han intentado descubrir algunas razones de conveniencia por las que el Verbo tomó carne y se hizo hombre de modo virginal (...) Los mariólogos ven como razones de conveniencia de este misterio:

1. La gratuidad de la Redención; al excluir y suplir Dios la acción humana del varón, queda resaltada la exclusiva iniciativa de Dios en la salvación del hombre;

2. El Salvador no es obra y fruto de los hombre, sino de Dios;

3. Se anticipa y prefigura en la concepción de Cristo el estado definitivo escatológico de los redimidos en el cielo, donde «serán como ángeles de Dios» (Mt 12,25);

4. En la aceptación total de María para concebir, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios se representa y realiza el paradigma de la entrega absoluta y fecunda del hombre a los planes salvíficos de Dios.


Del parto virginal.

n Santo Tomás enseña que «de esta maldición de Eva (concebir con detrimento, gestar con molestias y parir con dolor) se vio libre la Virgen, que concibió sin menoscabo, gestó con contento y dio a luz con gozo al Salvador». Y nos ofrece tres razones de conveniencia para este parto virginal:

1º Siendo el que nace el Verbo de Dios, era conveniente que su nacimiento temporal de una virgen intacta imitase la incorruptibilidad de su nacimiento eterno del Padre;

2º el Verbo, que venía a curar todos nuestros males y corrupciones, no debía, al nacer de su Madre, lesionar su virginidad;

3º el Verbo encarnado que manda honrar a los padres debía, con su nacimiento incorruptible, honrar y santificar a su Madre.

n Sin duda, el parto virginal es consecuencia de la concepción virginal: la que concibió sin concurso de varón, debía dar a luz sin menoscabo de su integridad y sin dolor, del que se hubiera seguido cierta aversión al Hijo, lo cual desdice absolutamente de ese Hijo-Dios y de esa Madre.

De la virginidad después del parto.

n Santo Tomás recoge diversas razones y las resume así:

a) siendo el Unigénito del Padre desde la eternidad, convenía que, en el tiempo, fuese el hijo único de María;

b) lo contrario hubiera sido una injuria para el Espíritu Santo que había elegido y santificado el seno de María como santuario de su acción admirable;

c) hubiera sido indigno de la santidad de María y de José al que también había sido revelado el misterio de su virginal esposa.

6. Relación entre la maternidad divina u la concepción virginal.

n La divina maternidad y la concepción virginal de Jesús no son solamente hechos milagrosos, sino que son verdaderos misterios relacionados. Al menos se advierte de forma inmediata que la relación existente entre ellos es histórica y personal, pues ambos se realizaron en María (...) Pero algunos teólogos se preguntan si no existe entre ellos un nexo más íntimo.

n Los Padres de la Iglesia enseñaron con frecuencia que el Verbo de Dios no podía nacer más que de «madre-virgen» y, viceversa, que una concepción del todo virginal no podía tener por sujeto más que al Hijo de Dios. Tal enseñanza parece superar la mera relación histórica entre ambos misterios y parece insinuar que existe una cierta relación.

n Recientemente el CEC da diversas razones por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres (...) La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios... (nn. 502-507).

7. Sentido de la virginidad en el parto.

n Es un logro positivo de la teología posterior al Concilio Vaticano II haber ahondado en la significación teológica que encierra los hechos salvíficos:

a) En primer lugar, la virginidad in partu tiene un valor de signo: «el hecho exterior del parto virginal era el signo de un hecho anterior, más secreto, la concepción virginal; pero uno y otro, tomados juntos, hacen comprender que Jesucristo, por haber sido engendrado por Dios, era realmente el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito venido del Padre».


b) Tiene asimismo una dimensión soteriológica: Sabemos que las curaciones físicas realizadas por Cristo en su vida pública son señales anticipadas de la nueva vida escatológica que va a conseguirnos con su Redención: una vida que al final será liberada de los sufrimientos y dolores corporales. Igualmente ocurre en el parto virginal: «el modo de entrar el Verbo en el mundo nos hace comprender cuál será el resultado último de su venida a nosotros»; es decir, la protología del nacimiento indoloro de Jesús es signo del nacimiento escatológico de aquellos que han obtenido la salvación por su incorporación a Cristo.

c) La tradición eclesial ha relacionado el modo de entrar Cristo al mundo con su regreso glorioso en la Resurrección. En ambos casos permanecieron intactos los sellos del seno materno y de la tumba.

d) María aparece como prototipo del nuevo Pueblo de Dios, pues en Ella se anticipan los rasgos esenciales -virgen y madre- de la Iglesia, Esposa de Cristo, que engendra y da a luz a sus hijos virginalmente.