El Catecismo de la Iglesia Católica trae consideraciones sobre la Misa, que son tal vez novedosas, pero no son nuevas en la enseñanza de la Iglesia, pero que explican con más claridad el sentido y la grandeza de la Santa Misa, que –como sabemos y siempre se ha dicho- es la oración por excelencia.
Sabemos que la Misa es el sacrificio de Cristo en la Cruz. Pero el Catecismo nos explica que, a pesar que el Misterio Pascual fue un hecho que tuvo lugar en nuestra historia, es distinto a otros eventos históricos. Los demás hechos históricos suceden una vez y después pasan y son relegados al pasado. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #1085)
El Misterio Pascual no puede quedarse sólo en el pasado, porque todo lo que Cristo es y lo que Cristo hizo y sufrió por la humanidad participa de la divinidad eterna, y por eso trasciende todos los tiempos, estando presente en todo momento. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #1085)
Esto es complicado de asumir, porque es un misterio. Pero es sumamente importante, porque el Sacrificio del Calvario no se repite cada vez que hay una Misa. (Esta, por cierto, es una acusación y argumentación que los Protestantes esgrimen erróneamente para atacar la Santa Misa).
Lo de trascender el tiempo significa que en cada Misa “se hace presente el único sacrificio de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica # 1330).
Esto es parte del misterio de la Misa que debe asombrarnos cada día, para que podamos evitar el acostumbrarnos a la Misa y el tomar como un derecho adquirido el estar en Misa cada día. Es un misterio inmenso el que cada Misa no sólo recuerda los eventos que nos trajeron la salvación, sino que –de veras- los hace presente.
Veamos. El sacrificio de Cristo en la Cruz siempre está presente ante el Padre Celestial, porque Dios vive en un eterno presente. Entonces ese evento sacrificial que la Trinidad vive de manera perenne, se nos hace presente en nuestro tiempo y lugar, cada vez que estamos en Misa.
¿Nos damos cuenta, entonces, que en cada Misa estamos en la Ultima Cena, en el Calvario, en el Cielo y en la Misa en que participamos? ¿Nos damos cuenta de este milagro que se sucede cada vez que estamos en Misa? ¿Nos damos cuenta de este privilegio?
En realidad hay una sola Liturgia Eucarística eterna, hay una sola Misa, y ésta tiene lugar en el Cielo de manera continua … todo el tiempo.
Cuando estamos en la Iglesia en Misa, estamos encerrados en nuestro propio tiempo y espacio, y solemos pensar que estamos sólo allí, unidos al Sacerdote y con los demás para ofrecer nuestra Misa particular. Pero en realidad Cristo nos está invitando a traspasar el velo del tiempo, para elevarnos fuera de nuestro tiempo hasta el eterno presente divino, al santuario del Cielo, donde El nos lleva a la presencia del Padre (cf. Hb. 10, 19-21).
Por eso el Catecismo explica que realmente nuestra liturgia terrenal “participa de la liturgia celestial”. (CIC #1088 y #1090). No estamos solamente asistiendo a Misa, estamos unidos con Cielo y tierra celebrando esa única Liturgia eterna.
Este hecho nos lo recuerda especialmente el final de el Prefacio en cada Misa : unidos a los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria. Y la respuesta es: Santo, Santo, Santo. Y esa respuesta no es sólo mi canto de alabanza: ¡es que estoy uniéndome al canto eterno de los Angeles y Santos!
Si captamos esto de veras podemos darnos cuenta que no estamos orando solamente con los que nos acompañan en cada Misa. La Misa es la experiencia de unidad más completa que hay, porque oramos junto con toda la Iglesia, pero no sólo con la Iglesia en toda la tierra, sino también la Iglesia del Cielo.
Este misterio de la Liturgia Celestial lo recoge de manera estupenda el Doctor Scott Hahn, Teólogo protestante convertido a la Iglesia Católica. Y se hizo católico justamente porque se le ocurrió un día ir a una Misa … sólo para investigar. No sabía lo que Dios le tenía reservado …
El relato de la experiencia de Scott Hahn en la primera Misa que asistió puede encontrarse en su libro La Cena del Cordero, así como explicaciones muy útiles para vivir mejor la Misa.
He aquí algunos comentarios de Scott Hahn en su libro La Cena del Cordero: “Vamos al Cielo cuando vamos a Misa … Y esto no es sólo un simbolismo, una metáfora, una parábola, una figura literaria. Es real … ¡De veras vamos al Cielo cuando vamos a Misa! Y esto es verdad en cada Misa que asistimos, no importa la calidad de la música o el fervor de la predicación … La Misa –y me refiero a cada Misa en particular – ¡es el Cielo en la tierra!”
Esto que Scott Hahn explica por Teología, lo corrobora por la vía mística el Padre Pío. Para él también la Misa no sólo era el Calvario, sino el Paraíso. Y la Santísima Virgen María era su compañera constante en el altar.
Cuando se le preguntó sobre esto, explicó que la Virgen está presente en cada Misa, junto con los Angeles y toda la Corte Celestial.
En las Misas que celebraba él veía los Cielos abiertos, la gloria de Dios y el esplendor de los Angeles y Santos.
Otra mística, Santa Teresita del Niño Jesús, va más lejos. Experimentó lo mismo el día de su Primera Comunión. Cuando se disponía a recibir a Cristo bajo las especies de pan, Teresita se dio cuenta que no sólo la Trinidad iba a morar en ella, sino que como los Santos y los Angeles del Cielo están “perfectamente incorporados a Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica # 1026), también el Cielo todo vendría a ella.
Durante la ceremonia, se conmovió hasta las lágrimas y la gente pensó que sería porque estaba triste por la muerte de su mamá y porque no estaba allí para compartir con ella este momento. Pero dijo ella que, al contrario: “todo el gozo del Cielo había entrado a este pequeño corazón exilado … cuando el Cielo entero entró a mi alma al recibir a Jesús, también mi mamá vino a mí”.
Durante la ceremonia, se conmovió hasta las lágrimas y la gente pensó que sería porque estaba triste por la muerte de su mamá y porque no estaba allí para compartir con ella este momento. Pero dijo ella que, al contrario: “todo el gozo del Cielo había entrado a este pequeño corazón exilado … cuando el Cielo entero entró a mi alma al recibir a Jesús, también mi mamá vino a mí”.