¿Qué significa honrar a tu padre y a tu madre?

CUARTO MANDAMIENTO


Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da” (Éxodo 20,12)
Este es el mandamiento que encabeza la lista de mandamientos dirigidos al amor a nuestro prójimo. Dios, al ser un Dios de orden, quiso establecer el justo orden del amor que el hombre debe vivir, primero hacia ÉL, inmediatamente después a nuestros Padres, y luego de forma universal, a todos los hombres.
Este mandamiento expresa también de forma indirecta, los deberes a cumplir para amar a nuestro prójimo, explicitados o definidos de forma más concreta en los subsiguientes preceptos.

Es el deseo de Dios que honremos, veneremos y amemos a nuestros padres, a los que les debemos la vida, nuestra formación en valores y nuestra fe. Como hijos, estamos en la obligación de respetarlos, venerarlos y amarlos ya que Dios, al constituirlos nuestros padres, les concedió un bastón de autoridad.

Específicamente, este mandamiento establece cómo debe ser la relación de los hijos con los padres, como relación primordial de toda sociedad humana, pero también se extiende a las relaciones con los demás miembros de la familia, con los abuelos y antepasados, a los que les debe respeto y honor especial. Finalmente, se extiende a los deberes que como personas tenemos para con nuestros mayores en edad y en jerarquía, como: ancianos, La Iglesia, maestros, jefes, instituciones del estado, etc.

Pero este mandamiento no sólo especifica la relación de los hijos con los padres, sino que sobreentiende los deberes de los padres, abuelos, personas mayores, maestros, jefes, instituciones del estado, y hasta la propia Iglesia de Cristo que es “Madre y Maestra”.
Este es el único mandamiento que en su definición, promete un bien temporal en nuestra vida terrena: “…, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da” (Éxodo 20,12).

La Familia en el Plan de Dios
La base de la familia está establecida sobre el fundamento del Matrimonio entre el hombre y la mujer. Dios al crear al hombre y a la mujer iguales en dignidad (Cf. Gn. 1,26-27), les da la orden de “…sean fecundos, multiplíquense…” (Cf. Gn. 1,28), y establece cómo debe ser la unión entre ellos: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.” (Gn. 2,24). Esto es El Matrimonio, que más tarde el Señor Jesús reafirma y hasta confirma su carácter de alianza indisoluble (Mt. 16,4-9; 5,31-32; Mc. 10,9; Lc. 16,18), y que San Pablo define su esencia: El Amor.

“Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido.(Efesios 5,21-33)

Como vemos, Dios crea la figura del matrimonio, como base fundamental de la familia, para dos únicos fines: La Unión perfecta de amor puro entre los esposos y La Procreación. Podríamos definir esto como una “Sinergia de los hijos de Dios para producir amor y vida” donde el hombre se asemeja más a Dios que es Familia Trinitaria, en la labor de producir vida a través del Amor.
Un ejemplo perfecto de lo que debe ser una Familia Cristiana la encontramos en la Sagrada Familia de Nazaret.

“Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio...Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable...” (Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).

Veamos lo que nos enseña el Catecismo de La Iglesia Católica acerca de lo que es o debe ser la Familia Cristiana:
2204. ‘La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso... puede y debe decirse ‘iglesia doméstica’ (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).

2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una ‘comunidad privilegiada’ llamada a realizar un ‘propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos’ (GS 52, 1).

DEBERES DE LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA
Deberes de los Hijos:
Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor.” (Colosenses 3,20)
Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra.” (Efesios 6,1)
Como hemos visto, este mandamiento explicita de forma clara la honra, el respeto, la veneración y el amor que nosotros como hijos les debemos a nuestros padres, pues Dios, al constituirlos como tal, les ha concedido un bastón de autoridad, figura de la autoridad que ÉL mismo posee por su paternidad divina.

Este mandamiento se extiende también a las relaciones con los demás miembros de la familia, de manera particular con los abuelos y antepasados, a los que les debe respeto y honor especial. Por último, se extiende a los deberes que como personas tenemos para con nuestros mayores en edad y en jerarquía, como: ancianos, La Iglesia, con la obediencia y respeto absoluto a las autoridades eclesiásticas: El Papa, los Obispos, Sacerdotes, etc., maestros, jefes, instituciones del estado.
Es Cristo el ejemplo más perfecto de esta honra, respeto, amor, sumisión y obediencia a su Padre Celestial:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.” (Juan 4,34)
…no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.” (Juan 5,30)
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.” (Juan 6,38)
Y a su Madre María y José, su padre legal: “…Vivía sujeto a ellos…” (Cf. Lucas 2,51)
Veamos lo que enseña el Catecismo de La Iglesia Católica acerca de los deberes de los hijos para con los Padres:

Deberes de los hijos
2214 La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).

2215 “El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. ‘Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?’ (Si 7, 27-28).

2216 “El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. ‘Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre... en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar’ (Pr 6, 20-22). ‘El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión’ (Pr 13, 1).

2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. ‘Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor’ (Col 3, 20; cf Ef 6, 1). Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.

Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si 3, 2-6).
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor... Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre (Si 3, 12-13.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. ‘Corona de los ancianos son los hijos de los hijos’ (Pr 17, 6). ‘Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia’ (Ef 4, 2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. ‘Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti’ (2 Tm 1, 5).
Deberes de los Padres:
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor.” (Efesios 6,4)
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados” (Colosenses 3, 21)
Algo que los padres deben comprender es que sus hijos NO son de su propiedad, sino que son propiedad de Dios, son Hijos de Dios, y así deben tratarlos. La Autoridad que Dios le concede a los padres sobre sus hijos debe ser utilizada para educarlos en los valores cristianos del Evangelio y ayudarlos a crecer en estatura, sabiduría y en gracia, formándolos como hombres y mujeres santos para la gloria de Dios, creando en ellos como vocación fundamental, el AMAR Y SEGUIR A JESÚS.

Ningún padre tiene el derecho sobre su hijo de inhibir su vocación propia como ser humano y como hijo de Dios, es decir, ningún padre tiene el poder de elegir cuál va a ser La Opción Fundamental de vida de su hijo. Se han visto lamentables casos de padres que obligan a sus hijos a ser determinados profesionales de carrera o más grave aun, recriminan la vocación sacerdotal o religiosa de sus hijos e hijas, lo cual viola la dignidad de sus hijos, que son hijos de Dios, con libre albedrío de decidir., y a parte, ofenden a Dios limitando el crecimiento de su Reino.

Sabemos que en un lugar donde no hay orden, reina el caos y la anarquía total. Pues Dios es un Dios de orden, y como Familia Trinitaria, en ÉL existe el primero y más perfecto de todos los órdenes (donde El Padre tiene la Autoridad sobre el Hijo y El Espíritu Santo). Pues ÉL ha querido que la familia humana fuese figura de esa Familia Perfecta Divina, al concederle a los padres, la autoridad sobre los hijos, en el amor.
Veamos lo que nos enseña El Catecismo de La Iglesia Católica acerca del deber de los padres para con los hijos:
Deberes de los padres
2221 La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación ‘tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse’ (GE 3). El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222 Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.
2223 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones ‘materiales e instintivas a las interiores y espirituales’ (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo, sacará provecho de él (Si 30, 1-2).
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor (Ef 6, 4).
2224 El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
2225 Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus hijos los ‘primeros heraldos de la fe’ (LG 11). Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.
2226 La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
2227 Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad (cf GS 48, 4). Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón exigido por las ofensas, las querellas, las injusticias y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 4).
2228 Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo en el cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y para proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
2229. Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.
2230 Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar.
2231 Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.

Conclusión:
Dios quiere que después que a ÉL, honremos, respetemos y veneremos a nuestros padres, y después de a ellos, a todas las personas que Él mismo ha revestido con autoridad moral o espiritual sobre nosotros.

El respeto hacia nuestros padres se expresa en amor y gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, nos han traído al mundo y nos han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia; y en docilidad y obediencia, a ejemplo de Cristo.
Glorifica a tu padre de todo corazón y no olvides los dolores de tu madre; acuérdate que les debes la vida: ¿cómo les retribuirás lo que hicieron por ti?” (Si 7,27-28)
Observa, hijo mío, el precepto de tu padre y no rechaces la enseñanza de tu madre. Átalos a tu corazón constantemente, anúdalos a tu cuello. Que ellos te guíen mientras caminas, que velen sobre ti cuando estás acostado, y conversen contigo cuando despiertas.” (Pr 6,20-22)

La Labor y/o responsabilidad de los padres es educar a los hijos en valores cristianos, en la fe, en las virtudes, y en la medida de lo posible, cubrir sus necesidades materiales y espirituales, ayudándolos a formar en ellos la vocación fundamental del cristiano en esta vida: AMAR Y SEGUIR A JESÚS.